Mónica Cisneros • 30 de octubre, 2017
CAMAGÜEY. Para fundir la zapata y el cerramento de una casa de mampostería mediana, con tres dormitorios, se necesitan al menos cuarenta y cinco cabillas; cada una, de media pulgada de grosor y nueve metros de largo. Con independencia del terreno, del material de las paredes o del techo que se decida emplear, es en el hormigón armado donde se decide la estabilidad de la futura edificación.
Por eso, junto al cemento y los áridos, el acero conforma la “Santísima Trinidad” de la construcción. También por eso, Cuba nunca ha podido resolver sus problemas habitacionales.
Según apuntan los resúmenes de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, hasta 2015 la producción isleña de “barras de acero corrugadas” —el nombre técnico de las cabillas— rondó las cien mil toneladas por año. En 2016, sin embargo, descendió hasta las 74 600; es decir, unos 8.3 millones de unidades. Nuestra industria no tiene posibilidades de llegar más allá sin grandes inversiones, pero el país no está en condiciones de emprenderlas.
Cualquier razonamiento apunta a que la única solución posible se halla en manos del capital extranjero. Hacia ese destino parece encaminarse un acuerdo que hace pocos meses confirmó Miguel Ángel Solarana Reyes, director de la empresa siderúrgica José Martí, más conocida por Antillana de Acero. También se mencionó en un reportaje para el noticiero nacional de televisión esta misma semana. Se trata de una línea de crédito ruso tras cuya primera fase, “con una duración de cuatro o cinco años”, se espera duplicar los niveles de producción. “En el caso de la cabilla empezaríamos a trabajar el año que viene (2018) con unas 70 mil toneladas e iríamos subiendo hasta 160 mil toneladas”, señaló el directivo en una entrevista al diario Granma.
Míresele como se le mire, resulta una buena noticia. Si al ascenso proyectado se le sumaran las cerca de 40 mil toneladas de barras corrugadas que como promedio elabora cada año la acería de Las Tunas, hablaríamos de casi 200 mil toneladas, prácticamente el triple de lo que el año pasado tuvieron a su disposición los clientes nacionales. El problema está en que no bastan para cambiar el panorama actual.
Los cálculos son simples: incluso sin apelar a las llamadas “cubiertas rígidas”, en cuya construcción resulta imprescindible el empleo de cabillas, en aquel escenario tan promisorio harían falta dos años completos de la producción doméstica para edificar las cerca de 900 mil viviendas que le faltan a la Isla. De apostar por el único techo seguro ante los huracanes, la placa, el esfuerzo sería mucho mayor: habría que echar mano a lo elaborado durante todo un quinquenio.
Demasiado para cualquiera que ponga sobre la mesa las múltiples urgencias de la economía cubana. En su “competencia” con otros sectores, a la venta liberada de materiales no le ha ido mal; el año anterior, poco menos de 30 mil toneladas de cabillas fueron destinadas a la construcción por esfuerzo propio. Cerca del 40% de lo elaborado en ese calendario, pero poco más que nada si se tiene en cuenta la demanda insatisfecha desde hace muchos años.
¿Un peligro o una solución?
Solo Antillana exporta cada calendario entre 40 mil y 50 mil toneladas de palanquillas (barras a partir de las cuales se elaboran las cabillas). Su compradora es ACCSA (Aceros Centro Caribe, S.A.), una empresa de capital cubano-hondureño que se dedica a procesarlas y comercializarlas en el mercado centroamericano. Gracias a esas ventas, y a las que en España y el Caribe realiza la industria de Las Tunas, Acinox solventa parte de sus gastos de operación.
La del acero es una industria cara, en particular por su alto consumo energético y la complejidad de los equipos que emplea. Por eso su operación se ha ido concentrando en un limitado grupo de empresas multinacionales, que al respaldo de capitales propios suman la disponibilidad de grandes reservas de hierro o chatarra.
Por suerte para Cuba, entre las 35 compañías líderes del ramo en el mundo, las 16 más importantes están registradas al amparo de la legislación china (8), rusa (4) e india (4). Aunque la mayoría tiene a los Estados Unidos entre sus clientes de preferencia, el interés por expandirse se mantiene como una prioridad, sobre todo cuando se trata de regiones emergentes, donde el crecimiento de la economía no va acompañado por un adecuado tejido industrial.
El caso de China resulta el más significativo, considera la Asociación Latinoamericana del Acero, con sede en Santiago de Chile. En un informe de finales de 2016 esa organización regional detalla la presión sufrida por el gigante asiático debido a su inmensa sobrecapacidad instalada, que representa casi seis veces la producción de nuestra región en conjunto.
Son más de 400 millones de toneladas de acero que cada año pudieran salir de sus plantas pero que no tienen clientes definidos. El empeño por situarlas en el mercado “ha obligado a las empresas estatales de Beijing a incrementar sus exportaciones de manera explosiva”, hasta acaparar mercados con prácticas no muy alejadas del “dumping”. Así, sus ventas crecieron un 9% entre 2015 y 2016, de 100 millones a 110 millones de toneladas (en 2014, ya habían alcanzado un “récord” mundial de 82 millones). Para América Latina, la expansión ha determinado que más de un tercio de lo adquirido fuera de fronteras por naciones del subcontinente proceda ahora de China.
Tal escenario constituye una amenaza para los grandes productores del hemisferio (Estados Unidos, México y Brasil) pero representa una oportunidad para las economías más pequeñas, como la cubana. Por ejemplo, el precio de las obras de infraestructura puede reducirse significativamente, con lo que se benefician sectores como el turismo o el transporte.
Además, debido a sus bajos salarios, fuerza calificada y ubicación geográfica Cuba resultaría un sitio ideal para servir como “cabeza de puente” a la expansión de Beijing en la región, ya fuera como simple comercializadora o en contratos de producción compartida. Sin embargo, en las últimas ediciones de Cartera de Oportunidades para la Inversión Extranjera no se han contemplado las acerías existentes en la Isla, ni posibles acuerdos sobre el tema.
Ir más allá
Luego de siete años, la venta liberada de materiales de la construcción ha permitido a miles de familias mejorar el estado de sus viviendas o levantarlas desde cero. Otras ramas de la industria nacional han seguido el paso, incrementado las entregas de artículos como áridos y cemento.
Pero a la par también lo ha hecho el número de nuevas obras que se encuentran en ejecución. Las mismas, unidas a las labores de recuperación tras cada huracán, han llevado hasta límites insostenibles la demanda de materiales, convirtiendo en norma la escasez, incluso para instituciones estatales. Mientras, las necesidades se acumulan, a pesar de que sería posible buscar alternativas para enfrentarlas.
Una de ellas es aprovechar la actual coyuntura del mercado internacional. Por 250 dólares es posible adquirir una tonelada de cabillas en China. A ese precio, cada una vendría saliendo a dos dólares con veinticinco centavos (poco más de 56 pesos en moneda nacional). En otras palabras, quedaría margen para las utilidades de las empresas comercializadoras en nuestro país (donde el costo minorista es de 81 CUP), se satisfaría una demanda que hoy los productores cubanos no están en condiciones de asumir, y se cerrarían las puertas a la especulación y el delito.
Pero no se hace.
Foto de portada: Manos de Julia Labrada Portillo, trabajadora del acero de Sagua La Grande, Cuba / Ramón Barreras Valdés / Tomada de Vanguardia.
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