La generación de electricidad con plantas termoeléctricas tradicionales se realiza en varios pasos: i) producir vapor de agua a presión, ii) usarlo para activar las turbinas, que son rotores con veletas que se mueven por impulso de chorros de fluidos a presión; iii) producir electricidad con esa rotación en forma de corriente alterna al mover campos eléctricos y magnéticos, unos con los otros.
Todos estos pasos en una industria requieren mantenimiento de sus componentes. Pero la parte más sometida a desgaste es la caldera donde se produce el calor para calentar el agua y evaporarla. Es un infierno donde se busca de alguna forma producir la mayor cantidad de calor posible y transferirlo eficientemente al agua. Hoy existen varios métodos comerciales para ello, incluyendo el aprovechamiento de la energía solar y de la fisión nuclear. Pero en Cuba usamos fundamentalmente todavía la tradicional de “quemar” algo, que puede ser petróleo, o una fracción procesada de este, o bagazo de caña y otros residuos agrícolas.
Es inevitable que nos venga a la mente lo bueno que sería usar los rayos de ese sol nuestro tan intenso para concentrarlos y evaporar el agua que moviera las turbinas. Existen fábricas que lo hacen. Están situadas en desiertos donde el uso del terreno no es costoso y las nubes son escasas. Se cubre un área de espejos que apuntan a un concentrador donde se calienta el agua hasta producir vapor para las turbinas.
Pero nosotros no podemos darnos el lujo de usar inmensas áreas para ello. Además de que solo funcionan de día, y preferiblemente sin nubes Tampoco tenemos reactores nucleares que podrían producir el calor. Por otra parte, nuestra biomasa principal renovable que podemos quemar, que es el bagazo de la caña de azúcar, no la hemos desarrollado suficientemente para este propósito y más bien está escaseando. Eso da para otro artículo.
El petróleo es esencialmente una mezcla de compuestos químicos donde predominan con mucho los de carbono (C) e hidrógeno (H). Cuando estos se queman producen calor, agua y CO2, todo en forma gaseosa. Pero las mezclas del petróleo natural varían de acuerdo con sus yacimientos y los cubanos no hemos tenido mucha suerte de que la naturaleza nos proveyera de grandes cantidades de petróleo, ni siquiera de uno que fuera razonablemente viscoso y “puro” de compuestos de H y C. Al menos hasta ahora.
Las refinerías de petróleo tienen instalados muchos procesos que permiten que del petróleo crudo se puedan sacar los componentes más “ligeros” o evaporables que predominan en la gasolina y en el gas de propano-butano, y los más pesados, que comienzan con el combustible de aviones y terminan con el llamado “fuel oil”, pasando por el diésel. Es el “fuel” el que se usa en las calderas para la producción de electricidad de este mundo. Se trata de lo que queda después de quitar las “fracciones” menos pesadas, pareciéndose cada vez más al asfalto, pero con cierto nivel de purificación, pues se han eliminado bastantes compuestos metálicos y de azufre que son indeseables para la combustión.
Nuestro petróleo es en general muy viscoso. Resulta muy difícil de refinar y de purificar por razones físicas que derivan en barreras tecnológicas. Para ello, se suele hacer más fluido mezclándolo con petróleos menos viscosos. Si se quema directamente, tal y como estamos haciendo actualmente en nuestras plantas termoeléctricas, lo que produce la mayor cantidad de calor es todo lo que se basa en carbono e hidrógeno.
Pero en ese infierno de las calderas las impurezas con otros elementos también se transforman produciendo sustancias que pueden incrustar con verdaderas piedras el recinto de combustión. Algunos de esos productos dan reacción ácida, otros alcalina, pero todos conspiran contra la caldera en ese caos de reacciones químicas que es el plasma ígneo. Otros productos indeseables son óxidos gaseosos de azufre que pasan a la atmósfera y cuando se mezclan con el agua de lluvia la acidifican, contaminando así la tierra. También se produce sulfuro de hidrógeno (SH2), muy venenoso y afortunadamente apestoso, por lo que los humanos lo detectamos muy fácilmente y así lo rechazamos si podemos y evitamos morir intoxicados.
¿Tenemos soluciones para seguir produciendo energía soberana sin dañar la industria? Tienen que existir. Una puede ser la de usar o desarrollar procesos que permitan desulfurizar y reducir metales en el petróleo viscoso. No somos los únicos que tenemos este problema. Existen tecnologías más o menos eficientes y también literatura que las explican. Desafortunadamente, no parece ser un problema resuelto totalmente. Otra es yendo al seguro, pero con efectos a mediano y largo plazo. Tenemos que cambiar radicalmente desde ya nuestra matriz de producción de energía con metas realmente ambiciosas, a la altura de los tiempos y como corresponde a un proceso revolucionario.
Pero ahora mismo y solo disponiendo de nuestro petróleo pesado es preciso hacer un importante esfuerzo de inteligencia y despliegue tecnológico. Puede ser logrando una refinación viable y tener el mejor “fuel” posible, aunque no sea óptimo. Puede ser rediseñando las calderas para que las incrustaciones y otros efectos indeseables se puedan enfrentar mejor. Puede ser que de las dos formas combinadamente. Puede ser con otras alternativas, siempre con un enfoque sistémico y no reduccionista. Pero hay que hacer algo porque es preciso producir la energía con las plantas que tenemos y no condenarlas a muerte. “Nunca es tarde si la dicha es buena” reza un viejo refrán. Queda mucho petróleo viscoso e impuro para usar.
El cambio total de nuestra matriz energética es de obligado enfrentamiento. La humanidad se ha dado cuenta del inmenso daño que le hemos hecho al entorno arrojando indiscriminadamente millones de toneladas de carbono en forma de CO2 y otros gases a la atmósfera en solo un siglo. Ya existen convenciones internacionales que penalizan el consumo de petróleo para la producción de energía y premian a las fuentes alternativas. Estas, por otra parte, son cada vez más variadas y eficientes, desde paneles que producen electricidad de la luz solar con excelentes prestaciones y cada vez más baratos hasta parques eólicos gigantes que usan el viento de los mares, el mismo que se desperdicia desde que la navegación a vela dejó de predominar.
Lo que si debemos aprender de una vez es que las soluciones son diversas como la vida misma. No se pueden basar solo en generación distribuida moderna y eficiente, ni solo en parques solares, ni solo en estaciones eólicas costeras, ni solo en techos domésticos que masivamente se autoabastezcan de energía y pongan la sobrante a disposición de la red, ni solo en las futuras plantas de fusión nuclear. Una combinación inteligente, como le toca a una sociedad que se precia de valorar los intereses de todos como prioridad, acelerada y a la altura de los tiempos seguramente que nos traerá bienestar y soberanía energética a los cubanos. Solo tenemos que seguir ideas e iniciativas que seguramente ya existen en las mentes de muchos de nuestros conocedores y promover innovaciones que seguramente aparecerán, si se gestionan bien.
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