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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

martes, 6 de octubre de 2020

Libro. MIRADAS A LA ECONOMÍA CUBANA .Un plan de desarrollo hasta 2030 (XII)

 Transformar la economía planificada para superar la economía de la escasez 

Por Oscar Fernández Estrada

Introducción 

En Cuba, para cualquier actor económico —sea consu- midor, empresa estatal, empresa mixta, emprendedor privado, cooperativa, o cualquier otra— lograr aprovi- sionarse con suficiencia de los recursos necesarios para el cumplimiento mínimo de sus fines; lo conduce sin remedio a un verbo penado por la ley: «acaparar». ¿Por qué ocurre tamaña distorsión? La causa es sistémica. Está en la naturaleza de las llamadas economías planificadas. O mejor, es una consecuencia directa del paradigma de planificación practicado en muchas de las llamadas economías planificadas. ¿El pecado original? La pretensión, hasta hoy vigente, de que el mercado, en tanto mecanismo coordinador de la acción de los actores económicos, puede ser sustituido en su totalidad por una intervención administrativa discrecional identificada de manera errónea como plan. 

En las páginas siguientes se sustenta que la naturaleza de los mecanismos de funcionamiento que caracterizan la economía cubana hoy, sobre todo los asociados al paradigma de planificación, producen en la sociedad una madeja recurrente de comportamientos villanos que colonizan la cultura profunda y amenazan con ins- talarse en la información genética de la herencia común. Transformar esa realidad no es un reto sencillo, pero es necesario y posible para avanzar hacia un modelo de funcionamiento económico portador potencial de diná- micas ascendentes de desarrollo. 

El capítulo se ha organizado a partir de cinco acápites fundamentales. En el primero se ponen a dialogar tres conceptos que, aunque no suelan verse de esa forma en Cuba, presentan una alta y probada interdependencia: la economía planificada, la economía de la escasez y la segunda economía. En el segundo apartado se sostiene que, incluso en economías planificadas, el mercado siempre opera aunque las autoridades en ocasiones se resistan a reconocerlo. En el tercero se describen las causas que generan en todos los agentes económicos —de manera especial en los consumidores, la empresa estatal y el emprendedor privado— un comportamiento acaparador por naturaleza. El cuarto acápite aborda las complejidades que aporta el contexto bimonetario para un eventual intento de solución del problema. Y en el último se plantean los consensos mínimos y los primeros pasos de una ruta crítica para transformar el paradigma de planificación, comenzar a superar la economía de la escasez y entonces, desde unas diferentes condiciones económicas de partida, aspirar a corregir los compor- tamientos acaparadores que caracterizan a todos los actores en Cuba. 

De la economía planificada a la economía de la escasez. El rol de la segunda economía 

Para comenzar, es preciso apuntar que en la economía cubana, tanto como en otras del resto del mundo, opera un determinado mecanismo o modelo económico, con sus componentes y regularidades, al cual en este momento le vamos a denominar sistema. Dicho sistema, por ahora sin apellidos, contiene un entramado de relaciones sociales muy complejas —económicas y de otra índole— pero que se autorreproducen y desarrollan, mientras siguen siempre las mismas pautas estimuladas por el sistema. 

Un aspecto sí puede darse por sentado, y más para los cientistas influidos por el enfoque marxista de la tota- lidad: el sistema siempre es coherente y orgánico. Este resulta en una estructura de sociedad en la que todas las relaciones coexisten de modo simultáneo y se apoyan en forma mutua. No es correcto tratar sus elementos como vecinos independientes, autónomos, relacionados extrínseca o accidentalmente, sino más bien ellos todos son componentes de una totalidad que los reproduce y desarrolla en paralelo y de forma coherente. 

De esta manera, en la medida en que la naturaleza del sistema resulta más comprensible para sus actores, pues sus regularidades se manifiestan cada vez de forma más estable y predecible, estos acometen y consolidan comportamientos que llegan a convertirse en instituciones irreversibles. Uno de esos comportamientos, desarrollado de modo reactivo por todos los actores en la economía cubana ante una regularidad del sistema, es justo la acción de acaparar. Entonces, ¿cuál es la regularidad sistémica que conduce al acaparamiento? 

La primera afirmación a debatir es que el sistema está caracterizado por condiciones de escasez crónica. Escasez para los consumidores, escasez para los productores. En este caso vale aclarar que el término no se refiere a la noción de escasez relativa, atribuible por definición a todo bien económico. Tampoco se refiere a las carencias que pueden enfrentar los agentes impuestas por su restricción presupuestaria o por restricciones en otras fuentes no presupuestarias para adquirir bienes y servicios. Aquí se describe una situación en la cual determinados bienes y servicios que son demandados, no pueden ser adquiridos de manera temporal o permanente porque los productos no se ofrecen, no están disponibles, no existen en los mercados. La persistencia de esta situación extendida a variados rubros en la economía es lo que se identifica como «economía de la escasez». En la historia económica internacional, esta situación se ha presentado de manera más frecuen- te en las denominadas economías socialistas, como una consecuencia del intento de sustituir el mecanismo de mercado en su totalidad por un tipo de mecanismo de coordinación directo y predeterminado desde una institución central que denominarían planificación. Pero, ¿cómo se produce esta situación? 

El origen radica en la idea de que la economía socialista sería superior, entre otras razones, al poder centrar sus esfuerzos en la producción de valores de uso, o sea en proveer a la sociedad de bienes o servicios útiles, necesarios, capaces de solucionar algún problema de la sociedad, en lugar de la jerarquía que concede la economía capitalista a la producción de valores re- conocidos en los mercados. Para esto la economía socialista debía transformar todo el mecanismo económico basado en la asignación de recursos a través del mercado. 

Ahora, ¿qué significa que el mercado asigne recursos?, ¿qué debería entenderse por mercado? En su definición más básica el mercado puede identificarse como el conjunto de actos de compra y venta que tienen lugar en torno a un producto o servicio concreto en un determinado lapso temporal. En él concurren ofe- rentes y demandantes para transar unas cantidades a determinados precios. Se le puede identificar entonces como un mecanismo para la asignación de recursos según el cual los agentes económicos involucrados son más o menos libres de tomar sus decisiones de producción y/o consumo, dada la existencia real de alternativas para elegir. Los mercados pueden configurarse con una mayor o menor regulación por las autoridades, las cuales pueden reducir de diversas maneras la capaci- dad de elegir de los agentes así como las alternativas disponibles. La reducción de esas alternativas implica- ría un estrechamiento del espacio del mercado. Por lo tanto, un caso extremo de desaparición total de la capa- cidad de elección de los agentes, sea por restricciones impuestas a sus comportamientos o por ausencia total de alternativas, supondría la desaparición del mercado, tal como se ha manifestado en diversas latitudes en situaciones de guerra. 

Sin embargo, no debe entenderse por mercado la alusión a un contexto de predominio de productores privados. La forma de propiedad predominante entre los actores concurrentes no implica la mayor o menor presencia del mercado. En teoría, pudiera existir me- canismo de mercado perfecto operando un modelo de economía con 100 % de propiedad social. Así como pueden existir mercados sujetos a niveles muy altos de regulación donde la inmensa mayoría de los actores ostenten la propiedad privada. 

En consecuencia, la existencia del mercado tampoco significa ausencia total de intervención del Estado. Hay mucho espacio para diseñar políticas económicas que regulen y conduzcan los mercados sin pretender suplantar su función coordinadora con un manojo de órdenes administrativas. No es una cesta con solo dos únicas papas. Sin embargo, la práctica observada en las llamadas economías planificadas se ha basado en el paradigma teórico de que es posible y deseable sustituir al mercado en su totalidad por un mecanismo de coordinación centralizado que, al coartar las decisiones anárqui- cas de los agentes, los obliga a un conjunto de acciones que en teoría conllevan a una asignación de recursos más justa y con un menor despilfarro social. 

Esta práctica ofrece la ventaja de poder operar grandes maniobras en la economía nacional sin exponerse a los procesos inerciales que traería cualquier política para influir sobre actores que operan en condiciones de mercado. Pero también conlleva a la generación de costos de transacción muy elevados, dada la imposibilidad de los planificadores centrales de ofrecer soluciones óptimas a las necesidades sistemáticas de la reproducción. La abrumante incapacidad para el centro de procesar con precisión cada uno de los infinitos ele- mentos a tomar en cuenta para acometer las tantas de- cisiones requeridas desde el sistema, les suele conducir a comportamientos discrecionales poco fundamentados. Los resultados tienden, en muchas ocasiones, a desconocer o subestimar reacciones previsibles de los agentes económicos, con consecuencias negativas to- talmente evitables. Este proceder, rudimentario, costoso, incapaz de demostrar capacidad real de conducción del sistema hacia objetivos de avance, está muy lejos de encajar en un concepto riguroso de planificación. Por lo tanto, en virtud de estas prácticas y justo en defensa de la planificación como mecanismo imprescindible en el desarrollo de una economía no capitalista, a todas estas experiencias deberíamos dejar de llamarles «economías planificadas» para identificarlas, en rigor como «econo- mías centralmente administradas». 

En este sentido, de varias de las experiencias interna- cionales de las llamadas economías planificadas en los antiguos países socialistas, así como del modelo cubano, se identifican a continuación algunas de sus regularida- des más comunes: 

1. Intención de suprimir la apropiación de los excedentes productivos por manos privadas, a través de nacionalizaciones, lo que conlleva a que la propiedad estatal vaya configurándose con el tiempo ya no solo como predominante sino que tienda a ser casi absoluta. 

2. Tentativa de sustitución de la función de coordinación del mercado por un mecanismo de planificación cuasi pleno, en la cual predominan la coordinación directa de las tareas productivas, el establecimiento de metas concretas para todas las actividades económicas desarrolladas por los actores, así como la asignación directa de los recursos económicos a los mismos. 

3. Coloca el foco en los valores de uso en lugar de los valores de cambio, con lo cual define objetivos, asigna recursos y mide la economía, en lo fundamental, en términos físicos. 

4. El dinero desempeña un rol pasivo, no constituye el recurso limitante de la actividad económica en general. 

5. Las empresas enfrentan restricciones de recursos físicos pero su restricción presupuestaria es blanda. No quiebran en términos financieros. Siempre son «rescatadas» en última instancia. 

6. Se desarrolla una tendencia a garantizar pleno empleo, redistribución igualitaria y acceso masivo a consumos básicos. 

7. Los sistemas de precios son regulados, fijos, y casi siempre invariables en el tiempo. Se establecen en la mayoría de los casos por debajo del equilibrio de mercado dada la vocación protectora del Estado. Suelen generar procesos de in- flación reprimida. 

8. Por lo general, los mercados están regulados por la oferta. En lugar de competencia entre vende- dores son los consumidores los que compiten por comprar, con el consecuente impacto negativo sobre los estos últimos. 

9. Aparece la llamada segunda economía como aliviadero para compensar las permanentes brechas entre oferta y demanda. 

Estas economías, por su naturaleza, si bien pueden conseguir objetivos puntuales con gran eficacia, les resulta imposible asignar de modo cotidiano los recursos que garanticen equilibrios en los mercados, debido a las inevitables brechas de información al ejecutar las decisiones desde el centro. Cuando al mercado se le desconoce, se le ignora o se le pretende sustituir por un mecanismo discrecional externo, se generan brechas de toda índole entre oferta y demanda que ocasionan situa- ciones recurrentes de escasez y excedentes simultáneos, la mayor parte de las veces no relacionados a desbalances económicos reales sino a decisiones imprecisas o atemporales del mecanismo centralizado. 

Dada la recurrencia de esta situación y la imposibilidad para el mecanismo central de producir los ajustes oportunos, florece y se estandariza un mecanismo automático de ajuste que se organiza en una dimensión paralela. Este, buscando rellenar los desequilibrios, halla la forma de redistribuir a como dé lugar los recursos que encuentra a su paso, para lo cual genera las más inverosímiles soluciones y canales, muchas de ellas violatorias de las leyes. A ese entramado construido como resulta- do consustancial de este tipo de economías se le llama en la literatura académica «segunda economía». Esta, por definición, se refiere a actividades realizadas fuera del alcance de la regulación directa del Estado, aunque pueden ser actividades permitidas por este. Opera en paralelo, como complemento corrector inevitable. 

Dentro de la llamada «segunda economía» se pueden enumerar varias subcategorías los cuales nos ayudan a comprender este fenómeno. 

1. Actividades legales realizadas dentro de la primera economía: empresas estatales que contratan servicios a privados o cooperativas. 

2. Actividades ilegales realizadas dentro de la primera economía: uno, producciones privadas ilegales hechas dentro de empresas estatales; dos, intercambios informales entre empresas estatales realizadas fuera del plan; tres, ventas de productos privados en tiendas minoristas estata- les; cuatro, comisiones privadas por suministros de servicios públicos; y cinco, reportes falsos de empresas estatales para acceder a recursos del plan. 

3. Actividades legales que se realizan fuera de la primera economía: uno, trabajadores por cuenta propia y cooperativas; dos, artesanos y agriculto- res; tres, compra venta de bienes personales sin fines comerciales; y cuatro, trueques, permutas, entre otras. 

4. Actividades ilegales que se realizan fuera de la primera economía: uno, producción/distri- bución de bienes y servicios por privados sin licencia; dos, comercios prohibidos —importación comercial por personas naturales—; tres, actividades especulativas con bienes escasos, arbitraje; cuatro, especulación monetaria; y cinco, juegos ilegales, entre otras. 

Hay mercado en las economías planificadas: existen pruebas 

Incluso en las llamadas economías de planificación central los elementos de mercado han tenido siempre una presencia insustituible. Por ejemplo, el consumidor por lo general es libre de distribuir sus ingresos adqui- riendo las cantidades que mejor le parezca de los bienes de consumo ofrecidos a la venta — con excepción de aquellos bienes sujetos a formas de racionamiento—. Y he aquí la primera evidencia. Aunque las cantidades a ofertar hayan estado establecidas por el plan central, aunque los precios oficiales sean fijos y casi invariables en el tiempo, las fuerzas del mercado actúan aún por el lado de la demanda, y por supuesto lo hacen de manera independiente de la voluntad de cualquier autoridad. El mercado, por lo tanto, no solo existe sino que determina la forma en la cual se distribuyen los bienes y servicios que el plan decidió producir. Incluso aunque el plan controlara también la totalidad de la distribución de los ingresos, aun así las personas elegirían a qué bienes o servicios destinarlos. 

Algo similar ocurre con al menos otros cuatro elementos que atestiguan la presencia inevitable del mercado en segmentos de las llamadas economías de planificación central: 

1. La elección que realizan las personas entre las al- ternativas de empleo generadas por la economía planificada, cultiva mercados laborales. 

2. La subsistencia de cierta oferta del sector privado, por pequeño que este sea, genera mercados de insumos y de bienes y servicios finales. 

3. Los intercambios de bienes que se producen entre personas naturales —no identificadas como sector privado— son computables como transacciones de mercado. 

4. La inmensa mayoría de las relaciones de comercio exterior, donde están involucradas las empresas estatales importadoras y exporta- doras, por supuesto ocurren en condiciones de mercado. 

Como conclusión se puede afirmar: el mercado actúa de forma permanente e inevitable en variados ámbitos de la economía, al menos por el lado de la demanda. Si se quiere evitar la aparición de escaseces o la acumulación de existencias invendibles, el plan debería ser capaz de orientar la producción teniendo en cuenta las elasticidades-precio y renta de la demanda. Dicho de otra forma, si el plan no toma en cuenta la demanda, si la autoridad central no posee instrumentos, conocimientos, o voluntad para estudiar la demanda y no garantiza que la producción se corresponda con ella, no tiene el más mínimo chance de evitar la recurrencia de escaseces en unos casos o excedentes artificiales en otros. En Cuba, durante la década de los ochenta, existió una importante institución dedicada al estudio y orientación de la demanda; luego desapareció en la reorganización insti- tucional de los noventa. 

Acaparar es un derecho en la economía de la escasez: modelando a los actores económicos 

Coincido con algunos autores: no parece existir evidencia pública en Cuba acerca de que el desabastecimiento de productos de primera necesidad tenga como causa un mecanismo sistemático de acaparamiento por motivos de lucro (Monreal, 2018). En realidad, tal vez es más fácil demostrar que el frecuente desabastecimiento de estos productos genera prácticas de acaparamiento en todos los actores. 

Ahora bien, intentemos modelar las circunstancias de desequilibrio en los mercados de bienes finales que enfrenta un consumidor. En estos mercados tienen lugar ciertas regularidades —identificadas en la tabla 1 como situaciones de mercado— que impactan sobre los com- portamientos de los consumidores y a continuación se describen.

 Tabla 1. Respuestas de la «segunda economía» ante las diferentes situaciones de mercado.

Situación del mercado

Respuesta de la «segunda economía»

Ausencia de oferta: Ausencia permanente en la red de tiendas oficiales de ciertos productos demandados

Crea canales de importación y de redes internas de distribución y comercialización sistemáticas y estables, que funcionan de manera sub- terránea e ilegal en ocasiones, pero en otras aprovecha lagunas legales para establecerse

Estrechez de oferta: Inestabilidad o inexistencia de una gama amplia de variedades o marcas que se encuentren disponibles permanentemente y con una distribución geográfica uniforme.

Déficit temporal de bienes: ausencia temporal de un determinado producto en toda la red de tiendas o una buena parte de esta.

Crea redes al interior de las tiendas oficiales para alertar sobre productos ausentes a punto de ser vendidos y sobre productos en plaza a punto de entrar en carencia


Déficit territorial de bienes: ausencia continuada de un determinado producto en la red de tiendas en un territorio específico


Crea mecanismos de análisis de demandas territoriales insatisfechas; identifica territorios con existencias de estos productos; diseña e implementa mecanismos logísticos de redistribución.


 

Mercados en desequilibrio a la baja: Bienes de alta demanda pero con precios establecidos por debajo del equilibrio. Pueden ser ofrecidos de forma liberada o reguladas con algún tipo de racionamiento. Situación conocida en términos de microeconomía básica como «exceso de demanda».

Desarrolla mecanismos para comprar al por mayor, interviniendo de manera oportuna en el momento en que inicia la venta, muchas veces en coordinación con el vendedor estatal. Luego revende en un proceso clásico de arbitraje. En dependencia de la circunstancia puede llegar a tener incluso capacidad para vaciar el mercado. Esta es, de hecho, una de las principales fuentes de abasto de la «segunda economía», junto a la importación privada, y el desvío de recursos del sector estatal.


Tabla 1. Desequilibrios de los mercados y posibles escenarios por parte de los consumidores (continuación).

Situación del mercado

Respuesta de la «segunda economía»

Mercados en desequilibrio al alza: Bienes con baja rotación dado que sus precios están por encima del equilibrio de mercado, y o la demanda no está interesada en ellos. Situación conocida como «exceso de oferta».

No suele intervenir puesto que no son bienes que el mercado reconoce. Aquí se produce, en esencia, un despilfarro por parte del plan.

Mercados caros inelásticos: Bienes muy demandados, con escasas o nulas posibilidades de ser sustituidos, con precios muy por encima de las capacidades racionales de los agentes que los demandan.

Consigue desviar el producto en algún eslabón de la cadena estatal de im- portación/producción/distribución/comercialización para venderlo a precios de mercado y apropiarse del excedente. Desarrolla canales privados de impor- tación para ofrecer en plaza el mismo producto, o un sustituto mejor, a un precio más próximo al equilibrio del mercado.


Tabla 2. Posibles escenarios encontrados por el consumidor.


 

Reacciones alternativas

Aprendizajes/implicaciones

Escenario 1: El consumidor va a la tienda y no encuentra lo que busca

 

Posponer la intención de comprar para otro momento.

Supone que puede posponer su consumo y confía en que puede encontrarlo en otro momento.

El consumidor no satisface su demanda; con lo cual, cuando se decida a un nuevo intento de compra, tendrá ante las mismas restantes disyuntivas y posibilidades que se describen a continuación.

Seguir buscando el producto.

Supone que tiene confianza en que este producto va a aparecer con un gasto razonable de tiempo y esfuerzo.

El consumidor desperdicia una gran cantidad de tiempo que pudiera ser utilizado de una manera mucho más productiva, sea en trabajo o en ocio. La sociedad legitima lo inevitable de emplear mucho tiempo en conseguir bienes necesarios, incluso utilizando la jornada laboral. A esto contribuye el horario reducido de funcionamiento de las tiendas.

Sustituir el producto deseado en un inicio por otro mínimamente similar. Supone que el producto tiene un sustituto que satisface las preferencias del individuo y que existe disponibilidad de ese sustituto.

Con el tiempo las preferencias del individuo se van flexibilizando, incrementa sus grados de «sustituibilidad» entre productos, renuncia a su fidelidad y reduce sus expectativas hasta llegar a conformarse con la satisfacción de la necesidad a su nivel más básico. Se atrofia su capacidad de elección al exponerse de forma continuada a ofertas de opción única.

Queda frustrado en sus intenciones de compra.

Blasfema de todo, de la tienda, del ministro, del presidente, del Partido, del socialismo, y así denigra al sistema hasta invocar a la propiedad privada o al capitalismo como única solución para sus males.

Acude al segmento ilegal de la «segunda economía».

Supone que no teme a posibles represalias porque no son elevadas o porque ya se acostumbró, o si su valoración de su necesidad del producto supera el riesgo de adquirirlo en circunstancias ilegales.

Lo resuelve de la siguiente forma: un vendedor furtivo le ofrece lo que está buscando en la misma puerta de la tienda donde debía haber y no hay.

El producto no está disponible en Cuba a pesar de que tiene cierta demanda por lo que el consumidor acude a canales informales de importación.


Al acudir,de manera cotidiana, al segmento ilegal de la «segunda economía», el consumidor naturaliza un comportamiento quebrantador de las leyes. Se adapta a violarlas en esta actividad –quepuede justificar moralmente como una necesidad de supervivencia– yluego tiende a trasladar este mismo comportamiento a otros ámbitos de mayores implicaciones. La sociedad termina por reconocerle legitimidad en las razones y se adapta a convivir con la ilegalidad. Las autoridades que intenten hacer cumplir lo establecido quedarían de forma inmediata identificadas como el verdadero enemigo del pueblo.

Escenario 2: El consumidor va a la tienda y encuentra lo que busca

 

Realiza la compra, y probablemente lo hace en cantidades superiores a las que necesita en ese instante, pero equivalentes a varios ciclos de reaprovisionamiento para eliminar el riesgo de no encontrarlo en el futuro. Supone que el precio del producto se corresponde con las expectativas del consumidor y que en caso de haber «cola» el tiempo de espera se estima como razonable en relación con la oportunidad de compra que significa.

El consumidor puede realizar esa compra para su propio consumo presente y futuro, o puede que identifique una oportunidad de mercado y compre para operar como vendedor en la «segunda economía» cuando vuelva a escasear el producto.

De cualquier manera el comportamiento racional y legítimo del consumidor ante este escenario es acaparar.

No compra, pues debe enfrentar una cola que le consumiría más tiempo que el que está dispuesto a emplear, o el precio del producto en la tienda está por encima de sus posibilidades.

En este caso el consumidor puede optar por acudir al segmento ilegal de la

«segunda economía», con las mismas implicaciones descritas en el escenario anterior.


Tabla 2. Posibles escenarios encontrados por el consumidor.

 

Reacciones alternativas

Aprendizajes/implicaciones

Escenario 3: El consumidor va a la tienda y encuentra algo que no buscaba pero que ha presentado escasez relativa

Compra, pues aunque es algo que no necesita en este momento, tal vez podría necesitarlo más adelante o podría extraer un beneficio de su posesión e intercambio en un momento en que se vuelva escaso.

Supone que está preparado y dispuesto para desempeñarse en la economía de la escasez. Significa que dispone consigo de suficientes recursos monetarios —a modo de capital de trabajo—, dispone de medios de carga o embalaje —bolsa, mochila, caja, saco— y puede acceder a un medio de transporte en caso de ser requerido —carretilla, «bicitaxi», auto u otro—.

Estimula la figura del revendedor como modo de vida y/o como fuente de empleo. Ciertos consumidores identifican en esta regularidad una oportunidad de negocio y derivan en acaparadores/revendedores.

La posesión de información sobre la próxima venta de productos escasos se convierte un activo valioso. Se estructuran redes ilegales de comercialización que corrompen a los actores del sistema formal de tiendas y desarrolla la oferta en la llamada «segunda economía».

No compra pues no está preparado o no tiene incentivos, conexiones, tiempo, o, en definitiva, no le interesa.

 

 En resumen, en condiciones de escasez crónica y de mercados de oferta inestable, para un consumidor completar su canasta cotidiana de bienes de consumo, algo que debería ser tan elemental y simple, se torna en una exigente lid —incluso sin considerar la «magia» para sortear su restricción presupuestaria— lo cual le exige un enorme esfuerzo y termina sustrayendo un tiempo precioso de su productividad o de su ocio.

En este contexto, la aparición de una oportunidad de compra produce de forma natural la intención de comprar más de lo que, en rigor, resultaría necesario en ese momento, dado que, como mínimo lo será en el futuro cercano. Acaparar constituye, entonces, una reacción que adquiere ribetes de necesidad y se internaliza como una regularidad del sistema. Redes informales, contactos personales, favores a —y de— amigos se erigen en formas esenciales de supervivencia. 

Como resultado, se fomentan y cultivan los mismos comportamientos egoístas condenados en el sistema de economías capitalistas —de hecho los exacerba con la situación de competencia entre consumidores— con el agravante de mantener al individuo en un estado permanente de zozobra por obligarlo, al menos en alguna ocasión, a comportarse cómplice de una transacción ilegal. La recurrencia de situaciones de ilegalidad conlleva a su paulatina naturalización, en detrimento del desarrollo de una civilidad saludable en términos morales. 

La empresa estatal 

En esta economía restringida por la oferta, las empresas disfrutan de condiciones ventajosas al acudir al mercado en su rol de vendedores. No están exigidas por la 
demanda, por lo cual el mercado suele estar ávido para devorar todo lo que estas sean capaces de ofertar en condiciones razonables de precio/calidad/exclusividad. Sin embargo, luego como comprador, las empresas también enfrentan los problemas del ajuste forzoso de la «economía de la escasez» y desarrollan los mismos comportamientos de protección. Su situación puede tornarse incluso más compleja que la enfrentada por los consumidores puesto que, a diferencia de estos, la empresa centralmente administrada no tiene autonomía para adoptar sus decisiones en función de sus preferencias y restricción presupuestaria. 

La mejor herramienta con que cuenta la empresa estatal en esta economía es su habilidad para la nego- ciación tácita generada cada año con los niveles supe- riores en la conformación del plan, ahí es cuando se deciden los recursos a recibir y las metas con las cuales se verán comprometidas. Este proceso de negociación es portador de una serie de comportamientos distorsio- nados nada relacionadas con la planificación. En primer lugar, los gerentes, como tendencia, intentarán solicitar más insumos de los necesitados en realidad; y, a la vez, notificarán capacidades productivas inferiores a las que en la práctica tienen. Por su parte, los niveles superiores asignarán menos recursos de los solicitados e impondrán metas productivas superiores a las planificadas por la base. Ambas partes son conscientes del comportamiento de la otra lo cual refuerza el ciclo. 

Otra manifestación del fenómeno ocurre con las cadenas de impago entre empresas, generadas con tanta facilidad. En muchas ocasiones, su origen puede hallarse en una restricción central para acceder de manera oportuna a algún recurso límite por parte de una empresa —sea la realización de un pago al exterior, o una asignación demorada de un insumo— lo cual afecta la dinámica de su proceso productivo y genera impactos «encadenantes» sobre las restantes empresas. 

Dado este contexto el comportamiento racional esperado de estos actores es el de acumular inventarios excesivos siempre que sea posible, como mecanismo de garantía para la continuidad de sus producciones ante un desabastecimiento o ante la demora de una autorización. Y… ¿entonces?… Pues, ahí tenemos: la empresa estatal incurre, también, en el delito de acaparar. 

El emprendedor privado 

Para no emborronar un excesivo número de cuartillas, concentremos el análisis en el caso del emprendedor privado que opera en condiciones de legalidad. Este recibió una licencia para la producción de un bien o la prestación de un servicio. Para aprovisionarse y garantizar su proceso productivo, el sistema no lo considera aún una empresa y no le da acceso, a las redes de sumi- nistros, ya maltrechas, de la «primera economía». 

Entonces, los lanza hacia los mercados de bienes y ser- vicios finales y los obliga a competir con los consumidores ordinarios que ya se encontraban compitiendo entre ellos por los escasos e inestables bienes y servicios en los mercados minoristas. Pues los productores privados, como cabe esperar, se comportan de la misma forma que los consumidores finales; con la agravante de que al requerir cantidades superiores como insumos para sus actividades, tienen el poder de vaciar los mercados cuando estos no están bien abastecidos o no pueden responder con prontitud a incrementos de la demanda. 

La consecuencia directa es devastadora para el desarrollo armónico de un modelo de economía heterogénea como el urgido a consolidar en Cuba. El consumi- dor, o sea la población en su rol de consumidora, identifica al emprendedor privado como el enemigo que le vacía los mercados, cuando en realidad esto ocurre debido a la implementación incompleta de la política económica que les abrió su espacio, o, dicho de manera más sencilla, por incompetencias del mecanismo planifi- cador imperante al no considerar su demanda. 

Las incapacidades del mecanismo planificador de garantizar estabilidad en la oferta, agravado por las reacciones de la «segunda economía» y los comporta- mientos comerciales del sector no estatal, han engrosado una larga lista de productos que han sufrido en alguna ocasión no muy lejana de desaparición forzosa y confinamiento. 

Los ejemplos de productos son infinitos y reemer- gentes. Solo como una muestra cabe citar: colchas de trapear, papel sanitario, detergente, cloro, desodo- rante, cemento, pintura, lozas de enchape, herrajes de plomería, tasas de baño, la caja decodificadora para la señal de tv digital, bombillos, fósforos, hojas de papel, condones, medicamentos como la dipirona y el polivit, almohadillas sanitarias, yogurt, papas, mantequilla, sal- chichas, huevos, leche, pan, aceite para cocinar, y por supuesto un inacabable etcétera de renglones los cuales alguna vez han desaparecido de la oferta. 

Una vez que un producto sufre un período de ausencia por primera vez, en lo adelante la «segunda economía» lo añade a su lista de favoritos y despliega sus mecanismos sobre él. O sea, en cada nuevo bache de oferta, el Estado se deja arrebatar productos y pasan a ser controlados por la «segunda economía». Y para restituir la confianza de los consumidores y retomar el control de esos pro- ductos se requeriría garantizar condiciones de equilibrio no inflacionario en los mercados de los productos en cuestión, así como de sus principales complementarios. 

El mecanismo de administración de divisas exacerba la «economía de la escasez» 

Ahora bien, en el caso particular cubano, ¿por qué ocurren con tanta frecuencia estos sistemáticos baches de oferta que refuerzan la «economía de la escasez»? Para completar el análisis de las causas resulta útil tomar, como caso, el excelente ejemplo de las manzanas pecaminosas que acapararon titulares en septiembre de 2018, cuando un periodista denunció el hecho de que un solo cliente compró 15000 manzanas de una sola transacción en una tienda de propiedad estatal (Sánchez, 2018). Esta denuncia fue utilizada por muchos —sobre todo en medios oficiales y redes sociales, no así en medios académicos rigurosos— para iluminar sobre los peligros de un «cuentapropismo despiadado que lucra sin escrúpulos», y para exhortar a combatir y erradicar el mal del acaparamiento, incrementando los controles hasta con enfrentamiento policial si fuera preciso. Incluso fueron sancionados los trabajadores de la tienda que llevaron a cabo esta venta. Todo ello sin reparar un instante en la cadena de causales generadores de estos comportamientos, sobre la cual quien único tiene capacidad de transformación es el propio Estado. 

Para contribuir a una lectura mucho más rigurosa de este tan ilustrativo caso, comencemos por colocar a un lado los posibles resortes que halló el actor que se dispuso a la compra de las manzanas y obviamos por tanto la identificación de los posibles destinos del producto, muchos de los cuales —por cierto— bien podrían ser de naturaleza legal. Si nos centramos en el lado del vendedor, lo primero a preguntarse es por qué un acto de venta realizado por un vendedor autorizado constituye un hecho punible, cuando: 

1. De un producto como las manzanas, que no está identificado como una necesidad básica de la población, y por tanto no disfruta de ningún subsidio por parte del Estado, no está controlado por el sistema de racionamiento, y se expende a precios muy superiores a su costo, debería ser una excelente noticia para el establecimiento el hecho de que se logre una venta extraordinaria. 

2. Si las existencias se agotan de un producto rentable como las manzanas la reacción esperada de la empresa sería realizar un nuevo pedido a quien produzca o importe este producto, de manera de restituir los inventarios y se pueda iniciar un nuevo ciclo de venta, a la espera de poder conseguir otro «golpe» similar de ventas extraordinarias para mejorar todos sus indicado- res de resultado. 

En resumen, si las manzanas son un producto rentable, ¿por qué la empresa no importa más, vende más, recauda más, y aporta más a las arcas del Estado? Pues porque la empresa no tiene la autonomía que le permita reaccionar al mercado y cerrar su ciclo producción-comercialización. Y este pequeño gran problema ocurre debido a una muy variada estela de restricciones, pero la más primaria, las más inmediata y sobre la cual se debería actuar con urgencia, es que sus ingresos en CUC provenientes de sus ventas no son, de manera automática, convertibles en divisas internacionales a la tasa de cambio vigente, y por tanto no le otorgan capacidad de importar. Requieren de una mediación central de alguna naturaleza. 

En el contexto en que se redacta este trabajo, una empresa para concretar importaciones requiere por lo general de una asignación central de las divisas, mecanis- mo que los entendidos llaman Coeficiente o Certificado de Liquidez (CL). Este surgió en 2008 para administrar la crisis «coyuntural» de liquidez en divisas que se presentó en ese momento y evitar así una modificación de la tasa de cambio del USD respecto al CUC. El asunto es; con el fin de administrar los desequilibrios a corto plazo en las cuentas externas de la nación, se impone un control administrativo a las importaciones, que genera en la práctica una restricción de la producción y la dinámica económica. La oferta entonces se vuelve inestable y no satisface la demanda, la demanda se torna ansiosa y responde con el acaparamiento de todo lo que alguna vez escasea, tal como se ha descrito en páginas anteriores. 

La persistencia por más de diez años de este mecanismo constituye un ejemplo fehaciente de las interpretaciones erróneas del concepto de planificación. Tenemos aquí un procedimiento administrativo que pretende coordinar actores y asignar recursos, con muy buena voluntad pero con muchas carencias de información. Resulta técnicamente imposible poder hacerlo mejor, incluso para desarrollar las metas socialistas, que un mecanismo automático controlado, con un buen diseño de incentivos, el cual permita a los actores interactuar sin necesidad de un mediador directo que autorice cada una de sus decisiones. Esto se puede solucionar y de hecho es recomendable, incluso antes de sumergirnos de manera completa y definitiva en el proceso de unificación monetaria. 

Comenzar a desatar el nudo de la dualidad monetaria 

Las mayorías de las personas concuerdan: la dualidad monetario-cambiaria es la causante de todos estos males. Y, en rigor, es cierto que produce severas distorsiones en todos los órdenes. Entre las más conocidas se hallan los estímulos perversos a las importaciones y el desincentivo a los exportadores, así como la imposibili- dad de llevar a cabo una medición certera de los hechos económicos a lo largo de toda la economía, tanto de la rentabilidad empresarial como de los indicadores ma- croeconómicos. De lo anterior se desprende que la unifi- cación monetaria y cambiaria debería ejecutarse cuanto antes. ¿Por qué no se ha acometido hace tiempo? 

Como resultado de la unificación de las tasas de cambio de CADECA —la del segmento de la población que es 25 CUP = 1 CUC, y la oficial para el sector de las empresas donde 1 CUC = 1 CUP—, cabría esperar que la resultante fuera una tasa de cambio en algún nivel intermedio, lo que supondría un proceso de devalua- ción de la tasa oficial empresarial. Si se transmite ese efecto como debería por toda la cadena, ello impactaría notable e inevitablemente en los precios de los bienes y servicios que enfrenta el consumidor final. De acuerdo a la tradición política del país, pareciera que la presente no es la mejor circunstancia para aceptar ese riesgo. Para apoyar a los perdedores del proceso el Estado requiere disponer de fondos de compensación, de lo contrario los impactos sociales podrían ser devastadores y muy costosos en términos políticos. 

El asunto es más complejo, pues aun disponiendo de esos fondos, si el objetivo es eliminar las distorsiones de ineficiencia propiciadas por la dualidad, se requiere un ajuste real el cual transparente los resultados econó- micos de todas las empresas y permita tomar decisiones radicales con actividades económicas ineficientes. Una compensación a gran escala tendería a esterilizar este ajuste y reproducir las viejas distorsiones, ahora amparadas en un nuevo mecanismo de protección. 

¿Qué hacer entonces? El problema fundamental en este momento no es la dualidad monetaria y ni siquiera la multiplicidad de tasas de cambio. El problema es la carencia de una moneda que cumpla las funciones del dinero en el sector empresarial. Ninguna de las dos que operan —CUC o CUP— cumplen la función de mercancía equivalente universal, ni medio de pago y atesoramiento. 

Ello ocurre porque como la balanza de pagos cons- tituye la variable más crítica, las autoridades no tienen muchas otras opciones operativas que controlar de manera central las erogaciones externas a través del llamado CL. A través de este mecanismo se asignan de forma vertical las divisas al interior de la economía, con la requerida argumentación detallada sobre a qué actividades o meta productiva estarían destinadas estas divisas. Como los circuitos monetarios están fragmen- tados y desconectados en grado superlativo, y los sistemas de precios padecen de una elevada desarticu- lación, el proceso conduce al final a reforzar la regula- ción de la economía en términos físicos y no monetarios, lo que dificulta sobremanera la superación de la crisis de liquidez. La institución estatal busca manejar la crisis con su administración directa y se convierte en perpetuadora de la crisis al pretender realizar una función coordinadora que no puede hacer con eficiencia, puesto que esta le corresponde al mercado. Pero para que esta asignación de divisas pueda tener lugar de manera automáti- ca se requiere que la moneda empleada —en este caso CUC— cumpla sus funciones dinerarias. ¿Cómo hacerlo? La reforma de los noventa tiene mucho que aportar ahora. Durante los años noventa, como estrategia para salir de la más profunda crisis económica experimentada por la economía cubana, se estructuró un modelo diferente, basado en una planificación financiera novedosa para el contexto cubano. Bajo este modelo se otorgaron amplias facultades a las empresas —incluidas facilidades de comercio exterior— con el objetivo de conseguir una rápida reinserción externa de la economía. 

La mayor descentralización experimentada durante el período no significó una disminución del rol del Estado en la asignación centralizada de recursos, sino una adecuada selección de mecanismos más eficaces. Los llamados «Presupuesto de Ingresos y Gastos en Divisas» fueron el instrumento fundamental de conducción de la economía. A través de este se les fijaba un tipo de planes diferente a las empresas. El Estado actuaba como proveedor de capital de trabajo o inversionista y la empresa tenía la responsabilidad de recuperar la inversión y aportar ingresos al Estado acorde a un plan, al mismo tiempo se les otorgaba autonomía para ejecutar un margen de gastos en su propio desarrollo. 

El propio documento rector de la política estatal aprobado en 1997, la llamada «Resolución Económica» del V Congreso del PCC, describe lo que se había venido implementando durante este período cuando expresa: «la planificación transita de un modelo excesivamente centralizado, sustentado en balances materiales, a otro —aún en proceso de implantación— a partir de la valo- ración y balances financieros de los recursos externos y otras definiciones y coordinaciones, integrando todas las formas de propiedad bajo el predominio de la estatal» (Partido Comunista de Cuba, 1997). Esta transforma- ción fue clave para revertir la profunda depresión que enfrentó el país durante esos años. Sin embargo, y como una paradoja, no se constituyó en punto de partida de un debate para una verdadera reconstrucción del paradigma teórico sobre la planificación, sino que, por el contrario, se volvió a los extremos centralizadores unos años más adelante. 

Aquel programa económico de los noventa, junto a los avances conceptuales actuales que han sometido a juicio los dogmas del socialismo tradicional centralizado, pueden de conjunto ofrecer una salida auténtica a la crisis actual. 

Las fórmulas que operan en la actualidad para admi- nistrar la carencia crónica de divisas externas permiten si acaso equilibrar de forma muy elemental las cuentas en el corto plazo, pero incorporan mucha presión en la gestión del futuro al inhibir las potencialidades de desarrollo de las empresas. Por lo tanto, en lugar de con- tinuar apostando una u otra vez por la restricción de las importaciones y realizar llamamientos políticos al incremento del control y la eficiencia, deberían inten- tarse fórmulas nuevas —o antiguas— pero que tengan la osadía de ser diferentes a las actuales. Los controles y recetas ya probados durante años han demostrado que si bien garantizan la supervivencia a corto plazo del sistema no tienen manera de sacar a la economía de la crisis, con lo cual alejan de forma persistente toda promesa ya vaga de prosperidad futura. 

Planificación de mercados: ruta crítica para cambiar el paradigma 

Lo primero es el consenso conceptual. Ese que aún no parece conquistado, a pesar de varios años de congresos, documentos rectores y escuelas de cuadros. Ahí está aún ese pantano conceptual respecto a cuál modelo económico apostar las fichas, y del que ya cuesta varios años salir adelante. Elementos de un modelo con una verdadera heterogeneidad de actores económicos armonizados todos en una economía integrada, con mucho más poder descentralizado hacia los territorios, con un sector empresarial estatal protagonista pero autónomo e innovador, con un sistema de administración pública modernizado, eficiente y mucho más participativo, más dedicado a la regulación y al fomento que al control y la asignación directa de recursos, se pueden identificar como objetivos claros en los documentos del VII Congreso del PCC celebrado en 2016 (Partido Comunista de Cuba, 2017). 

Sin embargo, a contrapelo de lo anterior, determina- dos actores desde ciertos niveles del gobierno lograron imponer un freno y hasta un retroceso al proceso de reformas en los últimos tres años. Importantes transfor- maciones conceptuales que se encontraban en fase de experimentación y ajuste, se hicieron retroceder en su totalidad en lugar de intentar las posibles y necesarias correcciones. Tal fue el caso, por ejemplo, del intento de articular canales directos de comercialización de produc- tos agrícolas, que al abandonarlo eliminó los mercados mayoristas de abasto que recién se habían construido —y no pasaban de dos años de operación— para res- tituir viejas prácticas de control centralizado a través de una empresa estatal de acopio, que ha probado, una y otra vez, su incapacidad siquiera de administrar las magras producciones que se logran y evitar pérdidas severas en manipulación y transportación. 

Se precisa superar el arcaico y falso concepto de que mercado y planificación son dos conjuntos excluyentes, y que permitiendo aun mínimos espacios de mercado se transita directo al desmantelamiento del socialismo. Entender que el desarrollo del socialismo cubano en las presentes circunstancias requiere de un uso apropiado pero mucho más extendido del mercado, constituye una asignatura pendiente para muchos. El mercado debe ser aceptado dentro del repositorio de palabras políticamente correctas en Cuba. El mercado es una institución objetivada hace muchos años, incluso previo a que el capitalismo lo acogiera y lo convirtie- ra en summum. Por lo tanto, no deben ser las leyes del mercado las inculpadas, sino las leyes del capitalismo que lo utiliza. 

El mercado no es un actor, es un contexto. Es la tecnología conocida hasta el momento más eficaz para ordenar un mundo de mercancías del cual Cuba forma parte, de modo indiscutible. Sin embargo, el desprecio que nos enseñan a profesarle, los defensores de una economía política dogmática, importada y cultivada de espaldas, nos aleja del necesario estudio de sus regularidades y de los modos de conducir y emplear para fines nobles. De esto deriva, además, la absurda y lapidaria convicción de solo una opción como posible: el Estado lo controla todo, a través de un marco regulatorio del que se interpreta queda prohibido todo lo que no está autorizado de manera explícita. 

Construir mercados justos que equilibren la balanza a favor de los consumidores en lugar de entregar poder absoluto a los productores, con independencia de la forma de propiedad a la cual respondan, podría ser también una fuente importante de equidad social y, sobre todo, el único camino para combatir las ya tan estructuradas formas ilegales dentro de la «segunda economía», principal activista en la corrosión de valores a nivel social. 

En este sentido, una ruta crítica para un modelo de planificación de mercados con capacidad para superar la economía de la escasez, requeriría transitar a que la asignación de la mayoría de los recursos a lo largo de toda la economía vaya teniendo lugar de manera paula- tina mediante relaciones de mercado, acotadas y condu- cidas por el Estado a través de un nuevo paradigma de planificación que opere sobre la base de metas financieras y mecanismos indirectos de regulación. 

Para ello se debería continuar resueltamente el camino iniciado con el proceso de «actualización» del modelo económico, de manera concreta con los pasos incluidos en las «Directivas del Plan de la Economía en el año 2014» (Ministerio de Justicia, 2014). La combinación de tres factores introducidos en ese momento, son la puerta de entrada para la construcción de un nuevo paradigma. 

El primer paso es la introducción para el sistema em- presarial estatal de la categoría «encargo estatal» como elemento de conducción directiva, que establece cuáles son los renglones concretos y sus respectivas cantidades que deben ser producidas por las empresas, para garantizar objetivos considerados centralmente como estratégicos. 

En segundo lugar, se requiere continuar con la flexibilización total del «objeto social» de las empresas, permitiéndoles definir qué otras producciones realiza- rán además de la principal obligatoria ya definida por el «encargo estatal». 

Y el tercer elemento que cierra este círculo es la posibi- lidad de vender en el mercado los excedentes produci- dos por la empresa, no comprometidos con el «encargo estatal», a cualquier actor —estatal o no estatal, nacional o foráneo— reconocido de forma legal en la economía. Sería entonces una responsabilidad del Estado observar los resultados de la asignación que se produciría a través de este mercado, e introducir correcciones con la utili- zación de instrumentos de regulación indirectos tales como impuestos, subsidios, tasas de interés, créditos di ferenciados, aranceles, entre otros. 

De esta forma, en un plazo no mayor de tres a cuatro años el paradigma de planificación habría transfor- mado sus mecanismos directos de intervención por instrumentos de regulación indirecta que le permitan conducir mercados regulados. 

La dinámica de este modelo incluiría: 

1. Reducir de manera progresiva las solicitudes de producciones físicas a entidades estatales, dejando libre cada vez una mayor parte de su ca- pacidad productiva. 

2. Reducir, también de forma paulatina, las asigna- ciones centrales de recursos físicos a entidades estatales, obligándolas cada vez más a comple- tar sus insumos a través del mercado. 

3. Conservar por el Estado la capacidad de asig- nación directiva de recursos físicos para la pro- ducción de renglones no reconocidos por el mercado, pero aceptados como socialmente necesarios, así como para casos de situaciones excepcionales. 

4. Flexibilizar en su totalidad las relaciones entre los agentes económicos internos reconocidos legalmente, con el objetivo de integrarlos de modo pleno en una sola economía. 

En este sentido, resulta urgente promover una reforma integral de la empresa estatal y su marco regulatorio. Bien valdría la pena, comenzar por colocar a las empresas al menos en las mismas condiciones disfrutadas durante la reforma de los noventa, y que con éxito sacó al país de la mayor crisis económica de su historia. La desconcentración del comercio exterior, el desarrollo de la competencia entre empresas estatales, así como el empleo de mecanismos de regulación financiera como los llamados «Presupuestos de Ingresos y Gastos en 
Divisas», resultaron claves en la recuperación en aquel entonces. 

En el contexto actual podría sumarse la integración y encadenamiento plenos con un sector privado que se ocupe de actividades de pequeña escala y de gran flexi- bilidad y precisión, tan difíciles de realizar por empresas estatales. Sumaría además, la necesidad de ensayar fórmulas de autogestión o control obrero en estas empresas estatales, que contribuyan a la construcción de un modelo auténtico de participación. 

Para finalizar, una síntesis del significado de este para- digma de planificación de mercados, se puede ilustrar de manera simple a través de la siguiente metáfora del cuerpo humano: 

En nuestro organismo funcionan dos sistemas de comandos de modo simultáneo. A cada instante producimos acciones sobre las cuales previamente tomamos una decisión consciente, persiguiendo un objetivo específico. Esto, a todas luces, se puede identificar como «planificación». Sin embargo hay otras, muchas más si se le compara con las primeras, que también se ejecutan por algún componente o subsistema de nuestro cuerpo sin que hayamos siquiera reparado en ello. ¿Y cómo? Pues el sistema está diseñado para que una inmensa mayoría de las acciones desarrolladas por sus actores funcionen de manera automática sin que el departamento de lo consciente tenga que emitir una orden o autorización. A esto le podríamos llamar «mercado». Todas las partes que participan desempeñan roles diferentes pero están alineadas hacia un objetivo común: garantizar la supervivencia, sostenibilidad y desarrollo del sistema. 

Lo imposible y absurdo en su totalidad es pretender que, cada una de las millones de acciones que el sistema requiere emprender en aras de garantizar sus necesi- dades de reproducción, sean autorizadas centralmen- te. Esta es justo la distorsión impuesta al concepto de planificación. 

Empléese la planificación para diseñar un mecanismo adecuado que automatice las operaciones descentralizadas de sus actores, y permítasele luego concentrarse solo en las decisiones trascendentales que determinan el juego estratégico. Sacúdase de una vez este concepto del cancerígeno vicio de la administración totalitaria verticalista antes que la metástasis ahogue las esperan- zas de vida de manera irreversible. 

Bibliografía 

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OSCAR FERNANDEZ ESTRADA

Profesor Titular y Doctor en Ciencias Económicas de la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana. Fue jefe del Departamento Docente de Planificación y de la disciplina de Planificación en la Comisión de Carrera de Economía a nivel nacional. Fue director del Centro de Estudios de Administración Pública y Empresarial, en la Escuela Superior de Cuadros del Estado y el Gobierno, y presidente de la Sociedad Cubana de Planificación, en la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba. Se desempeñó por cinco años como asesor no permanente de la Comisión de Implementación y Desarrollo.

Continuará

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