Kristalina Georgieva
Directora general del Banco Mundial
© Montenegro/Shutterstock.com
Las perspectivas de la economía mundial para 2019 son poco auspiciosas.
El comercio y las inversiones internacionales se han atenuado. Las tensiones comerciales siguen siendo elevadas. El año pasado, varios de los grandes mercados emergentes experimentaron considerables presiones financieras.
En este difícil contexto, se espera que en 2019 el crecimiento de las economías en desarrollo y de mercados emergentes se mantenga estable. El repunte de las economías que dependen en gran medida de los productos de exportación probablemente sea mucho más lento de lo esperado. Se prevé que el crecimiento de muchas otras economías se desacelerará.
Además, según el informe del Banco Mundial Global Economic Prospects (Perspectivas económicas mundiales) de enero de 2019, están aumentando los riesgos de que el crecimiento sea aún menor que el previsto.
Los bancos centrales de las economías avanzadas seguirán eliminando las políticas acomodaticias que respaldaron el largo proceso de recuperación que siguió a la crisis financiera mundial ocurrida hace 10 años. Asimismo, las disputas comerciales latentes podrían intensificarse. Los mayores niveles de deuda han hecho que algunas economías, en particular las de los países más pobres, se vuelvan más vulnerables a la suba de las tasas de interés mundiales, los cambios en la actitud de los inversionistas o las variaciones del tipo de cambio.
Asimismo, la mayor frecuencia con que se producen los fenómenos meteorológicos extremos incrementa el riesgo de grandes oscilaciones en el precio de los alimentos, lo que podría intensificar la pobreza. Dado que el crecimiento equitativo resulta esencial para aliviar la pobreza e impulsar la prosperidad compartida, las economías en desarrollo y de mercados emergentes deben enfrentar este entorno económico complicado adoptando medidas destinadas a mantener el impulso económico, preparándose para las turbulencias, y promover el crecimiento a largo plazo. Para lograrlo, es importante reconstruir los mecanismos de amortiguación de los bancos centrales y a nivel presupuestario, fomentar el capital humano, promover la integración comercial, y encarar los desafíos que representan los sectores informales, que en algunos casos registran proporciones considerables.
“A comienzos de 2018, la economía mundial avanzaba a toda marcha, pero perdió velocidad durante el año y el viaje podría volverse aún más accidentado este año”, afirmó Kristalina Georgieva, directora general del Banco Mundial. “A medida que aumenten las dificultades económicas y financieras para los países emergentes y en desarrollo, los avances mundiales en la reducción de la pobreza extrema podrían verse amenazados. Para mantener el impulso, los países deben invertir en las personas, promover el crecimiento y construir sociedades resilientes”.
El Banco Mundial publica el informe Global Economic Prospects dos veces al año, en enero y junio, como parte de su análisis exhaustivo de los acontecimientos macroeconómicos clave a nivel mundial y su impacto en los países miembros. La promoción del crecimiento económico equitativo y sostenible es un elemento esencial para alcanzar los objetivos del organismo de poner fin a la pobreza extrema e impulsar la prosperidad compartida. El informe proporciona información valiosa para lograr esas metas y constituye una fuente de recursos confiable para los clientes, las partes interesadas, las organizaciones civiles y los investigadores.
La pesada carga de la deuda
La necesidad de hacer frente a elevados niveles de deuda se perfila como una preocupación que adquiere cada vez más importancia.
En los últimos años, muchos países de ingreso bajo han logrado acceder a nuevas fuentes de financiamiento, incluidas fuentes privadas y acreedores no pertenecientes al Club de París de importantes países acreedores. Esto ha permitido a los países financiar importantes necesidades de desarrollo, pero también ha contribuido a incrementar la deuda pública.
"A comienzos de 2018, la economía mundial avanzaba a toda marcha, pero perdió velocidad durante el año y el viaje podría volverse aún más accidentado este año. A medida que aumenten las dificultades económicas y financieras para los países emergentes y en desarrollo, los avances mundiales en la reducción de la pobreza extrema podrían verse amenazados. Para mantener el impulso, los países deben invertir en las personas, promover el crecimiento y construir sociedades resilientes"
En los últimos cuatro años, los niveles de deuda pública de los países de ingreso bajo han aumentado: la relación deuda/producto interno bruto (PIB) pasó del 30 % al 50 %. Esos países destinan una proporción cada vez mayor del ingreso público al pago de intereses. Si en los próximos años los costos de financiamiento aumentan según lo previsto, las presiones relacionadas con el servicio de la deuda seguirán intensificándose.
En tales circunstancias, si las condiciones de financiamiento se endurecieran súbitamente, los países podrían experimentar salidas repentinas de capital y verse en dificultades para refinanciar sus deudas.
Idealmente, la deuda pública debería ser sostenible y poder pagarse a costos razonables en una amplia variedad de circunstancias. Para reducir la posibilidad de que se genere una carga gravosa debido a la deuda, respaldar el desarrollo del sector financiero y reducir la volatilidad macroeconómica, los países de ingreso bajo deben movilizar los recursos y administrar el gasto público con mayor eficacia, y fortalecer la gestión de la deuda y la transparencia.
Cuando la informalidad es lo normal
Otra posible vía para fortalecer el desempeño económico consiste en abordar los desafíos relacionados con la existencia de un amplio sector informal.
En muchas economías en desarrollo y de mercados emergentes, el empleo y la actividad empresarial por fuera de las estructuras normativas, legales y financieras se han generalizado.
Aproximadamente un tercio del PIB de las economías en desarrollo y de mercados emergentes proviene del sector informal y alrededor del 70 % del empleo de esas economías reviste carácter informal. En algunos países de África al sur del Sahara, el empleo informal representa más del 90 % del empleo en general y el sector informal produce hasta el 62 % del PIB. Los medios de subsistencia de los pobres a menudo dependen de la actividad informal.
El sector informal prospera en algunos entornos: el alto grado de informalidad se asocia con subdesarrollo económico, niveles de tributación elevados, reglamentaciones sumamente estrictas, corrupción e ineficiencia burocrática. Aun así, la existencia de un amplio sector informal, si bien en algunos casos ofrece ventajas relacionadas con el empleo y la flexibilidad, a menudo conlleva un nivel más bajo de productividad, menores ingresos fiscales, y mayor pobreza y desigualdad.
Las empresas informales son un 75 % menos productivas que las formales. De hecho, nuevas investigaciones del Banco Mundial muestran que las empresas del sector formal que enfrentan la competencia informal son un 25 % menos productivas que las que no lo hacen. Los trabajadores de la economía formal ganan, en promedio, un 19 % más que los de la economía informal. En los países con la mayor proporción de sectores informales, los ingresos estatales equivalen a entre 5 y 10 puntos porcentuales del PIB menos que en los países con los niveles más bajos de informalidad.
Los encargados de formular las políticas pueden diseñar estrategias de desarrollo integrales que, como beneficio secundario, reduzcan la informalidad. Además, deben tomar recaudos para no provocar accidentalmente el desplazamiento de trabajadores al sector informal.
Una combinación adecuada de políticas permitiría lograr un equilibrio entre la implementación de reformas como las orientadas a mejorar la administración impositiva, flexibilizar el mercado laboral y fortalecer la observancia de las normas, por un lado, y el suministro más adecuado de bienes públicos y servicios con sistemas de seguridad social más sólidos, por el otro.
Los productos básicos
Para proteger a las poblaciones vulnerables de las escaladas de los precios de los alimentos probablemente sea necesario dejar de hacer hincapié en las políticas comerciales.
En el pasado, las autoridades han aplicado medidas comerciales para atenuar los efectos de las fluctuaciones de los precios de alimentos básicos clave como el arroz, el trigo y el maíz.
No obstante, si bien en el corto plazo los países pueden, individualmente, proteger el mercado interno de las fluctuaciones de los precios, las medidas colectivas adoptadas a nivel mundial pueden exacerbar la volatilidad de los precios de los alimentos y provocar una suba mayor, perjudicando así a quienes cuentan con los márgenes de seguridad más reducidos. Es posible que las políticas aplicadas en 2010-11 hayan representado el 40 % del alza del precio del trigo y el 25 % del incremento del precio mundial del maíz. Se estima que la suba de los precios de los alimentos registrada en ese período llevó a la pobreza a 8,3 millones de personas.
Si bien los precios de los alimentos han disminuido desde los niveles máximos alcanzados a comienzos de la década, los niveles de hambruna e inseguridad alimentaria a nivel mundial han aumentado entre 2014 y 2017. Durante ese período, la cantidad de personas subalimentadas aumentó un 5 % al alcanzar los 821 millones, y el Grupo de los Veinte ha reconocido recientemente que los desafíos relacionados con la seguridad alimentaria revisten máxima prioridad.
Asimismo, los precios de los alimentos podrían volver a registrar aumentos similares a los de 2010‑11, dado que los fenómenos meteorológicos extremos incrementan el riesgo de perturbaciones en la producción de alimentos.
Para mitigar eficazmente el impacto del aumento de los precios de los alimentos, es preciso mejorar las redes de protección social, como las transferencias de efectivo y de alimentos, la alimentación escolar y los programas de obras públicas, en lugar de imponer prohibiciones a la exportación o reducir los derechos de importación. Es importante que los países cuenten con una estrategia para responder a las crisis de alimentos y proporcionar recursos adecuados para dichos programas.
¿El fin de una era?
Los responsables de formular las políticas y los grupos a los que estos representan, incluso mientras procuran mantener y acelerar el crecimiento en un período de incipiente desaceleración, no pueden dar por sentado un factor que ha jugado un papel importante a la hora de impulsar la actividad en los últimos años, a saber: un largo período con una inflación baja y estable.
Una inflación baja y estable se asocia con mayor producción y estabilidad laboral, crecimiento más elevado y mejores resultados en términos de desarrollo. Por el contrario, una inflación alta obstaculiza el crecimiento socavando la confianza de los inversionistas y eliminando los incentivos para ahorrar. Con algunas notables excepciones, las economías en desarrollo y de mercados emergentes han realizado la gran hazaña de bajar la inflación de dos dígitos de los años setenta a alrededor del 3,5 % en 2018.
Sin embargo, no hay garantía de que pueda mantenerse baja la inflación y existen varios factores que pueden conspirar para que esta aumente en los próximos años. Una década después de la crisis financiera mundial, muchas economías operan a pleno empleo o en condiciones similares. El ritmo de la integración económica mundial podría disminuir o revertirse. La independencia y la transparencia de los bancos centrales que tanto han costado podrían verse socavadas por las presiones para financiar a los Gobiernos. El aumento de la deuda podría debilitar el compromiso de fortalecer los sistemas fiscales y monetarios.
Si las presiones inflacionarias a nivel mundial aumentan, los encargados de formular las políticas pueden proteger a los grupos a los que representan incrementando su apoyo a la independencia de los bancos centrales, creando marcos fiscales para garantizar la sostenibilidad de la deuda y manteniendo los mecanismos de amortiguación necesarios para resistir las crisis económicas.
A medida que las expectativas económicas mundiales se vuelvan menos auspiciosas, para cumplir el imperativo de mantener el impulso económico será necesario sacar el máximo provecho de las oportunidades de crecimiento, evitar las dificultades inesperadas y establecer mecanismos de amortiguación contra las posibles crisis. Las enseñanzas del pasado acerca de la deuda, la fe en las instituciones públicas, la seguridad alimentaria y la estabilidad de precios pueden ofrecer orientación en un entorno cada vez más complejo.
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