https://mauriciodemiranda.wordpress.com/2020/05/08/la-insoportable-levedad-de-los-vulgarizadores-del-socialismo/
Por su pertinencia, tomo prestadas, para mi título, dos palabras de la famosa novela de Milán Kundera “La insoportable levedad del ser”.
Cuando Karl Marx estaba trabajando en su obra magna, El Capital, desarrolló una profunda crítica de la Economía Política precedente e hizo una diferenciación entre la Economía Política Clásica y lo que él llamó la Economía Política Vulgar. Al respecto, escribió: “A medida que la economía tiende a ahondar, no solo se plantea contradicciones, sino que se alza frente a ella su propia contradicción, al paso con el desarrollo de las contradicciones reales [que se contienen] en la vida económica de la sociedad. A medida que esto ocurre, la economía vulgar se torna conscientemente apologéticay trata de eliminar forzadamente con sus charlatanerías, los conceptos y las contradicciones correspondientes” (K. Marx, 1861-63, Tomo 3: 444). Mientras tanto, en el Prólogo a la primera edición de El Capital, escribió de manera lapidaria: “En economía política, la libre investigación científica tiene que luchar con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter especial de la materia investigada levanta contra ella las pasiones más violentas, más mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho humano: las furias del interés privado” (K. Marx, 1867, XII). En el Postfacio a la segunda edición, refiriéndose a la pérdida del carácter científico de la economía política en los tiempos del capitalismo consolidado en Inglaterra y Francia, escribió: “Había sonado la campana funeral de la ciencia económica burguesa. Ya no se trataba de si tal o cual teorema era o no verdadero, sino de si resultaba beneficioso o perjudicial, cómodo o molesto, de si infringía o no las ordenanzas de policía. Los investigadores desinteresados fueron sustituidos por espadachines a sueldo y los estudios científicos imparciales dejaron el puesto a la conciencia turbia y a las perversas intenciones de la apologética” (K. Marx, 1867, XV).
Esto lo escribía Marx para las condiciones del capitalismo sin poderse imaginar que en la llamada “economía política del socialismo” aparecerían apologías tanto o más vulgares que las que él combatió con su afilada pluma y que esa defensa apologética fuera justamente el resultado de las furias del interés privado de una casta de funcionarios y sus alabarderos, necesitados del mantenimiento de un “status quo” del que disfrutan gracias a pingües privilegios. La historia económica del “socialismo” está llena de esa permanente lucha entre quienes intentamos develar y profundizar las contradicciones del sistema para solucionarlas con criterio y método científico y quienes se esmeran en tender sobre ellas el tupido velo de la apología.
En el periódico Granma, Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, del 6 de mayo, apareció un artículo, a página completa, firmado por Carlos Luque Zayas-Bazán, titulado “La ‘bondad’ neoliberal de los entusiastas consejeros”, en el que ataca a quienes “insisten -en un sentido muy preciso y enfático- en que el núcleo de la solución estaría en promover con mayor celeridad las pequeñas y medianas empresas de propiedad privada (las llamadas Pymes)”. Y con ese lamentable arte de quienes distorsionan lo que otros dicen para apoyar sus débiles argumentos, afirma que quienes insistimos en esto obviamos “factores culturales, ideológicos, políticos, geopolíticos e históricos”. El articulista sugiere que quienes argumentamos sobre la necesidad y la conveniencia, para el desarrollo económico de Cuba, de promover el funcionamiento de pequeñas y medianas empresas privadas (sospechosamente, no tomó en cuenta que casi todos hacemos referencia también a las cooperativas y que además, consideramos necesario soltar las amarras que hoy en día obstaculizan la autonomía de las empresas estatales) no tenemos en cuenta el clima de incertidumbre económica mundial. Se equivoca, todos somos conscientes y tenemos certidumbre de que estamos enfrascados en una crisis económica de grandes proporciones y que Cuba, precisamente, tiene un altísimo nivel de vulnerabilidad frente a esa crisis por la obsolescencia y la parálisis de la mayor parte de su sistema productivo y su altísima dependencia respecto a ingresos externos provenientes de diversos servicios para poder pagar las importaciones imprescindibles de alimentos y otros bienes que podrían producirse en el país con una estructura productiva diferente.
El articulista enarbola la consabida actitud agresiva de las tantísimas administraciones norteamericanas que han intentado destruir el proyecto socialista cubano como la causa fundamental de todos los problemas económicos que sufre Cuba. No conozco a ningún economista cubano serio, residente dentro o fuera del país, que no sea crítico abierto y contundente de la política de Estados Unidos hacia Cuba, que, por demás, ha sido arreciada por la actual administración a niveles de paranoia. Sin embargo, teniendo en cuenta esa realidad, insistimos en ser capaces de remontar ese obstáculo desarrollando la capacidad creativa y emprendedora de los cubanos, porque la política de Estados Unidos hacia Cuba solo la puede cambiar el gobierno de ese país, pero crear las condiciones adecuadas para el despliegue de las fuerzas productivas del país está en el resorte y la responsabilidad del gobierno de Cuba.
En el artículo mencionado, se acusa de superficialidad la afirmación de que los cambios económicos en Cuba encuentran la oposición y resistencia solapada de “fantasmas burocráticos e intereses creados”. En efecto, esos “fantasmas” con intereses creados en todo el tupido andamiaje funcionarial del país son los ocultos pero poderosos frenos que obstaculizan la democratización de la vida económica y en mi opinión, también política del país. Son las furias del interés privado que se esconden tras el velo de un supuesto interés social. Por eso, las medidas de reforma económica adoptadas en la primera mitad de los años noventa se diluyeron y paralizaron cuando la crisis pasó su momento más terrible. Por eso, los cambios adoptados después de 2008 avanzan unos pasos y se paralizan o incluso retroceden otros. Por eso, las medidas económicas que se adoptan son parciales y no hacen parte de un plan estratégico integral que asegure los objetivos tan anunciados de prosperidad y sostenibilidad. Por eso, ni siquiera se cumplen los Lineamientos que han sido aprobados en dos Congresos del Partido Comunista de Cuba que, en teoría, es el más alto órgano de decisión del Partido que, por la constitución actual y por la anterior, es la “fuerza dirigente de la sociedad”.
Una de las mayores vulgarizaciones en la “teoría” económica sobre el socialismo ha sido la idea tantas veces repetida de que la propiedad estatal es socialista porque es “de todo el pueblo”. De eso se encargaron los redactores de varios manuales elaborados en los escritorios de funcionarios desde los tiempos del Stalinismo. La propiedad será social y por tanto, de todo el pueblo, cuando los propietarios colectivos tengamos la posibilidad de decidir democráticamente cómo se gestiona esa propiedad, cuando podamos controlar y pidamos cuentas a quienes gestionan esa propiedad que es de todos pero que en realidad es usufructuada por esos “gerentes” que no rinden cuentas a sus verdaderos empleadores, los ciudadanos.
Finalmente, asociar las propuestas orientadas a promover pequeñas y medianas empresas privadas y cooperativas, que casi siempre van acompañadas de insistencias en necesidad de autonomía económica de las empresas estatales con el neoliberalismo es el resultado de ignorancia o de mala fe. Para definirlo de forma breve y sencilla, sin la necesidad de escribir un tratado sobre ello, el neoliberalismo es una corriente de pensamiento económico y político que propugna la no intervención del Estado en la economía y la desregulación total de los mercados. Los que criticamos al neoliberalismo somos conscientes que tras los llamados a la desregulación absoluta está justamente la posibilidad de que esa libertad que se propugna conduzca a la formación de estructuras monopólicas u oligopólicas que terminan destruyendo esa pretendida libertad de los mercados y se crean las condiciones de beneficios extraordinarios que resultan de esas estructuras de los mercados, así como de aprovecharse de la asimetría de la información, entre otras cosas. Nada más lejos de las propuestas de los economistas que hemos sido tildados de “consejeros”. En ningún caso se encuentra alusión alguna a propuestas de esta naturaleza. De alguna u otra forma, hemos reconocido la necesidad de un Estado que regule el funcionamiento de los mercados pero que no asfixie el emprendimiento y que incluso lo promueva. Pareciera que en la lógica del firmante del artículo de Granma los emprendedores son el “enemigo del pueblo” cuando en realidad son parte del pueblo y desde esa posición pueden contribuir, de forma importante, a la prosperidad de toda la sociedad, logrando, además, la propia. No hay ningún crimen en ello. Sería absurdo frenar la prosperidad de la sociedad con tal de evitar la prosperidad de los emprendedores.
Referencias:
Marx, Karl (1861-63) Teorías sobre la Plusvalía, tomo 3. Colección Marx-Engels Obras Fundamentales Tomo 14. Fondo de Cultura Económica de México, Ed. 1990.
Marx, Karl (1867) El Capital, tomo 1. Editorial de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, La Habana, Ed. 1973.
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