Por Lic. Oscar U-Echevarría Vallejo
Lic. Liu Mok León
Lic. Liu Mok León
I. EL AMBITO MACROECONOMICO PREVIO AL
TRIUNFO REVOLUCIONARIO
La estructura económica de
Cuba cuando arriba a la década del cincuenta del pasado siglo trae, tal y como
ya fuera abordado en el prefacio, una herencia de medio siglo de injerencia norteamericana
en los destinos de la nación. La economía cubana estaba caracterizada por ser
extremadamente dependiente del exterior, centrando prácticamente su actividad
en la exportación de un sólo producto y dependiendo de la importación de muchos
bienes de consumo esenciales y de casi la totalidad de los bienes de capital19, prácticamente de un solo mercado, los Estados
Unidos.
La gravedad de esta
situación, se debía al hecho de la alta especialización internacional del país
en un sólo bien y en un sólo mercado. Además, dicho bien exportado era de bajo
valor agregado, con una elasticidad-ingreso de la demanda baja y con precios y
ventas muy inestables en el mercado mundial.
Como resultado de la amarga
experiencia de la crisis económica e institucional de los años veinte, se
realizarían tímidos intentos por iniciar una diversificación industrial, como
diría Rodríguez, C.R. (1983a), más allá de la rígida estructura azucarera que
estrangulaba estructuralmente al país. Todo parecía indicar que el país
comenzaría una fase de desarrollo basada, como en otros países del área, en la
sustitución de importaciones20. Sin
embargo, las variables políticas y externas del momento ahogaron tales
intentos; el nuevo tratado de reciprocidad de 1934 daría al traste con tales
pretensiones.
De tal modo, la industria
nacional era casi inexistente en los momentos previos al triunfo
revolucionario, aún en aquellos sectores de relativamente poco esfuerzo
inversionista y tecnológico y en otros donde se presentaban posibilidades
reales de progreso con la intervención transitoria del Estado.
Así, en la década de los
cincuenta, en que se estancó la producción azucarera, se acometieron
inversiones en las restantes industrias, que representaron la tercera parte de
las inversiones totales21. Sin
embargo, este proceso inversionista no estuvo aparejado con un crecimiento
significativo de la producción industrial. En esos años, la producción
industrial no azucarera creció sólo entre un 2,5% y un 2,9% anual (Figueras,
1990); en 1958 la industria aportaba el 23% del PIB, ocupaba el 13% de la
fuerza de trabajo total y se agrupaba cerca de la capital del país; toda la
base energética nacional se concentraba en 4 empresas extranjeras (Figueras,
1994).
Adicionalmente, según
planteara Zuaznábar (1986), dicho crecimiento se realizó a expensas de endeudar
más la economía y hacerla aún más dependiente del exterior, por lo que podría
catalogarse que se verificaría un falso desarrollo industrial entre 1954 y
1958. En tal sentido, el 36% de las importaciones del país fueron de bienes
intermedios para la industria, actuando negativamente sobre la balanza de pagos
y evidenciando, precisamente, la insuficiencia de los encadenamientos
productivos pertinentes para un coherente desarrollo industrial.
Esa deforme estructura
económica, con el predominio de las actividades vinculadas a la industria
azucarera y el escaso desarrollo de una industria nacional, respondía a los
intereses de las empresas norteamericanas, las que apoyadas por sus gobiernos,
tendieron complejos lazos sobre la economía y la política de la nación, que
constituían poderosos frenos al progreso económico y social. Tradicionalmente,
primeramente la Enmienda Platt y con posterioridad los Tratados de Reciprocidad
Comercial eran los instrumentos que aseguraban la inversión extranjera en la
explotación de los recursos naturales y humanos baratos para la actividad
exportadora, la venta de los productos industriales norteamericanos en el
mercado interno y la perpetuación de la dependencia externa mediante la exportación de azúcar hacia los Estados Unidos (Rodríguez, C.R., 1983a), lo cual se venía verificando desde finales del siglo XIX (ver Tabla 1).
19 En la década de los cincuenta, en la estructura
de las exportaciones, solamente el azúcar y sus derivados constituían cerca del
82% (Figueras, 1990); en cuanto a las importaciones, estas abarcaban
prácticamente todos los insumos de la actividad industrial no azucarera. Al
considerar el peso de las exportaciones más las importaciones dentro del PIB,
esta composición resulta aproximadamente de un 60% en el período 1950-1958
(BNC, 1960), lo cual refleja la amplia apertura de la economía cubana al
exterior.
20 La industrialización vía sustitución de
importaciones (ISI), comienza un proceso ascendente desde la década del treinta
del pasado siglo, expandiéndose y generalizándose en prácticamente toda la
región. Aunque dicha política, según Sunkel y Zuleta (1990), mostrara
posteriormente signos de agotamiento, y según Hirchman (1996), se convirtiera
en un fracaso más del área, dada las distorsiones estructurales generadas por
su preservación más allá de lo que aconsejaba la prudencia, no es menos cierto
que permitió el establecimiento de una base industrial de cierta importancia en
los países correspondientes, en los que contribuyó a una diversificación
productiva y estructural.
21 De tal forma se beneficiaron actividades tales
como la generación de electricidad, refinación de petróleo, producciones
químicas, entre otras.
Tabla 1. Participación
del azúcar de Cuba en el consumo de los Estados Unidos
|
Consumo azúcar
|
Azúcar de Cuba
|
% azúcar
|
|
|
EE.UU.
|
cubana
|
|
|
|
|
|
||
1895
|
2.183.714
|
922.881
|
42
|
|
1905
|
2.948.082
|
1.205.052
|
40
|
|
1910
|
3.752.398
|
1.828.660
|
49
|
|
1915
|
4.257.715
|
2.406.400
|
56
|
|
1920
|
4.574.833
|
2.614.359
|
57
|
|
1925
|
6.516.000
|
3.472.000
|
53
|
|
1929
|
6.877.000
|
3.599.000
|
52
|
|
Fuente: Tomado de Torras, J. (1984).
Esta situación entrañaba
una subutilización de recursos en la economía, beneficiosa para el capital
extranjero por varias razones; ante un aumento de la demanda de azúcar en el
mercado mundial se necesitaba tener tierras ociosas y mano de obra disponible.
Además, el alto desempleo de mano de obra con carácter permanente posibilitaba
la existencia de bajos salarios y, por tanto, elevados beneficios.
El elevado desempleo y
subempleo de mano de obra y de muchos de los recursos naturales del país, sobre
todo a partir de la década de los años veinte, provocó reacciones en las esferas
políticas, algunas importantes como la Revolución de los años treinta, que
respondían a la toma de conciencia de los principales problemas del país y de
las causas que los provocaban; al final de la década de los cincuenta había un
30% de la fuerza de trabajo desempleada o subempleada. El triunfo de la
Revolución en 1959, sería la respuesta final a las condiciones de desarrollo
neocolonial y el primer paso para el desarrollo genuino de la nación.
Naturalmente, antes del año
1959 no pudo existir una estrategia de desarrollo definida por parte del Estado
a fin de encontrar una solución real a tales problemas. Mientras en América
Latina se seguía una estrategia de Industrialización mediante la Sustitución de
Importaciones y se aumentaba la participación del Estado en la esfera
económica, en Cuba, como fuera apuntado, se mantenía un estilo de desarrollo ya
agotado, que aprovechaba las ventajas comparativas naturales, siendo las
fuerzas espontáneas del mercado las líderes de dicho proceso; en dicho
contexto, el crecimiento económico no se utilizaba para potenciar las
condiciones futuras.
Sin bien el modelo de
desarrollo liberal tuvo un impacto positivo sobre el crecimiento económico
hasta los años veinte, la crisis mundial de esos años, como fuera señalado preliminarmente,
provocó una reacción en el ámbito de la política económica, que tendría como
principal ingrediente, sobre todo en los países menos adelantados, la
intervención del Estado en el desarrollo económico, generalmente mediante el
apoyo a la creación y posterior expansión de la industria nacional, como en
general ocurrió en el resto de América Latina.
Contrariamente, Cuba, por
las razones ya descritas, tuvo un pobre desenvolvimiento en materia de
desarrollo económico. El crecimiento económico quedaba determinado por
determinantes coyunturales externos, guerras, problemas de los competidores
azucareros, entre otros, que hacían oscilar la cantidad demandada y los precios
del azúcar, y no por un desarrollo auténtico de las fuerzas productivas
nacionales (Alienes, 1951).
Como ya fuera puntualizado,
sólo en la década de los cincuenta hubo algunos intentos por modificar
ligeramente la dependencia del país de la siempre incierta coyuntura azucarera.
Existían condiciones que favorecían un cambio en el estilo de desarrollo: hubo
un auge económico apoyado en la expansión azucarera debido a la Segunda Guerra
Mundial y el consiguiente incremento en la acumulación de divisas; también,
derivado de las condiciones de la guerra, se había fortalecido la burguesía industrial no azucarera; así como las
influencias en los economistas de la época de las ideas keynesianas y de la
naciente CEPAL sobre la dinámica económica.
Por último, se debe señalar el efecto del
estudio realizado por el entonces Banco Internacional de Reconstrucción y
Fomento (hoy Banco Mundial), estudio conocido más tarde como “Misión Truslow”
(1981), que señalaba algunas de las medidas más convenientes para la
reanimación económica. Entre esas medidas se encontraban la necesidad de crear
fuentes de empleo, la expansión del mercado nacional y el freno a los avances
alcanzados por las organizaciones obreras, todas encaminadas a hacer más
atractivas las condiciones a la inversión extranjera. Sin embargo, no proponía
medidas más radicales, como las relacionadas con la dependencia de Estados
Unidos o la necesidad de una Reforma Agraria (Rodríguez, J.L., 1990).
Las políticas económicas más trascendentes
llevadas a cabo durante esos años fueron: la creación de un sistema
monetario–crediticio nacional y de la banca central en 1950 que tenía la
función, en teoría, de apoyar el desarrollo de la industria nacional; la
aplicación de políticas anti cíclicas de corte keynesiano para disminuir la
volatilidad causada por la industria azucarera; la expansión más permanente del
gasto público, que favorecería el fortalecimiento del mercado interno, y con
ello el incremento de inversiones norteamericanas en sectores industriales no
asociados al azúcar; y un incremento de la represión al movimiento obrero, que
permitiría salarios más bajos y mayores facilidades de despido.
El resultado final de estas medidas sería un
incremento del Ingreso Nacional y del Ingreso Nacional per cápita, de un 4,4% y
2,0% de crecimiento promedio anual respectivamente en el período 1950–1958,
medido en precios corrientes (BNC, 1960), que reflejaba en parte el efecto de
las políticas inflacionarias. Según Brundenius (1984), el Ingreso Nacional real
per cápita, deflactado de acuerdo con el índice del costo de la vida, tuvo un
incremento promedio anual casi nulo, del orden del 0,2 %.
Sin embargo, las reservas acumuladas en períodos
anteriores de auge azucarero no fueron utilizadas en fomentar el desarrollo de
otros sectores, sino que se redujeron violentamente por las mayores
importaciones (crecieron en promedio 4.6 % anual), consecuencia directa de las
políticas expansivas de la demanda, conjuntamente con las barreras al
desarrollo de la industria nacional y el régimen de tipo de cambio fijo
imperante en aquella época.
La tasa de Ahorro Nacional
Bruto se mantuvo deprimida durante la década, alrededor del 12 %, lo que
respondía a la baja propensión al ahorro de la burguesía nacional y al consumo
de bienes suntuarios, en tanto que la tasa de acumulación bruta no se elevó más
allá del 15 % (BNC, 1960), demostrando el poco esfuerzo interno y las trabas
imperialistas por alcanzar mejores niveles de desarrollo.
Por último, el objetivo de fortalecer el mercado
interno no fue cumplimentado, ya que la subida de los precios erosionó los
salarios reales de los obreros y agricultores; en tanto, la tasa de desempleo
se mantuvo cercana al 25 %.
Finalmente, las políticas económicas llevadas a
cabo durante esos años no tuvieron efectos significativos sobre la estructura
económica ni, por tanto, sobre el estilo de desarrollo. El crecimiento
económico siguió dependiendo en gran medida de la coyuntura azucarera. La
evidencia de la frágil estructura de nuestra economía durante esos años se
puede apreciar en la Tabla 2.
De tal forma, el crecimiento del Ingreso
Nacional al Costo de los Factores (medido a precios corrientes), siguió
dependiendo del crecimiento de la producción azucarera o de los precios del
azúcar. El cambio posterior a 1959 del estilo de crecimiento de la economía
cubana, iba a resultar sumamente complejo, incluso llevando a cabo
transformaciones profundas. La reproducción de la economía cubana estaba basada
en el sector azucarero y, a finales de la década, el 80 % de las exportaciones
eran de azúcar.
En dicho contexto, la
posibilidad de modificar la dinámica del desarrollo dependía en gran medida de
la capacidad de la industria azucarera de transferir recursos hacia el resto de
la economía, por lo que se perpetuaba la presencia de este sector.
Tabla 2. Tasas
de crecimiento anual; 1950-1958
|
|
Crecimiento
|
Crecimiento
|
Crecimiento.
|
|
|
Ingreso nacional
|
Producción azúcar
|
precios azúcar
|
|
1950
|
12,54
|
6,30
|
20,04
|
|
1951
|
15,01
|
3,63
|
10,94
|
|
1952
|
3,13
|
25,44
|
-12,28
|
|
1953
|
-10,61
|
-28,59
|
-10,23
|
|
1954
|
0,78
|
-5,21
|
3,37
|
|
1955
|
2,65
|
7,42
|
6,11
|
|
1956
|
8,57
|
4,77
|
-3,95
|
|
1957
|
13,85
|
19,57
|
19,17
|
|
1958
|
-3,66
|
-15,71
|
6,36
|
Fuente: BNC (1960) y Rodríguez, J.L. (1990).
En fin, puede concluirse,
como señala Alvarez (1998), que entre 1952 y 1958 lo que se verifica es un
crecimiento sin desarrollo, en un proceso en que se profundizan las
deformaciones estructurales de la economía y, por lo demás, se polarizan aún
más las diferencias sociales.
Los
principales resultados del manejo macroeconómico en la década del 50, según
informe de 1959 del Ministerio de Hacienda, citado por Alvarez (1998), pueden
resumirse como sigue:
·
Repercusión negativa en la balanza de pagos de
la expansión inflacionaria, que ocasionó una pérdida en las reservas de divisas
de 513.3 millones de pesos en siete años, dejando una reserva neta de sólo 84,4
millones.
·
Concentración de la inversión casi totalmente en
obras públicas o servicios básicos, con elevado coeficiente de capital; sólo
una pequeña parte se dedicó a la agricultura o a la industria, perpetuándose
las deformaciones estructurales.
·
Crecimiento significativo de la deuda pública,
llegando hasta 788,1 millones de pesos.
·
Desarrollo en proporciones alarmantes del robo,
el contrabando y la especulación, por parte de funcionarios públicos y de la
oligarquía dominante. Particularmente en 1958, se produjo una cuantiosa fuga de
capital al exterior.
·
No creación de los nuevos empleos necesarios,
manteniéndose una elevada proporción de desempleados –entre el 25% y el 33% de
la fuerza laboral.
·
Elevación del costo de la vida, sobre todo entre
los trabajadores rurales; en la práctica, se contrajo el mercado interno.
Por último, el golpe de
Estado de Marzo de 1952 efectuado por Batista, constituyó el impulso final a la
decisión de generar cambios profundos en la estructura económica del país; las
relaciones con los Estados Unidos tenían que modificarse para llegar a alcanzar
algún grado de desarrollo propio, altamente dinámico y sostenible, y con
mejoras sociales para una gran masa olvidada de la población. Otros cambios de
orden interno se hacían necesarios: la Reforma Agraria era impostergable; un
Estado más pujante en la esfera económica, que fuera guía y parte de un proceso
de Industrialización más profundo (Torras, J. 1959), y una limpieza profunda de
la elevada corrupción en el sector público. Además, urgían otros cambios en la
esfera social; la tasa de analfabetismo era del 23 % en el país (con 41 % en
las zonas rurales) y la tasa de mortalidad era superior a 60 cada mil nacidos
vivos.
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