Por: Mario Valdés Navia
Con perdón de los que odian las matemáticas, para referirme a la emigración interna incursionaré en el campo de la geometría, pues uno de los términos ininteligibles del español oficial cubano, para extranjeros y nativos, es el de la pirámide invertida. Los primeros afirman asombrados que una pirámide jamás puede sostenerse por su tope, mientras que los segundos sonríen con sorna pues saben que esos supuestos millones de trabajadores de la base bien pagados, a los que supuestamente hace referencia el término, no han existido nunca.
Realmente los trabajadores manuales que gozan de altos ingresos por propinas, utilidades y múltiples formas ilegales de redistribución, se limitan a una minoría empleada en el turismo, empresas experimentales, asociaciones de capital extranjero y el cuentapropismo, pero nada que ver con los millones de trabajadores estatales que forman la masa fundamental de los ocupados en Cuba.
No obstante, en lo ideológico lo peor es que se piense en la pirámide como figura geométrica ideal para expresar la estructura social de una sociedad socialista, y se hable de ella en la literatura científica y el discurso político oficial como si la solución fuera, nada más y nada menos, enderezar la pirámide. Las sociedades piramidales son las más desigualmente distribuidas, donde una minoría muy rica reina sobre unas exiguas capas medias y una inmensa prole de humildes explotados. Algo así como el Egipto de los faraones, o la utópica y reaccionaria República de Platón.
Esto nada tiene que ver con la sociedad socialista cubana que, fundamentalmente hasta la década de los 80, estuvo entre las más igualitarias del mundo según el Coeficiente Gini, por lo que su expresión geométrica más cercana sería la elipse, pero nunca la pirámide. Incluso, aunque desde entonces ha crecido la desigualdad, aún hoy es infeliz querer representarla con una pirámide, ni erguida ni invertida, pues Cuba sigue siendo un país de ingreso equilibrado, al menos si hacemos caso de la estadística oficial que es la única disponible.
De ese problema, que no es solo estadístico sino profundamente humano, parte la cuestión de la emigración interna, pues los profesionales (profesores, médicos, ingenieros, licenciados, empleados públicos, trabajadores de la cultura…), al no cobrar salarios que les permitan cubrir las necesidades de la canasta básica, han emigrado masivamente hacia los sectores antes mencionados, donde se les puede encontrar haciendo trabajos de porteros, camareros, almaceneros, choferes, etc.; que les permiten tener acceso a las propinas y las utilidades y, sobre todo, poder resolver productos que luego venden a hurtadillas en el mercado negro a precios inferiores a los de las TRD.
¿Cuántos trabajadores de alto nivel ha perdido Cuba por esa emigración laboral interna?: no se sabe, al menos públicamente. En particular en el sector educacional, estoy seguro de que si los maestros y profesores que trabajan en otros sectores volvieran al sistema sobrarían los docentes en todas las provincias cubanas y se elevaría sustancialmente la calidad actual de los claustros en todos los niveles.
El tema de la emigración externa copa hoy la literatura y el cine cubanos, pero pocos creadores dedican su obra a recrear el drama de los inmigrantes laborales internos, tan o más dramático que la diáspora cubana por el mundo. Tampoco los científicos sociales le dedican el tiempo y espacio que merece, pero el problema está ahí y nos salta a la vista a cada paso. Su solución estará asociada, no a que se enderece ninguna pirámide, sino a que los trabajadores cubanos puedan volver a vivir de su salario real, con honradez y orgullo, acorde a su talento y productividad.
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