LA HABANA. En las últimas semanas se han publicado numerosos artículos sobre un posible hallazgo de petróleo en territorio cubano por parte de una empresa australiana, que opera con una licencia del monopolio estatal cubano Cuba Petróleo (CUPET). La desproporcionada atención recibida y las expectativas generadas en no pocos cubanos muestran claramente la ansiedad social que persiste en Cuba en lo relativo al suministro de energía.
Como si fuera poco, los primeros reportes circularon casi simultáneamente con los anuncios del Gobierno acerca de la necesidad de introducir restricciones significativas en el consumo de combustible y electricidad para el segundo semestre de 2016, a partir de la desfavorable situación que vienen presentando los envíos de petróleo desde Venezuela, el principal suministrador cubano.
La preocupación no es exagerada. Para los cubanos, el racionamiento energético remite inmediatamente al oscuro período de principios de la década de los noventa, cuando el colapso de la Unión Soviética sumió a la nación en una de las peores crisis de su historia, y emergió uno de los símbolos negativos más potentes del fracaso económico: el apagón. Ahora probablemente no se llegue tan lejos, pero irremediablemente vuelve a reflotar el fantasma de la fragilidad del modelo energético cubano. ¿Se puede hacer algo? Y, en caso afirmativo, ¿qué exactamente?
La política energética en la mayoría de los países contemporáneos ha evolucionado hasta la actualidad con el objetivo implícito de lograr un equilibrio aceptable entre al menos cuatro dimensiones: autosuficiencia, estabilidad y confiabilidad, costo, y sostenibilidad ambiental.
Aunque la inmensa mayoría de los Estados no sería capaz de alcanzar una independencia total, el desarrollo de fuentes endógenas es determinante en tanto la energía es un insumo clave y una alta dependencia externa se traduce inmediatamente en una elevada vulnerabilidad, que coloca a la sociedad a merced de los vaivenes de los mercados internacionales o de las coyunturas de sus suministradores. En este sentido, si el acceso a estos recursos se halla relativamente bien repartido entre varios productores mucho mejor, en tanto un evento inesperado en alguno de ellos vendría a tener un impacto menos grave en el conjunto del sistema.
La estabilidad del suministro es otro aspecto importante, aunque frecuentemente relegado, porque suele tener un impacto menos visible y difícilmente cuantificable. Si el sistema no puede garantizar una entrega continua, manteniendo ciertos parámetros se estará causando un prejuicio permanente a las actividades económicas y sociales, por ejemplo, reduciendo apreciablemente la capacidad productiva y el rendimiento del capital físico.
Dado que la energía es un insumo clave, su costo es un elemento cardinal, y posiblemente es el que tiende a ser priorizado en el corto plazo, dadas las restricciones financieras que enfrentan los países y los agentes económicos. Además, la satisfacción de las necesidades actuales puede comprometer significativamente la capacidad de atenderlas en el futuro debido a ciertas externalidades negativas derivadas del modelo elegido. Existe un gran debate en el mundo sobre la necesidad de iniciar el tránsito hacia la construcción de matrices energéticas menos dependientes de los combustibles fósiles, identificados como una de las causas fundamentales del cambio climático.
Cuba no está ajena a todo esto. Todo lo contrario. Su condición de país pequeño y pobre si acaso acrecienta la vulnerabilidad de su modelo de suministro energético. Su esquema descansa esencialmente en el uso de combustible fósil importado, junto a la explotación de tecnologías obsoletas y la provisión de altos subsidios para un número no despreciable de clientes. Esta combinación genera una oferta insuficiente, con costos altos, elevada dependencia externa y con daño medioambiental no despreciable. La transición energética que ha comenzado en muchos países a partir de ciertas tendencias internacionales puede ser un buen momento para comenzar una modificación radical del modelo cubano.
Quizá se podrían considerar determinados principios para esta necesaria mutación. Los nuevos documentos propuestos para discusión a partir del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, identifican adecuadamente al sector energético, extracción de hidrocarburos y fuentes renovables como sectores estratégicos. Y realmente lo son. Cuba debe priorizar las fuentes domésticas identificadas hasta hoy con viabilidad comercial, con especial atención a las fuentes renovables.
Son bien conocidos los potenciales de la biomasa cañera, el sol y el viento. Los proyectos que adelanta actualmente el Ministerio de Energía y Minas suponen una adición mínima de 2280 MW de capacidad a partir de las tres fuentes mencionadas anteriormente. Para tener una idea de las posibilidades existentes, esto representaría el 36% de la potencia instalada al cierre de 2015. El potencial eólico se estima puede alcanzar 2000 MW. Otras fuentes podrían estar disponibles en 10 o 15 años.
Cuba también debería renunciar a la búsqueda de acuerdos “especiales” con socios extranjeros para garantizar el suministro en condiciones aparentemente favorables, pero que comprometen el desarrollo futuro de la nación. Y deben darse pasos seguros para diversificar los proveedores externos. Se podría considerar seriamente la incorporación del gas natural licuado (LNG) dentro de la matriz eléctrica cubana. Aunque con menor madurez que el petróleo, se está conformando un verdadero mercado mundial de este combustible, menos agresivo para el entorno. Las tecnologías de generación flexible están listas y hay países en el Caribe que ya las usan exitosamente, como República Dominicana.
Los agentes que operan en el sistema económico cubano deben incorporar el hecho de que la energía en Cuba no es ni abundante ni barata, y hay que lograr ser suficientemente competitivo e innovador para pagar por ella. Por supuesto, estos mismos agentes (hogares y empresas) deben contar con la posibilidad de reaccionar a estas señales, una capacidad que está altamente comprometida en estos momentos. La era de subsidios masivos debe desaparecer gradualmente. No se puede prometer lo que no estamos en condiciones objetivas de cumplir.
Cuba no tiene y no tendrá a mediano plazo los recursos de inversión necesarios para iniciar esta transición. Tampoco cuenta con el desarrollo tecnológico que requiere este salto. El país debe aceptar plenamente que la participación de agentes extranjeros en sus diversas modalidades es imprescindible para llevar adelante estos propósitos. Los recientes eventos para promocionar la cartera de proyectos en esta esfera son un paso alentador.
Pero es necesario hacer más. La contribución esperada de las fuentes renovables en la demanda eléctrica que es de 24% para el año 2030, es un paso importante, pero difícilmente impresionante. Y además, depende del comportamiento de la demanda real. Sin conocer la base de cálculo, el cumplimiento de las metas que supone al Plan Nacional de Desarrollo hacia 2030 implica que el consumo rebasará las previsiones actuales. Esto es si queremos atender los requerimientos de una economía que crecerá por encima del 5% promedio anual.
Las especulaciones sobre el hallazgo de petróleo estremecieron a muchos. La apuesta por el petróleo barato en grandes cantidades puede ser un arma de doble filo. Nuestro entramado institucional es todavía débil. Es oportuno revisar la experiencia histórica de lo que puede hacer el petróleo a países en desarrollo. La “maldición de los recursos naturales” y la “enfermedad holandesa” constituyen fenómenos bien estudiados en las ciencias sociales. Los fracasos son mucho más abundantes que los éxitos. No deberíamos pensar que somos tan excepcionales como para evitar ese curso fatal.
Una vez más los problemas actuales pueden transformarse en una oportunidad para escoger otro camino. En lo inmediato, el racionamiento forzoso será parte de la búsqueda de un precario equilibrio. Aunque muchas veces invisibles, debemos ser conscientes de los costos que estos acontecimientos suponen para la economía y el bienestar de los cubanos.
No se puede acometer esta tarea sin atender otras muchas debilidades del sistema socioeconómico. Esta transformación no es viable en una economía estancada, atrasada y aislada del resto del mundo. La infraestructura energética del siglo XXI es cara y sofisticada, y solo una economía próspera puede pagar por ella. Pero vale la pena.
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