Por Tirso.W.Saenz
MI INCORPORACIÓN A LA REVOLUCIÓN CUBANA
Este
capítulo presenta, de manera sucinta, la dimensión y complejidad de la
trayectoria que recorrí, mi origen y formación, los motivos que me llevaron a
permanecer en el país y los primeros pasos dados junto al esfuerzo
revolucionario que se realizaba. Eso permitirá al lector conocer tanto los
antecedentes como al proceso que llevó a mi incorporación al equipo de
colaboradores más próximos del ministro Che Guevara. Considero importante esta
referencia personal para, desde el inicio, dejar clara y la perspectiva de
quien está ofreciendo este testimonio, con qué mirada el autor vio, presenció y
vivió los hechos relatados y con qué visión del mundo los analiza.
Ø
Mi origen y formación
Yo nací y me crié en un ambiente muy humilde,
pero de mucho calor humano, cariño y sensibilidad, en el que me inculcaron la
buena conducta, la cortesía, la modestia. Mi
padre, percusionista de una orquesta; mi madre, ama de casa, ex-profesora de
escuela y de piano.
Durante
toda mi infancia y juventud, viví en barrios muy humildes: La Habana Vieja y
Párraga, éste último en las afueras de la capital.
Casi toda mi familia, sobre todo por parte de
mi padre, estaba formada por músicos. Mi padre era baterista y administrador de
la orquesta Havana Casino. Él insistió en
que yo tenía que estudiar para “ser algo en la vida”: médico, ingeniero o
abogado, pero nunca músico, como era la tradición familiar. Según él, la vida
del músico era muy inestable, insegura y condenada a la pobreza. Por tanto, me
prohibió rotundamente estudiar música.
Siguiendo esos criterios,
en 1939, me inscribió, con grandes sacrificios, en un buen colegio: la Academia
De La Salle[1], donde cursé la primaria con
muy buen aprovechamiento. Después fui para el Colegio de La Salle en el Vedado[2]
para cursar el bachillerato, graduándome, en 1950, como Alumno Eminente[3]. El nivel docente y de
disciplina de los colegios De La Salle era elevado; de ellos recibí una gran
influencia que asimilé. Por tanto, tuve una buena formación básica que me ayudó
mucho en los estudios universitarios y posteriormente en toda mi vida.
Estudié rodeado de
compañeros con un nivel de vida muy superior al mío. Por otra parte, conocía y
disfrutaba el ambiente de la calle, de los bailes de la gente humilde, de los
juegos de beisbol en el barrio, de
la jerga popular. Sabía cómo comportarme en los dos ambientes, aunque me sentía
más a gusto en el ambiente humilde. En el medio musical en el que me crié,
conocí tanto la música llamada (o mal llamada) culta, como la popular;
disfrutaba de una bella sinfonía como de un sabroso “guaguancó”[4]. También apreciaba la buena
literatura y el cine. Aprendí a bailar – y bien – a los 9 años; jugaba bastante
bien al beisbol con los muchachos del
barrio y con mis compañeros de colegio y
seguía con gran interés, día a día, los campeonatos de ese deporte, tanto en
Cuba como en los Estados Unidos. Aprendí a decir y disfrutar de las peores
malas palabras.
Cuando estaba en 4to
año de Bachillerato, en
Debido a mis buenos
resultados académicos y a las múltiples actividades adicionales que yo
realizaba gané una beca para estudiar en el Rensselaer Polytechnic lnstitute
(RPI)[5], una de las instituciones más
prestigiosa de los Estados Unidos en el área de la ingeniería. Esta era la
única beca que se otorgaba en Cuba para estudiar en ese centro. Me había hecho
algunos propósitos en la vida y me esforcé para cumplirlos, como obtener la
beca. Mi siguiente objetivo fue ser ingeniero y, como decía mi padre, “ser
alguien en la vida”.
Una vez más, viví
momentos relativamente difíciles desde el punto de vista económico. La beca
sólo cubría la matrícula; lo restante: libros, albergue, alimentación, ropa,
etc. corría por mi cuenta. Aprendí, por necesidad, a arriesgarme ante lo
desconocido. Estaba solo, por primera vez fuera de mi casa. Todo dependía de
mí. Cuando podía, mi padre me enviaba
algún dinero para sobrevivir. Creo que fui el más pobre de los alumnos de la
institución. Así que, además de estudiar duro, tuve que trabajar en diversas
cosas en mis horarios libres: lavar platos limpiar pisos, ser acomodador en el
teatro de la universidad, organizar y clasificar libros en la biblioteca y, lo
que me daba más gusto, cantar en iglesias y bares[6],
además de cantar en las fiestas de la fraternidad latinoamericana a la que
pertenecía y en el excelente coro del RPI.
Mantuve muy buenas
relaciones de amistad, particularmente con cubanos y latinoamericanos, todos
ellos de posición económica acomodada; también aprendí a divertirme con poco
dinero. Se volvía a repetir la situación de los años anteriores en Cuba. En 1954, me gradué como Ingeniero Químico.
¡Al fin, un sueño cumplido!
En los Estados Unidos,
antes de graduarme, fui contratado por la empresa transnacional norteamericana
Procter&Gamble para trabajar en su filial en Cuba llamada Sabatés S.A.
productora principalmente de jabones, detergentes, y otros productos cosméticos
y alimenticios. Ahí trabajé, a partir de 1954, como Jefe, primero de
Investigaciones de Productos y después como Supervisor en esa misma área. Mi
ascenso en la compañía fue muy rápido. Mi trabajo era muy interesante y
presentaba grandes retos técnicos: estudiar los productos de la competencia,
mejorar las tecnologías de los productos de la empresa y desarrollar nuevos
productos. Muchas veces se presentaban problemas, en relación con la
competencia, que tenían que ser resueltos con gran brevedad. Aprendí a
enfrentar esos retos con toda serenidad. Eso me serviría mucho después en la
vida.
Sobre mi formación, debo
decir que recibí una influencia importante de la religión católica en mis años
de enseñanza primaria y secundaria. Fui un católico practicante, aunque la
actividad en la Juventud Católica me apasionó principalmente por su contenido
social y, sobre todo, por sus insistentes y fuertes declaraciones de denuncia
sobre las lacras de los gobiernos de turno. Las discrepancias internas que presencié
dentro del sector religioso me decepcionaron mucho y, gradualmente, me fui
apartando del catolicismo.
Me interesaba lo que
sucedía en el mundo. Cuando niño había seguido paso a paso lo que salía en la
prensa sobre la Segunda Guerra Mundial. También seguía lo que ocurría en la política nacional. Viví de cerca la actividad
sindical, acompañando a mi padre a reuniones y hasta protestas abiertas por
reivindicaciones laborales, pero mi comprensión de la dimensión política de
todas esas cuestiones era muy superficial y distorsionada. En aquellos
momentos, lo que yo consideraba era la solución de algunos problemas sociales
en Cuba era al estilo de los filmes norteamericanos.
Me sentía anticomunista,
sin saber bien por qué, por tantas veces
que me habían dicho en la escuela, leído en la prensa, en el cine, en todas
partes, que el comunismo era un demonio y que el futuro estaba en alcanzar la
vida al estilo del vecino del Norte: el American
way of life.
La política era
interesante para verla desde fuera. Era para los políticos. Mi interés, después
de regresar de los Estados Unidos, estaba centrado en mi familia y en mi
trabajo en la empresa donde mi futuro profesional y económico se mostraba
promisorio.
Aunque me repugnaban los
crímenes de la tiranía batistiana y simpatizaba con el movimiento que, en la
Sierra Maestra, encabezaba Fidel Castro, yo vivía tranquilamente, al margen de
los acontecimientos revolucionarios. Acostumbraba a decir que yo era solamente
‘ojalatero”: “Ojalá que se caiga Batista, ojalá que triunfe Fidel”, pero nada
más. Me sentía un ingeniero, no un “político” y mi interés en aquellos momentos
era vivir tranquilamente junto a mi familia y continuar desenvolviendo mis
actividades profesionales.
Tenía un buen trabajo en
una poderosa compañía norteamericana, con un buen salario y amplias
perspectivas de desarrollo. Tenía una buena esposa y, al triunfo de la
Revolución, ya tenía una hija. Todo parecía indicar que mi futuro personal, económico
y profesional estaba asegurado. Estaba alcanzando lo que mi padre soñara para
mí.
¡Y ahí, triunfa la
Revolución!
Ø La Revolución
Cuba, al triunfo de la
Revolución, era un hervidero. Para mí, como para muchos otros, fueron momentos
de grandes y rápidas transformaciones sociales y de cambios en nuestras vidas y
responsabilidades. Este joven de 27 años, que se crió y vivió en condiciones
muy humildes; que departió, simultáneamente, con personas del barrio y con compañeros de clases media y alta;
que vivió las actividades sindicales de su padre; que fue católico practicante
y dirigente activo de la Juventud Católica; que se formó en una universidad
norteamericana y conoció de cerca el american
way of life; que tuvo una rápida ascensión en una gran transnacional
americana; que recibió ofertas importantes para emigrar a los Estados Unidos;
que se consideraba anticomunista, sin saber muy bien lo que era eso; y que
nunca había trabajado para el Gobierno, tendría que cambiar radicalmente su
forma de vivir y de pensar.
Mis percepciones sobre
todo lo que vendría después de la Revolución estarían fuertemente influenciadas
por la formación tan compleja y tan contradictoria que presenté anteriormente.
La adaptación y, principalmente, la asimilación de los cambios radicales de una
Revolución no fueron fáciles.
Ø Una decisión trascendental
En agosto de 1960 fueron
nacionalizadas las grandes empresas pertenecientes a monopolios norteamericanos
y que eran motivo de repudio popular las empresas de electricidad y telefónica,
las petroleras, las del grupo de la United Fruit Co., entre otras. En octubre
de
Durante mi enfermedad,
Fidel hizo una intervención por la televisión anunciando que quienes
abandonaran el país no podrían regresar
más a él. Eso me preocupó mucho, no me gustaba la idea de desarraigarme de mi
tierra, de mi gente. Aun así seguí con la idea de aceptar la oferta que se me
había hecho.
La recuperación de mi
enfermedad demoró cerca de tres semanas. En mi primer día de alta médica fui a
la Embajada de los Estados Unidos. Había recibido una tarjeta de Mr. Garber la cual me permitía entrar a ella por la puerta
principal, sin tener que integrarme a las largas colas que se hacían en
aquellos momentos para solicitar visas. Además,
me entregó una carta para el consulado norteamericano, explicando el
cargo que yo ocupaba en la compañía y solicitando, se me otorgara una visa de
entrada a los EE.UU. Con esa carta yo no tendría ningún problema.
El día que visité la
Embajada, era el aniversario de la muerte de Camilo Cienfuegos. Numerosas
personas, entre ellas muchos escolares de uniforme, se dirigían hacia el Malecón habanero a arrojar al mar las
tradicionales flores. Cuando iba entrando, me parecía sentir que millares de
ojos me miraban con reproche y yo, como queriendo esconderme de ellos. Comencé
a sentir vergüenza de lo que estaba haciendo, pero seguí adelante.
Cuando entré en la
Embajada, el local estaba repleto de
personas. Al poco rato de estar allá,
llegó, Mr. Bonsal, el Embajador norteamericano. La gran mayoría de los cubanos
que allí estaban se puso de pie y se aglomeraron alrededor de él para
aplaudirlo. Eso me resultó chocante, pues no entendía por qué había que
rendirle pleitesía a una persona que ni siquiera se dignaba a mirar a los que,
a su alrededor lo aplaudían
Tuve que esperar varias
horas para que me llegara el turno para la entrevista con uno de los
vicecónsules. Este personaje era el
típico americano arrogante que mostraba un evidente desprecio por las
personas a quien estaba entrevistando. En primer lugar, me preguntó, en un tono
altanero, que ya comenzó a molestarme, por qué yo quería una visa. Le expliqué
que trabajaba en la Procter & Gamble y que estaba convidado para trabajar
allá. Me preguntó — en un tono aún más altanero - si yo era graduado
universitario. Le dije que sí, que me había graduado de ingeniero químico en
los Estados Unidos. Me dijo que tenía que probarlo. Le mostré mi anillo de
graduación. Me respondió que eso no era suficiente. Le dije, ya bastante
molesto, que yo era un hombre serio, que le daba mi palabra. Volvió a decirme
que si no le entregaba pruebas no me podía entregar la visa.
Yo tenía en mi bolsillo
la carta de Mr. Garber, la que resolvería el
problema de la visa, pero en esos momentos, la arrogancia de ese
personaje, había hecho que mi paciencia llegase a su límite. Por otra parte, me
acordé de las palabras de Fidel y de lo que significaba abandonar mi Patria, mi
sol, mi cielo, mi gente. Eso pasó en breves instantes por mi mente Lo mandé a
la mierda, me levanté y me fui.
¡Moría en aquel instante
definitivamente la idea de abandonar el país!
Cuando iba de regreso
para mi casa, comencé a darme cuenta de algo que yo había oído, pera a lo que
no le había dado importancia: el
estímulo de los norteamericanos a la fuga de cerebros. Era la época en
que el temor de comunismo ahuyentaba a miles de cubanos, en
que miles de niños eran enviados por sus padres a los Estados Unidos. Ese
movimiento, orquestado por la CIA se
conoció como Operación Peter Pan.
Mi esposa estaba ansiosa
esperándome en la casa para saber qué había sucedido. A ella, en realidad, no
le gustaba nada mi idea de abandonar el país, pero supeditaba su criterio
al mío. Le dije:
-
Nos quedamos. ¡Vamos a ver que es lo que pasa!
Ø Mis primeros pasos dentro de la Revolución.
Cuando, al día siguiente,
me incorporé al trabajo en mi empresa, ahora nacionalizada, no sabía que me
pasaría. No tenía idea de quienes serían mis nuevos jefes y su actitud hacia
una persona sin antecedentes revolucionarios. Por supuesto, los altos jefes de
la compañía se habían marchado al
extranjero, así como muchos de los que ocupaban cargos técnicos de
responsabilidad.
Me recibió el
interventor, Oscar González Tapia, un hombre joven muy agradable, quien, por
supuesto, no sabía nada del negocio de
la empresa. Fue muy amable conmigo. Me preguntó, por supuesto, si yo pensaba en
quedarme, a lo que respondí afirmativamente. Enseguida me asignó varias
responsabilidades adicionales a las que yo normalmente desempeñaba, pues era
necesario suplir la ausencia de buena parte del personal calificado que había
salido del país.
Desde esos mismos
momentos, las nuevas condiciones de trabajo me fueron mostrando los nuevos
desafíos que le presentaban a la Revolución Cubana el bloqueo que ya comenzaba
a aparecer impuesto criminalmente por el gobierno de los EE.UU., las acciones
internacionales y nacionales y la nueva visión del mundo que con que se
proponía conducir el país. La vivencia diaria de ese proceso fue, en verdad, el
impulso para la formación de mi nueva mentalidad, creando oportunidades de
reflexión sobre las cuestiones políticas y sociales y trayéndome nuevos
criterios que transformaron profundamente mi modo de vivir y de pensar.
Uno de los mayores
desafíos se hizo evidente de inmediato. Oscar me pidió ayudarlo a enfrentar los
problemas de falta de materias primas que ya se comenzaban a sentir debido al
bloqueo, aunque oficialmente este hubiera comenzado en 1961[8].
Las reservas que existían de materia prima en la empresa eran muy bajas y ya no
se podría importar nada de los Estados Unidos. Las negociaciones con la URSS y
el resto de campo socialista recién
comenzaban y había que buscar fórmulas para mantener la producción. El pueblo
necesitaba jabones, detergentes, pasta de dientes y otros de los productos
alimenticios que la empresa producía. Estos son productos básicos que no deben
faltar en ningún hogar, Teníamos que desarrollar nuestra inventiva para
garantizar el suministro de esos bienes. Se esperaba que con mis conocimientos
y experiencia, yo contribuyese para la solución de esos problemas.
Por primera vez tuve la
conciencia de un hecho que sería de importancia
fundamental para mis reflexiones y posicionamiento personal: ya no
estaba al servicio de los intereses de la Procter & Gamble, sino al servicio
de los intereses de pueblo de Cuba. Eso daba una nueva y diferente dimensión a
mi trabajo.
Desde el punto de vista
técnico comencé a hacer todo la posible por desarrollar fórmulas y encontrar
soluciones que permitiesen producir. Por supuesto, muchas soluciones afectaban
inevitablemente la calidad de los productos. La cuestión era, en aquellos
momentos, o producir bienes de primera
necesidad de inferior calidad, con las materias primas que se podían conseguir
o no producirlos. Evidentemente, nos decidimos por la primera alternativa. Este
enfoque resolvió muchos problemas inmediatos pero tuvo, a mediano plazo,
consecuencias negativas, debido a la pérdida consecuente de la cultura de la
calidad. Mientras tanto, no existía otra alternativa en aquellos momentos.
Si antes de la
intervención yo acostumbraba a llegar temprano a mi casa, ahora comenzaban las
largas noches de trabajo con sus madrugadas, rompiéndonos la cabeza en la
búsqueda de soluciones, muchas veces incalculables. El trabajo era intenso y
agotador, pero significaba un reto técnico al cual nunca me había enfrentado.
Al mismo tiempo, me sentía con toda la libertad y responsabilidad para tomar
todas las decisiones técnicas que considerare necesarias. Poco a poco me daba
cuenta de que mi trabajo técnico tomaba, por primera vez en mi vida, un significado político. Comprendí
que en estas nuevas condiciones de mi país, la técnica y la política estaban
estrechamente vinculadas.
La adaptación a esta
nueva situación le costó trabajo a mi esposa, Ya no llegaba a casa temprano,
como acostumbraba; muchas veces a altas horas de la noche. Ella, sin embargo,
se dio cuenta de la importancia de mi trabajo actual.
Yo no era el único. Una
revolución comenzaba a llegar a todos los centros de trabajo del país y
masivamente y de manera entusiasta se incorporaban a ella miles y miles de
hombres y mujeres. Comenzaba una bella y diferente etapa, donde nuevos valores
políticos, sociales y humanos se incorporaban a un intenso y complejo quehacer.
Sin embargo, a pesar de
ir captando intuitivamente el significado político de mi trabajo, desde el
punto de vista teórico e ideológico yo no entendía mucho de los fundamentos de
todo el proceso por el cual atravesaba el país. Aunque todavía no se había
declarado el carácter socialista de la Revolución, se comenzaba a hablar cada
vez más de marxismo-leninismo y de eso yo no tenía la menor idea, salvo lo que
me habían enseñado en la escuela, en la Juventud Católica y lo que leía en la
prensa de aquella época: que el comunismo era malo, funesto, contrario a la
moral, al sentido humano y a la llamada democracia representativa. Por otra
parte, si lo que yo estaba viendo y viviendo era realmente comunismo, no se
parecía en nada a las cosas terribles que me habían enseñado. ¡Tremenda
confusión!
Para intentar entender
algo, compré el Manifiesto Comunista y las encíclicas
papales Rerum Novarum y Divinis Redemptori que trataban sobre
los problemas obreros. Después de leer estos libros, me sentí aún más
confundido. Tampoco tenía a nadie cerca de mí que me explicara con claridad
estas cuestiones. Decidí entonces que la vida práctica me daría respuestas más
esclarecedoras.
Por tanto, mi
incorporación al proceso revolucionario no comenzó por la vía de una comprensión teórica, sino por los
caminos de un sentido ético y de una incorporación práctica, decidida y
entusiasta a un trabajo creador y colectivo; sentir que estaba siendo útil a un
pueblo, no a la Procter & Gamble; ver gente honesta luchando a mi lado y
compartiendo las mismas dificultades; conocer de cerca a muchos revolucionarios
combatientes, entre ellos muchos comunistas, todos ellos con una vida de coraje
y sacrificios y que eran magníficas personas; conocer dirigentes que no eran
los clásicos políticos que venían a “pegarse al
jamón” como se decía en la época de la República mediatizada, sino a
personas dignas dispuestas a entregarse con todo ardor al trabajo de la
Revolución. Todo eso fue consolidando mi conciencia revolucionaria. Comenzaba a
conocer un mundo diferente lleno de satisfacciones morales más valiosas que las
recompensas materiales que había recibido en los cargos que ocupé
anteriormente..
Mi trabajo fue tan
intenso y evidentemente exitoso, que fui nombrado, dentro de entonces
Consolidado Químico, Jefe Técnico del área de Jabonería y Perfumería, o sea,
todas las empresas de ese giro que operaban en Cuba.
Ø EI primer gran salto para el trabajo con el Che
Durante esta etapa de
Jefe Técnico, se inició una relación de trabajo, de respeto mutuo y de amistad
con Mario Zorrilla, Director del Consolidado Químico. A él le debí sentirme
cada vez más “cómodo” entre todos aquellos que habían tenido una participación en
las luchas revolucionarias — él entre ellos -, pues en un inicio yo me sentía
cohibido por no haber hecho nada, salvo comprar dos o tres bonos de 26 de Julio
a José Llanusa[9], quien era cajero en la
empresa. Mario me ofreció confianza y me estimuló mucho por mi trabajo. Nunca
me quiso “catequizar” para la causa comunista.
En febrero de 1961, tres
meses después de estar ocupando mi nueva cargo, Mario me citó una tarde a su
despacho con otros dos compañeros: el lng. Miguel Urrutia, quien procedía de la
antigua Goodrich y era el Jefe Técnico
de la industria de Gomas y Neumáticos, cargo de nivel similar al mío y al Ing.
Nils Díaz, quien se desempeñaba en el propio Consolidado de la Industria
Química. El entonces Departamento de Industrialización del Instituto de Reforma
Agraria (INRA), dirigido por el Che y que fue el antecedente del posterior
Ministerio de industrias, había solicitado un técnico revolucionario, bien
formado, para hacerse cargo de la Vicedirección de Refinación del entonces
Instituto Cubano del Petróleo (ICP). Su tarea principal seria, no sólo atender
esa estratégica industria de grandes complejidades tecnológicas, que ya sentía
con gran rigor los efectos del bloqueo norteamericano, sino además trabajar
políticamente junto al personal técnico de las refinerías, el cual estaba
abandonando masivamente el país. Más del 70% de los ingenieros más calificados
de esa industria habían abandonado Cuba. Se arreciaba la promoción de la fuga
de cerebros. Una de las tres personas seleccionadas por Zorrilla sería escogida
para la espinosa tarea.
Yo me sentí muy honrado y
estimulado por estar incluido por Mario Zorrilla en ese grupo Eso demostraba
que debido a mi dedicación y a los resultados de mi trabajo, ya me consideraban
un ingeniero “revolucionario”, ya me juzgaban capaz de ocupar un alto cargo de
responsabilidad técnica y política. Hacia sólo cuatro meses que había estado en
la Embajada de los Estados Unidos para solicitar mi visa. Tampoco entendía bien
el Manifiesto Comunista ni las encíclicas papales. Por otra parte, el desafío
que se presentaba era de enormes proporciones: aunque yo era un buen
especialista en jabones y detergentes, sólo tenía un vago recuerdo del proceso
de refinación de petróleo de mis estudios de ingeniería.
Del despacho de Zorrilla
fuimos a ver al Teniente Orlando Borrego, segundo al mando del Che en el
Departamento de Industrialización. Borrego, con su habitual carácter seco, fue
preguntándonos que hacíamos. Nils Díaz, quien después abandonaría el país, fue
eliminado inmediatamente, pues su hermano trabajaba en una de las refinerías.
Quedamos Urrutia y yo. Lo interesante resultó que la importancia estratégica de
los neumáticos y artículos de goma – sobre todo para el transporte – indicaba
que él no debería ser dislocado del puesto que ocupaba en esa industria. Acabé
siendo promovido a Vicedirector de Refinación de ICP por estar ejerciendo un
cargo menos importante que el de Urrutia. Era una nueva lógica cargada de una
gran racionalidad.
De la reunión con
Borrego, salí muy estimulado por la responsabilidad que se me daba, pero, al
mismo tiempo, altamente preocupado pues se contaba conmigo como un “técnico
revolucionario” cuando hacía apenas cuatro meses que yo había considerado la
hipótesis de salir del país. Sólo mi esposa sabía de esto Por tanto, esa noche
conversé con Zorrilla, para explicarle esa situación que él no conocía; también
le dije que yo no sabía si yo alguna vez, por mi propia formación, seria
comunista. Zorrilla me escuchó con mucha calma, me dijo que él confiaba en mí y
en mi honestidad y que no me preocupara por esa cuestión. De todas formas yo le
pedí, dado lo estratégica que era mi posición, que me gestionara una entrevista
con el Che, la cual fue relatada en las primeras páginas de este libro. Fue esa
entrevista la que hizo que mis dudas e inquietudes se disiparan
definitivamente, marcando también el inicio de una nueva relación.
[1]
En los terrenos donde estuvo primero, en los años 50, la llamada Compañía de
Electricidad y hoy el Ministerio de Energía y Minas.
[2]
Ahí radica hoy el Instituto Tecnológico “José Ramón Rodríguez”.
[3]
El título de Alumno Eminente se otorgaba a todos los graduados que habían
obtenido la calificación de sobresaliente en todas las asignaturas durante los
cinco años que duraba el entonces llamado Bachillerato.
[4] Tipo de música
y baile popular cubano de raíces africanas.
[5]
En la ciudad de Troy, Estado de Nueva York, cerca de Albany, la capital del
Estado, y de Schenectady, la sede central de la General Electric.
[6]
El cantar en bares y en iglesias era clandestino, pues la visa de estudiante
que poseía no lo permitía. El trabajo dentro de la universidad si era
permitido.
[7]
Ese cargo hoy sería llamado de Marketing.
[8]Las
referencias a esos desafíos y a las condiciones y problemas existentes en Cuba
para realizar las tareas relacionadas con la industria serán recurrentes en
otras partes de este libro. Esto es inevitable cuando se están presentando o
analizando periodos tan dinámicos y hechos que se interrelacionan de formas
múltiples y complejas en tiempo y espacio. Por tanto, el lector deberá
comprender que la lectura de un episodio o de un determinado foco de análisis
destacado, muchas veces traerá el recuerdo de algún evento o factor ya
mencionado en otras partes del libro.
[9] Después del
triunfo revolucionario se le otorgaron altas responsabilidades en los sectores
de la cultura, la educación y los deportes. Mantuvimos siempre una buena
amistad.
Continuará
No hay comentarios:
Publicar un comentario