La llegada de turistas a Cuba ha experimentado un frenazo. Es una de las pocas cosas que le han salido bien a Donald Trump, pero no tan bien como para desalentar la construcción de más y más hoteles en playas y ciudades cubanas. Las inversiones continúan a toda marcha; no parecen enteradas de que se ha disminuido el espectacular ascenso de visitantes internacionales de años previos.
Después de adoptar el Gobierno de Estados Unidos en el 2017 medidas para restringir los viajes de sus ciudadanos a Cuba, empezó a declinar el acelerado flujo de turistas extranjeros que se registró durante cuatro años seguidos. Todavía en el 2017 las llegadas dieron un salto de 16,2 %. Pero este año debe concluir prácticamente sin crecimiento, si cierra con los 4,75 millones de visitantes que el Ministerio de Turismo prevé redondear.
Más dura es la reducción de los ingresos, por las rebajas de precios a las que se vio obligada la industria turística para enfrentar la contracción de la demanda, daño sensible por constituir este el sector que más divisas aporta a la economía cubana, detrás de la exportación de servicios profesionales.
A pesar de los nubarrones, Cuba sigue inmersa en ambiciosos planes de construcción: inaugura hoteles de lujo, amplía las capacidades en Varadero y en otros destinos, irrumpe en nuevos cayos de playas vírgenes y hasta desata asombros de signo variado con el anuncio del hotel más alto que tendrá La Habana el 2020, en pleno Vedado. Más de 5 300 habitaciones agregó el país este año, cifra superior a la planificada.
Por más que Trump y sus halcones persistan en amenazas y fantasías de ataques sónicos, la puerta para los viajes entre ambos países ya está abierta. Las visitas pueden recuperarse rápido y, por extensión, reanimarse desde otros mercados emisores de turistas, como los europeos y Canadá, afectados indirectamente por las pendencias de Washington contra La Habana. Una señal alentadora es que el 2018 terminaría sin pérdidas en el indicador de visitantes internacionales, tras comenzar el año en baja evidente.
Creo que los desafíos son mayores en otra dirección. Uno es la estabilidad de las fuentes de financiamiento para esos planes constructivos, bajo presión cuando las exportaciones aportan menos que lo previsto. Por suerte, las inversiones extranjeras directas, redefinidas como otra alternativa, importante para el desarrollo de sectores fundamentales, han comenzado a despegar gradualmente.
En el 2017 Cuba acordó proyectos de inversión foránea con un capital comprometido de más de 2 300 millones de dólares, según informó el Ministerio de Comercio Exterior en la pasada Feria Internacional de La Habana –más de 4 000 millones desde que se aprobó en el 2014 la actual Ley de Inversión Extranjera.
Aunque el país requiere de mayor volumen de capital aún, el avance es estimulante. Las medidas adoptadas recientemente para dinamizar las negociaciones pueden rendir beneficio en próximos años
El provecho es más visible en sectores como el turismo. Una gran parte de los acuerdos con compañías extranjeras tiene como destino la construcción de hoteles y otras instalaciones turísticas, marinas y aeropuertos. El encanto de la naturaleza y la cultura cubana mantiene en plaza a casi 20 cadenas hoteleras internacionales de renombre.
Aunque crece la inversión de esas compañías, Cuba financia con recursos propios gran parte de las obras, incluido el desarrollo logístico imprescindible: acueductos, electricidad, vías de acceso a los cayos, aeropuertos y otras. Muchas de las cadenas extranjeras solo se alían mediante contratos de administración de hoteles, para garantizar después el acceso a mercados externos y aportar experiencia gerencial.
Otro desafío es construir todas esas obras en tiempo, una meta que reclama de las fuerzas constructoras cubanas mayor eficiencia y habilidades para levantar inmuebles con cánones de calidad internacional que se les vuelven esquivos a los albañiles del patio. Las demoras incrementan los costos de cualquier inversión y encarecen los intereses de los créditos adquiridos para financiarlas.
Pero el reto mayor, en mi opinión, es otro: desarrollar capacidades industriales y agropecuarias para garantizar los suministros de los proyectos turísticos desde que dan el primer paso. Si las instalaciones hoteleras crecen sin articular a la par encadenamientos productivos entre sectores diversos de la economía cubana, el beneficio de un turismo en expansión prácticamente se evaporaría, en importación de los múltiples bienes y servicios que demanda la industria del ocio. Varias de las inversiones extranjeras en la Zona Especial de Desarrollo Mariel y en otros sitios de la geografía cubana apuntan precisamente a la creación de fábricas que calcen la demanda del turismo, pero avanzan a menor velocidad que la construcción de hoteles.
Ni Trump ni las trabas para desalentar a los turistas son, en mi opinión, las amenazas mayores. Son transitorias. El nudo gordiano lo veo en la disciplina inversionista para cumplir los planes, en la eficiencia de las empresas constructoras y en la capacidad de otros sectores para abastecer una industria que se presentó alguna vez como locomotora de la economía cubana.
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