Cada vez
que, desde las primeras horas de su desaparición física,[2] me he propuesto escribir
sobre mi jefe, compañero, amigo y, en no pocas ocasiones, mi segundo padre, sin
paternalismo,[3] se
me agolpan tantas emociones y recuerdos que no siempre consigo sintetizarlos,
ni encontrar las palabras más adecuadas para calificar la eminente importancia
que él tuvo en mi formación política, profesional e intelectual desde que, sin
haber cumplido 18 años, comencé a trabajar bajo su dirección.
Lo dicho ocurrió
en los primeros días de abril de 1967 cuando formé parte de un nutrido grupo de
estudiantes universitarios y preuniversitarios (como era mi caso) de diferentes
provincias del país que, luego de un riguroso proceso de selección, nos
incorporamos a las diversas Secciones del entonces llamado Vice Ministerio
Técnico (VMT) del Ministerio del Interior (MININT); incluidas aquellas directamente
vinculadas a la multifacética solidaridad de nuestro liderazgo político-estatal
y de nuestro pueblo con los movimientos revolucionarios de diversos países del
mundo.
Nunca supe
por qué, a pesar de mis protestas iniciales, me ubicaron en su Sección de
Información (SI), dirigida por Ramón Sánchez Parodi; cuyas oficinas estaban
ubicadas en el mismo piso del Edificio Central de ese ministerio en el que
Piñeiro tenía su principal (aunque nunca único) puesto de mando; ya que, como
pude conocer pocos años más tarde, en uno de los espacios de su casa-vivienda,
él continuaba trabajando y realizando importantes reuniones hasta altas horas
de la noche y en la madrugada, tanto con sus subordinados como con algunos
visitantes extranjeros que, por razones de seguridad o de compartimentación, no
consideraba prudente atenderlos en su antes referida oficina.
Por
consiguiente, a diferencia de otros de mis compañeros que laboraban fuera de
esa histórica edificación (en ella previamente habían estado instaladas las
oficinas del Che durante el tiempo que encabezó el Ministerio de Industrias), ello
me posibilitó conocer personalmente, pocos días después de iniciada mi vida
laboral, al que apodaban Barba Roja al menos los que, desde 1958, habían
combatido en el Segundo Frente Oriental “Frank País,” comandado por Raúl Castro.
Fueron las
tropas de ese frente las que el 2 de enero de 1959 habían entrado triunfantes
en mi ciudad natal: Guantánamo. Y, como parte de ellas, Piñeiro, quien ya había
sido ascendido como el décimo segundo comandante del Ejército Rebelde. De ahí,
otro de los seudónimos con que lo identificábamos (“Doce”) para encubrir al
destinatario de los mensajes confidenciales que teníamos que enviarle cuando
estábamos fuera de Cuba.
No habían
pasado muchos días de comenzar nuestro trabajo en el SI y siguiendo sus
orientaciones, cuando comenzamos nuestra intensa y heterodoxa preparación
teórico-práctica para el desempeño las tareas como Analistas que cada uno de
nosotros teníamos asignadas.[4] Al par, todos los fines de
semana nos incorporábamos a los entrenamientos en la lucha guerrillera rural
que entonces recibían casi todos los jefes, oficiales y demás trabajadores
(incluidos los choferes y las secretarias) del VMT, en las cercanías de las
serranías (entonces, pinareñas) donde, apenas unos meses antes, se habían
estado entrenando la mayor parte de los combatientes internacionalistas cubanos
que acompañaron al Che en el último trayecto de su viaje a la inmortalidad.
Aún no
habíamos terminado nuestra preparación cuando, a fines de julio, algunos de los
jóvenes integrantes de la SI comenzamos a cumplir la que viví como mi primera
“gran tarea”: integrar el pequeño Grupo de Información encargado de evaluar y
sintetizar las informaciones que recibíamos de diferentes fuentes (incluidas las
que nos entregaban los demás compañeros del VMT) sobre las deliberaciones e
intríngulis de la Primera (y a la postre única) Conferencia de la Organización
Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) realizada en La Habana en los primeros
días de agosto de 1967.
Creo que
los jóvenes que integramos ese grupo sentíamos el peso de que nuestros informes
iban a ser rigurosamente revisados por Parodi y por Piñeiro antes de enviarlos,
con los arreglos que fueran necesarios, a la máxima dirección política del país;
incluida la delegación oficial cubana acreditada en esa conferencia. Y, cuando
ello ocurría, recibíamos con alegría sus breves, pero peculiares palabras de
estímulo por el adecuado cumplimiento de esa tarea, al igual que las que
seguimos cumpliendo en los meses y años posteriores: “¡La partieron!” o “¡La
partiste!”, en caso que esta se hubiera realizado de manera individual.
Por eso,
sin desmeritar a los demás que se mantuvieron trabajando en la que comenzó a
llamarse Dirección General de Inteligencia (DGI), algunos de los jóvenes que
hasta entonces habíamos trabajado en el ya extinto VMT nos sentimos muy gozosos
cuando, en 1970, Piñeiro nos seleccionó para que continuáramos trabajando, bajo
su dirección, en la recién fundada Dirección General de Liberación Nacional
(DGLN) del MININT. Y, cuatro años más tarde, en el naciente Departamento
América (DA) del Comité Central (CC) del Partido Comunista de Cuba (PCC); al que,
poco a poco, comenzaron a incorporarse nuevos jóvenes que, en los años posteriores,
cumplieron importantes tareas, en Cuba o en el exterior, vinculadas a las
múltiples misiones de esa estructura del denominado “aparato auxiliar del
Secretariado del CC del PCC”.
Estoy
seguro que varios de ellos pueden aportar sus propios relatos (casi seguramente
tan o más ilustrativos que los míos) acerca de cómo Piñeiro siempre mantuvo una
atención personalizada hacia cada uno de nosotros y con su ejemplo y sabiduría,
así como con sus oportunas críticas y consejos (incluso algunos, vinculados a
nuestras correspondientes vidas personales o familiares), fue contribuyendo a
nuestra formación integral. Y, como parte de ella, encomendándonos importantes tareas
que no pocas veces pensábamos que estaban por encima de nuestras
correspondientes trayectorias políticas y preparación profesional.
En ese
contexto, y a causa del limitado espacio destinado a la publicación de este
incompleto testimonio, solo voy a relatar dos experiencias personales demostrativas
de la enorme confianza que Piñeiro siempre depositó en los jóvenes que
trabajamos bajo su dirección. Ambas las viví antes de haber cumplido 21 años.
La primera
de ellas ocurrió en los primeros días de abril de 1969 cuando él tomó la
decisión de incorporarme a la experimentada delegación oficial cubana que
–presidida por el integrante de la máxima dirección del PCC, Carlos Rafael
Rodríguez— asistió al Tercer Periodo de Sesiones de la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL) que se efectuó en Lima, Perú, en la segunda semana de
ese mes.
Aunque ese
era mi primer viaje al exterior y, a su vez, la única visita que hasta ese
momento hacia realizado a ese país suramericano, Piñeiro me encomendó la tarea
de buscar las informaciones necesarias para que, a mi regreso, elaborara un informe
sobre los antecedentes, la situación y las perspectivas del gobierno militar
peruano que, encabezado por el general Juan Velasco Alvarado, había tomado el
poder el 3 de octubre de 1968 y que, como una de sus primeras decisiones, había
nacionalizado los yacimientos de la poderosa empresa estadounidense International
Petroleum Company (IPC), ubicados en Talara: una ciudad-puerto ubicada en el
noroccidente de ese país.
En los
días inmediatamente posteriores a ese acontecimiento todos los que, de una
forma u otra, estábamos implicados en tareas vinculadas a ese país, incluido mi
jefe inmediato (César Zamora; quien, recién graduado en la Universidad de
Oriente, también había formado parte del grupo de jóvenes provincianos antes
mencionado) ya conocíamos las orientaciones del Comandante en Jefe, Fidel
Castro, acerca de la importancia de que realizamos una valoración desprejuiciada
de las diferencias que existían entre ese movimiento político-militar y los brutales
golpes de Estado que, apoyados por los Estados Unidos, se habían producido en
los años previos en otros países de América Latina y/o del llamado “Caribe
insular”.[5]
Sería
injusto dejar de reconocer el trato respetuoso y el apoyo que, por el hecho de
ser un subordinado de Piñeiro, me ofreció en todo momento Carlos Rafael; quien había
estado exiliado en Perú creo que antes de que mis padres me trajeran al mundo.
Por tanto, conocía a muchos intelectuales, periodistas y dirigentes políticos peruanos;
en particular los vinculados al Partido Comunista de ese país. En todas las
reuniones organizadas con ellos, él me orientó que lo acompañara, a la vez que
tomó la decisión de asistir a algunas de las entrevistas discretas que
previamente yo había concertado con ciertos dirigentes de las pocas organizaciones
político-militares que entonces estaban activas en ese país.
Con esos
insumos, luego de conocer los criterios de todos los integrantes de la
delegación cubana (incluyéndome) y casi seguramente cumpliendo instrucciones de
Fidel, Carlos Rafael hizo público por primera vez el respaldo del liderazgo
político-estatal de nuestro país hacia las primeras medidas nacionalistas que,
en los meses previos, había adoptado el
gobierno militar peruano e inmediatamente después afirmó que “frente a las
presiones y chantajes de Estados Unidos contra Perú y en la lucha del pueblo
peruano por su dignidad, su riqueza y soberanía, la Cuba revolucionaria está a
su lado”.[6]
Aunque no
me lo dijeron explícitamente creo que tanto él como Piñeiro realizaron una
positiva evaluación de mi desempeño durante ese viaje y del informe que elaboré
a mi regreso a La Habana; en tanto que –con pocas modificaciones de contenido y
forma—inmediatamente se lo remitieron a Fidel; quien, con su acostumbrada mirada
estratégica y también tomando en cuenta las sistemáticamente recibía de otras
fuentes, así como sus análisis del movimiento militar panameño, encabezado, desde
el 9 de octubre de 1968, por Omar Torrijos, en algunos de sus discursos
posteriores comenzó a resaltar la emergencia de sectores nacionalistas en las Fuerzas
Armadas de algunos países latinoamericanos.
Retomando
los enunciados al respecto que estaban incluidos en la Segunda Declaración de La
Habana (proclamada por el pueblo cubano el 4 de febrero de 1962),[7] así lo expresó en la
disertación que pronunció el 22 de abril de 1970 en la Velada Solemne en conmemoración del centenario
del natalicio de Vladimir Ilich Lenin.[8] Entre otras ideas medulares planteadas en esa
ocasión, afirmó que esos militares nacionalistas, al igual que los
cristianos identificados con la Teología de la Liberación, debían ser incluidos
en el amplio frente de las multiformes luchas populares, democrática,
antiimperialistas e incluso por el socialismo que entonces se estaban
desplegando en diversos países del ahora denominado “sur político del
continente americano”.
Poco más
de un mes después y casi seguramente por los conocimientos adquiridos durante
mi primera visita a Perú, así como en mis estudios e indagaciones posteriores,
el 2 de junio de 1970, a través de Sánchez Parodi, “Doce” me orientó que me incorporara
como el tercer integrante de la delegación oficial cubana que, integrada por
nuestro compañero Jorge Luis Joa y encabezada por el entonces Ministro de Salud
Pública, Eleodoro Martínez Junco, viajó a Perú llevando las dos primeras cargas
de la ayuda solidaria de nuestro país a su pueblo y a su gobierno con el fin de
contribuir a mitigar el insólito impacto social y humano que había provocado el
destructivo terremoto que se había producido dos días antes. Entre ellas, la muerte de decenas de miles de
personas.
Después de
recorrer las zonas afectadas por ese sismo y de entrevistarme con varios de los
amigos y compañeros peruanos que había conocido personalmente en mi viaje
anterior, al igual que con algunos altos funcionarios del gobierno militar, así
como de intercambiar criterios con Joa y de consultar otra fuentes públicas,
elaboré un informe sintético sobre la complicada situación económica, social y
política que se había creado en Perú; incluidas las contradicciones que se
estaban presentando en el que –siguiendo lo planteado por Fidel en el discurso
antes mencionado— ya había comenzado a denominar Gobierno Militar Revolucionario
Peruano.
Para mi
sorpresa, en el próximo vuelo de Cubana de Aviación portador de otra carga de ayuda,
recibí la orden de Piñeiro de que regresara a La Habana tres días después. Aunque
ni el portador de ese mensaje, ni Joa (que ya estaba al frente de todas nuestras
tareas) pudieron explicarme las causas de esa decisión, retorné en la fecha
indicada.
Cuando la
tripulación del Il-18 en que viajé abrió la puerta de salida, pude ver que
Piñeiro estaba en la parte baja de la escalerilla. Como en ese vuelo únicamente
habíamos viajado el prestigioso cineasta y documentalista cubano Santiago
Álvarez y su camarógrafo Iván Nápoles,[9] y mi persona, supuse que él
había acudido a recibirlos. Mucho más porque inmediatamente les indicó que se
dirigieran al pequeño salón de protocolo que entonces existía en el Aeropuerto
Internacional Jose Martí.
Lo mismo
me dijo cuando lo saludé; pero, antes de que emprendiéramos el trayecto, me señaló
que fuera ordenando mis ideas porque Fidel me estaba esperando para que le
explicara y ampliara los fundamentos del informe que había enviado una semana
antes. Ese fue el inolvidable momento de mi vida en que, por primera vez, tuve privilegio
de estrechar sus manos y de conversar durante más de una hora con el líder
histórico de la Revolución Cubana; quien, en mucha mayor medida que a Santiago
Álvarez, me realizó incontables y
detalladas preguntas sobre mis observaciones y conocimientos de la situación
peruana y, luego, nos dio diversas instrucciones de las tareas que debíamos
cumplir lo más rápidamente que nos resultara posible.
Cuando nos
despidió con su acostumbrada sencillez y afectuosidad, fue que el todavía jefe
de la Sección de América Latina del VMT, Juan Carretero, me orientó que, en
cuanto viera a mi entonces esposa y dejara mi equipaje en el departamento que
compartíamos varios de los jóvenes que trabajábamos
en la SI y, sin decirle nada a ninguno de ellos, me trasladara inmediatamente
hacia los locales del que Fidel había denominado “Centro Operativo Ayacucho”,
ubicado en algunas habitaciones contiguas del Hotel Nacional.
En cuanto
llegué y cumplimos las principales tareas que él nos había encomendado en el aeropuerto,
Piñeiro me informó que, en lo adelante y sin descartar totalmente que
nuevamente viajara a Perú, debía comenzar a organizar y a fungir como jefe del Grupo
de Información que –con los análisis e informaciones que remitiera Joa u obtenidas
por otras fuentes, incluidas las periodísticas y académicas— tendría la misión
de mantener sistemáticamente informado a Fidel de la evolución de la compleja situación
peruana.
Durante el
cumplimiento de esa tarea varias veces tuve el honor de participar en las
reuniones a las que él convocó a Piñeiro con vistas a analizar la situación y adoptar
nuevas decisiones con relación a las ascendentes relaciones entre nuestro
liderazgo político-estatal y las máximas autoridades peruanas; particularmente,
con los principales representantes de los que denominábamos “sectores radicales
y nacionalistas de sus Fuerzas Armadas”.
Estas
registraron un salto de calidad luego de que el gobierno peruano aceptó la propuesta
que le había realizado Fidel, a través de Joa, de donarles y construir con una
selecta brigada de trabajadores cubanos 6 hospitales debidamente equipados en
las zonas andinas más afectadas por el evento telúrico antes referido. Al
frente de esa misión, viajó nuestro compañero, el capitán Fernando Ravelo
Renedo; quien, después de haber cumplido importantes tareas en la máxima dirección
nacional de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), en 1963, se había
incorporado a una de las Secciones Operativas del VMT.[10]
Esa
práctica de que los encargados directos de cada tarea, con independencia de
nuestras correspondientes edades y experiencias profesionales, con o sin la
presencia de nuestros jefes inmediatos, participáramos en las reuniones para evaluarlas
a las que Fidel lo convocara y/o que acompañáramos a los integrantes de las
delegaciones extranjeras que se entrevistaran con él o con otros altos
dirigentes de la nuestra Revolución, formó parte intrínseca de los desburocratizados
métodos de dirección y de trabajo empleados por Piñeiro mientras dirigió el
VMT, la DGLN y, desde 1974, hasta 1992,
el Departamento o el Área de América del CC del PCC.
En mi
concepto, esos métodos él los había aprendido de Fidel; quien, en razón de lo
antes dicho, se convirtió en el gran maestro de todos los jóvenes y no tan
jóvenes subordinados a Piñeiro que tuvimos la oportunidad de cumplir las tareas
que, en cada momento histórico-concreto, el Comandante en Jefe considerara más importantes
para la implementación de la multifacética proyección externa de la Revolución
Cubana, tanto hacia América Latina y el Caribe, como hacia los Estados Unidos.
La Habana,
10 de marzo de 2021
¨ Luis Suárez Salazar
(Guantánamo, Cuba, 14 de mayo de 1950) Bajo la dirección del
comandante Manuel Piñeiro Losada, cumplió diversas tareas entre abril de 1968 y
los primeros meses de 1992; pero, hasta el accidente automovilístico en que
perdió la vida, mantuvo con él y con su familia, una estrecha relación
personal, familiar, política y profesional. Fue el compilador y prologuista del
libro Barbarroja: Selección de testimonios y discursos del comandante Manuel
Piñeiro Losada, publicado, en 1999, por Ediciones Tricontinental y SIMAR
S.A., ambas de La Habana, Cuba.
[2] Luis Suárez Salazar: “Un hombre
que derrotó a la mediocridad”, en Suplemento Especial: Nuestro modesto homenaje
a Manuel Piñeiro”, Tricontinental, No 139, Año 32, La Habana, Cuba, 1998,
pp. 5-8.
[3] Desde que tuve uso de
razón, mi padre, Luis Armando Suárez Fuentes (que, a sus casi 96 años, aún tiene
una buena salud), sentó las bases de mi formación educacional, ética y política.
Aunque desde la segunda mitad de la
década de 1940 era militante activo del Partido Auténtico, con el acervo de su
participación en las luchas políticas y sindicales de los trabajadores
ferroviarios, en la primera mitad del decenio de 1950 se incorporó a una de las
células clandestinas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio que funcionaban en
nuestra ciudad natal: Guantánamo. Por consiguiente, a partir de los primeros
meses de 1958, le prestó ayuda logística al Segundo Frente Oriental “Frank
País, comandado por Raúl Castro. En ese frente combatieron cuatro de mis tíos
paternos. Cuando entraron triunfantes a la ciudad en los primeros días de enero
de 1959 fue que los escuché hablar de manera encomiástica de “Barba Roja”, para
referirse al comandante Manuel Piñeiro Losada. Con el estímulo y apoyo de mi
padre, a fines de 1960 me incorporé a la entonces naciente Asociación de
Jóvenes Rebeldes (AJR) y, desde esa organización, así como desde la Unión de
Jóvenes Comunistas (fundada el 4 de abril de 1962) a las diferentes tareas en
las que participamos los jóvenes cubanos (incluida la defensa de la Patria) en ese
año y en los inmediatamente posteriores.
[4] Como parte de nuestra
preparación, en vez de textos de factura soviética o de otros países
socialistas europeos, comenzamos a estudiar los libros sobre la llamada
“inteligencia estratégica” publicados por los exjefes de la Agencia Central de
Inteligencia de Estados Unidos (CIA), Sherman Kent y Washington Platt. Este
último resaltaba la enorme importancia de las fuentes públicas, incluidas las
investigaciones académicas, para los análisis y estudios prospectivos que
realizaba esa agencia –calificada por algunos tratadistas como “el gobierno
invisible”— con vistas a la adopción de decisiones por parte de diferentes
“gobiernos temporales” de ese país; fueran demócratas o republicanos.
[5] Tan tempranamente, como el 5 de
octubre, Fidel le había orientado de la dirección de periódico Granma y
al oficial del VMT que atendía los asuntos
de Perú, Jorge Luis Joa, que preparan y publicara un artículo
rectificando el que se había publicado un día antes en el que había calificado al
ocurrido en Perú como uno de los tantos “cuartelazos” proimperialistas que, en
los años previos, se habían producido en varios países de ese continente. .
[6] Carlos
Rafael Rodríguez: “Discurso pronunciado el 10 de abril de 1969 en el Décimo
Tercer Período de sesiones de la CEPAL”, en Carlos Rafael Rodríguez: Letra
con filo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, Tomo 2, p. 281.
[7] “Fragmentos
del discurso pronunciado por Fidel Castro en la Plaza de la Revolución “José
Martí” el 4 de febrero de 1962, en Luis Suárez Salazar (compilación, prólogo y
notas) Fidel Castro: Latinoamericanismo
vs. Imperialismo, Ocean Sur, 2009, p 84.
[8] Fidel
Castro: “Discurso pronunciado el 22 de abril de 1970 en la Velada Solemne en
conmemoración del centenario del natalicio de Vladimir Ilich Lenin”, en http://www.cuba.cu/gobierno/discursos. Consultado el 15 de septiembre de 2019.
[9] Con nuestro apoyo logístico, ambos
habían estado haciendo filmaciones en las zonas afectadas por el terremoto y en
otros lugares de ese país para el documental sobre la realidad peruana que, con
el título Piedra sobre piedra, se exhibió en los cines cubanos país
pocas semanas después de su regreso a La Habana.
[10] Fernando Ravelo Renedo:
“La política internacionalista de la Revolución Cubana ha evolucionado acorde
con los cambios que se han producido en América Latina y el Caribe”, en Luis
Suárez Salazar y Dirk Kruijt: La Revolución Cubana en Nuestra América: el
internacionalismo anónimo, RUTH Casa Editorial, La Habana, 2015, Tomo 1,
pp. 131-146.
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