Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

viernes, 22 de abril de 2022

¿Reafirmación del marxismo‑leninismo en Cuba?

Comentario HHC: Hoy se conmemora el 152 aniversario del natalicio del " clásico" mas contemporaneo, V.I Lenin. Nuestra prensa hizo mutis del aniversario, pero hay que seguir celebrando el mismo, porque este ser humano en apenas 54 años de vida, pudo desarrollar el marxismo teoricamente y la oportunidad de empezar a implementar en la práctica la teoria -ciencia.

Es asombroso como Lenin pasó en 1917 del Comunismo de Guerra a fundamentar- evolucionar en 1921 la Nueva Politica Económica ( NEP). Por no hablar del realismo político de firmar en 1918 el Tratado de Brest-Litovsk . 

¿ Se imaginan que hubiera hecho Lenin con más tiempo de vida?.  Pero los hubieran no existen, necesitamos como nunca actuar rapidamente como él, y para ello pensar profundamente de una vez,  la táctica para lograr lo estratégico del proyecto como nación en el menor tiempo posible. 


«El desenvolvimiento de la sociedad es un proceso sujeto a leyes y subordinado a cierta necesidad histórica que no depende de la voluntad ni de la conciencia de los hombres».

Manual de marxismo‑leninismo,
Academia de Ciencias de la URSS.


«En Cuba se han sucedido cuatro tipos fundamentales de sociedad: comunismo primitivo, esclavitud, feudalismo y capitalismo. No hay ningún régimen social eterno. El capitalismo será sustituido por el socialismo».

Los fundamentos del socialismo en Cuba.[1]

«Dentro de la Revolución todo; contra la Revolución nada» es el lema de vida de Fernando Martínez Heredia, Juan Valdés Paz y Aurelio Alonso Tejada, asumido por ellos a través del prisma de la teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista, en su condición de filosofía de la praxis. A la memoria de Fernando y de Juan, y a homenajear a Aurelio, está dedicado este artículo. Lo escribo convencido de que la divulgación, interpretación y desarrollo crítico y creativo de su pensamiento es hoy imprescindible para salvar a la patria, la Revolución y el socialismo.

De lo que se trata no es de «adecuar» y «aplicar», supuestamente «no como un dogma», las ideas formuladas por Marx, Engels y Lenin en sus respectivas épocas históricas — que fueron muy vulgarizadas, por demás, en la Unión Soviética posleninista — , sino de utilizar su método de análisis para formular las ideas de fundamento marxista y leninista necesarias para enfrentar y resolver los problemas de nuestra época histórica.

Más que en cualquier momento anterior, en la situación actual de Cuba es crucial que el pensamiento de estos tres intelectuales‑militantes — junto al de otros compañeros y compañeras que cultivan el marxismo creador y revolucionario — sea conocido y tenido muy en cuenta, en primer lugar, por las y los dirigentes y funcionarios del partido, el Estado y las organizaciones de masas y sociales a todos los niveles, encargados de formular y/o ejecutar la política del país; y también conocido y tenido muy en cuenta por todas y todos los cubanos, porque el curso de sus vidas ha estado, está y estará determinado por esas políticas, en cuya elaboración y ejecución tienen el derecho y el deber de participar, con información y criterios amplios y bien fundamentados.

Historia de Cuba, marxismo‑leninismo y pensamiento de Fidel

El 3er. Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (posterior a su 8vo. Congreso), efectuado el 16 y el 17 de diciembre de 2021 — entre nueve y ocho días antes del 30 aniversario de la disolución oficial de la URSS — , estableció una relación entre la historia de Cuba y el marxismo‑leninismo diferente a la asumida en los dos congresos realizados en la cresta de la ola de la crisis terminal del llamado bloque socialista europeo, que desembocó en el derrumbe de nueve de los trece Estados regidos por el «modelo soviético» de «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo», en la violenta desintegración de Yugoslavia, y en la continuidad de los procesos socialistas de China, Vietnam, Corea del Norte y Cuba, cada uno de estos cuatro países acorde con sus condiciones, concepciones y decisiones particulares.

La diferencia radica en que el pleno enlaza a estas dos materias de manera externa y acrítica, mientras que el 4to. y el 5to. Congresos, en 1991 y 1997, respectivamente, «se atrincheraron» en las páginas más gloriosas de la historia de Cuba y tomaron (una lamentablemente imprecisa) distancia de las nociones sobre el socialismo y el comunismo impuestas en la URSS tras la prematura desaparición física de Lenin, que después serían asumidas, voluntariamente o no, según el caso, por prácticamente todos los llamados países socialistas, incluida Cuba y con la excepción de Yugoslavia.

Entremezclar el estudio de la historia de Cuba y el marxismo‑leninismo como pilares para remontar la crisis del proyecto y el proceso socialista cubano, de la que este último es un factor desencadenante y agravante, constituye una regresión de lo que, en su obra cumbre, La evolución del poder en la Revolución Cubana (en dos tomos), Juan Valdés Paz denomina sistema ideológico cultural,[2] a sus características y contenidos previos al colapso del «socialismo real». De este texto tan valioso, tan necesario especialmente hoy, solo existe una edición de 2.000 ejemplares, publicada en 2018 por la filial de la Fundación Rosa Luxemburgo en México. La Sección de Literatura Histórica y Social de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) hizo una presentación para sus miembros de este libro, con la participación de su autor, y facilitó que los asistentes lo copiaran en dispositivos electrónicos. A esa presentación le debo el haberlo conocido. Sería necesario hacer una edición, en formato impreso y digital, de esta y otras obras de Valdés Paz (y también de las de Martínez Heredia y Alonso Tejada), para darles la más amplia difusión.

En lugar de completar — en correspondencia con la letra y el espíritu de los acuerdos del 4to. y el 5to. Congresos del PCC — el hasta hoy inconcluso distanciamiento del «modelo soviético», lo que hace el 3er. Pleno es formalizar la (re)incorporación del marxismo‑leninismo al proceso de elaboración teórica y práctica mediante el cual se apuesta a abrirle nuevos horizontes al socialismo cubano.

En 1995, Aurelio Alonso Tejada escribía:

El debate sobre el tema del marxismo en la Revolución cubana es mucho más complejo que lo que traslucen el discurso ideológico, el sistema de enseñanza y el movimiento editorial y publicitario. Sobre todo porque la reflexión crítica, que vuelve a abrirse paso en los últimos años, no cuenta aún con espacios ni con estímulos suficientes para calar con la hondura necesaria en el trayecto mismo de nuestra historia reciente, tan saturada de entrega y heroicidad que la apologética parecería a veces estar de más.

Pienso que cualquier estudioso que se respete, solo de verse escribiendo sobre el marxismo y la Revolución cubana, tendría que preocuparse ante lo poco que ha sido dicho en Cuba desde el rigor del análisis despojado de lastres y tensiones doctrinales, y de lo mucho que tenía que haber figurado ya en el debate. Un debate que ha estado ausente durante más de dos décadas.[3]

Junto al marxismo‑leninismo y al pensamiento, la obra y la vida del comandante en jefe Fidel Castro Ruz, el 3er. Pleno nos convoca a estudiar la historia de Cuba. Pero, ¿qué historia de Cuba vamos a estudiar? Interrelacionar, una vez más, a la historia de Cuba con el anti histórico marxismo‑leninismo es repetir el error cometido en la década de 1970 cuando, en función del acople entre ambos, al decir de Valdés Paz se institucionalizó «el uso ideológico de la Historia de Cuba», se le incluyó «en una historia universal “obrera” y “socialista”»,[4] y se le convirtió en un «epifenómeno de un movimiento histórico más general e irreversible».[5]

En su ensayo, «Ciencia política. Un estado de la disciplina», publicado por primera vez en 2003, Valdés Paz afirma:

[…] dado que la Revolución dura mientras dura su poder constituido, consecuentemente, en favor de ese poder existe una cantidad de discursos políticos más o menos científicos — menos que más — y otra cantidad de discursos en contra. Por consiguiente, uno de los problemas que enfrenta la ciencia política en Cuba es la polaridad del discurso político predominante: favorable al orden establecido o rampantemente contrario. Así pues, hay muy poco de ciencia y mucho de confrontación en los lenguajes mediante los cuales se pretende dar cuenta de la realidad política cubana.[6]

Debido al papel fundamental que la ciencia política desempeña como fuente nutricia de la historiografía, este elemento es uno de los factores por los cuales, según Valdés Paz:

No disponemos hasta el momento de una historia acabada del orden político existente en Cuba desde 1959 a la fecha; no tenemos una historia política del país, una propuesta de periodización; no disponemos de una historia que, al menos, nos de un inventario de los hechos políticos más relevantes. Por tanto, todos los colegas abocados al estudio de la realidad política del país se ven obligados a hacer pequeñas incursiones históricas, precisamente porque no existe la posibilidad de remitirse a un fondo suficientemente consistente para ahorrarse tener que historiar. Virtualmente, todo el que va a estudiar algún aspecto de la realidad política tiene que hacer un poco la historia, el recuento de cómo fue, cuándo surgió, cuándo apareció, de dónde vino, quién lo puso. Tenemos ese importante déficit que afecta a todos los campos de las ciencias sociales cubanas.[7]

Valdés Paz concluye que la ciencia política cubana, llamada a desempeñar un rol protagónico en la historiografía de la Revolución, acorde con su naturaleza de proceso vivo y en movimiento, y con la inevitable sucesión de ejercicios de prueba y error que ella realiza, han tenido un «bajo desarrollo». Según su análisis, durante la década de 1960 continuaron los estudios tradicionales en los que «se reiteran los de historias políticas, vuelven las historias de partidos, de corrientes políticas; también algunos estudios constitucionales, e incluso electorales» referidos a la experiencia de la Revolución, y en menor medida la historia previa; en las décadas de 1970 y 1980 se hicieron estudios institucionalistas, del partido, las organizaciones de masas y el Poder Popular «en el entendido de que con estas queda agotada la realidad política»; y, en la década de 1990 es cuando comienza a predominar una interpretación sociológica del orden existente y se realizan los primeros estudios empíricos de la realidad de política del país.[8] No obstante este avance, señala:

En el estudio del sistema político cubano hay todavía notables insuficiencias, entre ellas sobre el ambiente. En el lenguaje sistémico, ambiente es todo lo que no es el sistema; todo lo que no está incluido en él es ambiente del sistema. No tenemos suficientes estudios de lo que sería el ambiente del sistema político cubano; la relación que hay, por ejemplo, en el cambio de vida, la estructura social y el nuevo orden político; la relación entre el sistema político cubano y el resto de los sistemas sociales, digamos, la economía o la sociedad civil; incluso, la relación entre el sistema político cubano y el internacional, o el ambiente internacional, etcétera.

Tampoco hay, a pesar de los muchos discursos, estudios sobre los fundamentos teóricos e ideológicos del sistema; sobre cuáles son los supuestos bajo los cuales ha sido edificado el sistema político cubano. Se dice que Martí y su Partido Revolucionario Cubano son el precedente del actual partido cubano; otras veces decimos que es el marxismo-leninismo; otras veces que solo el marxismo; otras, que el leninismo; en ocasiones se dice que el sistema político cubano es original, que es una experiencia propia, que es un aporte que hemos hecho, que no hemos copiado de nadie, que es hijo de nuestra realidad, que por eso es distinto y más democrático. Como hay tantas versiones acerca de sí mismo, lo que nos haría falta es un estudio a profundidad de cuáles son los fundamentos teóricos e ideológicos que podemos identificar en la realidad del sistema político existente.[9]

Con respecto a la historia del Partido Comunista de Cuba, en La evolución del poder en la Revolución Cubana, Valdés Paz dice:

Cabe observar que a partir [del periodo 1975‑1985] se superpuso, a la historia real de un partido surgido tras el triunfo de la Revolución mediante un difícil proceso de unificación, que pasó por organizaciones previas como las ORI y el PURS, y con una década de existencia, la historia simbólica de un PCC que es continuidad del Partido Comunista de 1925, que se continuó en la existencia del viejo Partido Socialista Popular y que el 16 de agosto de 1975 y de 1985 celebraban, respectivamente, el 50 y el 60 aniversario de su virtual fundación. De esta manera, la falta de continuidad programática, de estrategia de lucha revolucionaria u orgánica y de liderazgo era suplantada por otra reinterpretación ideológica de sus orígenes.[10]

Para ilustrar solo una de las aristas de los problemas mencionados por Valdés Paz sobre la historia de la Revolución cubana impartida en los centros de enseñanza media y superior, baste mencionar que en la entrevista «Algunas preguntas siempre renovadas» concedida por Ana Cairo Ballester a Julio César Guanche, publicada en la antología En el borde de todo. El hoy y el mañana de la Revolución en Cuba,[11] la prestigiosa historiadora explica que después de conquistar el poder fue necesario negociar y conciliar las diferencias existentes entre las tres organizaciones cuya unidad sería la columna vertebral del Gobierno Revolucionario recién establecido:

Los acuerdos para la unidad tienen una dimensión historiográfica que debería estudiarse también como un problema académico. Tú recordarás, de tus años de preuniversitario — le dice la Dra. Cairo Ballester a Guanche — , el «salto» en los programas de Historia de Cuba. Cuando se llegaba a la Huelga de Marzo y a la muerte de Antonio Guiteras [8 de mayo de 1935], todo se «aceleraba» para llegar al Golpe de Estado de Batista [10 de marzo de 1952]. Los silencios sobre el período 1935‑1952 quizás podrían entenderse como una de las formas «pactadas» para no «encender» las discusiones. Cada organización decidía cómo se estudiaba a sí misma, qué documentos publicaba, y qué imaginario se construía sobre sí misma.

Una parte de la historia real del Primer Partido Comunista, del Directorio Revolucionario y del Movimiento 26 de Julio no ha recibido la sistematicidad de estudios que se necesitaría, puesto que constituye un problema historiográfico relevante para legitimar una historia, ya muy necesaria, de la Revolución Cubana. Al menos en cuanto a lo publicado el déficit de obras resulta muy notorio.[12]

A lo anterior, la entrevistada agrega que otra variante o consecuencia de esos «pactos» ha sido la publicación de «libros sospechosamente incompletos», puesto que la información existe. Menciona el caso de Julio Antonio Mella [1903–1929] y la edición de sus textos en 1975 en la que «Mella aparece como si estuviera en camino hacia un “cielo de los revolucionarios”», y acto seguido se pregunta: «¿No hubo discusiones violentas en torno a la huelga de hambre? ¿Por qué fue sancionado? ¿No tuvo contradicciones con los dirigentes del Partido Comunista mexicano?».[13] Por último, no puede obviarse que: «Se repite por ejemplo, una y otra vez, que Mella y Carlos Baliño [1848–1926] fundaron el primer Partido Comunista de Cuba [1925]. ¿Y por qué no se mencionan a los otros fundadores?»[14]

El vacío resultante de la falta de una historia política del país, de una propuesta de periodización del orden político existente en Cuba desde 1959 y de un inventario de los hechos políticos más relevantes ocurridos a partir del triunfo de la Revolución Cubana, ya lo venía llenando, y lo seguiría llenando hasta el final de sus días,[15] el propio Valdés Paz. Aunque seguimos lejos de llenar este vacío, él nos legó una concepción y un método para estudiar la constitución y evolución del poder político y el poder social de la Revolución cubana, que facilita la articulación y la conjugación de los aportes de todas las ciencias sociales, pasados, presentes y futuros. Con esa concepción y ese método, él analizaba las características, el funcionamiento, los resultados y los cambios realizados en sus sistemas institucionales (jurídico, político, económico, civil, comunicacional, ideológico cultural y otros), en cada uno de los períodos y subperiodos por los que, en su autorizada opinión, atravesó el ejercicio de esos poderes entre 1959, año de su instauración, y 2018, año de publicación de La evolución del poder en la Revolución Cubana, después complementado y actualizado por su autor mediante artículos y charlas.

Regresión hacia el marxismo‑leninismo soviético

Antes del 3er. Pleno, pasos en la regresión hacia el marxismo‑leninismo soviético ya se habían dado en el 7mo. y en el 8vo. Congresos del PCC, en 2017 y 2021, respectivamente. Muestra de ello es que las versiones de la Conceptualización del modelo económico y social cubano de desarrollo socialista aprobadas en esos eventos, comparten textualmente la siguiente formulación:

La actualización del Modelo […] tiene como antecedentes particularmente relevantes, a «La Historia me Absolverá» — contentiva del «Programa del Moncada» — , la Plataforma Programática aprobada por el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), el Programa del PCC aprobado en su Tercer Congreso, así como los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución.

También comparten textualmente la siguiente afirmación, elaborada con los conceptos y la terminología de la Plataforma Programática del 1er. Congreso:

La sociedad cubana se encuentra en el período histórico de construcción del socialismo. La experiencia ha demostrado que constituye un prolongado, heterogéneo, complejo y contradictorio proceso de profundas transformaciones en las estructuras políticas, económicas y sociales, entre otras.

El mismo posee objetivos y rasgos esenciales comunes por su contenido histórico universal, independientemente de donde tenga lugar; y especificidades políticas, ideológicas, económicas, jurídicas, sociales, legales, culturales e históricas, derivadas de las características internas de cada país y el entorno internacional.

¿Acaso el colapso del llamado bloque socialista europeo, las guerras que destruyeron a Yugoslavia, y la ineludible necesidad de China, Vietnam, Corea del Norte y Cuba — ¡de la propia Cuba! — de proseguir sus respectivos procesos socialistas, cada cual acorde con sus condiciones, concepciones y decisiones particulares, y las tendencias mundiales que, en lo referente a la disyuntiva socialismo o barbarie, apuntan hacia esta última, no demuestran lo erróneo, lo irreal, lo falso que es el concepto «período histórico de construcción del socialismo»?

¿Acaso no demuestran la inexistencia de «objetivos y rasgos esenciales comunes por su contenido histórico universal, independientemente de donde tenga lugar» de los procesos socialistas? ¿No demuestran la inexistencia de un «camino trillado» en pos de la nueva sociedad, a lo largo del cual solo habría que hacer «adecuaciones» al marxismo‑leninismo a tono con las condiciones y características del cada país?

¿Acaso es posible concebir que en el mundo surjan nuevos procesos de transformación social revolucionaria que asuman los antes mencionados «objetivos y rasgos esenciales comunes por su contenido histórico universal»? ¿Dónde? ¿En qué continente o región?

Además de lo antes expresado en forma de interrogantes cuyas respuestas son obvias, no procede aplicar el concepto período histórico de construcción del socialismo a Cuba, ni a China, Vietnam y/o Corea del Norte, sea individual o colectivamente, porque ni antes, ni mucho menos después de la debacle de 1989‑1991, este ha sido un concepto referido o aplicable a un país o a un grupo de países, sino un concepto de tránsito de la humanidad de la sociedad capitalista a la sociedad comunista, tránsito que no se produjo, no se está produciendo, ni se avizora en el horizonte.

De la Conceptualización del modelo económico y social es preciso destacar:

1. Asume como «antecedentes particularmente relevantes» a la Plataforma Programática de matriz soviética aprobada por el 1er. Congreso del PCC y al Programa de esa misma matriz adoptado en la sesión diferida del 3er. Congreso, efectuada entre el 30 de noviembre y el 2 de diciembre de 1986, cuya puesta en práctica resultó en lo esencial anulada por el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas que había sido emprendido desde abril del propio 1986.

2. Reivindica el Programa del 3er. Congreso a pesar de que, además de la casi absoluta nulidad de su puesta en práctica, fue derogado por el 4to. Congreso, realizado del 10 al 14 de octubre de 1991, mediante una resolución que orientó «continuar guiando toda la actividad del Partido por los criterios rectores desarrollados en el proceso de rectificación, por el conjunto de directivas de los órganos superiores para el período especial, y por las pautas que trace la dirección del Partido» y confió «al Comité Central en consulta con los organismos, organizaciones e instituciones que corresponda, la elaboración y aprobación de los nuevos lineamientos programáticos del PCC, así como organizar su estudio por la militancia y el pueblo».

3. Si la intención era mencionar todos los documentos programáticos con que ha contado la Revolución cubana, incluido el Programa del Moncada, que es anterior a la conquista del poder, debió incluirse a El partido de la unidad, la democracia y los derechos humanos que defendemos, el documento programático más reciente con que cuenta el PCC, elaborado por mandato del 4to. Congreso y aprobado por el 5to. Congreso, en octubre de 1997, que como reacción frente al derrumbe de la URSS fundamentó el «atrincheramiento» del socialismo cubano en su historia, sus principios y sus convicciones propias. ¿No somos continuidad de esos congresos?

Aunque El partido de la unidad, la democracia y los derechos humanos que defendemos no cumple con todos los requisitos de un programa partidista «en regla» porque, entre otras carencias, no se propuso — ni se podía proponer — llenar el «agujero negro» evidenciado por el derrumbe de la URSS en la metas históricas de la Revolución cubana — que no podían seguir siendo la «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo» en los términos del marxismo‑leninismo soviético — , repárese en que ese documento programático no ha sido sustituido ni superado por otro de igual o mayor jerarquía y alcance, en particular, no ha sido sustituido ni superado por la Conceptualización del modelo económico y social de desarrollo socialista.

Del mismo modo que El partido de la unidad… tiende a llenar principalmente la parcela del «agujero negro» correspondiente a la historia, los principios y las convicciones, La Conceptualización… tiende a llenar principalmente la parcela del «agujero negro» correspondiente al desarrollo económico y socioeconómico (no al desarrollo social en todas sus dimensiones). Lo uno y lo otro son elementos muy importantes que, junto a otros elementos también muy importantes, deberá contener el programa que desde 1997 el PCC «les debe» a la sociedad cubana en general y a su propia militancia en particular. De esto se desprende que la Conceptualización del modelo económico y social no es la conceptualización del socialismo cubano. Interpretarlo así es asumir el reduccionismo economicista y el etapista del marxismo‑leninismo.[16]

Las formulaciones con respecto a la historia de Cuba y al marxismo‑leninismo hechas en el 3er. Pleno son aún más explícitamente diferentes a los términos y conceptos plasmados en los estatutos actualizados en el 5to. Congreso del PCC, en 1997, que además de no utilizar el término/concepto marxismo‑leninismo, hacen una ponderada y precisa caracterización de la fusión del ideario revolucionario radical de José Martí y los principios fundamentales del marxismo y del leninismo:

El Partido Comunista de Cuba — dicen los estatutos de 1997 — , partido único, fruto de la unidad de la nación cubana, mantiene una labor sistemática y tenaz por el desarrollo y consolidación en nuestra sociedad de la ideología de la Revolución Cubana, que resume e integra lo específico de nuestra Revolución: la fusión del ideario revolucionario radical de José Martí y de una tradición singular de lucha liberadora nacional y social en la que se destacan insignes revolucionarios y patriotas, con los principios fundamentales del marxismo y del leninismo y la necesidad histórica del socialismo que en nuestras condiciones se revela como única alternativa al subdesarrollo y a la dominación neocolonial. La ideología de la Revolución Cubana encuentra su más alta expresión en el pensamiento y la acción del compañero Fidel Castro Ruz.

Nótese la diferencia entre los términos y los conceptos utilizados en este fragmento y los utilizados en las intervenciones y los documentos del 3er. Pleno:
Términos y conceptos de los estatutos

- De la historia de Cuba dice: la fusión del ideario revolucionario radical de José Martí y de una tradición singular de lucha liberadora nacional y social en la que se destacan insignes revolucionarios y patriotas; y,

- De la teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista dice: los principios fundamentales del marxismo y del leninismo y la necesidad histórica del socialismo que en nuestras condiciones se revela como única alternativa al subdesarrollo y a la dominación neocolonial.
Términos y conceptos del 3er. Pleno

- Entremezcla ambos elementos al hablar de: el trabajo partidista en función de la investigación, la enseñanza y la divulgación de la historia de Cuba y del marxismo-leninismo, y el Programa nacional para el estudio, investigación y difusión del pensamiento, la vida y obra del comandante en jefe Fidel Castro Ruz.

- Reivindica y reafirma los conceptos: «marxismo‑leninismo», «materialismo dialéctico», «materialismo histórico» y «economía política marxista».

Con respecto a la colocación del estudio del pensamiento del máximo líder histórico de la Revolución cubana «en un mismo plano» con el del marxismo‑leninismo, tal como lo hace el 3er. Pleno al igual que con la historia de Cuba, no se debe pasar por alto que si bien Fidel empleaba ese vocablo, con el cual él estaba familiarizado desde su juventud, el concepto lo asumía en sus propios términos y estableciendo sus propios límites. Bien conocidas son sus críticas al economicismo, a la prescindencia de la conciencia como fuerza principal de la transición socialista, a la inexistencia de vocación, educación y actitud internacionalistas, y a otros elementos de la doctrina imperante en los llamados países socialistas europeos.

Fidel interpretaba y practicaba el marxismo y el leninismo como filosofía de la praxis: como la teoría revolucionaria que se renueva, se desarrolla y se rectifica a sí misma en su interacción con la praxis. En diferentes circunstancias, el pensamiento de Fidel, como el de Marx y también el de Lenin, «podía producir diferentes resultados y perspectivas políticas».[17] Esto es lo opuesto al marxismo‑leninismo del materialismo dialéctico, el materialismo histórico y la economía política «marxista», supuestos portadores de leyes históricas cuyo cumplimiento no depende de la voluntad ni de la conciencia del ser humano. Además, ningún lugar a dudas deja su afirmación hecha en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre del 2005:

Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo.

La formulación marxista y leninista contenida en los estatutos de 1997 no «prendió» en la dirigencia ni en el funcionariado del PCC. No se le explicó, y ni siquiera se le hizo notar a la militancia partidista y al pueblo en general la diferencia existente entre los conceptos «marxista y leninista» y «marxista‑leninista». No se realizó acción alguna para fundamentar y promover la sustitución de un término/concepto por el otro. El cambio introducido en los estatutos quedó para quienes por sí mismos lo notaran, como opción semántica que cada persona podría utilizar o no utilizar según su preferencia. De ahí que muy extendidamente se asuma como opcional:

- utilizar el guion para entrelazar al marxismo y al leninismo, como fue acuñado en los documentos y los manuales soviéticos;

- prescindir del guion sobre la base de que la Academia de la Lengua Española determinó su desuso como signo ortográfico; o,

- intercalar la letra «ye» entre ambos términos como si fuera una «nueva moda» para expresar un concepto que «antes» se solía denominar marxismo‑leninismo.

Esta supuesta opcionalidad se patentiza en los discursos y los documentos del 8vo. Congreso, en el cual se utilizaron tres modos diferentes de referirse a la teoría de la revolución social fundada por Marx y a los imprescindibles aportes hechos a ella por Lenin:

- marxismo‑leninismo o marxismo leninismo (con o sin guion) en la acepción soviética de materialismo histórico y materialismo dialéctico;

- marxismo‑leninismo o marxismo leninismo (con o sin guion), de modo que se podría interpretar (o no interpretar) como utilización del término, pero no del concepto, en la acepción soviética, dado que se le empleó en relación con los estudios teóricos y la promoción de eventos sobre la viabilidad del socialismo, y con la búsqueda de alternativas emancipadoras; y,

- marxismo y leninismo, en correspondencia con los estatutos partidistas de 1997, que por ser lo estatuido, debería utilizarse como el término oficial, el término único, en los discursos y documentos del PCC.

El predominio en Cuba de la idea de que el marxismo‑leninismo es el «único marxismo» y/o el «único leninismo» existente o, en todo caso, el «único marxismo» y/o el «único leninismo» política e ideológicamente «correcto», es resultado de lo que Aurelio Alonso Tejada caracterizó como la «cancelación del espacio polémico en el terreno de las ideas» que precedió al proceso de inserción de Cuba en el CAME, a la adopción del dispositivo económico correspondiente a esta inserción — el Sistema de dirección y planificación de la economía — y a la institucionalización política y administrativa influida por los patrones de autoridad del socialismo soviético.

Es muy gráfica la manera en que Alonso Tejada relaciona la definición hecha por Fidel en Palabras a los intelectuales,[18] con el estrechamiento en el terreno de las ideas impuesto en la década de 1970:

El […] paradigma «dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada» se estrechaba a otro que se hubiera podido cifrar: «dentro del marxismo soviético todo, contra el marxismo soviético nada».[19]

¿Es esta una exageración? Claro que no. Aunque la reforma constitucional de 1992 puso fin al funcionamiento del marxismo como ideología de Estado, con la modificación de los presupuestos ideológicos fundamentales como Estado, nación, partido y otros, en la práctica, en la realidad, siguió rigiendo el espíritu, si bien ya no la letra, de las «Tesis y resoluciones sobre los estudios del marxismo‑leninismo en nuestro país» aprobadas en el 1er. Congreso del PCC:

Debe existir el más absoluto control del Partido en relación con la exposición pública y la divulgación de criterios, conceptos e interpretaciones en aulas, estrados y prensa. No es posible admitir la publicidad de interpretaciones de la teoría marxista‑leninista y de conclusiones teóricas que contradigan o extralimiten los lineamientos trazados al respecto por el Partido, y que este no autorice.

[…]

Al Partido le corresponde definir y aprobar objetivos y vías, así como aprobar programas, bibliografía y profesores encargados de su enseñanza, en cualquier centro o lugar en que esta se efectúe. La dirección por parte del Partido, de toda la educación marxista‑leninista expresa el derecho y el deber que tiene de asegurar que la ideología científica de la clase obrera que rige la construcción del socialismo en nuestro país no sufra mixtificación alguna y que el esfuerzo investigativo y docente en torno al marxismo‑leninismo, se efectúe por parte de quienes tengan condiciones para ello y en el sentido que al partido interesa […].

Luego del intento realizado entre 1966 y 1970 de articular un proyecto socialista autóctono y heterodoxo, malogrado por las agresiones y el bloqueo imperialistas, y por los adversos resultados de sus propios ejercicios de prueba y error, en 1972 Cuba se integró al CAME y estrechó sus relaciones con la URSS, curso de acción que implicó asumir el «modelo soviético institucional imperante en Europa oriental». Con palabras de Valdés Paz:

Con la conformación del proceso de institucionalización nacional al modelo soviético institucional imperante en Europa oriental, con algunas variaciones locales, el orden institucional cubano importó la dimensión ideológico-cultural de ese modelo, también con algunas variaciones menores. El núcleo duro de ese componente era un cuerpo ideológico denominado «marxismo-leninismo» — con poco de Marx y de Lenin — en el que se incluía de manera codificada una interpretación de la historia, una filosofía, una teoría política y social, una economía, una antropología, una concepción del socialismo, una interpretación del sistema internacional, etcétera. Esta ideología era institucionalizada como una doctrina oficial del Partido y el Estado, así como la base de cualquier estrategia idónea de la revolución y de la construcción del socialismo. Particular importancia tuvo en este cuerpo ideológico la doctrina del «ateísmo científico» con la cual se sustituyó la condición laica del Estado.[20]

¿Es marxista y/o leninista el marxismo‑leninismo?

¿Es marxista y/o leninista el marxismo‑leninismo? ¿Es marxista y/o leninista el materialismo dialéctico? ¿Es marxista y/o leninista el materialismo histórico? ¿Hay compatibilidad entre la historia de Cuba y el materialismo dialéctico e histórico? ¿Existe una economía política marxista o marxista‑leninista del socialismo?

Para Néstor Kohan, el materialismo dialéctico es una doctrina y un sistema de pensamiento que tiene una historia y un proceso de constitución, cuyos defensores siempre se negaron a analizar y discutir debido a que «su operación teórica implícita consistía en deshistorizar al marxismo», con lo cual todas las etapas del pensamiento filosófico que arrancan con Marx y son sucedidas por los marxistas posteriores se diluyen y se amalgaman en una compacta aleación de «un conjunto doctrinario limitado y finito de proposiciones», en un «círculo de fuego, cerrado y hermético». Kohan explica que, como uno de los momentos históricos centrales inherentes y constitutivos de este cuerpo teórico aparentemente circular y sistemático fue el aporte de Lenin, los defensores del materialismo dialéctico sostenían que ese aporte no solo era inseparable sino incluso indistinguible de la obra de Marx y, por lo tanto, después de la muerte de Lenin en 1924 designaron al nuevo sistema «marxismo [-] leninismo».[21] Al llegar a este punto, se pregunta y concluye:

¿Cómo analizar y cuestionar esto sin «traicionar» el legado leninista y convertirse automáticamente en un «renegado»? La operación fue realmente inteligente y sagaz. El dogma había creado sus propios dispositivos de control.[22]

Al volcarse y difundirse en forma de manual — añade el autor — , el materialismo dialéctico ganó e incorporó un público ampliado, al precio de convertir al pensamiento marxista, no en un instrumento activo de liberación, creación, interrogación y crítica, sino en un medio de legitimación basado en la repetición mecánica de citas, justificación y obediencia teóricas. A partir de la difusión masiva de esos manuales, «el militante de esta tradición cultural no debía ya formarse en la lectura de Karl Marx y sus continuadores clásicos sino en el recorte previo que de ellos habían hecho los discípulos soviéticos de Stalin».[23]

Con respecto a la economía política, debe tenerse en cuenta que Marx falleció en 1883, Engels en 1895 y que Lenin enfermó en 1922 y falleció en 1924. Esto implica que Marx dejó de existir 34 años antes, Engels 22 años antes y Lenin apenas siete años después de la Revolución de octubre de 1917. En lo tocante a Marx y Engels, sus estudios y conclusiones sobre economía política tuvieron como «techo» al capitalismo de la Segunda Revolución Industrial, aunque en los últimos años de la vida de Engels se analizaban y debatían los rasgos del capitalismo monopolista que entonces se convertía en imperialismo.

Los fundadores del marxismo hicieron consideraciones muy generales — lo más que podían hacer — sobre cómo imaginaban la economía en la sociedad poscapitalista, sin que existiera experiencia práctica alguna que pudieran estudiar. Posiblemente, las más conocidas de esas consideraciones sean las contenidas en el Manifiesto del Partido Comunista (1848), basadas en las expectativas de que la revolución proletaria fuese mundial y que su epicentro fuesen las naciones más avanzadas de Europa, ninguna de las cuales se cumplió. A falta de una experiencia, de un proyecto, de un proceso concreto de transición del capitalismo al comunismo que Marx y/o Engels pudieran estudiar y sobre el cual pudieran teorizar, es infundado hablar de una «economía política marxista», en rigor, de una economía política marxiana, de la «construcción del socialismo», de la transición al comunismo o del comunismo en sí.

Según el historiador Erick Hobsbawm:

Nuestro juicio sobre el marxismo del siglo XX no se basa en el pensamiento del propio Marx, sino en interpretaciones o revisiones póstumas de sus escritos. A lo sumo podemos afirmar que a finales de la década de 1890, durante lo que fue la primera crisis intelectual del marxismo, la primera generación de marxistas, aquellos que habían estado en contacto personal con Marx, o más probablemente con Federico Engels, ya comenzaban a discutir algunos de los temas que cobraron relevancia en el siglo XX, en particular, el imperialismo y el nacionalismo. Gran parte de la discusión marxista posterior es específica del siglo XX, y no se encuentra en Carlos Marx, en particular el debate sobre cómo podría o debería ser realmente una economía socialista, que surgió en gran parte de la experiencia de las economías de guerra de 1914‑1918, y las crisis cuasi‑revolucionarias o revolucionarias de la posguerra.[24]

En cuanto a Lenin, ya se mencionó que, a solo cinco años del triunfo de la revolución, una grave enfermedad lo obligó a cesar en sus funciones, y que murió siete años después del establecimiento del poder soviético. Bien sabido es que entre 1922 y 1924 libró lo que se conoce como La última lucha de Lenin,[25] consistente en combatir y tratar de erradicar un conjunto de problemas conceptuales, estructurales y funcionales del partido y el Estado, que él identificaba como potencialmente destructivos para el socialismo soviético, incluida su solicitud al Comité Central del Partido Comunista de Rusia (bolchevique) de que Stalin fuese relevado del cargo de secretario general.[26] No solo no prosperaron las consideraciones y propuestas de Lenin, sino que fue precisamente Stalin quien, por encima de las diversas interpretaciones sobre el pensamiento de Lenin coexistentes en el liderazgo y en la intelectualidad bolcheviques, impuso la suya, entre otros medios, mediante sus textos Los fundamentos del leninismo (1924) y Cuestiones del leninismo (1926), y sus concepciones plasmadas en el Programa del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) de 1938. De modo que fue el «leninismo» estalinista el que se fundió con el «marxismo» también estalinista en el «marxismo‑leninismo» soviético.

A Lenin también se debe aplicar lo dicho por Hobsbawm con respecto a Marx, en cuanto a que las apropiaciones y adecuaciones de sus ideas, realizadas en condiciones, situaciones, épocas y/o lugares distintos a las que fueron formuladas por él, son interpretaciones o revisiones póstumas de sus escritos que, por supuesto, son muy diversas, tal como muy diversas son las interpretaciones y revisiones póstumas de los escritos de Marx. Interpretaciones y revisiones póstumas intencionadas del pensamiento de ambos fueron las impuestas en la URSS tras la muerte de Lenin, y son las que aún perviven en Cuba.

Además, en la base de todo análisis sobre el marxismo‑leninismo debe estar el siguiente juicio de Hobsbawm:

[…] el experimento soviético se diseñó no como una alternativa global al capitalismo, sino como un conjunto específico de respuestas a la situación concreta de un país muy vasto y muy atrasado en una coyuntura histórica particular e irrepetible.[27]

La Revolución cubana en la «camisa de fuerza» del marxismo‑leninismo

«Cuando uno piensa cuántas generaciones de rusos se han consolado con la idea de que su existencia nacional era un “edificio inconcluso”, uno puede, en ciertos momentos, sentir con estremecimiento que sobre los esfuerzos de Rusia se cierne una maldición de Sísifo».

Isaac Deutscher

La expresión «camisa de fuerza» del marxismo‑leninismo la tomo del ensayo de Fernando Martínez Heredia titulado Algunas reflexiones, al que gloso profusamente en el acápite «La historia “ocurre dos veces”», posterior a este. Sobre las razones por las que la Revolución cubana no exorcizó al «modelo soviético» y a su ideología desde el inicio de la crisis terminal del «socialismo real», en otro ensayo suyo, Izquierda y marxismo en Cuba, Martínez Heredia afirma que es importante tener en cuenta las tensiones y dificultades que confrontó el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas para comprender el desenvolvimiento del período 1986‑1991 y, por consiguiente, para comprender cada uno de sus aspectos, incluido el del marxismo:

En cuanto al necesario abandono de la ideología del “marxismo-leninismo” se produjo una situación que, quizás por evitar ser dramática, resultó totalmente ineficaz. Como resultado de ella no hubo un debate abierto nacional que motivara una renovación del interés sobre bases nuevas que ayudaran a la recuperación del marxismo, y que franqueara un período de transición eficaz para un nuevo florecimiento ideológico y teórico. Faltó un campo alternativo de publicación de criterios diversos, de educación, de debates, en el cual otros temas, otros procedimientos y otras posiciones marxistas pudieran abrirse paso. Además, el funcionariado a cargo de las áreas ideológica y de educación del marxismo‑leninismo había sido formado intelectualmente, en general, en el sistema de la ideología soviética, y estaba habituado a sus modos de pensar y actuar, y a los rasgos negativos nuestros también. Una multitud de profesores y de otros técnicos laboriosos y responsables quedó sumida en una situación profundamente desventajosa y desconcertante. Al faltar una ruptura y un avance, la confusión y el desaliento fueron crecientes.[28]

Respecto al vacío conceptual y programático en que quedó sumida la Revolución cubana a raíz del colapso del llamado bloque socialista europeo, Valdés Paz describe que, en la estela de la perestroika soviética y la rectificación cubana, el periodo 1992‑2008 se inició con el derrumbe de los regímenes socialistas de Europa del este y del llamado «sistema socialista mundial», con su inevitable impacto sobre la hegemonía y el discurso de la Revolución cubana, los cuales tenían a aquellas experiencias y discursos como un referente útil o necesario. En su criterio, el enorme desafío planteado por estos acontecimientos a la Revolución cubana para lograr la recomposición hegemónica del poder y de su discurso, se vio agravado por los impactos de la crisis nacional en el imaginario social, así como por el carácter inédito de la sociedad emergente bajo estos impactos y bajo los efectos de las políticas de recuperación en curso. De todo ello concluye que la sociedad cubana de los años noventa y en adelante sería una sociedad notablemente diferente:

La fuente inmediata de esa renovación — dice Valdés Paz — fue regresar a la historia, la cultura, el simbolismo y la ideología revolucionaria del nacionalismo radical cubano y, por tanto, implicó también un regreso a la fuente nutricia de Martí. Este proceso que algunos han calificado como de «reciclamiento del nacionalismo» era realmente un repliegue desde la ideología de corte soviético, desde un «marxismo-leninismo» descalificado por la historia, a un discurso que hacía de la Revolución una etapa más del proyecto de nación que debía preservarse a toda costa, mientras el proyecto de sociedad trataba de recomponerse.[29]

Sin embargo, en contradicción con la necesidad y con la decisión de «tomar distancia» del marxismo‑leninismo y de «atrincherarse» en el nacionalismo radical cubano y en la figura cimera de José Martí, en 1992‑2008:

De manera más o menos conflictiva — plantea el propio Valdés Paz — , en la medida en que el desarrollo de las ciencias sociales cubanas daba cuenta de una realidad no siempre conciliable con el discurso oficial — tanto por sus afirmaciones como por sus omisiones — , los centros de investigación y sus publicaciones comenzaron a plantearle a las autoridades dificultades que estas trataron de acallar con medidas que iban desde algún grado de censura hasta el cierre de las instituciones. De esta manera, las instancias de dirección renunciaban a la retroalimentación que las ciencias sociales ofrecían para la toma de decisiones.[30]

La renuncia de «las instancias de dirección» a la «retroalimentación que las ciencias sociales [ofrecen] para la toma de decisiones», que Valdés Paz identifica desde el período 1992‑2008, no solo se mantiene en el presente, sino que se torna aún más grave e inexplicable en las circunstancias actuales, en las que son evidentes, aunque no sean oficialmente reconocidos en toda su dimensión, los errores, las insuficiencias, las demoras y los retrocesos en la concepción, formulación y ejecución de la política trazada a partir de 2009‑2011, cuyos efectos se agravan por su convergencia e interacción con factores externos ajenos al control de esas instancias de dirección.

Entre los factores externos que agravan la situación económica y social de Cuba resaltan: el quiebre, a partir de 2016, del eje ALBA‑TCP, MERCOSUR, UNASUR, CARICOM, CELAC, cuya existencia era muy favorable para nuestro país; el recrudecimiento extremo del bloqueo imperialista, iniciado por la Administración Trump en 2017 y mantenido e incrementado por la administración Biden desde inicios de 2021; y el impacto de la Covid‑19, que comienza a sentirse en marzo de 2020. A todo lo anterior, ahora se suman los daños que sufrirá la economía cubana debido a la llamada «madre de todas las sanciones» que los países de la OTAN y otros afines a ese bloque decretaron contra Rusia, uno de los principales socios económicos y comerciales de Cuba, y también las sanciones «de castigo» contra Cuba, Venezuela y Nicaragua que, según Biden, les serían impuestas por denunciar la responsabilidad de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, que aprovecharon la belicosidad entre Rusia y Ucrania como oportunidad de ganar‑ganar geopolíticamente, es decir, ganar mediante el posicionamiento de la OTAN en un flanco ultra sensible de Rusia o ganar mediante la «madre de todas las sanciones» para debilitarla en extremo.

El resultado de esta colisión geopolítica entre ambas partes es el perder‑perder de los pueblos, en primerísimo lugar, del pueblo ucraniano que sufre en carne propia todos los horrores de la guerra; en segundo lugar del pueblo ruso, cuyas abuelas y abuelos, madres y padres, esposas, e hijas e hijos, como sus pares en Ucrania, perderán o verán regresar heridos o mutilados a sus seres queridos que, convencidos o no de la causa por la que luchan, pelean esa guerra en su condición de militares, y además sufrirán los efectos de la «madre de todas las sanciones»; y también para los pueblos europeos y del mundo en general, cuyas economías y sociedades, en mayor o menor grado, no podrán escapar de sus secuelas.

A 37 años del inicio de la crisis terminal del socialismo real,[31] y a más de 30 de la disolución formal de la URSS: ¿es la reafirmación del marxismo‑leninismo la fórmula para revertir los problemas conceptuales, estructurales y funcionales que impiden la materialización del proyecto de sociedad que, según Valdés Paz, Cuba necesita? ¿Es la Revolución cubana el producto de «un proceso sujeto a leyes que no depende de la voluntad ni de la conciencia de los hombres»? ¿Es acertada la afirmación de que la historia de Cuba atravesó por el comunismo primitivo, la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo? ¿Sustituyó el socialismo al capitalismo en Cuba porque «no hay ningún régimen social eterno»?

Al adentrarse en su sexta década, el socialismo cubano es azotado por una multifactorial, multidimensional y crecientemente agravada crisis, cuya solución no puede esperar a ver si se cumplen los objetivos anunciados ante empresarios españoles por el ministro de Turismo, Juan Carlos García Granda, de disponer en 2030 de 95 mil habitaciones de hoteles y de la capacidad de recibir a más de 6 millones de visitantes por año,[32] ni a ver si se logra alcanzar y mantener la rentabilidad de esa capacidad hotelera mediante la captación estable de esos 6 millones de turistas o de una cantidad que se le aproxime.

Este es el único pronunciamiento gubernamental concreto que conozco en relación con las expectativas de solución del componente económico de la crisis, que no traerá aparejada la solución automática de sus otros componentes, entre ellos, los socioeconómicos y los sociales en general, los ideológico culturales, los políticos, los institucionales y los medioambientales.

En las proyecciones económicas, comerciales y financieras externas en general, y en las proyecciones del sector turístico en particular, es preciso tener en cuenta el factor político. A diferencia de los demás destinos turísticos del Caribe: 1) Cuba es un país socialista objeto de crecientes sanciones extraterritoriales del imperialismo norteamericano; 2) los principales emisores de turismo son países capitalistas aliados de los Estados Unidos; y, 3) estamos en medio de una ofensiva geopolítica imperialista global que nos afecta y puede afectarnos mucho más.

Sin menospreciar las demás causas que contribuyen a la crisis del proyecto socialista cubano, en particular, sin menospreciar los efectos del bloqueo imperialista, que sin dudas es la causa principal;[33] entre ellas también resalta no haber exorcizado el «modelo soviético» que impide la socialización — que no es sinónimo de estatización — de la política y la economía cubanas, entre cuyas consecuencias están: 1) el estrangulamiento de las fuerzas productivas llamadas a compensar en la mayor medida posible los efectos del bloqueo; 2) la incapacidad de trazar y cumplir metas explícitamente definidas de corto, mediano y largo plazo, acordes con la situación y las necesidades del país; y, 3) el estrechamiento, la ralentización y el quiebre del consenso en torno al proyecto de sociedad basado en el marxismo‑leninismo, problemáticas que han sido excluidas de los estudios sobre la historia de la Revolución cubana en el poder realizados por las instituciones oficiales.

Para rebasar la crisis en medio de la cual, a más de 63 años del triunfo de la Revolución, se produce el aún inconcluso proceso de relevo del liderazgo histórico, se necesita un enfoque martiano, marxista y leninista verdadero, que parta del conocimiento y el reconocimiento del acumulado y el «por acumular» de nuestros centros de estudios de ciencias sociales, incluido el conocimiento y el reconocimiento de la creciente pobreza, desigualdad y anomia social, y del insuficiente resultado en el combate a las diversas formas de discriminación y en la promoción y garantía del respeto a las diversidades.

También urge rectificar el error de haber disuelto los centros de estudios internacionales con que contaba el PCC, que privó al país y a sus instancias de dirección de información y análisis sobre el contexto internacional del que Cuba no puede sustraerse, y sobre los avances que se producen en las ciencias sociales en general, y en el pensamiento de fundamento marxista y leninista en particular, muy fecundo en América Latina.

Aunque desde hace más de tres décadas que el «modelo» marxista‑leninista de sociedad, implantado en Cuba en los años setenta, sufre una creciente pérdida de credibilidad y capacidad de convocatoria y movilización, y aunque fue por ello que el socialismo cubano se vio urgido de «atrincherarse» en su propia historia, esto aún no se reconoce y, por lo tanto, no se hacen esfuerzos para formular y consensuar un nuevo proyecto socialista. Esta afirmación no ignora, ni discrepa en lo absoluto, de la línea divisoria que establece Rafael Hernández entre los males del socialismo cubano y la influencia soviética:

La visión que hace de la política de la Revolución un espejo de sus relaciones con la URSS — plantea Rafael Hernández — permite hoy seguir atribuyéndole los males del socialismo cubano a la influencia soviética, treinta años después de que desapareciera. Este enfoque se resiste a reconocer un conjunto de elementos negativos en la cultura política cubana, que se reproducen más allá de posiciones ideológicas particulares.

[…] si la Revolución, en sus sucesivas etapas, adoptó e hizo suyos conceptos creados por ese socialismo soviético, como la planificación hipercentralizada o la enseñanza generalizada de un marxismo-leninismo soviético, se trató de una decisión consciente, no de una «influencia». Saldar cuentas con ese intercambio con la URSS, y con todas esas decisiones y exámenes de conciencia, «correctos» y «equivocados», requiere apreciarlos en su momento y circunstancias políticas, para lograr explicarlos y aprender sus lecciones.[34]

Es precisamente sobre esa base que me aventuro a incursionar por la senda de saldar cuentas con ese intercambio con la URSS, desde hace mucho transitada por intelectuales‑militantes del calibre de Fernando Martínez Heredia, Juan Valdés Paz, Aurelio Alonso Tejada, y otros compañeros y compañeras. Lo hago a partir de la premisa de que la línea divisoria entre los elementos negativos autóctonos y los elementos negativos importados de la URSS desapareció y se produjo una fusión de ambos, cuyo producto es una mezcla dentro de la cual, a 50 años del 13er. Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba que asumió la filosofía del Sistema de dirección y planificación de la economía de matriz soviética, y a 47 años del 1er. Congreso del Partido Comunista de Cuba que institucionalizó el «modelo soviético» de «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo», resulta difícil establecer la diferencia de origen de unos y otros elementos, diferencia que, por demás, no conocen las generaciones de cubanas y cubanos que no tenían uso de la razón en la década de 1960, ya que la historia que se les impartió y se les imparte es una también una historia entremezclada.

La institucionalización del poder estatizado característico del «modelo soviético», antítesis del poder socializado concebido por Marx, Engels, Lenin y la propia dirección cubana en la década de 1960, fue la forma en que en los años setenta se decidió «cerrar filas», tanto dentro del país como con el campo socialista encabezado por la URSS, para enfrentar los perentorios desafíos de la agresión imperialista y el desarrollo económico y social. Fue una opción distinta a la planteada por Che Guevara en El socialismo y el hombre en Cuba:

[La] institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación.[35]

El «modelo» sustentado en el marxismo‑leninismo, cuyo centralismo y rigidez fueron en buena medida invisibilizados y compensados por la capacidad de comunicación, convencimiento, convocatoria y movilización popular de Fidel, tuvo como inevitable «efecto secundario» el servir de blindaje protector y terreno fértil para la reproducción y fusión de los elementos negativos propios y ajenos que afectan la Revolución cubana.

Si bien el «modelo» político‑ideológico marxista‑leninista contó con un amplio y sólido consenso en la década de 1970 y la primera mitad de la de 1980, en la medida en que la crisis terminal del «socialismo real» y luego el derrumbe del llamado bloque socialista europeo destruyeron el mito de que los sacrificios realizados en la «construcción del socialismo» se compensarían con creces cuando culminara el «avance hacia el comunismo», esa amplitud y solidez se fueron deteriorando crecientemente. Luego de los daños ocasionados por las «oscilaciones del péndulo» entre las políticas de reestatización y de semiapertura económica en los periodos 1986‑1991 y 1992‑2008, el golpe definitivo a aquel consenso se lo asestó la frustración de las tres grandes expectativas creadas a partir de 2009‑2011:

1. la expectativa de que la «actualización del modelo» aliviaría y eventualmente avanzaría en pos de la solución de los problemas económicos, socioeconómicos y sociales en general, que la Revolución cubana viene acumulando desde sus primeros años;

2. la expectativa de que la normalización de relaciones con los Estados Unidos negociada con la administración de Barack Obama, produciría un alivio del bloqueo imperialista y desembocaría en su eventual levantamiento, todo lo cual se esperaba que contribuyera a lograr lo planteado en el punto anterior;[36] y,

3. la expectativa de una flexibilización de los sistemas institucionales establecidos en la década de 1970 (jurídico, político, económico, civil, comunicacional, ideológico cultural y otros), consistente en un distanciamiento de la estatización y en un avance hacia la socialización de esos sistemas, mediante la discusión popular, la elaboración y la aprobación de una nueva Constitución y sus leyes complementarias.

Téngase en cuenta que este paquete de políticas internas y externas, contentivo de otros elementos que aquí no se mencionan — como, por ejemplo, la renegociación de la deuda externa con el objetivo de obtener nuevos créditos y atraer inversión extranjera directa — , se presentó como la fórmula que, final y definitivamente, permitiría avanzar con paso firme en la edificación de un socialismo próspero y sostenible, meta que los ejercicios anteriores de prueba y error no habían logrado coronar. No lograrlo en esta ocasión, fue un duro golpe al ya deteriorado fundamento ideológico cultural del consenso socialista establecido en la década de 1970, con otras palabras, fue un duro golpe al consenso establecido sobre la base del marxismo‑leninismo soviético.

Las preguntas a partir de cuyas respuestas es preciso construir un nuevo consenso son: hacia dónde va el socialismo cubano, y cómo y cuándo va a llegar allá. Es imprescindible articular un nuevo consenso ideológico cultural socialista porque sin la participación consciente, activa y entusiasta de la mayoría de la sociedad será imposible sacar al país de la crisis. Ese nuevo consenso necesariamente tendrá que ser antimperialista y anticapitalista, martiano, marxista, leninista, guevarista y fidelista, con base real en las ciencias sociales cubanas, con visión de futuro, actualizado y realizable.

Además, nótese que en los grandes referentes ideológico culturales del socialismo cubano no se incluye a mujer alguna. ¿Ninguna mujer de pensamiento y/o de acción revolucionaria nos inspira? El problema no radica en establecer una «cuota de género» en los grandes referentes ideológico culturales del nuevo consenso socialista cubano, sino de reconocer y beneficiarnos, todas y todos, de los aportes de la mujer, no solo en los temas de género y/o sexualidad, sino, tanto en ellos como en todos los demás temas que tienen valores universales.

En las actuales condiciones, reivindicar y reafirmar al marxismo‑leninismo, al materialismo histórico, al materialismo dialéctico y a la economía política «marxista», es reivindicar y reafirmar la continuación y la perpetuación de la mezcla de elementos negativos, propios y ajenos, que la Revolución cubana arrastra desde hace más de seis décadas. Por tanto, la batalla de ideas para abrirle nuevos horizontes al socialismo cubano es, en primer término, la batalla de ideas dirigida a exorcizar el «modelo soviético». Solo así se podrá reconstruir la línea divisoria entre elementos negativos propios y ajenos, premisa esencial para identificar y erradicar ambos.

Para resolver con éxito la crisis multifactorial, multidimensional y en extremo agravada que, al adentrarse en su sexta década, azota al proyecto y al proceso socialista cubano, en vez de reafirmar al marxismo‑leninismo como pilar para erradicar problemas que esa doctrina contribuyó a crear y a agudizar, es preciso cumplir lo establecido en la relegada Resolución de política exterior del 4to. Congreso del PCC que, a propósito de la crisis terminal del llamado bloque socialista europeo, planteó la necesidad de realizar «el análisis exhaustivo que estos hechos requieren, y que nuestro Partido y nuestro pueblo necesitan, para extraer las enseñanzas que de él se derivan». De no hacerlo, Cuba incurre en el peligro de verse atrapada en un torbellino semejante.

La historia «ocurre dos veces»

Incluyo en este artículo la síntesis de algunas ideas del ensayo titulado Algunas reflexiones, escrito por Fernando Martínez Heredia en 1993, desdichadamente casi desconocido en Cuba.[37] De la situación del llamado bloque socialista europeo, en primer término de la URSS, que en unos sentidos se asemeja y en otros no a la situación actual de la Revolución cubana, pero que ciertamente se asemeja por el largo tiempo transcurrido desde el comienzo de la transición socialista sin haber avanzado lo suficiente en el cumplimiento de sus metas históricas, en el texto de Martínez Heredia resaltan los siguientes elementos que deberíamos asumir como llamados de alerta con el propósito de evitar que se repitan en la Cuba actual. El orden de ubicación de esos elementos no es en todos los casos el establecido por él, sino el que se considera lógico para este artículo:

1. El «marxismo-leninismo», basado en el «materialismo dialéctico e histórico», se correspondía teóricamente con el estancamiento del proceso socialista en una «fase intermedia» permanente, y correspondía históricamente al régimen de dominación que rigió en la URSS durante varias décadas y a sus campos de influencia internacional.

2. La fraseología de esa ideología era de movimiento, contrariamente al inmovilismo del régimen que la imponía: sus palabras clave eran el progreso, las fases sucesivas, la «construcción del socialismo», la «satisfacción creciente de las necesidades», etcétera.

3. Uno de los rasgos de la crisis del llamado socialismo, decisivo en su fase final, es la desactivación de las capacidades y los sentimientos revolucionarios de las personas y de las instituciones del régimen. La obediencia rige como mecanismo de control para el tránsito al capitalismo, la disciplina opera como ceguera, y la ideología economicista dicta los cambios como una fatalidad.

4. La devaluación de lo propio y de la vida que se ha vivido se torna una oscura forma de defensa, que el individuo asume para no autodestruirse, ante la impotencia general para enfrentar, detener y revertir el proceso final.

5. Se produce un abandono progresivo de: a) los medios de poder social que se habían creado y utilizado; b) la convicción que se tenía acerca de la legitimidad del sistema; y, c) la comprensión socialista del mundo y de la vida.

6. Tarda en ser visible la realidad del cambio de funciones que experimenta el grupo de dominación, que incluye la conversión de una gran parte de ese grupo en el conductor del proceso de liquidación del régimen, y en usufructuario de la nueva situación.

7. Una parte de las diferencias que caracterizan en el capitalismo a las clases sociales aumenta y se desemboza, pero el grupo de dominación sigue sin lograr la legitimidad que es inherente a una clase dominante establecida, y no se atreve aún a pretenderla.

8. El poder existente acepta su reducción progresiva, tanto estatal como política, como de conducción ideológica de la sociedad. Los fundamentos de la forma de Estado, de gobierno y de la propiedad, y la vigencia de valores de solidaridad entre las personas, son los últimos rasgos en ser abandonados formalmente. La pérdida práctica de esos factores en etapas previas es un aspecto principal de la transición.

De la situación por la que Cuba atravesó a raíz del colapso del «socialismo real» marxista-leninista, resaltan las siguientes ideas. Recuérdese que fueron escritas en 1993:

1. El mundo llamado del socialismo real, que desapareció entre 1989 y 1991, no era el contexto del socialismo en Cuba, sino una camisa de fuerza que lo aprisionaba.

2. Criticar a fondo la ideología del llamado socialismo real es indispensable para los cubanos de hoy, pero no basta hablar mal de ella, sino explicar sus características fundamentales, sus condicionamientos, sus funciones, su evolución histórica y sus tendencias. Ante todo, como aconsejaba Marx, no hay que creer a esa ideología por lo que ha dicho de sí.

3. Las privaciones que está sufriendo hoy la mayoría de la población cubana no son suficientes por sí solas para hacer degenerar al régimen socialista, ni para lograr que cese el apoyo activo a él. Lo decisivo es cómo se viven esas privaciones, de qué realidad ideológica y política forman parte, qué factores contrarrestantes de poder social y de realización personal tenga y sienta tener la mayoría de la población, qué actuaciones lleve a cabo el poder revolucionario y qué camino muestre.

4. La ideología que se consume en el partido es la de conservar las características que ha tenido la organización en los últimos veinte años, apoyar a la dirección histórica de la Revolución y proclamar la defensa del socialismo y de la patria. Frente a una situación tan difícil y nueva, no va más allá de resistir y conservar.

5. La ideología que se difunde en los medios de comunicación consiste en trasladar expresiones públicas de la dirección revolucionaria, dar informaciones fragmentarias en tono triunfalista — muchas veces irrelevantes o inútiles para el conocimiento popular — sobre la economía y otros temas, no tratar la mayoría de las cuestiones fundamentales ideológicas y políticas que preocupan a los revolucionarios, ni tampoco las de la vida cotidiana, ofrecer informaciones sobre actividades de solidaridad material con Cuba, y dar informaciones internacionales seleccionadas o de fuente extranjera.

6. Entre los funcionarios estatales parece predominar el lógico agobio ante la situación, pero también las confusiones, la inercia y un deseo de recibir orientaciones acerca de qué es lo que se debe hacer. Se comportan de acuerdo a los hábitos adquiridos y a la sensación de que más vale esperar y ver en qué termina todo.

7. La ideología que pretenden mantener los encargados de la preparación marxista en el país es la del llamado socialismo real, aunque ahora asume formas vergonzantes.

8. Las creencias, ideas y prácticas del llamado socialismo real han sido presentadas como las idóneas para «construir el socialismo». Lo dramático es que esas aberraciones que fueron impuestas durante décadas aún contribuyan en nuestro país a obstruir el encuentro del pensamiento con los problemas fundamentales de la sociedad.

9. En la situación cubana actual, la ideología «del socialismo real» conserva sectores con un poder nada despreciable, y se encubre con la capacidad de resistencia del pueblo en defensa de su revolución socialista y de la soberanía nacional. Que esa resistencia pueda parecer a muchos un fruto y una expresión de aquella ideología introduce una gran confusión, que favorece la negación en bloque de la teoría marxista por parte de miles de cubanos y debilita en ellos el concepto de socialismo, o contribuye al crecimiento del apoliticismo.
Cambiar todo lo que debe ser cambiado, incluido el marxismo‑leninismo como fundamento ideológico‑cultural del socialismo cubano

Cualquier semejanza entre los problemas, insuficiencias, desafíos, disyuntivas y peligros plasmados por escrito por Fernando Martínez Heredia 29 años atrás, y los que hoy deberíamos estar analizando, debatiendo y buscándoles soluciones, no es pura coincidencia. Son los mismos que venimos arrastrando, por supuesto que a estas alturas arrastrándolos ya muy agravados, en unos casos desde el triunfo mismo de la Revolución, en otros desde que asumimos el «modelo soviético» y en otros desde que desaprovechamos la llamada de atención y la oportunidad que el derrumbe del denominado bloque socialista europeo nos dio para reconocerlos, enfrentarlos y resolverlos.

En ese contexto, «la historia ocurre dos veces», como escribió Marx en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, pero aquí en Cuba es posible que las dos veces la historia ocurra como «gran tragedia»: «el funcionariado a cargo de las áreas ideológica y de educación del marxismo‑leninismo […] formado intelectualmente, en general, en el sistema de la ideología soviética, y […] habituado a sus modos de pensar y actuar, y a los rasgos negativos nuestros también»,[38] es el que monopoliza el establecimiento de los conceptos, los términos, los parámetros, los métodos, y los espacios y los límites del debate ideológico cultural; es el que elabora las propuestas y los proyectos de acuerdos que la dirección del partido aprueba; y es el que ejecuta lo acordado. En esencia, la historia va en dirección a repetirse como «gran tragedia», porque como Martínez Heredia escribió en 1993: «frente a una situación tan difícil y nueva», lo que se hace «no va más allá de resistir y conservar».

El marxismo‑leninismo soviético es una desacreditada base conceptual que de ningún modo puede utilizarse para: 1) construir el nuevo consenso que el socialismo cubano necesita; y, 2) librar con éxito y triunfar en la guerra cultural que el imperialismo nos impone.

Al asumir el término/concepto marxismo‑leninismo, el 3er. Pleno del CC del PCC restringe el horizonte de lo que se va a investigar, a enseñar y a divulgar. Lo investigado, lo enseñado y lo divulgado tendrá que pasar por los embudos y los filtros del «conjunto doctrinario limitado y finito de proposiciones» y del «círculo de fuego, cerrado y hermético»,[39] de una sola corriente, una corriente muy específica, de las muchas derivadas del pensamiento de los clásicos, de la cual se ha dicho suficiente en este artículo, aunque podría decirse mucho más. Esta definición marxista‑leninista excluye por completo o, como mínimo, coloca de inicio en una posición sumamente desventajosa a las y los marxistas y leninistas críticos del «modelo soviético», que se habían sentido (levemente) reconocidos e incorporados al debate por las modificaciones a los estatutos del PCC aprobadas en el 5to. Congreso.

Es preciso decir alto y claro, y repetirlo hasta que se comprenda y se asuma, que el debate que el socialismo cubano necesita hoy no es solo, ni en primer término, un debate filosófico doctrinario entre dos o más interpretaciones o revisiones póstumas de los escritos de Marx, Engels y Lenin: que no puede ser un debate erudito semejante al que Umberto Eco recrea en su novela En nombre de la rosa.

El debate que el socialismo cubano necesita hoy es un debate político (¡político!) sobre el pasado, el presente y el futuro del socialismo cubano, un debate al que la filosofía política y la ciencia política de fundamento marxista y leninista aporten el método crítico de análisis. Es un debate sobre todo lo que, con sentido del momento histórico, debe ser cambiado para salvar a la patria, la Revolución y el socialismo.

Por mencionar solo un ejemplo: que supuestamente «Cuba se encuentra en el período histórico de construcción del socialismo» no puede ser una afirmación, y mucho menos la base conceptual del replanteamiento del proyecto y el proceso socialista cubano, asumida como una «verdad», como una «realidad», por el solo hecho de estar plasmada en viejos manuales y programas de matriz soviética. Quienes así lo consideran tienen que fundamentárselo y demostrárselo al pueblo, a este pueblo hoy integrado por las siete generaciones de cubanas y cubanos que Valdés Paz identifica como convivientes a más de seis décadas del inicio del proceso revolucionario,[40] siete generaciones, de las cuales, en su criterio: las dos primeras vivieron mejor que sus padres; las dos segundas igual que sus padres; y las restantes peor que sus padres, y que, por lo tanto, tienen vivencias, experiencias, interrogantes, criterios y expectativas disímiles.

¿Cómo hacer el trabajo político e ideológico del partido y las organizaciones de masas y sociales? A este pueblo hay que fundamentarle y demostrarle dónde estamos y hacia dónde vamos, con información empírica procesada y conclusiones científicas, tanto de la situación y perspectivas del mundo, como de las experiencias cubanas acumuladas a partir del 13er. Congreso de la CTC y del 1er. Congreso del PCC, información empírica procesada y conclusiones científicas que sean validadas por los centros de estudios que la Revolución fundó, desarrolló y mantiene, precisamente, para que hagan eso.

El debate que el socialismo cubano necesita hoy no es un debate que se pueda desarrollar al margen del escrutinio de: 1) el funcionamiento y los resultados de los sistemas institucionales implantados y de las políticas implementadas en Cuba entre 1972 y 1985; y, 2) el funcionamiento y los resultados de los sucesivos cambios realizados a los sistemas institucionales y a las políticas implementadas en los periodos 1986‑1991, 1992‑2008 y 2009 hasta el presente.

Este debate tiene que partir de la premisa marxista y leninista de que la sociedad es una totalidad orgánica, por lo que no se puede analizar y cambiar solo uno de sus sistemas institucionales, en este caso el sistema o «modelo» económico, sin que ello afecte a todos los demás. Solo así podremos identificar con precisión y transparencia: de qué queremos y debemos, y de qué no queremos ni podemos, ser continuidad. El análisis y el cambio tienen que abarcar, de modo coherente, a todos los sistemas institucionales del país, para evitar consecuencias imprevistas y negativas como las que en la actualidad padece el socialismo cubano.

Así sintetiza Julio César Guanche la relación que Juan Valdés Paz establece entre sistemas y subsistemas:

[…] Valdés Paz ha logrado analizar el sistema político cubano de un modo definidamente propio: a) afirma el carácter relativo de la noción de sistema, puesto que todo sistema es subsistema de otro — el SP [sistema político] lo es respecto al sistema social, como a su vez contiene él mismo otros subsistemas, b) registra cómo una misma institución, a través de sus funciones, participa de más de un sistema — como es el caso del Estado — , c) distingue entre el sistema «realmente existente» y lo que el sistema dice sobre sí mismo mediante sus «modelos»: el sistema político puede ser representado mediante sus instituciones, pero todas son siempre partes o dimensiones de la realidad del SP, que no agotan la definición de su perfil. A partir de este horizonte, el autor complejiza la noción gramsciana de «Estado extenso», o «extendido», y facilita tanto historiar mejor los sistemas como confrontar «la realidad» con «el modelo» que ha prometido el sistema. Como resultado, tenemos una historia analítica de lo que el proceso «dice ser», de lo que «es» y de lo que «debería ser».[41]

Entre las consecuencias imprevistas y negativas que padece el socialismo cubano resalta que el sistema político obstaculiza, dilata, ralentiza, frena y hasta revierte la «actualización» del sistema económico que el mismo sistema político concibió, aprobó y ejecuta, mientras que el sistema ideológico cultural es incapaz de aportar las herramientas conceptuales para lograr la armonía entre el sistema político y el económico, y de cada uno de ellos con el propio sistema ideológico cultural. ¿Cómo «actualizar» el «modelo» (sistema) económico si el «modelo» (sistema) político obstruye y estrangula a la «actualización» al nacer? Pero, como si ello fuera poco, el sistema político también se obstruye y se estrangula a sí mismo, por ejemplo, en la interpretación y puesta en práctica de la Constitución de 2019, y en la aprobación e implementación de sus leyes complementarias, con respecto a lo cual, el sistema ideológico cultural, en vez de impedir o contrarrestar esta obstrucción es, precisamente, el que la provoca, la incentiva y la agrava.

La obstrucción y estrangulamiento entre sistemas institucionales, y dentro de los sistemas institucionales, que no es nueva, sino recurrente, es resultado de la imposibilidad de hallar un punto de equilibrio entre: 1) la necesidad de cambiar todo lo que debe ser cambiado; y, 2) la exigencia de unidad y continuidad que la normatividad marxista‑leninista hace para sí misma con el objetivo de evitar ser descartada, ya que esa normatividad es lo primero que, con sentido del momento histórico, hay que incluir en el punto uno de esta ecuación. Esto implica establecer y esclarecer la diferencia existente entre la irrenunciable unidad y continuidad en torno a la Revolución como proceso histórico y al socialismo como sistema social, de una parte, y la normatividad marxista‑leninista, que afecta a la Revolución como proceso y al socialismo como sistema, por la otra.

Para realizar con éxito este debate no basta con reafirmar la concepción original de Fidel «dentro de la Revolución todo; contra la Revolución nada», en lo referente a no sancionar, no discriminar y/o no estigmatizar, en lo personal, a quienes dentro de la Revolución discrepan de lo que Valdés Paz caracteriza como «ideología […] institucionalizada como una doctrina oficial del Partido y el Estado».[42] Además de eso, también es imprescindible que en el sistema ideológico cultural deje de regir lo que Aurelio Alonso Tejada llamó: «Dentro del marxismo soviético todo; contra el marxismo soviético nada». Es preciso que, además de no sancionar, no discriminar y/o no estigmatizar, haya una acción firme y decidida de la dirección del PCC para garantizar que el espacio de debate dentro de la Revolución efectivamente se abra, se democratice, se respete y se aproveche.

En el debate que la patria, la Revolución y el socialismo imperiosamente necesitan, la teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista, asumida como filosofía de la praxis, que a lo largo de sus vidas, y en muy difíciles condiciones, cultivaron y defendieron Fernando Martínez Heredia, Juan Valdés Paz, Aurelio Alonso Tejada, y otros y otras intelectuales‑militantes, no puede seguir confinada a pequeños círculos y reuniones, y al ciberespacio cubano donde recibe «fuego amigo», en muchos casos, de compañeras y compañeros que, con las mejores intenciones, creen estar defendiendo a la Revolución de una perversa modalidad de la guerra cultural imperialista.

Por teoría de la revolución de fundamento marxista y leninista, entendemos los resultados científicos obtenidos, en el pasado, el presente y el futuro, mediante la utilización del aparato categorial y conceptual construido por Carlos Marx y Federico Engels para: 1) descubrir y analizar las características y las contradicciones de la sociedad capitalista; 2) percibir regularidades sociales; y, 3) formular leyes de tendencia a partir de las cuales elaborar los objetivos, estrategias y tácticas destinados a realizar la revolución social. Con plena conciencia de los incontables aportes a esta teoría realizados por innumerables figuras, algunas de las cuales tuvieron discrepancias con Lenin, como Rosa Luxemburgo, y otras cuyo ejercicio de la filosofía de la praxis, en condiciones distintas a las de Rusia, naturalmente, aportó resultados diferentes a los suyos, como Gramsci, se destaca y se singulariza a Lenin por la dimensión universal de su pensamiento y su obra como conductor de ese gran parteaguas de la historia que fue la Revolución de Octubre.

En los términos planteados por Néstor Kohan:

La cientificidad de la teoría social marxista reside en su capacidad de crítica. Su cientificidad no reposa en la postulación de todo un catálogo de sentencias (o «leyes de hierro») universales, absolutas y ahistóricas — supuestamente válidas para todo tiempo y lugar, al margen de la historia, las subjetividades y los conflictos sociales — sino en su enorme capacidad para desarmar, desmontar y demoler los dogmas que legitiman el orden social capitalista como natural, inmodificable, absoluto y eterno.

Dicha cientificidad crítica permite establecer regularidades en los fenómenos sociales (leyes de tendencia que abren un amplio abanico de posibilidades con mayor o menor grado de probabilidad) para, a partir de su conocimiento, poder intervenir y transformar la sociedad en un sentido praxiológico políticamente radical.

En el seno de la tradición marxista, ese ejercicio crítico no se realiza solo sobre los relatos metafísicos del pensamiento social burgués que legitima, de diversos modos y con no pocos matices, el orden establecido. La crítica marxista también se aplica a su propia tradición».[43]

De este último punto se deriva la capacidad de la teoría social marxista de autocorregirse y desarrollarse, lo cual hace mediante: 1) el análisis de los resultados positivos y negativos de su aplicación práctica; 2) el estudio de los cambios sociales; y, 3) la incorporación de los nuevos descubrimientos de otras ciencias.

La filosofía de la praxis marxista y leninista tiene que entrar por la puerta delantera, no por la puerta trasera como «pariente pobre», al lugar donde se debate el pasado, el presente y el futuro del Sistema ideológico cultural de la Revolución cubana, y tiene que sentarse a la mesa donde se realice ese debate, en igualdad plena de condiciones con todas las demás corrientes de pensamiento que allí concurran dentro de la Revolución, incluidos, tal como lo establecen los estatutos del partido «el ideario revolucionario radical de José Martí» y la «tradición singular de lucha liberadora nacional y social en la que se destacan insignes revolucionarios y patriotas», incluidos Antonio Guiteras Holmes, José Antonio Echeverría y Raúl Roa García, ninguno de los cuales cabe dentro de la estrecha definición de marxistas‑leninistas.

La Historia no Absolverá a quienes, por acción u omisión, pongan en peligro a la patria, la Revolución y el socialismo.

Roberto Regalado Álvarez (La Habana, 1953). Politólogo, doctor en Ciencias Filosóficas, profesor adjunto de Ciencias Políticas y licenciado en Periodismo, es miembro de la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores, de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Notas

[1] Los fundamentos del socialismo en Cuba, libro de divulgación de la autoría de Blas Roca Calderío, secretario general del Partido Socialista Popular, fue publicado por primera vez en 1943 y tuvo varias ediciones en el período inmediato posterior al triunfo de la Revolución cubana, de las cuales se extrae la cita utilizada como exergo.

[2] Juan Valdés Paz: La evolución del poder en la Revolución Cubana (en dos tomos), Rosa Luxemburg Sitfund, México, 2018.

[3] Aurelio Alonso Tejada: «Marxismo y espacio de debate en la Revolución cubana», artículo por primera vez publicado en la revista Temas no. 3, pp. 34‑43, julio‑septiembre de 1995. Aquí la cita fue tomada de El laberinto tras la caída del muro, compilación de ensayos del autor publicada por CLACSO coediciones — Ruth Casa Editorial, Buenos Aires, 2009, p. 216.

[4] Juan Valdés Paz: La evolución del poder…, ob. cit., t.I, p. 299.

[5] Ibíd.: p. 163.

[6] Juan Valdés Paz: «Ciencia política. Un estado de la disciplina», en El espacio y el límite. Estudios sobre el sistema político cubano, compilación de ensayos del autor realizada por el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello / Ruth Casa Editorial, La Habana, 2009, pp. 12‑13. Este texto fue originalmente publicado en Sin urna de cristal. Pensamiento y cultura en Cuba contemporánea, Rafael Hernández (comp.), Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2003, pp. 12‑13.

[7] Ibíd: pp. 147–163.

[8] Ibíd.: pp. 7‑13.

[9] Ibíd.: p. 16.

[10] Juan Valdés Paz: La evolución del poder…, ob. cit., t.I, p. 212.

[11] Julio César Guanche (comp.): En el borde de todo. El hoy y el mañana de la Revolución en Cuba, Ocean Sur, México, 2007, pp. 215‑238.

[12] Ibíd.: pp. 224‑225.

[13] Ibíd.: p. 225.

[14] Ibíd.

[15] Juan Valdés Paz falleció en La Habana, el 26 de octubre de 2021.

[16] Para conocer las opiniones del autor sobre la pervivencia de los conceptos y la terminología del «modelo soviético» en los documentos aprobados por el 7mo. y el 8vo. Congresos del PCC, las consecuencias de esa pervivencia y cómo subsanarla, de la serie «El “Triángulo de las Bermudas” por el que navega Cuba. Acumulación de problemas propios. Doble filo del bloqueo y reflujo de la izquierda latinoamericana», véanse los artículos: «El socialismo cubano necesita un debate y un nuevo consenso programático», en La Tizza, el 26‑7‑21; «Defensa inclaudicable y refundación revolucionaria del socialismo cubano. A propósito del 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba, I y II, en La Tizza el 20–8–2021 y el 28‑8‑2021, respectivamente. Véase también: «A la Revolución Cubana hay que defenderla sin vacilación ni condicionamiento alguno», en alainet, 15–7–2021. Por último, véase «Lo que quedó en el tintero», en La Tizza, el 29‑10‑2012.

[17] Muestra de la condición de filosofía de la praxis de Carlos Marx es la constatación de Hobsbawm de que: «Su forma de investigación podía producir diferentes resultados y perspectivas políticas. En rigor, eso hizo el propio Marx, quien visualizó una transición pacífica al poder en Gran Bretaña y Holanda, y la posible evolución de la comunidad rural rusa al socialismo. Kautsky e incluso Bernstein fueron herederos de Marx tanto como (o, si Ud. quiere, tan poco como) Plejánov y Lenin». Eric Hobsbawm: How to change the world. Tales of Marx and Marxism, Little, Brown Book Group, London, 2011, pp. 12‑13. (Traducción propia).

[18] Discurso pronunciado por Fidel Castro como conclusión de las reuniones con intelectuales cubanos, efectuadas en Biblioteca Nacional de Cuba los días 16, 23 y 30 de junio de 1961.

[19] Aurelio Alonso Tejada: «Marxismo y espacio de debate dentro de la Revolución», ob. cit., p. 229.

[20] Juan Valdés Paz: La evolución del poder…, ob. cit., t.I, p. 300.

[21] Néstor Kohan: Nuestro Marx, Misión Conciencia, Caracas, 2011, p. 93.

[22] Ibíd.

[23] Ibíd: p. 126.

[24] Eric Hobsbawm: How to change the world. Tales of Marx and Marxism, Little, Brown Book Group, London, 2011, p. 7. (Traducción propia).

[25] Véase a Vladimir Ilich Lenin: La última lucha de Lenin. Discursos y escritos 1922–23, Pathfinder Press, Nueva York, Londres, Montreal, Sydney, 2010.

[26] Véase a Vladimir Ilich Lenin: Ibíd.: pp. 239 y 259.

[27] Erick Hobsbawm: Historia del siglo XX, Grijalbo‑Mondadori, Buenos Aires, 1998, p. 493.

[28] Fernando Martínez Heredia: «Izquierda y marxismo en Cuba», en La Tizza, 12 de junio de 2021. Ensayo publicado en la revista Temas, núm. 3, octubre‑diciembre de 1995. Tomado de: Martínez Heredia, Fernando. El corrimiento hacia el rojo, Editorial Letras Cubanas, 2001, pp. 82‑114.

[29] Juan Valdés Paz: La evolución del poder en la Revolución Cubana, ob. cit., t.II, p. 173.

[30] Ibíd.: p. 178.

[31] Se toma como punto de referencia a la elección de Mijaíl Gorbachov como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética el 10 de marzo de 1985.

[32] «Cuba presenta nuevos proyectos en el sector turístico ante empresarios españoles», Cubadebate, 17‑1–2021.

[33] Para conocer los factores que el autor considera causantes de la crisis que azota al proyecto socialista cubano, de la serie de Roberto Regalado titulada «El “Triángulo de las Bermudas” por el que navega Cuba: Acumulación de problemas propios. Doble filo del bloqueo y reflujo de la izquierda latinoamericana», véase el artículo «Planteamiento de la hipótesis», en La Tizza, 12‑4–2021. Para conocer las opiniones del autor sobre los efectos del bloqueo norteamericano y la política para enfrentarlo, de la misma serie, véase el artículo «Doble filo del bloqueo» I y II, en La Tizza, 18‑5‑2021 y 27–4–2021, respectivamente. Sobre este tema, véase también el artículo «¿Creer en el “imperialismo benévolo” o forjar una correlación de fuerzas para derrotarlo? Una reflexión desde Cuba», en alainet, 27–10–2021.

[34] Rafael Hernández: Guerra culta. Reflexiones y desafíos 60 años después de Palabras a los Intelectuales, Ediciones ICAIC, La Habana, 2021.

[35] Ernesto Che Guevara: El socialismo y el hombre en Cuba, originalmente publicado en la revista Marcha, Montevideo, Uruguay, 1965.

[36] Para conocer las opiniones del autor sobre las consecuencias ulteriores del proceso de normalización de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos desarrollado durante el segundo mandato del presidente Barack Obama, véase a Roberto Regalado: «¿Creer en el “imperialismo benévolo” o forjar una correlación de fuerzas para derrotarlo? Una reflexión desde Cuba», cuya referencia se encuentra en la nota no. 33 de este artículo.

[37] Fernando Martínez Heredia: «Algunas reflexiones», en Fernando Martínez Heredia. Pensar en tiempo de Revolución, selección e introducción a cargo de Magdiel Sánchez Quiroz, CLACSO, Buenos Aires, 2018, pp. 309‑321. Contiene una nota del editor que dice: «Escrito en Matanzas el 15 de junio de 1993. Publicado en: Martínez Heredia, F. 2006 [1998] Socialismo, liberación y democracia. En el horno de los noventa (Melbourne / Nueva York: Ocean Sur) pp. 146–158. Este texto ha sido poco destacado en la obra de FMH. Sin embargo, constituye una reflexión profunda sobre los elementos que pueden llevar a la caída de un régimen socialista. El tiempo de su redacción nos da pistas sobre las motivaciones y desafíos que lo conforman». Esta antología se puede descargar gratis en (https://www.jstor.org/stable/).

[38] Fernando Martínez Heredia: ob. cit., cuya referencia se encuentra en la nota no. 28 de este artículo.

[39] Néstor Kohan: Nuestro Marx, Misión Conciencia, Caracas, 2011, p. 93.

[40] Juan Valdés Paz: Intervención realizada el 15 de octubre de 2020 en el Centro Memorial Martin Luther King Jr., en Marianao, La Habana, en una sesión de análisis de coyuntura para la actualización estratégica de las proyecciones de trabajo de dicha asociación y de las redes que anima. De esta intervención se han publicado hasta el momento tres partes en La Tizza, la primera el 3‑11‑2021, la segunda el 3‑12‑2021, y la tercera el 11‑1‑2022.

[41] Julio César Guanche: «Buenas nuevas sobre un viejo tema: política, administración y socialismo», prólogo a Juan Valdés Paz: El espacio y el límite. Estudios sobre el sistema político cubano, Instituto cultural Juan Marinello / Ruth Casa Editorial, La Habana, 2009, p. XIV.

[42] Juan Valdés Paz: La evolución del poder en la Revolución Cubana, ob. cit., t.I, p. 300.

[43] Néstor Kohan: Nuestro Marx, ob. cit., p. 39.

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