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sábado, 2 de noviembre de 2019

Dejen de inflar la amenaza de inflación

 Oct 29, 2019 J. BRADFORD DELONG

BERKELEY – A la luz de las condiciones macroeconómicas actuales en Estados Unidos, me puse a pensar en septiembre del año 2014. Ese mes, la tasa de desempleo en Estados Unidos cayó por debajo del 6%, y una amplia gama de comentaristas nos aseguraron que la inflación aumentaría pronto, tal como lo predijo la curva de Phillips. El corolario de este argumento, por supuesto, fue que la Reserva Federal de Estados Unidos debería comenzar a normalizar rápidamente la política monetaria, reduciendo la base monetaria y elevando las tasas de interés para que retornen a un rango “normal”.

Hoy, el desempleo en Estados Unidos se sitúa en un nivel 2,5 puntos porcentuales por debajo del nivel en el que estuvo el momento en el que a todos nos aseguraron que la economía había alcanzado la tasa “natural” de desempleo. En la década de 1990, época en la que yo me desempeñaba como profesor asistente, la regla de oro que se aplicaba de manera general indicaba que un desempleo tan bajo conduciría a un aumento de 1,3 puntos porcentuales en la inflación por año. Si la tasa de inflación de este año, por ejemplo, era del 2%, la tasa del próximo año llegaría a ser del 3,3%. Y, si el desempleo iba a mantenerse en el mismo nivel general, la tasa de inflación al año siguiente sería del 4,6% y del 5,9% al año subsiguiente.

Pero la añeja regla de oro ya no sirve. La tasa de inflación en Estados Unidos se mantendrá en aproximadamente el 2% anual durante los próximos años, y las opciones de política monetaria que elegimos deberían reflejar ese hecho.

Sin lugar a duda, la sabiduría convencional entre los economistas en la década de 1990 estaba justificada. Entre los años 1957 y 1988, la inflación respondió previsiblemente a las fluctuaciones en la tasa de desempleo. La pendiente de la curva de Phillips más simple posible, cuando se tenía en cuenta las expectativas adaptativas, fue de -0,54: es decir, cada disminución porcentual del desempleo por debajo de la tasa natural estimada se tradujo en un aumento de 0,54 puntos porcentuales en la inflación en el año siguiente.

La pendiente negativa estimada de la curva de Phillips, la mencionada cifra de -0,54, entre finales de los años cincuenta y finales de los ochenta se basó principalmente en seis observaciones importantes. En los años 1966, 1973 y 1974, la inflación aumentó en un contexto de desempleo relativamente bajo. Luego, en los años 1975, 1981 y 1982, la inflación cayó en medio de condiciones de desempleo relativamente alto.

Sin embargo, desde el año 1988, la pendiente de la curva de Phillips más simple posible ha sido prácticamente cero, con un coeficiente de regresión estimado de sólo -0,03. Incluso con un desempleo muy por debajo de lo que los economistas han supuesto que era la tasa natural, la inflación no se ha acelerado. Del mismo modo, incluso cuando el desempleo excedió por mucho lo que los economistas presumieron que era la tasa natural, entre los años 2009 y 2014, la inflación no cayó, ni se asentó la deflación.

No obstante que los últimos 30 años no han ofrecido ningún análogo a los puntos de datos proporcionados por la era de engloba los años entre la década de 1950 hasta la década de 1980, existen muchas personas que aún creen que los responsables de la política monetaria deberían seguir centrados en el riesgo de una inflación que se acelera rápidamente, lo que implica que la inflación representa una amenaza mayor en comparación con la posibilidad de una recesión. Por ejemplo, tres economistas muy perspicaces – Peter Hooper, Frederic S. Mishkin, y Amir Sufi – publicaron recientemente un artículo que sugiere que la curva de Phillips en Estados Unidos está “hibernando”, y que las estimaciones muestran una curva casi plana durante la última generación no son confiables, debido a la “endogeneidad de la política monetaria y la falta de variación de la brecha de desempleo”.

No entiendo por qué llegaron a esta conclusión. Al fin y al cabo, la computadora nos dice que las estimaciones del período 1988-2018 son probablemente tres veces más precisas que las estimaciones del período 1957-1987. Y, además, la ventana capturada en las especificaciones estándar de la curva de Phillips es demasiado corta para permitir una respuesta sustancial de política monetaria.

Es cierto: un brote de inflación podría ser una amenaza. Sin embargo, enfocarse de manera monotemática en ese riesgo es producto de una distinta era. Ello proviene de una época en que la que sucesivos gobiernos estadounidenses (los de Lyndon Johnson y Richard Nixon) estaban desesperados por tener una economía que de manera persistente se encuentre sometida a una alta presión, y en la que el presidente de la Fed (Arthur Burns) estaba ávido por satisfacer los pedidos presidenciales. En aquel entonces, el cartel que controlaba el insumo clave de la economía mundial (el petróleo) era capaz de producir masivos shocks negativos en el lado de la oferta.

Si todas estas condiciones aún se mantuvieran, podríamos estar justificadamente preocuparnos por el retorno de la inflación al nivel en el que se encontraba en la década de los años setenta. Pero, dichas condiciones no se mantienen.

Ya es hora de que dejemos de negar lo que los datos nos están diciendo. Hasta que cambie la estructura de la economía y la prevaleciente combinación de políticas económicas, existe poco riesgo de que Estados Unidos se enfrente a una inflación excesiva en los próximos cinco años. Mientras tanto, los responsables de la política monetaria harían bien en cambiar de tema y dirigir su atención hacia otros problemas.

Traducción del inglés al español: Rocío L. Barrientos


J. BRADFORD DELONG is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade negotiations. His role in designing the bailout of Mexico during the 1994 peso crisis placed him at the forefront of Latin America’s transformation into a region of open economies, and cemented his stature as a leading voice in economic-policy debates

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