Por Dr.C Juan Triana Cordoví
agosto 22, 2022
en Contrapesos
La primera vez que visité las cavernas de Santo Tomas, quizás el complejo cavernario más importante de Cuba, fue por allá por el año 1961. Fue también la primera vez que vi los efectos que una gota de agua podía producir con el paso del tiempo, estalactitas y estalagmitas, formaciones cálcicas, unas cuelgan del techo de la caverna y otras crecen desde el suelo. El continuo crecimiento de ambas durante muchos siglos las convierte en columnas y se hacen parte de la estructura de la caverna. Es posible que si alguna de esas columnas se rompiera pudiera afectar el techo de la caverna y provocar incluso su hundimiento parcial, fue lo que me contó mi papá ese día.
La actualización, transformación, reforma del modelo económico cubano comenzó hace ya mucho tiempo, a inicios de los noventa, incluso para algunos, algo antes, cuando Fidel inaugurara aquel primer hotel, Sol Palmeras, propiedad mixta, presente por primera vez en Cuba. Luego vinieron otras medidas, una a una, como las gotas que se desprenden del techo de la caverna. Durante este tiempo, la actualización, transformación, reforma del modelo se ha caracterizado por ese goteo casi constante de políticas y medidas, con mayor o menor frecuencia. Así ha ocurrido con la dolarización, desdolarización, redolarización; la reforma y autonomía de la empresarial estatal; las varias transformaciones de la agricultura, la apertura al sector no estatal, y otros muchos etcéteras. Gotas de agua sobre el sistema económico, espaciadas en el tiempo, muchas veces sin conexión unas con otras.
El comercio, sin embargo, había permanecido casi “al pairo” de estos controvertidos procesos de apertura/ no apertura. Muy temprano se entendió que en el socialismo cubano el comercio, interior y exterior, mayorista y minorista, en cup, dólares, cuc y mlc, tenía que estar en manos del Estado, a pesar de que no existe evidencia en la historia económica de que exista una relación alta y positiva entre la solidez del socialismo y el monopolio estatal sobre todas las modalidades del comercio. Desde su regulación hasta su gestión —con algunos raros espacios como el mercado libre campesino devenido después en mercado agropecuario en uno de sus segmentos (el llamado de oferta y demanda), más tarde la licencia para comercializar determinados productos a los trabajadores por cuenta propia (TCP), luego su extensión a las pymes y luego a la modalidad recién descubierta de “ventas de garaje”—, el comercio ha permanecido en manos del Estado. Es cierto también que durante este tiempo, el comercio informal, el mercado negro y el trueque nos han acompañado incorporados a nuestras prácticas de sobrevivencia diaria y de lucro espurio.
No es casualidad ni capricho que el comercio haya sido y aun sea uno de esos últimos reductos donde “el Estado” ha ejercido su manejo de forma monopólica o cuasi monopólica. Tampoco lo es que a pesar de la evidencia reiterada por décadas de la ineficacia y la ineficiencia de ese manejo el “Estado” no se haya desprendido de esa rémora, que como un agujero negro traga recursos sin parar y no devuelve casi nada.
Pero ciertamente no es ni por casualidad ni por capricho. En términos fiscales, el comercio estatal provee al Estado de ingresos que no es seguro pueda obtenerlos en caso de que se desprenda de él. En términos de economía política, el comercio cierra el ciclo de realización de los productos y servicios convertidos en mercancías. Ser propietario monopólico del comercio da poder —no sólo económico— sobre los que concurren a él, ya sean estos en su condición de consumidor final o de proveedor.1
Sin embargo, como la estalactita o la estalagmita, la gestión y control del comercio por el Estado está fuertemente sedimentada en el pensamiento que alimenta la toma de decisiones en nuestro país. Se ha convertido en una columna poderosa en la estructura de nuestra economía. A algunas de las instituciones que conforman esa red les hemos puesto respiradores por años, para mantenerlas vivas de forma artificial, pagando costos enormes en términos de eficacia y eficiencia, de recursos inmovilizados unos, mal utilizados otros y perdidos otros muchos.
Es cierto también que la práctica de la economía socialista centralizada que con sus más y menos se ha mantenido, ha expandido la idea de que el comercio estatal es uno de los elementos que garantiza la igualdad. Cierto que ha sido funcional a ese propósito, pero las circunstancias han cambiado tanto que hoy casi produce el efecto contrario.
¿Es posible mantener la venta de productos regulados aunque el comercio no fuera ejercido por empleados del Estado en “bodegas” del Estado? Esa es quizás una pregunta que hoy tendría múltiples respuestas, partidarios a favor y detractores.
Es cierto, sin embargo, que el comercio estatal no se reduce al comercio minorista, todo lo contrario. Más sensible por lo funcional que ha sido al modelo de economía de planificación centralizada es el comercio mayorista. ¿Cómo pensar el socialismo cubano sin el comercio mayorista estatal? Confieso que, al menos a mi, me cuesta trabajo, aunque es posible hacerlo.
Ocurre, sin embargo, que junto a ese aparato de comercio estatal, viene creciendo otro, que no se maneja de la misma forma, que gana espacios constantemente y que no utiliza de forma directa recursos del Estado. Ha crecido a la sombra, durante mucho tiempo en un limbo legal, a pesar de la incertidumbre y de los inspectores. Hoy, con la apertura hacia las formas de gestión no estatales, ese comercio ha conseguido mejores condiciones legales y espacios en los que nunca antes pudo competir. Esas cubanas y cubanos que se han enrutado en esos negocios, han aprendido rápido y lo han hecho bien, entonces ¿por qué dudar sobre sus habilidades para gestionarse por ellos mismos si así lo desean sus suministradores externos y las propias gestiones para concretar un negocio de exportación o de importación?
Mr. Trump, la pandemia, la falta de liquidez, los impagos a proveedores, la inestabilidad del mercado mundial, el desabastecimiento incluso en las tiendas en MLC y los resultados negativos del llamado ordenamiento y la peor de sus consecuencias inmediata, la inflación, han conducido a quitar un pedazo de la pared de estalactitas y estalagmitas del monopolio estatal sobre el comercio (mayorista y minorista) y a aceptar la inversión extranjera en este sector. Bienvenida sea.
Pero al igual que se ha abierto el comercio interior a la inversión extranjera debería abrirse esta última a todos los actores sean ellos estatales o no. ¿Por qué un inversionistas extranjero no puede asociarse a una pyme para fomentar el comercio minorista? ¿Dónde está la desventaja para Cuba de algo así? ¿No es esa otra oportunidad? ¿No se ha repetido hasta el cansancio la necesidad de encadenar a los actores? ¿Acaso no se ha repetido una y otra vez que las pymes son un actor de importancia en nuestra economía? ¿Quién sostiene una parte no poco significativa de la oferta hoy?
¿Cuánto más habrá que esperar para terminar con las columnas de la resistencia que el goteo actualizador produce?
***
Nota:
1 En el mercado estatal los hogares cubanos consumieron 34 177 millones de pesos en el año 2020, el 67% de todo su gasto de consumo. ONEI, Anuario Estadístico de Cuba 2020, tabla 5.10.
No hay comentarios:
Publicar un comentario