(Foto: LA CALIDAD AMBIENTAL)
Por TONI PRADAS, Bohemia
Como ficha con efecto dominó, cada sol destrona a su luna previa y al llegar nos acrecienta un escalofrío, desde la médula oblonga hasta el cóccix,al invitarnos a echar un nuevo vistazo al almanaque.
Científicos insisten en que 2020 es el año del no retorno para el clima, y que si la curva de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) no se invierte de aquí a tres años, ya será imposible contener el calentamiento global. Y tosen urbanamente, por vergüenza, antes de señalar que se ha agotado el presupuesto de carbono, ese que se puede enviar a la atmósfera -es decir, tolerar- para mantener la temperatura global por debajo de los dos grados Celsius (ºC) convenidos en el cada vez más incierto Acuerdo de París, el mejor escudo que habría logrado la humanidad para no sucumbir bajo el estriado pie de un fatídico cambio climático.
Mientras, avanza el llamado Reloj del Apocalipsis -desde 1947 marcaba los minutos restantes (en términos de la vida del planeta) para empezar la hecatombe nuclear-, ese que desde 2007 da campanadas cuando se acerca la ruina por el calentamiento global.
Cuesta saber si hablan con ciencia o con metáfora, pero quienes siguen el tic tac del espantoso reloj afirman que el 7 de enero pasado estábamos a tres minutos del cataclismo, sin embargo, el 20 del mismo mes se adelantó en medio minuto la posibilidad de la calamidad, al tomar posesión el presidente estadounidense Donald Trump con sus erráticas políticas ambientales.
Como sea, en un trienio se debe poner freno al desenfreno provocado por los nocivos remanentes del consumismo, la industrialización y la mismísima agricultura. La Tierra, que desde su nacimiento cargó con el sambenito de padecer naturales variaciones en su clima, ya es incapaz de higienizar el impacto negativo de su hijo -vaya paradoja- más inteligente: el hombre.
Según exponen los más afiebrados activistas del medioambiente, si las emisiones contaminantes descienden hasta 2020, nuestro astro dispondríade 20 años para revertir la situación. Pero si se espera a 2025, quedaría solo una década, un plazo demasiado corto, fugaz, elíptico, para conseguir el reequilibrio climático.
La agricultura es uno de los sectores que mayor contribución ofrece al impacto ambiental del hombre sobre el planeta. (Infografía: LA CALIDAD AMBIENTAL. Fuente: GLOBAL FOOTPRINT NETWORK)
Y es que el futuro del orbe se juega en 0.5 ºC de calentamiento (la Tierra ya ha subido 1ºC en relación con la temperatura de la era industrial). Ese medio grado, recordemos, ya ha provocado desastres meteorológicos en el pasado reciente: entre 1960 y 1979, y entre 1991 y 2010, cuando se intensificaron los episodios caniculares y lluvias torrenciales en numerosos países.
Precisamente el añorado equilibrio del clima comenzó a hacerse trizas hace más de 9 000 años, cuando el hombre inició la llamada revolución agrícola. Para entonces ocurría el derretimiento de los hielos de una glaciación tardía, que dio lugar al Holoceno, período bastante más caliente. El Homo sapiens se aligeró de pieles y con sus herramientas de piedra pulida pasó de ser nómada a sedentario, mientras su economía, hasta entoncesrecaudadora (caza, pesca y recolección), se tornó productora (agricultura y ganadería). Fue así que se desarrollaron las grandes culturas de la antigüedad.
Largas extensiones de tierra fueron deforestadas para dar paso a la siembra y la cría de animales, primeramente en la Creciente Fértil (desde el valle del Nilo hasta Mesopotamia, en particular las llanuras aluviales del Nilo y del Tigris y el Éufrates). Le siguieron el este de América del Norte, Mesoamérica, Andes septentrionales, llanuras de los ríos Indo y Ganges, África subsahariana, cuencas del Yangtsé y del río Amarillo y tierras altas de Nueva Guinea.
Hoy el problema es mayor. Se ha comprobado que la agricultura puede provocar efectos más feos en el clima. Al alterar la superficie del planeta, esta pierde su capacidad de absorber o reflejar calor y luz. Así, produce y libera gases de efecto invernadero (GEI) como CO2, metano y óxido nítrico: Las concentraciones de estos dos últimos en la atmósfera provienen principalmente del surco, en tanto la deforestación y la desertificación, junto a los combustibles fósiles, son las mayores fuentes antropogénicas de CO2.
Canto y llanto de la tierra
El cambio climático, se sabe, tendrá impactos negativos en la agricultura, sobre todo en regiones tropicales y subtropicales. Es cierto que un crecimiento moderado de la temperatura y la fertilización por CO2 trae aumentos de rendimientos de algunos cultivos, sobre todo en zonastempladas, pero tales efectos disminuirían si la temperatura se sobrepasara en 3ºC.
La agricultura de conservación busca producir alimentos de manera sostenible y rentable al aplicarse los tres principios expuestos en la gráfica. Al disponer de más materia orgánica, los suelos pueden retener el carbono del CO2 y almacenarlo de forma segura. (Info-grafía: FAO)
Se prevé que con el cambio climático varíe la aptitud productiva de los agro-ecosistemas y aumente la incidencia de plagas y enfermedades. También se espera -alertaba ya en 2009 la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal)- que se altere la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos.
Según estudios, si los niveles de GEI en la atmósfera se estabilizaran o incluso disminuyeran, la persistencia del volumen acumulado sería suficiente para que continúe el aumento de la temperatura por un buen tiempo. De ahí la urgencia de adaptarse.
Si bien la agricultura es culpable de un tercio de las emisiones de GEI a escala mundial, también tiene un importante potencial de mitigación. Eso puede lograrse a través del ajuste y cambio de prácticas productivas y de la adopción de sistemas que protejan el suelo, para lo cual el rescate de prácticas ancestrales o tradicionales puede cumplir un papel significativo.
Para adaptar esta actividad al cambio climático y contribuir con la mitigación de los efectos de este, es necesario modificar la forma en que el sector se relaciona con el medioambiente. Ya sea como demandante de recursos naturales (agua, suelo, nutrientes) y servicios agroecosistémicos (polinización; reservorio de germoplasma in situ; refugio de organismos reguladores de plagas, malezas y patógenos), o como usuario de servicios de procesamiento de los desechos que se generan en el proceso productivo.
Para alcanzar tales trasformaciones se precisan desde modificaciones simples -como variar las fechas de siembra y cosecha- hasta cambios estructurales -por ejemplo, el desarrollo de la actividad en ambientes controlados-. E ineludiblemente, el apoyo mediante políticas para el sector ydel ámbito de la ciencia y la tecnología.
Los sabios viajan a su semilla
La investigación tiene en sus manos conseguir que el cambio climático no ponga en riesgo la seguridad alimentaria de la humanidad.
Hoy crece el interés por el método de cultivo indoor (interior), que adapta el entorno de crecimiento y la dosificación de nutrientes en función del crecimiento de la especie, controlando todos sus aspectos de ma-nera aislada para que cada fase agrícola quede debi-damente optimizada. En la foto, área de germinación en una planta indoor de Singapur. (Foto: PANASONIC)
Las ciencias le deben mucho a la agricultura. Si esta no se hubiera desarrollado, no hubiese nacido, digamos, la astronomía: El hombre antiguo sintió la necesidad de determinar los ciclos que regían las condiciones óptimas para las distintas etapas del cultivo y miró al cielo, donde descubrió el orden que se esconde tras el caos aparente de la distribución estelar de la bóveda nocturna.
Con el fortalecimiento de las consecuentes civilizaciones surgió un nuevo personaje, el científico, o si se prefiere, el sabio. Los sabios se dieron cuenta de que podían mejorar los medios de producción con la introducción de nuevas tecnologías como el arado, la rotación de los cultivos, el óptimo aprovechamiento de suelos fértiles, la mejora de sistemas de regadíos, el uso de terrazas para aprovechar el cultivo de laderas, el invento de la herradura.
Más adelante la ciencia comenzó a marcar una nueva revolución agrícola al introducir la mecanización, los abonos químicos y estudios científicos como la edafología, que trata de la naturaleza y condiciones del suelo en su relación con las plantas.
Hoy, con suelos y recursos hídricos cada vez más escasos, solo el gran desarrollo de ciencias como la biología y la química, con el aporte de la ingeniería y todas sus aplicaciones, permite mantener el sustento de la humanidad. A la vez, mayor eficiencia aportan la mejor gestión de suelos y nutrientes y la manipulación genética.
Esta manipulación no es cosa nueva, como se piensa, sino existe desde que el primer agricultor seleccionó los mejores granos para asegurar que la próxima siembra iba a ser de mejor calidad. La diferencia es que en la actualidad el científico, en un laboratorio, introduce cambios a nivel genético que permiten a los cultivos ser más resistentes a enfermedades o que puedan ser cultivados más intensivamente y en diferentes condiciones de suelo o clima.
Hipócrates, considerado Padre de la Medicina, fue el primero en afirmar que la enfermedad no era un castigo infligido por los dioses, sino la consecuencia de factores ambientales, la dieta y los hábitos de vida. De existir, repetiría lo que en su siglo sentenció: “Ni la sociedad, ni el hombre, ni ninguna otra cosa deben sobrepasar los límites establecidos por la naturaleza”.
La actividad agrícola debe modificar la forma de relacionarse con el medioambiente para adaptarse al cambio climático y contribuir con la mitigación de sus efectos.
Toni Pradas
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