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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

jueves, 9 de julio de 2020

La ciencia y el desarrollo económico en Cuba

Por Ricardo Torres Actualizado Jul 8, 2020

LA HABANA. En la tercera década del siglo XXI es evidente que Cuba enfrenta enormes desafíos. El crecimiento económico languidece y las tensiones financieras externas son recurrentes. También ha crecido la desigualdad, la vivienda es un problema significativo y la calidad de los servicios sociales ha menguado. La epidemia de la COVID-19 ha ubicado a la comunidad científica en el vórtice del debate público. Una comunidad vital para cualquier sociedad moderna ha podido mostrar sus resultados y defender su importancia, en tiempos donde eso casi empezaba a olvidarse. Ello es especialmente cierto para las ciencias naturales y exactas, y las especialidades técnicas afines. ¿Puede la ciencia hacer una contribución sustancial más allá de las condiciones excepcionales de una emergencia sanitaria?

La ciencia cubana también ha recibido titulares en los últimos meses. Los buenos resultados en el control de la pandemia del SARS-COV-2 responden una combinación de muchos factores, pero el aporte de la medicina, la biofarmacéutica y otras especialidades relacionadas ha sido central. En muchos sentidos, no extraña que Cuba exhiba un buen resultado. Sin embargo, apresurarse a extrapolar esta experiencia hacia otros procesos, igualmente apremiantes es, cuando menos, arriesgado. Recientemente se empezaron a dar los primeros pasos para movilizar el potencial científico en aras de lograr la soberanía alimentaria. Ese es un problema mucho más complejo, que puede ilustrar los cuellos de botella del vínculo entre ciencia y desarrollo económico en Cuba.

¿De qué potencial científico estamos hablando? Un repaso de algunos datos y su comparación internacional nos muestra algunas tendencias. El tipo de indicador elegido y su interpretación puede ser contrastado, y deben ser tomados en cuenta con el único objetivo de destacar trayectorias gruesas. Asimismo, la referencia es América Latina (AL), que es una región periférica en este sector. El panorama ofrece tendencias mixtas, con una evolución desfavorable de indicadores claves. El gasto en Innovación y Desarrollo (I+D) ha oscilado en la última década; en 2018 fue de 0,43 por ciento del PIB, el cuarto más alto en AL —este indicador solo refleja el esfuerzo de determinados países, en países con un PIB per cápita más alto, una proporción menor puede traducirse en un gasto per cápita en dólares muy superior—. La cantidad de personas en la actividad de ciencia y tecnología en relación a la Población Económicamente Activa (PEA) aumentó ligeramente en el decenio, pero se ubica en el séptimo lugar en el continente. El número de graduados en ciencias técnicas, naturales y exactas decrece ligeramente, aunque menos que el total de egresados.

Los resultados muestran una imagen menos halagüeña. El coeficiente de invención (solicitudes de patentes nacionales en relación a la población) se ha reducido en un 80 por ciento desde el año 2000. En un estudio realizado en 2015, el 80 por ciento de las patentes concedidas a cubanos en otros países estaban relacionadas con el área farmacéutica, biotecnológica, y de la química orgánica fina. Es evidente que se ha conseguido crear capacidades únicas en este sector. En las exportaciones, los productos de este origen aportan entre el nueve y el 14 por ciento de las ventas de bienes; y el tres por ciento de las exportaciones totales. El efecto en balanza de pagos es superior, teniendo en cuenta las importaciones evitadas.

No obstante, esas cifras eran muy dependientes de los mercados venezolano y brasileño, lo que explicaría parcialmente el declive reciente. Con todo, ninguna otra rama puede emular cercanamente los resultados de BioCubaFarma. Ello sugiere un impacto muy débil de la ciencia en los resultados económicos, el aprovechamiento de la fuerza de trabajo calificada y en la transformación de la estructura productiva.

Las estadísticas anteriores, tomadas en su conjunto, permiten arribar a algunas conclusiones. Las cifras muestran un retroceso que alcanza a casi todos los aspectos, pero en lo particular son preocupantes en los resultados. En segundo lugar, se pierden posiciones en el área latinoamericana, que no es una región líder en este aspecto. Se pueden hacer varias lecturas, pero ese descenso tiende a ubicar a Cuba en una posición más consistente con su lugar en el escalafón de ingresos. La cuestión de los resultados, y la alta concentración en un sector muy específico de la economía dice claramente que algo muy importante está fallando en el conjunto del sistema socioeconómico. En la ecuación, la balanza se mantiene inclinada hacia la creación de capacidades, cuyo débil aprovechamiento hace insostenible a largo plazo ese mismo esfuerzo. Esto nos dice claramente que el núcleo del debate se debe desplazar hacia los obstáculos que impiden mejorar los resultados y aumentar el impacto en el conjunto de la economía y la sociedad. El capital humano, la ciencia y la innovación están relacionados, pero no son lo mismo.

La existencia de una fuerza de trabajo con altos niveles de instrucción es una condición necesaria, y deseable; pero no garantiza que la innovación sea una fuerza de transformación socioeconómica. La primera depende de escuelas y centros educativos especializados; la segunda precisa de un tejido social y económico mucho más amplio, y mejor coordinado. Ese incluye desde el sistema financiero, los centros de investigación, el marco regulatorio y las organizaciones que transforman los conocimientos en bienes y servicios efectivos para atender necesidades y demanda solvente. Contar con muchos investigadores puede llegar a generar resultados científicos, pero estos no constituyen innovación por sí mismos. La innovación supone que las nuevas ideas, métodos y modelos sean aplicados, y validados en el sistema socioeconómico, por el mercado u otros mecanismos de apropiación social.

En ese esquema de razonamiento no resulta difícil explicar las enormes diferencias de impacto que han logrado los sistemas sectoriales de innovación en la agricultura y la biotecnología vinculada a la medicina humana. La agricultura cuenta con una extensa red de centros de investigación, más que ningún otro sector del país, pero carece de la validación práctica que pueden ofrecer los productores y mercados exteriores. Ello refleja las debilidades que exhibe el modelo productivo para desencadenar la asociación y las interacciones entre entidades de diverso tipo de propiedad. Que la biotecnología de la Isla haya requerido un esquema ad hoc para progresar puede ser leído de diversas maneras, pero una de ellas es que nuestro modelo económico limita sobremanera la capacidad de todas sus empresas para desencadenar procesos innovativos exitosos. Es todavía peor en el ámbito cooperativo y privado, que solo parecen diseñados para crear empleos de escasa calidad.

Lo anterior nos deja algunas lecciones a tener en cuenta para concebir la transformación más integral posible. No toda invención es igualmente transformadora. Los esfuerzos orientados a la supervivencia son claves en sociedades sometidas a carencias y desastres de diverso tipo, pero no suponen automáticamente la superación de las condiciones desfavorables. Alimentan la resiliencia y permiten llegar a “mañana”, pero por sí solos no transforman la realidad. La innovación tampoco se limita a unas cuantas empresas de alta tecnología. Cuba nunca podrá emular los enormes gastos en I+D de las economías más avanzadas. No se trata de ampliar el tamaño de BioCubaFarma o replicarla en otras ramas. De hecho, en países pequeños lo más importante son las innovaciones incrementales, y la apropiación y adaptación de los avances conseguidos en otras latitudes.

Cuando se acepta esa realidad, cobran importancia otras falencias de nuestro modelo. En esos esfuerzos adaptativos y en innovaciones incrementales son más relevantes las empresas pequeñas, el tejido productivo del que forman parte, y las interacciones entre ellas. Con una tercera parte de los trabajadores fuera del sector público, y casi tantos sin vínculo laboral formal, no es realista pensar que la innovación en Cuba se generará exclusivamente en las entidades estatales. Y si bien el mercado doméstico y externo no es el único mecanismo de validación y apropiación, forma parte de la ecuación para promover el despegue de la innovación. Va siendo hora de que el debate se desplace desde la complacencia del capital humano creado (aquí puede haber una discusión que no se ha agotado), hacia su aprovechamiento en el conjunto de la economía y la sociedad; desde las capacidades hacia los resultados; y desde la ciencia hacia la innovación. Ello nos permitiría abordar de forma más integral las insuficiencias existentes. Y quizás explicar a la ciudadanía por qué un país que se ufana de producir productos biotecnológicos y respiradores en tiempo récord para tratar la COVID-19, es incapaz de llevar carne de cerdo, arroz o maíz a su mesa.

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