Por Autores 2016-02-22, Cuba Posible
En los próximos tiempos el país deberá
acometer uno de los desafíos más trascendentes de la reforma cubana: la
unificación monetaria. La conducción a buen puerto de esta delicada empresa,
podría favorecer el acople virtuoso de otras piezas del rompecabezas nacional,
en las áreas económica, política y social. Con el objetivo de brindar una
mirada abarcadora y problematizadora de esta cuestión, acudimos a cinco de los
más importantes profesores e investigadores que se han dedicado a estudiar la
economía cubana durante muchos años. Estos son Pavel Vidal, Mauricio de Miranda
Parrondo, Claes Brundenius, Carmelo Mesa-Lago y Pedro Monreal. El resultado,
que ponemos en sus manos, a modo de un Dossier Especial, constituye una mirada
pluriforme y enriquecedora sobre la unificación monetaria en Cuba y sus
interconexiones con otros ámbitos de la sociedad; a la vez que llama la
atención sobre un desafío de enormes proporciones.
1. ¿Qué efecto tendría en la economía
familiar la adopción de la unificación monetaria en este año 2016? ¿Qué efecto
tendría la postergación de la medida?
Pavel Vidal Alejandro: En un primer momento no deberían ocurrir
efectos inmediatos en las cuentas de ahorros de las familias. Este es un
compromiso que ha expresado el Gobierno cubano. Ya hay una experiencia en el
año 2004 cuando durante el proceso de desdolarización se les dio un tiempo a
las personas naturales para que ajustaran sus activos financieros a las nuevas
condiciones monetarias.
El efecto en las familias llegará por
intermedio del impacto en las empresas, donde se espera que la devaluación de
la tasa de cambio oficial del peso cubano transforme sus balances contables,
cambie los precios relativos y genere nuevas oportunidades para la exportación
y la sustitución de importaciones, entre otros. Los impactos en las empresas se
trasladarán a las familias a través de los salarios, el empleo y la inflación.
La unificación monetaria es la medida más esperada de la reforma cubana, su
postergación afectaría su credibilidad y continuaría impidiendo que otros
cambios en curso ofrezcan sus mayores resultados.
Mauricio de Miranda Parrondo: La unificación monetaria es necesaria desde
todo punto de vista. Permitiría expresar todos los precios de la economía
nacional en términos de una sola moneda y relacionar dichos precios con los
niveles de ingreso real de las familias. Permitiría medir el costo de la vida y
el nivel de vida reales de la población. Siempre que la unificación monetaria
se establezca con convertibilidad de la moneda nacional, permitirá también
establecer conexiones directas entre los precios internacionales y los precios
domésticos, lo cual es importante para determinar la competitividad
internacional de la producción doméstica. La situación actual es una
ficción.
Por una parte, los salarios de todos
los trabajadores estatales cubanos están expresados en la llamada “moneda
nacional” (CUP) en niveles tan irrisorios que no son suficientes para asegurar
las más elementales condiciones de vida (aunque las tarifas de agua, energía y teléfono
estén a precios relativamente bajos de acuerdo a criterios internacionales las
necesidades de alimentación, ropa e incluso transporte, no se aseguran con los
niveles de ingreso que proceden del salario). Los ingresos de los trabajadores
del incipiente sector privado están en niveles relativamente más altos. Por
otra parte, la dualidad monetaria, implica, en la práctica, una contabilidad
separada, debido al manejo de diferentes tipos de cambio entre el peso cubano
convertible (CUC) y el CUP, de acuerdo a las actividades. La teoría económica
demuestra que la utilización de tipos de cambio múltiples crea distorsiones en
la economía del país que adopta ese tipo de esquemas. En Cuba en estos momentos
existen, al menos, seis tipos de cambio distintos entre las dos monedas que
circulan dentro del país, lo cual, de hecho, establece criterios
discriminadores y una gran discrecionalidad que poco tiene que ver con un
mercado que funcione eficazmente.
Claes Brundenius: Habría que diferenciar los tipos de familias.
No es posible generalizar. Tendrá un efecto en una familia que, por ejemplo,
recibe y/o tiene dinero ahorrado en divisas (o CUC), y otro en una familia (o
en una persona jubilada) que solamente tiene su ingreso, pensión o ahorros, en
CUP. También habrá familias que reciben ingresos tanto en CUP como en CUC o
divisas (por ejemplo: remesas). Habrá otra variable y es si la familia vive en
las zonas urbanas o rurales; y por supuesto habrá diferencias entre La Habana y
el resto del país.
Desgraciadamente no se publican los
resultados de las encuestas sobre el hogar en Cuba. Ellas podrían ofrecer una
fuente riquísima para el análisis. No obstante, es posible suponer que un 20
por ciento de las familias viven principalmente de ingresos en divisas (o CUC);
un 30 por ciento recibe la mitad en CUP y la mitad en CUC/divisas; y un 50 por
ciento recibe ingresos (muy bajos) en CUP.
En este caso, el 50 por ciento de las
familias con los ingresos más bajos (en CUP) podrían ser los ganadores, al
menos a corto plazo. Pero con una devaluación (y especialmente fuerte como en
este caso) será difícil, para no decir imposible, evitar una presión
inflacionaria. Ante esto, el Gobierno cubano debe tener una política lista para
contrarrestar una inflación galopante. Otro problema con la unificación
monetaria sería que los sectores más privilegiados con el sistema actual puedan
considerar que sus ahorros en divisas son de facto confiscados por el Estado.
Esto afectaría a muchos nuevos emprendedores en la nueva economía cubana. Por
otro lado, debo precisar que la unificación monetaria también tendrá un impacto
grande en la economía nacional (empresas estatales, Inversión Extranjera
Directa (EID) y comercio exterior); pero esto es otro asunto.
En tal sentido, se hace imprescindible
discernir ampliamente antes de anunciar la unificación monetaria. Supongo que
esta pudiera ser la razón para la postergación de su puesta en práctica. El
plan era (¿o todavía es?) resolver este asunto antes del Congreso del Partido
Comunista de Cuba (PCC) en abril, pero dudo que pueda ser resuelto antes de esa
fecha. No obstante, quizás sea posible anunciar algunas nuevas medidas, como
por ejemplo: abrir nuevas zonas/sectores para nuevos tipos de cambio CUP/dólar
(USD), como ya es el caso de la Zona Especial de Desarrollo Mariel. Sin
embargo, no caben dudas de que la unificación monetaria no puede esperar, pues
su postergación agrava y prolonga la crisis y sus consecuencias humanas y
sociales.
Carmelo Mesa-Lago: Es difícil responder esta pregunta porque el
Gobierno no ha dicho cómo se hará la unificación, aunque ha expresado que no
perjudicará a los que tienen depósitos bancarios. Supongamos que el cambio se
pasa de 25 a 10 CUP por un CUC, una tasa que ya se aplica a los salarios en la
Zona Especial de Desarrollo de Mariel (ZEDM), transacciones entre cooperativas
agrícolas y hoteles/restaurantes estatales, contabilidad de algunas empresas y
cooperativas de transportes. Si no hay un mecanismo compensatorio, los que
tengan CUC guardados bajo el colchón sufrirán una devaluación del 60 por
ciento. Si el Gobierno ajusta los ahorros bancarios en CUC con la nueva tasa
estos no sufrirían, y los que tengan ahorros en CUP no serían afectados. Es por
ello que mucha gente ha cambiado los CUC por CUP y de ahí la entrada en
circulación en febrero de 2015 de la emisión de CUP en billetes de mayor
denominación. Personas con mayores ingresos han cambiado CUC por dólares o
euros en el mercado negro o haciendo transacciones con turistas, en busca de
mayor seguridad. En las Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD) los precios ya se
fijan en las dos monedas, con la tasa actual 1CUC=25CUP, pero si se cambia a
1CUC=10 CUP tendrían que aumentar más los precios (que actualmente generan una
utilidad del 230 por ciento) porque de otra forma el poder de compra también
aumentaría.
La postergación de la medida
continuaría perjudicando a los trabajadores estatales y pensionistas porque se
les paga en CUP, pero tienen que comprar en CUC una cantidad gradualmente mayor
de productos a precios de mercado (ya sea legal o negro), así como en las TRD,
además de los servicios a cuentapropistas. Peor aún, las actuales distorsiones
creadas por la doble moneda persistirán con consecuencias adversas para las
empresas y la producción, lo cual afecta a la economía familiar.
La devaluación del sobrevaluado CUC
provocará inflación y esto reducirá la capacidad adquisitiva de las familias,
será necesario un ajuste adecuado de precios y salarios pero no equivalente por
completo a la devaluación.
Pedro Monreal: La unificación monetaria que posiblemente
decida implementarse en este año 2016 es, en principio, un evento deseable y
positivo. Sin embargo, lo que entiendo de las declaraciones públicas de
funcionarios cubanos es que la mejoría de la economía familiar no es, en sí
misma, un objetivo de corto plazo de la unificación monetaria y
cambiaria. Al mismo tiempo, el Gobierno ha declarado que el plan de unificación
monetaria y cambiaria ha estado diseñándose de manera tal que no afectará
negativamente la economía familiar. Es decir, que por su propio diseño se
aspira a una unificación monetaria y cambiaria “aséptica” en cuanto a su
previsible impacto inmediato en el nivel de vida del cubano medio.
Por esa razón, opino que en caso de
postergarse la medida y de no aplicarla en 2016 es probable que tal dilación no
funcione como un factor de empeoramiento de la economía familiar en Cuba. En
rigor, lo que pudiera ocurrir en materia de empleo, salarios, consumo familiar,
vivienda y provisión de bienes públicos –las cosas que esencialmente deciden el
bienestar de la familia cubana– no es un asunto que dependa tanto de
cuestiones monetarias y cambiarias sino del funcionamiento de otros espacios de
la economía.
2. ¿Cuál sería el principal problema
que habría que resolver antes de acometer la unificación monetaria?
Pavel Vidal Alejandro: El principal problema es determinar cómo y a
qué velocidad se procederá con la devaluación de la tasa de cambio oficial del
CUP. Para ello es necesario definir un grupo de acciones de política económica
que amortigüen, pero que no anulen, los efectos en los balances contables de
las empresas, el empleo y los salarios.
Mauricio de Miranda Parrondo: Para abordar adecuadamente el problema de la
unificación monetaria, una de las cuestiones que debe estar resuelta es la del
tipo de cambio entre las monedas que se van a unificar y, en la misma línea, el
tipo de sistema monetario que tendría el país y, en consecuencia, el tipo de
cambio de la moneda nacional con las demás monedas del mundo. En principio, los
tipos de cambio, en tanto representan el precio de una moneda expresado en
unidades de otra moneda, deberían expresar la paridad del poder adquisitivo de
ambas monedas en los respectivos países. Por ejemplo, si decimos (para usar el
actual tipo de cambio del USD con el CUC) que un dólar estadounidense equivale
a un peso cubano convertible, ello debería significar que un peso cubano
convertible tiene en Cuba la misma capacidad adquisitiva que un dólar en
Estados Unidos y ello siguiere, entonces, una determinada paridad en términos
de precios relativos. Así las cosas, los valores relativos de las monedas deben
guardar una relación estrecha con los precios relativos de los bienes y
servicios en los países, cuyas monedas se relacionan a través de un tipo de
cambio. Este axioma teórico, no siempre se cumple, como sabemos, sobre todo
para la relación entre monedas realmente convertibles internacionalmente,
debido a que existen otro tipo de consideraciones que están relacionadas con la
existencia misma de los mercados de divisas. El tema de los precios relativos
es uno de los problemas más serios de la economía cubana.
En Cuba los precios están muy
distorsionados porque desde que se estatizó totalmente la economía nacional, el
Gobierno ha impuesto precios que no se ajustan a las condiciones de oferta y
demanda ni tienen como referencia los costos internacionales, entre otras cosas
porque durante más de 50 años ha persistido una tasa de cambio ficticia que ha
conducido, en la práctica, a la inconvertibilidad de la moneda. Por esta razón,
para que la unificación monetaria pueda ser efectiva, es necesario que
funcionen los mercados adecuadamente. Me refiero –al menos– a los mercados
domésticos de bienes (mayorista y minorista) y servicios, el mercado inmobiliario
y el mercado de trabajo. Con posterioridad, sería necesario introducir también
un mercado de capitales que funcione adecuadamente. El funcionamiento adecuado
y relativamente libre (con las necesarias regulaciones del Estado para
restringir prácticas monopolistas, pero sin las restricciones propias de la
política económica tradicional cubana) permitiría el establecimiento de un
sistema de precios relativamente libre que permitiría crear las condiciones
para el establecimiento de una tasa de cambio económicamente
fundamentada.
Claes Brundenius: En mi opinión, serían dos los principales
problemas: 1. Lograr un pronóstico sobre las consecuencias para la población,
especialmente aquellos sectores con ingresos más bajos, que han sido la columna
vertebral del apoyo a la Revolución. 2. Conseguir un pronóstico de los
fundamentos de la economía en general: las empresas estatales, los sectores no
estatales emergentes, la inversión extranjera y el comercio exterior.
Carmelo Mesa-Lago: Las resoluciones promulgadas en marzo de
2015, aprobaron un cronograma para la unificación de ambas monedas en el sector
empresarial en el “día cero” y especificaron los pasos que habrá que tomar
antes: crear un índice de reforma de precios mayoristas para calcular un precio
minorista, revaluar lo contabilizado en CUP, los inventarios e inversiones. Se
ha estado entrenando a la burocracia para el cambio. Pero las resoluciones son
extremadamente complejas y difíciles de entender incluso para economistas, por
lo que dicho entrenamiento debe ser efectivo para que la unificación sea
eficiente.
Pedro Monreal: El principal problema que habría que resolver
en Cuba antes de acometer la unificación monetaria y cambiaria es lograr que
los actores de la economía nacional produzcan más valor de manera más
eficiente. Sin embargo, el país todavía no ha alcanzado traspasar un umbral
razonable de eficiencia.
En mi modesta opinión, lo que en
esencia está resultando difícil de ser manejado en los planes actuales de
unificación monetaria y cambiaria es que el proceso implica establecer una
moneda única –el CUP–que intrínsecamente es muy débil, pues no puede
encontrar respaldo en una economía nacional que es endeble. Pero asumo que eso
no es un secreto para nadie.
Quizás se pensó en 2011 que al llegarse
al 2016 la “actualización” habría logrado colocar la economía nacional en una
senda ascendente de eficiencia económica, pero no existen evidencias de que
ello haya sucedido en el grado en que se necesita. Se ha arribado entonces a un
punto en el que se intenta hacer una unificación monetaria y cambiaria en
condiciones menos propicias de las que serían recomendables. Parecerían
existir, por tanto, dos alternativas: emprender la unificación monetaria y
cambiaria sin esperar a la creación de condiciones más favorables, o tratar de
hacer un esfuerzo adicional para encaminar primero la economía cubana en una
senda de mayor eficiencia.
Intentar hacer una unificación
monetaria y cambiaria en las condiciones actuales pudiera ser un caso de “mucho
ruido y pocas nueces”. Para que tal medida pueda tener un efecto beneficioso
sobre el sistema económico a mediano y largo plazo, debe funcionar primero un
sistema económico con un nivel de eficiencia y de articulación entre diferentes
actores que permita procesar adecuadamente las señales que provendrían de una
tasa de cambio unificada. Se ha dicho que la unificación monetaria y cambiaria
abriría las puertas a transformaciones mayores en el futuro y con eso
concuerdo, pero lo que no debería perderse de vista es que primero hay que
abrirle las puertas a la propia unificación monetaria y cambiaria, y todavía
eso no parece estar resuelto.
3. En las circunstancias actuales del
país, ¿Qué secuencia de acciones específicas usted recomendaría para enrumbar
tal proceso?
Pavel Vidal Alejandro: Creo que hay dos acciones cruciales. La
primera consiste en un diseño inteligente y efectivo para la política fiscal,
para que desde el presupuesto del Estado se apoye con recursos la adaptación
del sector empresarial al nuevo entorno monetario. La política fiscal es clave
para amortiguar los impactos iniciales de la reforma monetaria. Ello conducirá
a un incremento del gasto fiscal. Por tanto, para que no se produzca un
incremento del déficit fiscal, el Ministerio de Finanzas y Precios debe ser
capaz de capturar, a través de impuestos, los excedentes financieros contables
que tengan las empresas, producto de la devaluación inicial de la tasa de
cambio. La emisión de bonos públicos para financiar el déficit también podría
auxiliar a un incremento no inflacionario del gasto fiscal.
Lo otro es otorgarle los grados de
libertad necesarios al sector empresarial para que pueda responder con nuevas
inversiones, exportaciones, y con mayores alianzas entre inversionistas
extranjeros, las empresas estatales y el sector privado y cooperativo nacional;
para que en definitiva se alcance lo antes posible una mayor producción de
bienes y servicios. Las empresas deben hacer valer los beneficios que producen
para la economía, para la devaluación de la tasa de cambio y para el tránsito a
una situación monetaria normal de una sola moneda. En el actual sistema de
gestión empresarial, donde prima la centralización, las segmentaciones y el
verticalismo, ello no sería posible. La reforma monetaria se debe acompañar de
una reforma del sistema empresarial y de una trasformación de la manera en que
se controla hoy la economía y se asignan los recursos a través del Plan
Económico Anual. El sistema centralizado de gestión ha demostrado ser un
impedimento para el crecimiento económico, y lo seguirá siendo con una única
moneda, a no ser que se transforme radicalmente.
Mauricio de Miranda Parrondo: La secuencia que considero debe adoptarse en
el proceso de unificación monetaria debería ser:
1) Liberalización de los mercados,
incluyendo la eliminación de todo tipo de restricciones al establecimiento de
empresas privadas, nacionales y extranjeras, dejando funcionar adecuadamente
los mercados domésticos de bienes (mayorista y minorista) y servicios,
inmobiliario y trabajo. Para una etapa posterior, sería imprescindible la
creación de un mercado de capitales. Esta situación permitiría un reajuste de
los precios relativos y crearía las condiciones para el establecimiento de una
tasa de cambio económicamente fundamentada.
2) Acceder a los organismos
multilaterales de crédito (Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial
(BM) y Banco Interamericano de Desarrollo (BID), al menos) para disponer de
recursos que eviten el colapso de las finanzas externas del país, las cuales deben
ser exiguas (lamentablemente no contamos con información adecuada y actualizada
de la Balanza de Pagos por parte del Banco Central, que guarda celosamente la
información, lo que hace suponer que las cosas no están muy bien en términos de
situación financiera externa). Estos recursos externos podrían constituir el
respaldo necesario para una moneda cubana convertible que carece del necesario
respaldo en términos de una producción de bienes y de servicios y de unas
reservas internacionales suficientemente holgadas, de forma que se evite a toda
costa una violenta devaluación de la moneda cubana, que afectaría
principalmente el nivel de vida de la población.
3) Creación de un nuevo peso cubano,
que podría establecerse en torno al CUC actual. Una nueva moneda sería una
medida más sana que adoptar una de las monedas actuales. Aunque podría parecer
aparentemente engorroso, sin embargo, la realidad es que para establecer una
tasa de cambio adecuada entre la moneda cubana, cualquiera que esta sea, y las
principales divisas internacionales, es necesario contar con adecuadas reservas
internacionales y con un sistema de precios domésticos que guarde relación con
los precios internacionales. Esto significa la existencia de mercados
funcionando de forma eficiente (aunque pueden estar presentes y, de hecho,
pueden ser necesarias, ciertas regulaciones). Una cuestión que debe definirse
es qué tipo de sistema monetario de partida debe adoptarse: ¿tipo de cambio
fijo?, ¿tipo de cambio flexible?
En las condiciones actuales, un tipo de cambio fijo tendría sentido si se ata a
una moneda de referencia (el dólar, por ejemplo, asumiendo que se elimine el
embargo) que tenga un cambio flexible frente al resto de monedas (sistema de
caja de convertibilidad), pero el problema que tiene una medida de este tipo es
que el mantenimiento de la paridad significa que los objetivos de política
doméstica tendrían que supeditarse al mantenimiento de la paridad, y esa
situación dio al traste con el sistema argentino de convertibilidad de los años
90 del siglo pasado. El tipo de cambio flexible tendría dos alternativas. Una,
establecer el tipo de cambio atado a una canasta de monedas que pueda incluir
las más importantes en el mundo (dólar, euro, yen, libra esterlina, yuan o solo
algunas de ellas) de forma que el ascenso de unas se compense parcialmente con
el descenso de las otras y, siendo flexible, la moneda cubana tenga un curso
relativamente estable. La otra, sería dejar flotar libremente el tipo de cambio
frente a las divisas principales, lo cual tiene el peligro de que la escasa
confianza del público frente a la moneda cubana lleve a una violenta
devaluación que, si bien haría competitiva la producción nacional, llevaría a
un empobrecimiento generalizado de la población cubana, lo cual debe evitarse
totalmente. Considero que debe revisarse la experiencia de la sustitución del
marco de la antigua República Democrática Alemana por el marco alemán en
1990-91, proceso en el cual las consideraciones políticas pesaron más que las
consideraciones de mercado. Sin embargo, este proceso fue soportado por el
Bundesbank. Cuba no tiene algo parecido a un Bundesbank, a menos que se
produzca el apoyo total del FMI y la Reserva Federal de Estados Unidos.
Claes Brundenius: Supongo que el Gobierno ya esté “enrumbando
el proceso” y no demoremos mucho en advertir algunos resultados. No alcanzo a
comprender la posibilidad de un proceso “gradual”. Por otro lado, no sería
factible anunciar que “el Gobierno va a devaluar el CUP en tal o más cual
fecha”. Esto provocaría fugas de capitales, gente sacando ahorros de los
bancos, etc. Este ejemplo, entre otros, me reafirma que debería ser un “big
bang”. Sin embargo, esto hace mucho más imperioso que el Gobierno tenga un plan
“basado en pronósticos realistas”.
Carmelo Mesa-Lago: El proceso tendrá que ser gradual, no de una
vez (“big bang”), o sea, 1CUC=1CUP. Las autoridades cubanas han rechazado la
“terapia de choque”. Augusto de la Torre, economista jefe para América Latina
del Banco Mundial, ha dicho que debido a que Cuba tiene las tasas de cambio más
diversas en el mundo, sería suicida una unificación tipo “big bang”, o sea, que
hay que hacerla por etapas, comenzando por el sector estatal-empresarial (en el
que existe una tasa 1CUC=1CUP=1USD), después a la población. Es probable que
haya dos o tres etapas en las tasas de cambio, por ejemplo: 1) 1CUC=17 CUP, 2)
1CUC=10 CUP; y 3) 1CUC=1CUP.
Pedro Monreal: Tratando de ser políticamente realista,
pienso que lo que tiene mayores probabilidades de ser aplicado es lo que llamo
el “Plan A” del Gobierno cubano, algo que no ha sido oficialmente informado en
detalle, pero respecto al cual se dispone de pistas suficientes. Es decir, un
esquema de unificación monetaria y cambiaria que incluiría, al menos, los
siguientes componentes: a) la adopción del CUP como moneda única y la
consecuente eliminación del CUC de la circulación; b) el establecimiento de una
tasa unificada del CUP respecto a las divisas en una cuantía no precisada, pero
que muy probablemente significaría una devaluación de la actual tasa de cambio
1:1 del CUP frente al USD; c) el mantenimiento de los actuales precios
estatales minoristas en tiendas tipo TRD que hoy reflejan un “anclaje” de
precios respecto al CUC; y d) la conversión automática de las cuentas bancarias
en CUC en cuentas en CUP.
No obstante, modestamente, recomendaría
considerar la posibilidad de un “Plan B” que esencialmente consistiría en dos
fases de medidas diferenciadas y separadas en el tiempo. La primera fase, que
debería durar aproximadamente 24 meses, se enfocaría en crear las condiciones
mínimas que harían posible un incremento gradual, pero relativamente rápido, en
la producción nacional de alimentos en Cuba, para poder respaldar una parte
significativa de la demanda efectiva de la población en CUP. La segunda fase se
concentraría en acometer la unificación monetaria y cambiaria en sí misma,
mediante la adopción de una única moneda en la circulación nacional (el CUP),
el establecimiento de una tasa de cambio única del CUP frente a las divisas extranjeras,
y el establecimiento de un instrumento de inversión que facilite el ahorro de
parte de la masa monetaria actualmente circulando en CUC.
Considero que el “Plan A” esencialmente
consiste en una combinación de manejo de la demanda y de apuesta al incremento
de las fuentes externas de ingresos (particularmente de las remesas) cuando lo
que en realidad debería priorizarse es la expansión de la oferta interna,
especialmente de alimentos, para promover una reducción relativa de precios que
pudiera ayudar a darle más valor real a los salarios nacionales.
Naturalmente, lograr establecer una
tasa de cambio adecuada para el desarrollo del país no dependerá solamente de
la circulación minorista de alimentos, pues el funcionamiento empresarial en su
conjunto y la actividad de otros sectores son también decisivos. Sin embargo,
el ciudadano promedio en Cuba gasta una parte importante –seguramente
desproporcionada en relación con otros países– de sus ingresos en la
compra de alimentos, y sin una producción nacional eficiente y amplia de
alimentos no existirá un peso cubano estable y con valor. Aspirar a tener en
Cuba una moneda nacional confiable en ausencia de seguridad alimentaria es una
ilusión que debería ser descartada.
Durante la primera fase debería
producirse un cambio respecto a la política agroalimentaria actual,
principalmente en lo que respecta a apoyar desde el Estado, de manera mucho más
activa, la ampliación de la actividad no estatal –especialmente la
privada– y afirmar la función del mercado en la determinación de los
precios de la producción nacional de alimentos, algo que no es incompatible con
el ejercicio de una regulación estatal sensata. Obviamente se trata de un
entramado complejo que tomará tiempo en madurar y que seguramente requerirá más
de una adaptación sobre la marcha, pero que debe comenzar por el reconocimiento
de que tendría que ser eliminado o minimizado todo lo que limite o impida el
incremento de la oferta nacional de alimentos, y en consecuencia, habría que
adoptar pasos concretos mucho más audaces que los implementados entre 2011 y
2015. Existe evidencia suficiente acerca de lo que funcionó y de lo que no
funcionó en la política agroalimentaria del país durante ese período.
La segunda fase del “Plan B”
consistiría en un esquema de unificación monetaria y cambiaria, que se
propondría contribuir a mejorar el poder de compra de los poseedores de CUP que
se origina en ingresos en esa misma moneda, a la vez que se mantendría igual el
poder de compra de los poseedores de CUP basados en ingresos en divisas. Es
decir, que no sería una unificación monetaria y cambiaria “aséptica” para los
consumidores que obtienen sus ingresos fundamentales en CUP. Obviamente, los
factores claves que determinan el poder de compra son el empleo y los ingresos
por el trabajo, que no son fenómenos monetarios ni cambiarios, pero de lo que
se trata es de tener la posibilidad de que la unificación monetaria y cambiaria
pudiese contribuir activamente al proceso y que no se limite a ser un evento
neutral (aséptico) en términos del poder de compra de la población.
Los componentes que harían posible
pensar en lograr esos resultados serían los siguientes: la adopción de una tasa
de cambio temporal CUC/CUP para la “liquidación” del CUC (a determinar por los
expertos) y que serviría de referencia para el establecimiento posterior de la
nueva tasa de cambio unificada del CUP respecto al USD; la retirada de todos
los CUC de la circulación en un plazo relativamente breve (a determinar por los
expertos) directamente en las casas de cambio o mediante la conversión de
cuentas bancarias; la reducción de los precios minoristas estatales
(denominados en CUP) de las llamadas tiendas recaudadoras de divisas para un
listado de alimentos y de productos básicos en una proporción similar a la
posible reducción que pudiera experimentar la tasa de cambio del CUC; y
el establecimiento de una serie de Certificados de Depósitos (CDs) con plazos
de vencimiento diferenciados (desde 3 meses hasta 3 años) que podrían ser
comprados en CUC, utilizando los saldos depositados en cuentas bancarias en esa
moneda y que a su vencimiento serían convertidos en CUP con una bonificación
que permitiría a los ahorristas en CDs disponer de montos superiores de CUP de
manera diferida.
Una posible medida adicional pudiera
consistir en canalizar el ahorro captado por la vía de los certificados de
depósitos en forma de préstamos bancarios, exclusivamente orientados a apoyar
la producción no estatal de alimentos, para reforzar el proceso iniciado
durante la primera fase.
El supuesto central para que esta segunda fase pueda funcionar es la existencia
de una capacidad de respuesta de parte de la oferta de la producción nacional
de alimentos, que evitaría que se convirtiese en inflación el mayor poder de
compra nominal de los consumidores con ingresos originales en CUP así como de
los posibles incrementos de la masa monetaria en CUP, que pudiera originarse en
fuentes externas.
Obviamente, la secuencia descrita con
anterioridad se refiere solamente a la implementación del proceso de
unificación monetaria y cambiaria y no aborda la importante cuestión acerca del
tipo de régimen cambiario que se establecería en Cuba, una vez que se hubiera
hecho la unificación monetaria y cambiaria. Esto último sería otro tipo de
problema.
4. ¿Cómo debería medirse el éxito de la
unificación monetaria? ¿Puede sugerirnos al menos un indicador concreto?
Pavel Vidal Alejandro: Lo más importante es apreciar que la reforma
monetaria tiene efectos reales y no solo nominales en el sector empresarial:
debe producir el cierre de empresas estatales irrentables, al mismo tiempo que
produce un incremento de salarios reales en las empresas que contribuyen al
aumento de las exportaciones y la producción de bienes y servicios, ya sean
estatales, privadas o con inversión extranjera. Los efectos reales serán
sostenibles en la medida que se logre evitar un incremento desmedido del
déficit fiscal y la inflación. Junto a la continuidad y profundidad de la
reforma en otros ámbitos de la economía, la unificación monetaria debería
llevar a un aumento de la tasa de inversión y del crecimiento del PIB.
Mauricio de Miranda Parrondo: El éxito de la unificación monetaria puede
medirse a partir de los principales indicadores de la economía, tales como el
crecimiento económico, el nivel de inflación, el empleo, la balanza de pagos, y
dentro de ella, el comportamiento del comercio exterior, las tendencias de la
IED, el nivel de las reservas internacionales y, en resumen, en el nivel de
vida de la población, de manera que los ingresos que perciban por su trabajo
los ciudadanos cubanos les permita desarrollar una vida digna que se exprese no
solo en la satisfacción de las necesidades económicas y sociales básicas, sino
que les permita el mejoramiento sostenido de ese nivel de vida, a partir del
trabajo. Un sistema monetario eficaz y sano se expresa en un comportamiento
adecuado de los principales indicadores macroeconómicos. En las condiciones
actuales, en las que no funciona el patrón oro, la solidez de los sistemas monetarios
se asocia a la solidez de la economía misma, porque el principal respaldo de
las monedas es el de la producción de bienes y de servicios, así como de las
reservas internacionales.
Claes Brundenius: Siempre resulta importante tener un
monitoring de las consecuencias de medidas importantes como esta. Probablemente
no sea posible un “éxito inmediato”, sino más a largo plazo (tal vez en un año
o más). Del mismo modo, preciso que los indicadores deberán ser diferentes:
para los hogares, para el comercio exterior, etcétera. En cuanto a la economía
familiar, sería viable utilizar las encuestas. Ellas podrían ofrecer claridad
sobre muchos aspectos, por ejemplo: situación y tipo de empleo, niveles de
ingresos (por tipo de ingresos), e indicadores comparados entre antes y después
de la unificación monetaria. En tanto, será esencial que los indicadores sean
visibles y transparentes para todos.
Carmelo Mesa-Lago: Sugiero: la tasa de inflación (si no cambia o
lo hace muy ligeramente serían señales negativas), el quiebre de empresas
estatales ineficientes e insostenibles a la par del auge de empresas eficientes
que aprovechen las oportunidades que ofrece la unificación, el incremento de
los salarios en las empresas, y el ascenso de la inversión extranjera.
Pedro Monreal: La evaluación del avance (o del retroceso) de
la unificación monetaria y cambiaria debería incluir los tres componentes
estándares que se utilizan para la medición de políticas públicas. En primer
lugar, la adopción de los “objetivos” que señalan las prioridades principales
de política respecto a las que existe un consenso; en segundo lugar la
identificación de “metas” que permiten visualizar de manera cuantitativa y
enmarcada en el tiempo los resultados a los que se aspira; y, finalmente, la selección
de los “indicadores” que proporcionan la métrica de la evaluación.
Para la primera fase de lo que he
denominado como “Plan B”, el objetivo sería “respaldar materialmente el CUP”,
en tanto la meta sería “incrementar el poder de compra “básico” del CUP al
menos en un 10 por ciento en el primer año y al menos en un 30 por
ciento en el segundo año (en relación con el año base)”.
El indicador para esa primera fase
sería un índice de precios que reflejase las variaciones en los precios
expresados en CUP de una canasta representativa de los alimentos básicos que se
comercializan para consumo del ciudadano cubano promedio, tanto en el sector
estatal (incluidas las TRD), como en el sector no estatal.
Para la segunda fase de lo que he
denominado como “Plan B”, el objetivo consistiría en “establecer un tipo de
cambio real del CUP estable y alineado” (en relación con los equilibrios
fundamentales de la economía) y la meta sería “mantener un coeficiente de
‘prima’ cambiaria del CUP inferior al 0,1”, siendo la “prima” cambiaria la
diferencia que existe entre el tipo de cambio oficial y el tipo de cambio del
mercado negro, el cual sería realista asumir que existirá en Cuba, al menos
durante un tiempo.
El indicador para esa primera fase
sería el coeficiente de ‘prima’ cambiaria del CUP, que se calcula
dividiendo el tipo de cambio del mercado negro entre el tipo de cambio oficial
y luego restándole 1 a ese cociente. La cuantía del coeficiente ofrecería
información acerca de la medida en que el país mantiene una política cambiaria
realista. No se trata de un indicador perfecto, pues el tipo de cambio del
mercado negro puede ser muy sensible a factores temporales que pudieran no
tener una relación directa con las variables macroeconómicas y también incorpora
el riesgo de una transacción que normalmente no es legal. Sin embargo, el
indicador ha demostrado su utilidad en disímiles circunstancias, pues la
existencia prolongada de una “prima” cambiaria es bastante confiable para
indicar la falta de alineación macroeconómica de la tasa de cambio.
Internacionalmente, se asume que una “prima” cambiaria es “pequeña” cuando es
inferior al 10 por ciento, es “moderada” cuando se ubica entre el 10 y el 30
por ciento, es “grande” cuando va del 30 al 50 por ciento, y es “extrema”
cuando sobrepasa el 50 por ciento.
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