Por Elías ZAMORA ACOSTA
Departamento de Antropología Social
Universidad de Sevilla
Publicado en: VV.AA.: La Función de la Cultura en el Desarrollo Local, pp. 21-31. Córdoba.
El tiempo presente y el tiempo pasado estén quizá presentes en el tiempo futuro
y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.
Si todo el tiempo es eternamente presente
todo el tiempo es irredimible...
T.S. Elliot
El ejercicio continuado de algunas actividades da lugar a menudo, y de manera prácticamente universal, a la aparición de ciertos usos o hábitos; como deformaciones profesionales. En mi caso, la actividad académica docente me dirige, de modo casi mecánico, a iniciar cualquier exposición con una quizás muy profesoral divagación sobre el significado de los términos que se utilizarán para designar los conceptos tenidos como fundamentales en el tema de que se hable. Se trata de un hábito que puede ser reputado por algunos oyentes o lec-tores como innecesario, y a veces hasta fruto de cierta pedantería que a los de mi gremio se nos atribuye. Podría ser así, pero la experiencia de las aulas me dice que no son pocas las ocasiones en que los significados que hablante y o-yentes asignan a un mismo significante, no coinciden. Al menos no lo hacen de modo que sea posible una comunicación completa de las ideas que se quieren expresar. Y esto por no hablar del amplísimo campo de las connotaciones semánticas contenidas en ciertos vocablos cuyo uso, por continuado, deviene en común sin que los que lo utilizan sean conscientes de la totalidad de significaciones implícitas en el término, que tienen notables consecuencias en el contenido de los discursos que se elaboran a partir de dichos vocablos.
Es por esto, por lo que mi aportación al tema a que se dedican estas Jornadas comenzará con un espacio dedicado a tratar sobre la significación de su concepto central: desarrollo. Considero que resulta necesario llegar a un acuerdo acerca de qué queremos decir con esta palabra, así como objetivar toda la red de significados que connota. Si es cierto que en esta primera fase del trabajo seré yo quien haga público qué entiendo por desarrollo, de modo que se comprenda lo mejor posible el sentido de mi discurso, también lo es que en una segunda fase del mismo deberemos llegar a un pacto que permita con-sensuar el significado y, en consecuencia, la comunicación. Algo semejante deberá hacerse con el término cultura, palabro polisémico donde los haya y que constituye el segundo elemento sobre el que pivotan las Jornadas y mi propia contribución a las mismas.
SOBRE EL CONCEPTO DE DESARROLLO
En español, el término desarrollo hace referencia a "crecimiento" y "aumento". Aplicado a los asuntos de las sociedades, comenzó a utilizarse después del siglo XVIII con el sentido de crecimiento económico y, posteriormente, se hizo sinónimo de modernización, aunque como veremos no se trata de pro-cesos exactamente iguales.
En su sentido inicial de crecimiento económico, desarrollo es tanto como aumento rápido y sostenido del producto real por habitante en una sociedad dada; con los consiguientes cambios en las características tecnológicas, económicas y demográficas de la misma. Efectivamente, el énfasis se pone en el ámbito de la innovación tecnológica, la producción, el consumo, el incremento y distribución de la renta, y la mejora de las condiciones del comercio exterior. El indicador considerado más fiable para medir el resultado de los procesos de desarrollo es el incremento de producto o renta por habitante: se estima que la mayor capacidad de una sociedad para consumir es también un sinónimo de bienestar.
Esta concepción clásica y puramente economicista del bienestar fue posteriormente corregida, al considerar que las situaciones de desarrollo implicaban asimismo alteraciones en los ámbitos sociales y políticos, cuando menos. Para designar este nuevo tipo de procesos se utilizó el término de modernización, que se definía como proceso de cambio social, en el que el componente económico es el desarrollo, que implica la innovación en numerosas facetas del comportamiento humano y la organización social. Esta modernización producirá necesariamente alteraciones en los patrones de conducta tradicional que tienen que ver con la aceptación de las nuevas reglas del juego económico, que desde este momento se centran en la mejora del comportamiento productivo de los individuos y en su deseo de consumir. Para que el objetivo se logre es preciso, además, que los individuos admitan la bondad de estas nuevas reglas y las difundan, de modo que se conviertan en universales para la sociedad que se trata de desarrollar. En última instancia, se considera que de este modo los individuos y los grupos logran más altos nive-les de bienestar que es la meta final de la acción.
Desarrollo y modernización es tanto como "movimiento", obviamente hacia adelante; mientras que subdesarrollo es sinónimo de "estancamiento". Subdesarrollo se identifica con malestar y "retraso", en tanto que modernización y desarrollo remiten a la idea de bienestar y "progreso". El bienestar se asocia a la satisfacción de ciertas "necesidades" que se consideran naturales en los hombres y que deben ser cubiertas. Se trata de un concepto de origen funcionalista, que es utilizado por muchos de los especialistas que se ocupan de la "ingeniería" social: desde esta perspectiva, el desarrollo se ve como "una acción coordinada y sistemática que, en respuesta a las necesidades o a la demanda social, trata de organizar el proceso global en una comunidad..."1.
Conviene ahora detenerse, aunque sea brevemente, en la idea de "progreso" que se asocia con modernización y desarrollo. El concepto de progreso aparece, como el de desarrollo, durante la Ilustración. En líneas generales se puede decir que refiere a un proceso supuestamente interminable, por el que las sociedades caminan hacia formas cada vez más perfectas de "civilización": para las sociedades más atrasadas --como ahora subdesarrolladas-- , el progreso es el camino que las dirige a la situación propia de las sociedades europeas más avanzadas. Se trata de un discurso evolucionista de carácter determinista, unilineal, y etnocéntrico, que considera el modo de vida de las sociedades europeas como el más adecuado y el único modelo posible para to-das las sociedades: una sociedad se considerará más desarrollada cuanto más coincidan sus modos de vida con aquéllos que se consideran superiores.
Este discurso etnocéntrico ha estado presente en todos los científicos sociales que se han acercado al tema, y permanece como referencia implícita en la actualidad en la mayor parte de las disertaciones sobre el desarrollo. Carlos Marx, cuya visión evolucionista y unilineal de la historia no es discutible, consideraba que los países desarrollados mostraban a los menos industriali-zados una imagen de su propio futuro. Para Ferdinand Tönnies, el paso de la "comunidad" (tradicional y subdesarrollada) a la "sociedad" (moderna y desarrollada) resulta un paso necesario en la modernización. Emile Durkheim pensaba que la "solidaridad orgánica", propia de las sociedades industriales europeas, era una forma superior y más perfecta de cohesión social que la "solidaridad mecánica" característica de las sociedades primitivas. Max Weber consideraba que la modernización implicaba la sustitución del "comportamiento tradicional" por la "conducta racional" propia de las sociedades avanzadas. Para
1. Rudolf Rezsohazy (1988), El desarrollo comunitario. Madrid: Narcea, pp. 18. Las cursivas son mías.
Talcott Parsons, el desarrollo implica el paso de los patrones tradicionales de conducta --que priman la adscripción, el particularismo y la difusividad-- a los avanzados, marcados por el logro, el universalismo y la especificidad.
El desarrollo así entendido se mide en relación con una situación que se estima objetivamente mejor, que viene representada por la sociedad urbano-industrial dominante. El modelo desarrollado en los años cuarenta por el antropólogo norteamericano Robert Redfield, conocido como el "continuum folk-urbano"2, refleja de una manera muy clara esta idea que no ha sido abandonada en nuestros días. Para Redfield, las sociedades tradicionales se caracterizan por la multidimensionalidad, de modo que los actos sociales no responden sólo a un interés sino a varios; así, la actividad económica se une a fines productivos, pero también se relaciona directamente con aspectos rituales que favorecen la cohesión social, así como con la estructuración social, el sistema político, etc. El paso de una sociedad tradicional --folk-- a una sociedad moderna, esto es urbana, implica la asunción de la unidimensionalidad de los actos sociales: el acto económico --aquél que permite el desarrollo-- deviene entonces en finalista; se comprende y justifica en sí mismo. Producir y consumir se convierten en las actividades fundamentales de la sociedad desarrollada. Implica asimismo asumir los valores de la sociedad que sirve de patrón de medida para el desarrollo: hipervaloración del logro (self-made man) sobre la adscripción, igualitarismo liberal, especificidad económica derivada de la división social del trabajo3.
De modo que al menos subconscientemente, porque así se representa en el imaginario colectivo, los conceptos de desarrollo y modernización remiten a aproximación a los modelos socioeconómicos propios de las sociedades urbano-industriales, a las que se considera avanzadas. Lo que supone, en última instancia, abandonar los modelos culturales propios, que pueden considerarse folk o tradicionales, para adoptar los de la sociedad de consumo dominante en la actualidad.
2. Robert Redfield (1941), The Folk Culture of Yucatan. Chicago: University of Chicago Press.
3. Talcott Parsons (), El sistema social. Madrid: Alianza Editorial.
SOCIEDAD LOCAL Y SISTEMA MUNDIAL
Si es cierto que los conceptos de modernización y desarrollo se sitúan en un campo semántico universalista, unilineal y etnocéntrico, que de algún modo ha impedido a los agentes sociales implicados pensar abiertamente en modelos alternativos, también lo es que las condiciones sociopolíticas y económicas actuales no han permitido salir de ese sendero. En efecto, la preeminencia de la idea economicista del desarrollo, y la equiparación de modernización con el modo de vida de las sociedades de consumo, no es otra cosa que una manifestación más de la posición también dominante de ciertas sociedades en el escenario mundial desde hace ya casi dos siglos.
El proceso de mundialización de la economía, que ha venido acompañado por el intento de universalización cultural a través de los discursos difundidos por los medios de comunicación de masas, ha producido la polarización social y cultural: dominio del norte sobre el sur; de lo urbano sobre lo rural; de lo "moderno" sobre lo "tradicional"; de los centros sobre las periferias. Se produce además una relación de dependencia que asigna posiciones preeminentes y subordinadas a ciertas regiones; y mientras las primeras luchan por mantener su posición de dominio en el sistema mundial, las segundas encuentran graves dificultades para abandonar su dependencia. Resulta además evidente que el propio sistema requiere de esta división para su propia supervivencia.
Junto a ello se predica que el desarrollo y la modernización, esto es la asunción de los valores y los modos de conducta social y económica de las sociedades dominantes, es la única tabla de salvación para las sociedades subordinadas. Pero como evidentemente el abandono de la posición dependiente resulta imposible, según es el funcionamiento del sistema, el discurso del desarrollo así entendido deviene en una mixtificación: se corre en pos de una meta imposible, de un espejismo. Cuando se ha producido el prometido incremento de la renta por habitante, la sociedad ha perdido el control sobre su propio destino y se sitúa en una posición de absoluta debilidad, de dependencia extrema. En los niveles regionales, la alternativa ha sido a veces la misma desaparición física de la pequeña sociedad local: los centros urbanos dominantes se convierten en polos de atracción física, y los individuos abandonan sus comunidades de origen y se trasladan a la ciudad, donde también ocuparán posiciones física y socialmente periféricas, económicamente dependientes y culturalmente dominadas.
UNA ALTERNATIVA PARA EL DESARROLLO
¿Significa todo lo anterior que no hay alternativa para las sociedades dependientes? Como hemos visto, el de la modernización y el desarrollo es un discurso ideológicamente orientado. El intento de planetarización de los modos de vida de las sociedades dominantes surge de la negación de la diversidad: la modernización tiene un único camino y pasa por el abandono de modos tradicionales, folk, de vida. Pero la misma supuesta universalización pone de relieve cada vez más la importancia de la diversidad y se cuestionan con fuerza, no sólo desde los movimientos sociales sino también desde los ámbitos académicos, la hegemonía de las ideas universalistas --e imperialistas-- que están en el origen del pensamiento planetario: se está produciendo una deslegitimación de estas categorías 4.
4. Véase, Roland Robertson y Frank Lechner, "Modernization, globalization and the problem of culture in world-systems theory", Theory, Culture and Society, 2(1985): 103-117. También es interesante el debate planteado en el trabajo de Inmanuel Wallerstein, "Societal development, or development of the world-system", en M. Abrow y E. King, edits. (1990), Globalization, Knowledge and Society, Londres: Sage. Esta publicación contiene otros trabajos relacionados con el tema que se discute.
La cuestión fundamental de la crítica al concepto clásico de desarrollo radica en el hecho de que el proceso de modernización debe llevar implícito el abandono de las categorías tradicionales, y su sustitución por las que son propias de las sociedades dominantes, desarrolladas y modernas, que se toman como modelo. Como se pensaba que la evolución era unilineal y permanente, no había alternativa posible. Sin embargo, este modelo universa-lista es erróneo: el cambio social se produce en la interacción dialéctica entre el pasado y la acción. Como dicen los versos que sirven de entrada a este texto, el tiempo pasado y el tiempo presente están presentes en el tiempo futuro.
Es así que todo cambio social tiene un componente endógeno --el pasado contiene de algún modo el germen del futuro-- y otro exógeno. El endógeno es consecuencia de la trayectoria de una formación social concreta; el exógeno puede contener elementos imitativos o impuestos en el caso de las sociedades económica y culturalmente dependientes. Pero las trayectorias de las sociedades locales no pueden dirigirse sustituyendo mutatis mutandis las pautas tradicionales de conducta, ni convirtiendo la producción y el consumo en los únicos objetivos sociales. La experiencia histórica ha demostrado que el bienestar no es precisamente una consecuencia de la unidimensionalidad de los actos sociales que Robert Redfield consideraba propia de las modernas sociedades urbanas; así como que la especificidad de los actos económicos que Parsons tenía como deseable, frente a la difusividad de las sociedades tradicionales, no conduce necesariamente a la mejora de las condiciones de vida de las sociedades socioeconómicamente dominadas.
La importancia que hoy se da al respeto del entorno natural como condición necesaria para mantener niveles de vida aceptables, y que no ha sido precisamente una característica del desarrollo universalista al uso, es sólo una muestra de lo que vengo afirmando. Como también lo es la atención a las condiciones relacionales de los individuos, cuyo abandono en las posmodernas sociedades de consumo ha dado lugar a situaciones indeseables que es preciso evitar. De modo que resulta necesario cambiar la unidireccionalidad del concepto de desarrollo: el bienestar de los individuos y los grupos se logrará
atendiendo tanto al ámbito de lo económico como a otros aspectos sociales e ideológicos, así como evitando el desarraigo cultural a que el concepto universalista de modernización daba lugar.
Si el futuro sólo puede construir a partir de la unión del pasado con la acción, es preciso que se tomen como punto de partida aquellos elementos que constituyen el núcleo cultural de los pueblos protagonistas de los procesos de cambio, de forma que los resultados sean coherentes con la tradición y no su-pongan rupturas traumáticas. El reconocimiento y potenciación de la identidad cultural se convierten así en elementos fundamentales en la elección de estrategias y acciones para el desarrollo 5. Si, por otro lado, la vía exógena y economicista a la modernización no permite salir del círculo vicioso, será preciso ensayar un camino endógeno y multidireccional para resolver los problemas, que no "necesidades", de las pequeñas sociedades locales.
5. . Véase, Xavier Dupuis (1991), Culture et development. De la reconnaissance à l'évaluation. París: UNESCO.
ALGUNAS CONDICIONES PARA EL DESARROLLO ENDÓGENO
Si se acepta una propuesta como ésta, resulta necesario hacer algunas precisiones. La primera de ellas es obvia: si está claro que la vía posible para el desarrollo es distinta a la que se proponía desde las instancias tradicionales, también lo es que las sociedades locales no pueden quedar al margen de las condiciones globales que impone el sistema mundial. Si los actos económicos no deben ser considerados unidireccionales, tampoco se puede obviar que no hay posibilidades caminar a situaciones de mayor bienestar olvidando la importancia que tiene lo económico: la planetarización, la macluhiana aldea global, impone ciertas condiciones que evidentemente no pueden ser soslayadas.
¿Cuál podría ser entonces la alternativa? Precisamente tratar de situarse en el contexto mundial evitando la ruptura con la propia historia; buscando o caminos que partan de la misma sociedad en vez de recorrer senderos impuestos desde sistemas extraños. Como las vías de la evolución y el "progreso" son diversas, conviene caminar por aquellas que son conocidas porque parten de situaciones con las que los individuos y los grupos se identifican. Ese es el camino que hay que buscar: original y no imitativo, porque las condiciones de cada territorio, que es un espacio cultural, son diferentes y las soluciones deben ser del mismo modo distintas.
Expondré ahora algunos de los requisitos que considero fundamentales para caminar hacia ese desarrollo alternativo y multidireccional 6. El desarrollo ha de ser fundamentalmente endógeno, esto es, debe partir de los recursos propios de la comunidad cuyas condiciones de vida se pretenden mejorar. En este sentido es preciso prestar especial atención a las peculiares características ecológicas, demográficas, culturales y económicas del territorio. Debe ser integral, es decir, ha de atender no sólo a los factores económicos, sino a todos aquéllos que contribuyen a un mayor bienestar de la comunidad: relacionalidad, acceso a la cultura creativa, salud... Es necesario lograr el adecuado equilibrio entre todos los elementos que conforman el sistema sociocultural de la comunidad.
El desarrollo posible tiene que ser sostenido, es decir, debe garantizar la continuidad de las condiciones creadas, de modo que la sociedad de que se trate sea capaz de superar las dificultades que eventualmente puedan producir los cambios de coyuntura. El proceso que tiene como fin lograr este desarrollo ha de ser participativo, esto es, debe contar con el consenso del grupo al que va destinada la acción, porque tiene que partir de él mismo; el proyecto o programa de desarrollo debe ser conocido y aceptado por el grupo, que debe implicarse directamente en todas sus acciones: debe ser considerado como algo propio y no impuesto.
6. Estas ideas fueron expuestas previamente en: José I. Artillo y Elías Zamora (1993), ¿Qué es el desarrollo social y cultural?. Ms. inédito.
Pero quizás, por encima de todo, el desarrollo tiene que ser innovador: debe estar basado en la creatividad social e individual. En este sentido, sin abandonar las bases endógenas de que parte, todo proceso de desarrollo tiene que fundamentarse en la prospectiva permanente, para adaptarse a las ten-dencias predominantes en cada momento; ha de tener en cuenta las nuevas tecnologías, y lograr que los individuos protagonistas de la acción asuman los conceptos de vanguardia y modernidad como conductores permanente de sus acciones. Pero los modelos ajenos sólo sirven como referencia: el avance ha de producirse desde el interior de la propia cultura y siendo congruente con ella. Aunque no está aislado sino en continua e inevitable retroalimentación con su entorno, es original y único. Es este contexto donde adquieren pleno sentido las palabras de Marshall McLuhan: "La verdad no es copia. No es un rótulo ni una reflexión mental. Es algo que hacemos en el encuentro con el mundo que nos está haciendo"7.
LA CULTURA EN LOS PROCESOS DE DESARROLLO
Considero que es momento ahora de reflexionar sobre el segundo de los ejes sobre los que gira esta convocatoria: la cultura. Como antropólogo estoy obligado a hacer algunas precisiones sobre el propio término, ya que para los de mi profesión se trata de una palabra casi mágica, el mismo corazón del uni-verso que tratamos de conocer. De un modo general, y desde el principio de que sólo es posible conocer cosas realmente existentes, entendemos por cultura todas aquellas formas de la conducta humana, y sus consecuencias materiales, que son transmitidas de generación en generación por vías distintas a las genéticas.
Como es evidente que se trata de un significado no común, y desde luego diferente de tiene en el contexto en que nos encontramos, presentaré otros significados que serán algo más útiles para los objetivos que nos proponemos. En un sentido más restringido, algunos antropólogos de orientación funcionalista, y en general los sociólogos, emplean el término para referirse al mundo de las representaciones, a la cosmovisión y la explicación que del mundo hacen los miembros de las sociedades humanas. Desde esta perspectiva, cultura es tanto como universo ideológico o superestructura. En ese universo se comprenden todos los aspectos mentales de la conducta humana, todas las representaciones y explicaciones del universo: las "ideologías", la religión, la ética, las artes, la estética, la cosmovisión, los valores...
7. M. McLuhan y B.R. Powers(1990), La aldea global. Transformaciones en la vida de los medios de comunicación mundiales en el siglo XXI. Barcelona: Gedisa, pp. 17.
Finalmente, el sentido más restringido del término es el que lo hace equivalente a expresividad, o lo que de modo más preciso podríamos denominar cultura expresiva, uno de los aspectos de la superestructura ideológica y sus manifestaciones materiales: las artes y todo el universo de formas, ideas y valores asociado con ellas.
La importancia del universo de la expresividad en los procesos de cambio social y cultural deriva directamente de su propia naturaleza y de la función que desempeña en el sistema social global. El sistema ideológico, y la cultura expresiva como uno de sus componentes, justifica y explica todos los demás aspectos de la conducta humana, representa el universo que nos rodea dándole coherencia. Constituye asimismo una como "memoria" del sistema total: sabemos lo que somos y hacia donde debemos caminar, lo que corresponde hacer en cada momento. Es desde lo ideológico desde donde se edifica el mundo de las aspiraciones, y desde donde se construyen y destruyen los valores que suponemos guían nuestra conducta.
En el conjunto del sistema sociocultural, las ideologías son consecuencia de la acción, a la vez que representaciones y retroalimentadoras de aquélla. En el proceso de continuo cambio a que todos los sistemas sociales están sujetos, las ideologías son de dinámica "lenta", tienen un tempo de cambio más largo que los aspectos económicos y sociopolíticos de la conducta. Es así que explicamos el presente y miramos el futuro con instrumentos que son del pasado, consecuencia de lo que ya aconteció y de las circunstancias que lo produjeron. Si en las sociedades "tradicionales" el ritmo del cambio era relativamente lento, en el momento actual el mundo vive un período de cambio de aceleración vertiginosa, y las distancias entre el universo de las representa-ciones y el de la realidad llegan a ser inmensas: la obsolescencia puede convertirse en la característica más importante de las ideologías dominantes, frente a una realidad en continua y desbordante transformación.
Otra vez es obligada la referencia a McLuhan, una de las personas que mejor supieron comprender la naturaleza y la trayectoria de la sociedad actual: su tétrade es el nuevo modelo para mirar la realidad y vislumbrar lo que puede suceder; una nueva y revolucionaria forma de enfrentarse al futuro. Como dice B.R. Powers, discípulo y colaborador del pensador, "cada generación tiene una visión del mundo en el pasado: Medusa es vista a través de un escudo lustrado: el espejo retrovisor"8. Y es esta forma de mirar lo que precisa un cambio. De nuevo debemos dejar hablar a Powers: "a velocidades supersónicas, los espejos retrovisores no sirven de mucho... La humanidad [...] debe hacer lo que hace el artista: desarrollar el hábito de acercarse al presente como una tarea, como un medio a ser analizado, discutido, tratado, para que pueda vislumbrarse el futuro con mayor claridad..."9.
8. B.R. Powers: "Introducción", en M. McLuhan y B.R. Powers (1990), La aldea global. Transformaciones en la vida de los medios de comunicación mundiales en el siglo XXI. Barce-lona: Gedisa, pp. 14.
9. Ibid.
Es en este punto donde la cultura expresiva entra en el juego. La cultura expresiva es una manera de materializar las representaciones ideológicas, un modo de manifestación de las formas de ver e interpretar el mundo de las sociedades humanas. Trabajar sobre ella es también transformarla de espejo retrovisor en telescopio. Pero si el futuro sólo se construye desde el pasado, esa transformación no es la ruptura con la tradición sino su desenvolvimiento. El desarrollo congruente, endógeno, integral, sostenido, participativo e innovador sólo se conseguirá entonces desde dentro de la propia cultura -- entendida en el sentido amplio que los antropólogos damos al término--; desde el territorio que no es sólo un espacio físico sino el lugar geométrico de una sociedad con historia.
Es obvio, como vimos, que en las actuales condiciones la mejora de las condiciones de vida de las sociedades pasa por la búsqueda de soluciones económicas. También lo es que lo cultural, sobre todo en los ámbitos rurales, representa una muy pequeña parte del movimiento de capitales y mercancías que hoy constituye el centro de las actividades económicas. Por ese camino las "instituciones culturales" tienen poco que hacer en el desarrollo. Pero su papel resulta esencial en el cambio de actitudes, en la búsqueda de nuevas vías, en la preparación de los individuos y los grupos para la búsqueda de las soluciones alternativas. Los denominados "agentes culturales" pueden ser agentes para el desarrollo si se convierten en artesanos de la óptica: las instituciones culturales no han de ser otra cosa que sofisticadas fábricas de telescopios.
PREGUNTAS PARA EL DEBATE:
1. El uso permanente de ciertos términos, sobre todo aquellos que son polisémicos, da lugar a veces a situaciones de incomunicación: varios interlocutores pueden estar utilizando el mismo término para referirse a conceptos o significados diferentes. Para evitar esta circunstancia, ¿qué estamos entendiendo por desarrollo?
2. El actual proceso de globalización deviene en la uniformización cultural como consecuencia de la disminución de las distancias relativas y la acción masiva e igualadora de los medios de comunicación social. Al mismo tiempo, da lugar a la consolidación de estructuras socioeconómicas mundiales que asignan posiciones preeminentes a unos territorios y subordinadas a otros, situación que se repite a escalas continentales y regionales. En estas condiciones, ¿es posible iniciar y mantener en pequeños territorios deprimidos procesos de desarrollo indepen-dientes y sostenibles? ¿Cuál es el grado de compatibilidad entre la cultura local, de la que debe surgir el desarrollo de pequeños territorios, y los modos de conducta y los valores propios de las modernas sociedades de consumo?
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