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jueves, 22 de noviembre de 2018

50 AÑOS DE DESEMPEÑO MACROECONOMICO 1960-2010 ( Parte II)

Por Lic. Oscar U-Echevarría Vallejo
      Lic. Liu Mok León

I.      EL AMBITO MACROECONOMICO PREVIO AL TRIUNFO REVOLUCIONARIO

La estructura económica de Cuba cuando arriba a la década del cincuenta del pasado siglo trae, tal y como ya fuera abordado en el prefacio, una herencia de medio siglo de injerencia norteamericana en los destinos de la nación. La economía cubana estaba caracterizada por ser extremadamente dependiente del exterior, centrando prácticamente su actividad en la exportación de un sólo producto y dependiendo de la importación de muchos bienes de consumo esenciales y de casi la totalidad de los bienes de capital19, prácticamente de un solo mercado, los Estados Unidos.

La gravedad de esta situación, se debía al hecho de la alta especialización internacional del país en un sólo bien y en un sólo mercado. Además, dicho bien exportado era de bajo valor agregado, con una elasticidad-ingreso de la demanda baja y con precios y ventas muy inestables en el mercado mundial.

Como resultado de la amarga experiencia de la crisis económica e institucional de los años veinte, se realizarían tímidos intentos por iniciar una diversificación industrial, como diría Rodríguez, C.R. (1983a), más allá de la rígida estructura azucarera que estrangulaba estructuralmente al país. Todo parecía indicar que el país comenzaría una fase de desarrollo basada, como en otros países del área, en la sustitución de importaciones20. Sin embargo, las variables políticas y externas del momento ahogaron tales intentos; el nuevo tratado de reciprocidad de 1934 daría al traste con tales pretensiones.

De tal modo, la industria nacional era casi inexistente en los momentos previos al triunfo revolucionario, aún en aquellos sectores de relativamente poco esfuerzo inversionista y tecnológico y en otros donde se presentaban posibilidades reales de progreso con la intervención transitoria del Estado.

Así, en la década de los cincuenta, en que se estancó la producción azucarera, se acometieron inversiones en las restantes industrias, que representaron la tercera parte de las inversiones totales21. Sin embargo, este proceso inversionista no estuvo aparejado con un crecimiento significativo de la producción industrial. En esos años, la producción industrial no azucarera creció sólo entre un 2,5% y un 2,9% anual (Figueras, 1990); en 1958 la industria aportaba el 23% del PIB, ocupaba el 13% de la fuerza de trabajo total y se agrupaba cerca de la capital del país; toda la base energética nacional se concentraba en 4 empresas extranjeras (Figueras, 1994).

Adicionalmente, según planteara Zuaznábar (1986), dicho crecimiento se realizó a expensas de endeudar más la economía y hacerla aún más dependiente del exterior, por lo que podría catalogarse que se verificaría un falso desarrollo industrial entre 1954 y 1958. En tal sentido, el 36% de las importaciones del país fueron de bienes intermedios para la industria, actuando negativamente sobre la balanza de pagos y evidenciando, precisamente, la insuficiencia de los encadenamientos productivos pertinentes para un coherente desarrollo industrial.

Esa deforme estructura económica, con el predominio de las actividades vinculadas a la industria azucarera y el escaso desarrollo de una industria nacional, respondía a los intereses de las empresas norteamericanas, las que apoyadas por sus gobiernos, tendieron complejos lazos sobre la economía y la política de la nación, que constituían poderosos frenos al progreso económico y social. Tradicionalmente, primeramente la Enmienda Platt y con posterioridad los Tratados de Reciprocidad Comercial eran los instrumentos que aseguraban la inversión extranjera en la explotación de los recursos naturales y humanos baratos para la actividad exportadora, la venta de los productos industriales norteamericanos en el mercado interno y la perpetuación de la dependencia externa mediante la exportación de azúcar hacia los Estados Unidos (Rodríguez, C.R., 1983a), lo cual se venía verificando desde finales del siglo XIX (ver Tabla 1).


19   En la década de los cincuenta, en la estructura de las exportaciones, solamente el azúcar y sus derivados constituían cerca del 82% (Figueras, 1990); en cuanto a las importaciones, estas abarcaban prácticamente todos los insumos de la actividad industrial no azucarera. Al considerar el peso de las exportaciones más las importaciones dentro del PIB, esta composición resulta aproximadamente de un 60% en el período 1950-1958 (BNC, 1960), lo cual refleja la amplia apertura de la economía cubana al exterior.

20   La industrialización vía sustitución de importaciones (ISI), comienza un proceso ascendente desde la década del treinta del pasado siglo, expandiéndose y generalizándose en prácticamente toda la región. Aunque dicha política, según Sunkel y Zuleta (1990), mostrara posteriormente signos de agotamiento, y según Hirchman (1996), se convirtiera en un fracaso más del área, dada las distorsiones estructurales generadas por su preservación más allá de lo que aconsejaba la prudencia, no es menos cierto que permitió el establecimiento de una base industrial de cierta importancia en los países correspondientes, en los que contribuyó a una diversificación productiva y estructural.

21   De tal forma se beneficiaron actividades tales como la generación de electricidad, refinación de petróleo, producciones químicas, entre otras.



Tabla 1.      Participación del azúcar de Cuba en el consumo de los Estados Unidos


Consumo azúcar
Azúcar de Cuba
% azúcar


EE.UU.
cubana




1895
2.183.714
922.881
42

1905
2.948.082
1.205.052
40

1910
3.752.398
1.828.660
49

1915
4.257.715
2.406.400
56

1920
4.574.833
2.614.359
57

1925
6.516.000
3.472.000
53

1929
6.877.000
3.599.000
52


Fuente: Tomado de Torras, J. (1984).

Esta situación entrañaba una subutilización de recursos en la economía, beneficiosa para el capital extranjero por varias razones; ante un aumento de la demanda de azúcar en el mercado mundial se necesitaba tener tierras ociosas y mano de obra disponible. Además, el alto desempleo de mano de obra con carácter permanente posibilitaba la existencia de bajos salarios y, por tanto, elevados beneficios.

El elevado desempleo y subempleo de mano de obra y de muchos de los recursos naturales del país, sobre todo a partir de la década de los años veinte, provocó reacciones en las esferas políticas, algunas importantes como la Revolución de los años treinta, que respondían a la toma de conciencia de los principales problemas del país y de las causas que los provocaban; al final de la década de los cincuenta había un 30% de la fuerza de trabajo desempleada o subempleada. El triunfo de la Revolución en 1959, sería la respuesta final a las condiciones de desarrollo neocolonial y el primer paso para el desarrollo genuino de la nación.

Naturalmente, antes del año 1959 no pudo existir una estrategia de desarrollo definida por parte del Estado a fin de encontrar una solución real a tales problemas. Mientras en América Latina se seguía una estrategia de Industrialización mediante la Sustitución de Importaciones y se aumentaba la participación del Estado en la esfera económica, en Cuba, como fuera apuntado, se mantenía un estilo de desarrollo ya agotado, que aprovechaba las ventajas comparativas naturales, siendo las fuerzas espontáneas del mercado las líderes de dicho proceso; en dicho contexto, el crecimiento económico no se utilizaba para potenciar las condiciones futuras.

Sin bien el modelo de desarrollo liberal tuvo un impacto positivo sobre el crecimiento económico hasta los años veinte, la crisis mundial de esos años, como fuera señalado preliminarmente, provocó una reacción en el ámbito de la política económica, que tendría como principal ingrediente, sobre todo en los países menos adelantados, la intervención del Estado en el desarrollo económico, generalmente mediante el apoyo a la creación y posterior expansión de la industria nacional, como en general ocurrió en el resto de América Latina.

Contrariamente, Cuba, por las razones ya descritas, tuvo un pobre desenvolvimiento en materia de desarrollo económico. El crecimiento económico quedaba determinado por determinantes coyunturales externos, guerras, problemas de los competidores azucareros, entre otros, que hacían oscilar la cantidad demandada y los precios del azúcar, y no por un desarrollo auténtico de las fuerzas productivas nacionales (Alienes, 1951).

Como ya fuera puntualizado, sólo en la década de los cincuenta hubo algunos intentos por modificar ligeramente la dependencia del país de la siempre incierta coyuntura azucarera. Existían condiciones que favorecían un cambio en el estilo de desarrollo: hubo un auge económico apoyado en la expansión azucarera debido a la Segunda Guerra Mundial y el consiguiente incremento en la acumulación de divisas; también, derivado de las condiciones de la guerra, se había fortalecido la burguesía industrial no azucarera; así como las influencias en los economistas de la época de las ideas keynesianas y de la naciente CEPAL sobre la dinámica económica.

Por último, se debe señalar el efecto del estudio realizado por el entonces Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (hoy Banco Mundial), estudio conocido más tarde como “Misión Truslow” (1981), que señalaba algunas de las medidas más convenientes para la reanimación económica. Entre esas medidas se encontraban la necesidad de crear fuentes de empleo, la expansión del mercado nacional y el freno a los avances alcanzados por las organizaciones obreras, todas encaminadas a hacer más atractivas las condiciones a la inversión extranjera. Sin embargo, no proponía medidas más radicales, como las relacionadas con la dependencia de Estados Unidos o la necesidad de una Reforma Agraria (Rodríguez, J.L., 1990).

Las políticas económicas más trascendentes llevadas a cabo durante esos años fueron: la creación de un sistema monetario–crediticio nacional y de la banca central en 1950 que tenía la función, en teoría, de apoyar el desarrollo de la industria nacional; la aplicación de políticas anti cíclicas de corte keynesiano para disminuir la volatilidad causada por la industria azucarera; la expansión más permanente del gasto público, que favorecería el fortalecimiento del mercado interno, y con ello el incremento de inversiones norteamericanas en sectores industriales no asociados al azúcar; y un incremento de la represión al movimiento obrero, que permitiría salarios más bajos y mayores facilidades de despido.

El resultado final de estas medidas sería un incremento del Ingreso Nacional y del Ingreso Nacional per cápita, de un 4,4% y 2,0% de crecimiento promedio anual respectivamente en el período 1950–1958, medido en precios corrientes (BNC, 1960), que reflejaba en parte el efecto de las políticas inflacionarias. Según Brundenius (1984), el Ingreso Nacional real per cápita, deflactado de acuerdo con el índice del costo de la vida, tuvo un incremento promedio anual casi nulo, del orden del 0,2 %.

Sin embargo, las reservas acumuladas en períodos anteriores de auge azucarero no fueron utilizadas en fomentar el desarrollo de otros sectores, sino que se redujeron violentamente por las mayores importaciones (crecieron en promedio 4.6 % anual), consecuencia directa de las políticas expansivas de la demanda, conjuntamente con las barreras al desarrollo de la industria nacional y el régimen de tipo de cambio fijo imperante en aquella época.

La tasa de Ahorro Nacional Bruto se mantuvo deprimida durante la década, alrededor del 12 %, lo que respondía a la baja propensión al ahorro de la burguesía nacional y al consumo de bienes suntuarios, en tanto que la tasa de acumulación bruta no se elevó más allá del 15 % (BNC, 1960), demostrando el poco esfuerzo interno y las trabas imperialistas por alcanzar mejores niveles de desarrollo.

Por último, el objetivo de fortalecer el mercado interno no fue cumplimentado, ya que la subida de los precios erosionó los salarios reales de los obreros y agricultores; en tanto, la tasa de desempleo se mantuvo cercana al 25 %.

Finalmente, las políticas económicas llevadas a cabo durante esos años no tuvieron efectos significativos sobre la estructura económica ni, por tanto, sobre el estilo de desarrollo. El crecimiento económico siguió dependiendo en gran medida de la coyuntura azucarera. La evidencia de la frágil estructura de nuestra economía durante esos años se puede apreciar en la Tabla 2.

De tal forma, el crecimiento del Ingreso Nacional al Costo de los Factores (medido a precios corrientes), siguió dependiendo del crecimiento de la producción azucarera o de los precios del azúcar. El cambio posterior a 1959 del estilo de crecimiento de la economía cubana, iba a resultar sumamente complejo, incluso llevando a cabo transformaciones profundas. La reproducción de la economía cubana estaba basada en el sector azucarero y, a finales de la década, el 80 % de las exportaciones eran de azúcar.

En dicho contexto, la posibilidad de modificar la dinámica del desarrollo dependía en gran medida de la capacidad de la industria azucarera de transferir recursos hacia el resto de la economía, por lo que se perpetuaba la presencia de este sector.


Tabla 2. Tasas de crecimiento anual; 1950-1958



Crecimiento
Crecimiento
Crecimiento.


Ingreso nacional
Producción azúcar
precios azúcar

1950
12,54
6,30
20,04

1951
15,01
3,63
10,94

1952
3,13
25,44
-12,28

1953
-10,61
-28,59
-10,23

1954
0,78
-5,21
3,37

1955
2,65
7,42
6,11

1956
8,57
4,77
-3,95

1957
13,85
19,57
19,17

1958
-3,66
-15,71
6,36

Fuente: BNC (1960) y Rodríguez, J.L. (1990).

En fin, puede concluirse, como señala Alvarez (1998), que entre 1952 y 1958 lo que se verifica es un crecimiento sin desarrollo, en un proceso en que se profundizan las deformaciones estructurales de la economía y, por lo demás, se polarizan aún más las diferencias sociales.

Los principales resultados del manejo macroeconómico en la década del 50, según informe de 1959 del Ministerio de Hacienda, citado por Alvarez (1998), pueden resumirse como sigue:

·      Repercusión negativa en la balanza de pagos de la expansión inflacionaria, que ocasionó una pérdida en las reservas de divisas de 513.3 millones de pesos en siete años, dejando una reserva neta de sólo 84,4 millones.

·      Concentración de la inversión casi totalmente en obras públicas o servicios básicos, con elevado coeficiente de capital; sólo una pequeña parte se dedicó a la agricultura o a la industria, perpetuándose las deformaciones estructurales.

·      Crecimiento significativo de la deuda pública, llegando hasta 788,1 millones de pesos.

·      Desarrollo en proporciones alarmantes del robo, el contrabando y la especulación, por parte de funcionarios públicos y de la oligarquía dominante. Particularmente en 1958, se produjo una cuantiosa fuga de capital al exterior.

·      No creación de los nuevos empleos necesarios, manteniéndose una elevada proporción de desempleados –entre el 25% y el 33% de la fuerza laboral.

·      Elevación del costo de la vida, sobre todo entre los trabajadores rurales; en la práctica, se contrajo el mercado interno.

Por último, el golpe de Estado de Marzo de 1952 efectuado por Batista, constituyó el impulso final a la decisión de generar cambios profundos en la estructura económica del país; las relaciones con los Estados Unidos tenían que modificarse para llegar a alcanzar algún grado de desarrollo propio, altamente dinámico y sostenible, y con mejoras sociales para una gran masa olvidada de la población. Otros cambios de orden interno se hacían necesarios: la Reforma Agraria era impostergable; un Estado más pujante en la esfera económica, que fuera guía y parte de un proceso de Industrialización más profundo (Torras, J. 1959), y una limpieza profunda de la elevada corrupción en el sector público. Además, urgían otros cambios en la esfera social; la tasa de analfabetismo era del 23 % en el país (con 41 % en las zonas rurales) y la tasa de mortalidad era superior a 60 cada mil nacidos vivos.

 Continuará

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