SINE
DIE 2021
SEGUNDA
SERIE # 34
Junio
16 de 2021
Juan M Ferran
Oliva
SEGUNDA
SERIE # 34
Junio
16 de 2021
Juan M Ferran
Oliva
Éramos pocos y parió Catana
Dicho popular criollo
En diciembre de 2020, se abrieron tiendas que
operan solamente en dólares norteamericanos. La gran diferencia es que no
emplean billetes sino tarjetas magnéticas. Dicha moneda se impuso al finalizar
la Segunda Guerra Mundial y a nivel internacional era convertible en oro
mediante una tasa fija[1]. Las
aventuras estadounidenses lo devaluaron. En 1971 se suspendió unilateralmente
su convertibilidad ante la amenaza de vaciar el oro de Fort Knox. Ahora comparte
su reinado con otras divisas fuertes, incluido el dinero electrónico, y se
cotiza a más de $1800 la onza.
Históricamente
formó parte del paisaje monetario cubano. En 1898 fue impuesto por los
vencedores. Circulaban entonces efectivos españoles, franceses, mexicanos y
algunos token[2].
En 1934 Cuba estableció su propio dinero. El peso equivalía exactamente al
dólar y era indiferente manipular uno u otro. Tal situación se mantuvo hasta
1959.
En agosto de
1961 se llevó a cabo un sorpresivo canje de moneda con el propósito de
evitar la fuga de capitales.
Posteriormente quedó penalizada la tenencia de divisas. La vinculación a
la esfera soviética aisló a Cuba de la realidad mundial y la economía quedó
enclaustrada en un compartimiento estanco ajeno a las condiciones externas.
A fines de la década de los ochenta tuvo lugar
una singular transacción que preludió el comercio minorista en divisas. Las
llamadas Casas del Oro y la Plata
compraban dichos metales y pagaban con un certificado utilizable en un limitado
número de tiendas. Ante la disyuntiva entre el anillo de la abuela y el
televisor asiático en colores, solía imponerse el deseo por este último. El
trueque marcó un tránsito entre la austeridad de la distribución planificada y el
mercado normal.
En 1989 el dólar se introdujo a hurtadillas en
Cuba dando inicio a la circulación interna e informal de divisas extranjeras.
El proceso se intensificó en 1992. Muchos recibían la visita de parientes de fuera. Junto a su foto con el auto del año traían cargas de baratijas que despertaron ansias de
consumo exótico en personas acostumbradas a la frugalidad. Regresó la pasión
por la moda y por artículos triviales -por la pacotilla- como fuera calificada despectivamente. Pero no todo eran
fruslerías y en el elenco de deseos de los cubanos figuraron artículos
verdaderamente necesarios que no asomaban al mercado desde mucho tiempo atrás.
Sólo los
de fuera accedían a la compra en el limitado número de tiendas de los hoteles. Fue el origen de una especulación
monetaria. El argot popular denominó fulas a los dólares norteamericanos. En
un inicio comenzaron a cambiarse por 5 pesos cubanos. En 1990 la cotización
espuria subía a 7 pesos por dólar, a 45 en 1992, a 100 a fines de 1993 y en un
momento del año siguiente se elevó por encima de 140. Posteriormente se redujo
hasta estabilizarse alrededor de 22 a 26.
En 1994
se despenalizó la tenencia de moneda libremente convertible y se abrieron las
cadenas de tiendas recaudadoras de divisas. Aunque no fue su propósito,
restablecieron parcialmente la ética comercial. Con la
introducción del CUC – Cuban Universal
Currency- surgió una divisa interna equiparada al dólar norteamericano. Este
numerario de andar por casa recibió también la gracia del bautismo popular, en
este caso algo peyorativo: le llamaron chavito.
Junto con el dólar norteamericano tuvo acceso a productos y servicios que al
humilde peso le
estaban vedados.
En 2004 se prohibió la circulación interna del
dólar norteamericano dando respuesta a agresiones de Estados Unidos. Al mismo tiempo se gravaron en un 10% las
operaciones de canje en esa moneda. El fula
hizo mutis por el foro y el chavito se
adueñó de la escena de manera oficial. El plebeyo peso comenzó a convivir de
manera formal con el aristócrata CUC, pero este último se emitió en exceso y
anuló la paridad con el dólar. Se devaluó.
A
principios del 2005 se estableció el control de divisas y fue cancelada la
autonomía monetaria en las empresas que la disfrutaban. La potestad de otorgar
marcos de divisas para operar quedo centralizada.
El Partido Estado insiste en la no
aplicación de medidas de choque, pero sólo puede atenuarlas. Son inevitables.
Se manifiestan principalmente en la inflación y en las colas, aumentadas tras
medio siglo de una oferta siempre a la zaga de la demanda. Las leyes y la buena
intención gubernamental son de aplicación limitada y el pérfido mercado –otro
ineludible- se encarga de burlarlas. En él se lleva a cabo el intercambio
originado en la división social del trabajo que
existe desde la propia aparición del homo sapiens[3], y que no es un invento capitalista Tratar de evadirlo
es como poner un cinturón de castidad a una ninfómana.
La
escalada de sanciones aplicada por el bloqueo tomó el camino monetario cuando
multó fuertemente a entidades
crediticias por negociar con Cuba. Fue entonces que se impuso el gravamen
interno al dólar para desincentivar su empleo. En su momento –hace poco- se suspendió y a partir del próximo día 21 se prohíbe expresamente admitirlo en efectivo
en las cajas bancarias.
Prima facie parece contradictorio que el Banco argumente
la falta de moneda convertible y que limite el ingreso de billetes
norteamericanos en sus cajas. Pero gracias al bloqueo son estos
últimos los únicos cuyo manejo físico ofrece dificultades de gestión. Deben eliminarse.
La disposición genera incertidumbre en los
poseedores de divisas y en quienes medran con ellas. No son pocos pues la amplia diáspora envía
remesas, mayormente en moneda norteamericana. Su cifra puntual no se conoce
pues muchas llegan por vías informales; se estiman en más de US$ 3.000 millones
anuales. Los efectos de la medida no son
halagüeños. Puede augurarse el surgimiento de afectaciones en los precios, la
pérdida de confianza en el peso cubano y la ampliación de la actividad no oficial. La tasa de otras monedas
extranjeras libremente convertibles mejorará y el mercado informal se encargará
de las tasaciones correspondientes, probablemente dolorosas para los vinculados
al dólar. Se perjudicarán también las distintas entidades y en particular las
del sector privado, todas sujetas a diversas formas de financiamiento. Los
emisores en el exterior deberán apelar a numerarios no comprometidos y se
incrementará el costo de las remesas con la consiguiente afectación a los receptores en Cuba. La tasa de cambio
informal interna ya supera los 70 pesos por un dólar y contrasta con los 24
pesos establecidos oficialmente.
Es todo cuanto puedo vislumbrar apriorísticamente
en mi bola de cristal que, además, padece
cataratas.
Actualmente está en proceso un ordenamiento
económico cuyos resultados todavía no se perciben. La luz al final del túnel sólo se insinúa en
la propaganda triunfalista desplegada por los medios.
Valga no perder de vista que no todos los males son achacables al bloqueo y a
la pandemia; hay también causas
internas. La nueva disposición es un nuevo
ingrediente incorporado a esta turbulencia.
Atravesamos
un momento pésimo en el proceso que nos ocupa. Según la retórica política
conduce al socialismo. Me temo que sólo persigue la supervivencia manteniendo
algunos logros y la soberanía. Ante esta nueva escalada de dificultades la
única alternativa es pararse en bielas y pedalear con vigor. Llegaremos.
Fin
[1] De US$ 35 por onza de oro.
[2] El token es una moneda local no respaldada oficialmente. Se destina al comercio
en un territorio. En Cuba fue usual en determinados centrales azucareros y otras entidades agrarias que sometían a sus
asalariados a un mercado cautivo. Estaban obligados a comprar en las tiendas
patronales.
[3] Y es magnificada por los clásicos de la Economía que hacen hincapié en
su potencialidad productiva. Es famoso el ejemplo de la fábrica de alfileres de
Adam Smith.
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