12 de febrero de 2016. Aquel día, mientras un papa de la Iglesia católica, Francisco, y un patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, Cirilo, se reunían, en La Habana, por primera vez en la historia, tuve la oportunidad de conversar durante cuatro horas con Fidel en su casa. Fue un diálogo ameno y cargado de simbolismo que abrió una nueva perspectiva en mi vida.
Cuando estrechaba las manos del líder de la Revolución cubana, le expresé que en ese momento pensaba en mi madre, quien fue su gran admiradora. Precisamente a causa del proyecto agroecológico Finca Marta, dedicado a su memoria, fue que llegué a sentarme junto a él.
Conocí a un hombre soñador, gentil, amable y respetuoso, dispuesto al intercambio sin fin, a la búsqueda y la indagación. Aún a sus casi noventa años, me demostró ser un apasionado investigador y ferviente luchador por soluciones para Cuba y la humanidad. Eso nos identificó de inmediato, pues perseguíamos un objetivo común: cómo producir alimentos sanos, al alcance de todos, basados en el trabajo y la ciencia en beneficio social.
Hablamos de la emigración cubana y del complejo panorama de la agricultura nacional, también de política internacional y de historia. Intercambiamos sobre un tema que lo apasionaba: las plantas proteicas para la alimentación del ganado y las soluciones naturistas a disímiles males que aquejan al ser humano. Compartimos criterios sobre los beneficios del uso de la moringa y la morera, así como los métodos de siembra, cultivo, manejo, cosecha y procesamiento de la sacha inchi. Le expuse mis opiniones sobre la importancia de fortalecer el sistema cooperativo y de otorgarle mayor autonomía: “Necesitamos cooperativas que pertenezcan a los agricultores, no agricultores que pertenezcan a las cooperativas”. Además, le expliqué cómo funcionan las cooperativas de consumidores y cómo estas logran un impacto directo en el sistema alimentario.
Durante el encuentro me hizo saber que Cuba precisa “más ingenieros viviendo en el campo, solucionando los problemas de la alimentación e investigando en la práctica y no tantos en labores burocráticas”. Le describí nuestro proyecto y su organización productiva y empresarial, lo que motivó su interés, particularmente el tema del salario de los trabajadores. Al despedirnos me aseguró que iría a Finca Marta pues “todo lo que sea justo, que mejore la calidad de vida de las personas y que esté dentro de la ley, tendrá siempre mi apoyo”.
2 de abril de 2016. Fidel, su esposa Dalia y un nutrido grupo de personas visitaron Finca Marta. En el terreno conversamos sobre asuntos más concretos, como la importancia del uso eficiente del agua, de las energías renovables, de la biodiversidad, de la conservación de los suelos, de la fauna y la flora locales, de la producción de miel… Hablamos del necesario involucramiento de la población rural en la transformación de la agricultura, de las relaciones de mercado, del consumo de vegetales como vía para una dieta saludable y de las propiedades de ciertas variedades y especies exóticas para Cuba.
Quiso conocer cada detalle del funcionamiento del sistema productivo y se interesó mucho por los recursos que necesitábamos para incrementar la productividad. Le mostré desde la casa todas las tierras ociosas e invadidas de aroma y marabú que pretendía transformar al amparo de las leyes que otorgan propiedades en usufructo. Le hablé de cinco fincas para nuevas familias, que comenzarían entre 2016 y 2017, que yo las asesoraría y serían el inicio de un Programa de Desarrollo Local para activar la economía del territorio.
No faltó el tema de la disponibilidad y uso del agua en la finca, así como las soluciones implementadas para reservar este recurso. Le mostré el aljibe que estábamos construyendo y se detuvo a preguntarme sobre su capacidad de almacenamiento. Durante el recorrido, todo despertaba su curiosidad. Yo le fui comentando cada práctica, cada método, cada dificultad o éxito que hemos tenido y era evidente que entendía muy bien el concepto que hemos desarrollado.
Al despedirnos, luego de tres horas de intercambio, Fidel resumió: “Este es un modelo para extender en el país, pero tú debes estar aquí, eres más útil aquí, para que muchas personas vengan a verlo”. No imaginé que al día siguiente me volvería a llamar para un tercer contacto en su casa.
3 de abril de 2016. Llegué a casa de Fidel pasadas las once y media de la noche. Nos acompañaban Dalia y uno de sus ayudantes personales. Después del saludo me hizo un examen rápido y muy preciso: “Si aplico una lámina de 15 mm de agua en una hectárea de tierra, ¿qué cantidad de agua es?” Después de calcular le respondí: “150 000 litros”. Y me cuestionó nuevamente: “¿No es aún muy poca agua?” (Fidel se refería a la capacidad del aljibe que le había mostrado en la finca; había quedado muy fresca en su memoria la conversación sobre las reservas de agua para enfrentar la sequía y quería mi opinión al respecto.) Yo respondí: “Es cierto, es poca agua, pero utilizada estratégicamente, de manera integrada con los pozos, el agua de lluvia y de escorrentía en lagunas, puede almacenarse toda la necesaria para cualquier sistema agrícola con déficit hídrico”. Esta discusión lo motivó mucho… y a mí también. No podía creer que él se había quedado tan enfocado en un asunto tan puntual pero decisivo del sistema.
De ahí pasamos a un documento que llevé para mostrarle: un manual de la Ciudad del Saber, ubicada a orillas del Canal de Panamá. Esta era una faceta más global y abarcadora del proyecto “Esta es una institución como la que sueño construir alrededor de Finca Marta”, le comenté. Él leyó detenidamente el documento e iba haciendo comentarios sobre sus instalaciones, programas y enfoque. Le argumenté que yo quería hacer algo como eso para las ciencias agrícolas, un tecnoparque donde se probaran disímiles técnicas y prácticas de manejo agropecuario dentro de la Zona Especial de Desarrollo Mariel.
Más tarde, continuó indagando sobre las variedades y especies que manejamos y la disponibilidad de semillas, sobre la maquinaria y los sistemas de riego, la infraestructura necesaria para la captura de agua… Después de más de dos horas, Fidel me ofreció un apoyo material para Finca Marta, que desde ese momento consideró también como su proyecto.
Ya eran más de la una y media de la madrugada, Dalia le insistió a Fidel que era hora de descansar, así que nos despedimos con un hasta luego, pues estábamos conscientes de que era un propósito en curso y que seguiríamos trabajando para lograrlo. Fue la última vez que nos encontramos.
Cuánto nos faltas, Papá...
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