España, 1950. La mitad de la población activa trabaja en el sector agrícola.Arar, escardar, sembrar, segar, trillar, beldar... son trabajos manuales que millones de familias (niños incluidos) deben llevar a cabo para subsistir. Cuando los hijos de esa generación comienzan a incorporarse al mundo laboral en la década de 1970, millones de esos trabajos habían desaparecido, sustituidos por tractores y cosechadoras. El número de empleos agrícolas se había reducido a la mitad en apenas 25 años… sin embargo, el número de empleos totales había aumentado considerablemente.
A nadie se le ocurriría hoy tildar a la mecanización de la agricultura como algo negativo porque "destruyó empleos". Fue un avance muy positivo que redujo espectacularmente el coste de producir alimentos y liberó a millones de trabajadores, que pudieron dedicarse a otras actividades más productivas(entre ellas, a una rápida industrialización que en España llevaba décadas de retraso). Esto produjo un círculo virtuoso: el enriquecimiento de una población que cada vez necesitaba menos dinero para su subsistencia alimentaria requería nuevos servicios y por tanto nuevos empleos, y con ellos más enriquecimiento de la sociedad.
Hoy en día nos encontramos en un momento histórico similar, con la progresiva automatización de muchos trabajos industriales y operativos: desde la fabricación de coches a la conducción de los mismos, pasando por la traducción de documentos o la concesión de créditos. Suenan voces de alarma: "¡se perderán millones de puestos de trabajo!"… sin embargo la evidencia empírica indica que la tecnología siempre acaba creando nuevos empleos y enriqueciendo a la sociedad.
Dos siglos de evidencia empírica: mecanizar trabajos crea más trabajo
Hace ya más de dos siglos que surgió el movimiento ludita entre los obreros textiles ingleses. En la crisis económica derivada de las guerras napoleónicas, los luditas sentían que su ya precario trabajo estaba amenazado por la mecanización de las fábricas textiles y se dedicaron a destruir telares automáticos. Pero fue precisamente la automatización del sector textil la que vistió a las clases populares que hasta entonces no podían permitirse otra cosa que ropa hecha a mano, liberando de paso a millones de mujeres de la tarea de hacer ropa para toda la familia.
La automatización del sector textil acabó generando muchos más empleos de los que destruyó. Muchos trabajadores manuales perdieron su trabajo, sí. Pero las nuevas máquinas tenían que ser diseñadas, construidas y operadas por alguien. E igual sucedía con las grandes fábricas que albergaban dichas máquinas. Las empresas detrás de esas fábricas necesitaban además contables, comerciales, secretarios..., mientras que la banca necesitaba nuevos especialistas para financiar el desarrollo industrial de esas compañías. La 'democratización de la tela' aumentó drásticamente el número de sastres y tiendas de ropa. Y el abaratamiendo de la ropa supuso que hubiese más dinero para gastar en otras cosas, generando empleo en otros sectores. De la pérdida de un puñado de trabajos manuales se habían creado otros muchos de más valor añadido.
Fuente: Deloitte / elaboración propia
Un estudio de Deloitte analiza los datos del censo británico entre 1871 y 2014 para llegar a la conclusión de que la mecanización no ha sido una máquina de destruir empleo sino de crearlo. Muchas ocupaciones físicas importantísimas en 1871 (labrador, minero, lavandera...) prácticamente han desaparecido del censo; pero se compensan con creces con el brutal aumento del número de trabajadores dedicados a profesiones intelectuales (informática, finanzas…), asistenciales (medicina, educación…) y de ocio (hostelería, estética…). En ese camino, se vivió el auge y descenso de empleos industriales, así como de aquellos relacionados con tecnologías hoy obsoletas (por ejemplo, telegrafistas). El número total de empleos en el Reino Unido hoy más que duplica el de hace un siglo, y además en la práctica totalidad de casos se trata de trabajos menos arduos y mejor pagados.
La 'destrucción creativa' es necesaria para el progreso económico de la sociedad
La desaparición de determinados sectores económicos a causa del progreso tecnológico no solo no es negativa para el conjunto de la sociedad, sino que es un proceso necesario para que los recursos se destinen a actividades más eficientes y la economía progrese. Este proceso se denomina destrucción creativa, término acuñado por el economista austriaco Joseph Schumpeter:
La apertura de nuevos mercados y el desarrollo organizativo desde el taller y la factoría hasta conglomerados como 'US Steel' ilustran el proceso de mutación industrial que revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, incesantemente destruyendo la vieja, incesantemente creando una nueva. Este proceso de Destrucción Creativa es el hecho esencial del capitalismo.
Más recientemente, los economistas del MIT y Harvard Daron Acemoglu y James Robinson, en su (muy recomendable) libro "¿Por qué fracasan las naciones?" analizan el papel de la destrucción creativa como motor fundamental de los países que progresan frente a los que fracasan: la destrucción creativa sólo puede frenarse mediante instituciones excluyentes (licencias, prohibiciones, sectores protegidos y subvencionados) que a la larga solo sirven para perpetuar los privilegios de una minoría a costa del progreso económico de la mayoría.
Nuevas compañías le quitan el negocio a las ya establecidas. Nuevas tecnologías dejan obsoletas las habilidades y herramientas existentes. El proceso de crecimiento económico y las instituciones inclusivas en que está basado generan ganadores y perdedores tanto en la arena política como en los mercados. El miedo a la destrucción creativa es frecuentemente la causa fundamental de la oposición a las instituciones inclusivas en política y economía.
Es el miedo a la destrucción creativa el que está detrás de propuestas como establecer impuestos a los robots, impedir las importaciones de países más eficientes, prohibir la economía colaborativa en determinados sectores... sin embargo, los países que tomen este tipo de medidas solo van a conseguir impedir la creación de nuevos empleos en nuevos sectores, a costa de proteger viejos empleos en sectores que, en un mundo globalizado, están condenados a desaparecer más tarde o más temprano.
La 'robotización' ya está aquí, de todos modos, y de momento va bastante bien
La informatización de los hogares y las empresas, y posteriormente su interconexión a través de las redes de comunicaciones, no deja de ser un proceso de robotización masiva de muchas tareas e interacciones humanas. Un procesador de textos y una impresora, por ejemplo, ponen al alcance de cualquier alumno de primaria unos recursos que hace pocas décadas sólo tenía un taller de impresión con varios empleados.
Y sin embargo, el número de empleos no se reduce. Desaparecen algunos empleos, pero surgen otros nuevos. Hace tan solo 10 años no existía el oficio de experto en usabilidad, o de científico de datos, o de especialista en infraestructura virtual. Tampoco había desarrolladores de aplicaciones móviles (la primera AppStore abrió en 2008). Hoy en día son perfiles que aparecen en las páginas de empleo de prácticamente todas las empresas del mundo.
Igualmente, la robotización del mundo industrial lleva décadas en marcha. Sin llegar al extremo de robotización casi total de Tesla, el número de empleados que se necesitan en la cadena de montaje de una fábrica de coches 'tradicional' no ha dejado de descender año tras año. Y eso no implica que dejen de generarse empleos en el sector del automóvil: el auge de los coches sin conductor, por ejemplo, requiere nuevos perfiles profesionales que en muchos casos ni siquiera existen aún.
Quizá las oficinas de programadores informáticos sean las cadenas de montaje del futuro. Quizá los cambios sean aún más radicales y el trabajo tal como lo conocemos llegue a desaparecer. Pero hay que hacer hincapié en ese "tal como lo conocemos". La historia de la humanidad desde la revolución industrial está marcada por una constante desaparición de los trabajos tal como los conocíamos… y la aparición de otros muchos más que no conocíamos.
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