MILÁN – En los recientes encuentros del G7 y la OTAN se señaló a China como un competidor estratégico, un socio comercial calculador, una amenaza tecnológica y para la seguridad nacional, un violador de los derechos humanos y un paladín del autoritarismo en el mundo. China denunció esas caracterizaciones, que su embajada en el Reino Unido llamó «mentiras, rumores y acusaciones sin fundamento». No hay que subestimar los riesgos de esa retórica.
Muchos occidentales desaprueban la estructura gubernamental unipartidaria China, así como en China hay quienes hacen oír su menosprecio por la democracia liberal —en su opinión, en decadencia terminal—. El verdadero peligro, sin embargo, es que los funcionarios de ambas partes parecen haber adoptado un marco de suma cero, dentro del cual las potencias no pueden coexistir, sino que una de ellas debe «ganar».
De acuerdo con esta lógica, ambas partes deben intentar siempre aplastar a la competencia. Para China, entonces, Occidente —y EE. UU. en especial— deben estar procurando revertir su ascenso (que, en realidad, se debió en grado no menor a EE. UU.). Y, para Occidente, China está decidida a aprovechar su poderío económico, incluido su gigantesco mercado interno, para modificar el sistema mundial a su imagen y en su beneficio.
Cuanto más frecuentemente repitan los líderes estas narrativas, más probable es que los ciudadanos comunes se convenzan de que son ciertas. El aumento del temor y el resentimiento en ambos lados aumenta el riesgo de que las narrativas se conviertan en profecías autocumplidas.
Mientras tanto, el foco en la competencia bilateral oculta las necesidades e intereses de la gente en los países con mercados emergentes y economías en vías de desarrollo. Es cierto, China y Occidente propugnan un cierto tipo de multilateralismo, pero la competencia estratégica ilimitada impide el multilateralismo eficaz, principalmente porque trastoca el comercio y las transferencias de tecnología: motores fundamentales del desarrollo.
China y Occidente necesitan con urgencia un nuevo marco para entender la situación mundial y su función en ella. Ese marco debe reconocer, en primer lugar y como punto más importante, que la competencia económica adecuadamente regulada no es un juego de suma cero.
En términos estáticos, la competencia económica normal favorece la eficiencia en los precios y ayuda a alinear la oferta con la demanda. En términos dinámicos, conduce a lo que Joseph Schumpeter llamó «destrucción creativa»: un poderoso mecanismo para traducir el conocimiento, las ideas y los experimentos en nuevos productos, servicios y procesos para reducir costos. En otras palabras, mejora el bienestar humano.
No hay motivos para creer que la competencia transfronteriza no pueda generar los mismos beneficios; por el contrario, la experiencia demuestra que puede hacerlo, siempre que existan estructuras legales y regulatorias que lo permitan, e igualdad de condiciones. Hay que reconocer que lograrlo —especialmente la igualdad de condiciones— es difícil a escala internacional, pero eso no significa que sea imposible.
La competencia estratégica es algo distinto. Después de todo, existen poderosas tecnologías de uso dual —a menudo creadas en los sectores no relacionados con la defensa— que promueven tanto los objetivos económicos como la seguridad nacional. Los líderes no deben pretender que este no es el caso.
Pero eso tampoco significa que los países estén condenados a jugar un juego de suma cero, centrados en debilitar a los demás o asegurarse de que sigan siendo débiles. En lugar de ello, China y Occidente debieran ponerse de acuerdo para alcanzar y mantener un grado de igualdad económica, tecnológica y defensiva. Esto implica abandonar sus esfuerzos para impedir la difusión del conocimiento y la tecnología, una empresa que rara vez logra el éxito en el largo plazo.
Ese enfoque evitaría una fragmentación mayor del sistema económico mundial, que perjudica especialmente a terceros. Y disuadiría del uso ofensivo de las capacidades militares y tecnológicas, algo fundamental en un entorno donde ninguna de las partes confía en la otra.
Pero un sistema que minimice la necesidad de confianza no justifica el envilecimiento mutuo. No tiene nada de malo preferir un cierto sistema de gobierno para el propio país, incluido su particular equilibrio de derechos individuales e intereses colectivos. Esas preferencias se basan en factores como la experiencia personal, la educación y los valores, no en hechos objetivos. No hay evidencias claras de que un sistema específico de gobierno garantice el desarrollo económico y social. Tanto las democracias como los sistemas unipartidarios han generado resultados buenos y malos. Parece que la condición previa más importante para el desarrollo es el compromiso de los líderes con una visión inclusiva del bienestar humano.
Cuando suponemos que nuestro sistema predilecto es objetivamente superior y demonizamos las alternativas, terminamos enmarcando incorrectamente los términos y los resultados probables de la competencia económica y estratégica. Peor aún, la competencia por la gobernanza nos distrae de las dimensiones más productivas de la interdependencia.
La competencia económica, tecnológica y militar es inevitable. La cuestión es si será constructiva. Actualmente el mundo avanza hacia un equilibrio en el cual ese no es el caso, y donde las terceras partes o «los no protagonistas» serán quienes más sufran.
Pero estamos a tiempo de cambiar el rumbo. Teniendo en cuenta la falta de información y confianza, además de las dinámicas políticas internas, hará falta que los líderes de ambos bandos muestren un coraje considerable. El primer paso es que ambas partes renuncien a la retórica provocadora que hemos presenciado en las últimas semanas.
Traducción al español por Ant-Translation
Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics Emeritus and a former dean of the Graduate School of Business at Stanford University. He is Senior Fellow at the Hoover Institution, serves on the Academic Committee at Luohan Academy, and co-chairs the Advisory Board of the Asia Global Institute. He was chairman of the independent Commission on Growth and Development, an international body that from 2006-10 analyzed opportunities for global economic growth, and is the author of The Next Convergence: The Future of Economic Growth in a Multispeed World.
No hay comentarios:
Publicar un comentario