SANTIAGO – China, otrora presencia periférica en América Latina , se ha vuelto uno de los socios más importantes de la región. El comercio bilateral creció de 12 000 millones de dólares en 2000 a más de 300 000 millones en 2020, de modo que la participación de China en el comercio internacional de la región pasó de 1,7% a 14,4%. Además, es una fuente cada vez más significativa de inversión extranjera directa en América Latina; casi un 10% de la que ingresó en los últimos años provino de China.
La creciente influencia china en el hemisferio occidental no pasó inadvertida a Estados Unidos. Un reinicio de la relación sinoestadounidense no parece cercano, y los efectos de la rivalidad entre las dos principales potencias económicas y comerciales se hacen sentir en forma cada vez más intensa, en el mundo y en América Latina.
En lo inmediato, la politización del acceso a las vacunas contra la COVID‑19 puede ser el próximo motivo de tensiones entre Estados Unidos y China. En el mediano a largo plazo (incluso tan pronto como 2035) es posible que China reemplace a Estados Unidos como principal socio comercial de la región. Ya lo es para Brasil, Perú y Chile, de los que recibe entre el 30 y el 40% de lo que exportan.
En este contexto, la cuestión fundamental para América Latina es la capacidad de la región para adaptarse (o incluso aprovechar) la persistencia de la dinámica competitiva entre Estados Unidos y China. La respuesta sigue siendo en el mejor de los casos ambigua e incierta, en parte por la existencia de importantes diferencias intrarregionales.
Tomemos por caso la guerra comercial sinoestadounidense, que escaló en marzo de 2018 con la primera ronda de aranceles punitivos. Durante los últimos tres años, reemplazar las exportaciones estadounidenses a China trajo grandes ganancias a los exportadores de soja brasileños, pero el desvío de los flujos comerciales no fue necesariamente tan favorable para otros países y sectores latinoamericanos. Incluso en Brasil la sostenibilidad a largo plazo del auge exportador iniciado por la guerra comercial no se da por garantizada.
Además, los países del norte de América Latina (México, Centroamérica y el Caribe) tienen relaciones comerciales con China muy diferentes a las del sur dependiente de la exportación de commodities. México aprovechó algunas oportunidades de relocalización de actividades (reshoring y nearshoring) que surgieron por la salida de cadenas de suministro de China, pero la pandemia de COVID‑19 eliminó buena parte de los beneficios, al menos en lo inmediato.
Las economías latinoamericanas también son susceptibles a los efectos indirectos de las guerras comerciales. En el nivel macro, la región está entre las más afectadas por la pandemia, en términos humanos y económicos. América Latina sólo tiene el 8% de la población mundial, pero representa en forma uniforme el 30% de las muertes por COVID‑19, y en 2020 sufrió la peor contracción económica de todas las regiones en desarrollo. La continuidad de las tensiones entre China y Estados Unidos puede aumentar la presión a la baja sobre una recuperación mundial y regional que ya es incierta.
En el nivel micro, los aranceles punitivos y el aumento del proteccionismo iniciado por la guerra comercial provocaron daños colaterales a las empresas latinoamericanas. En 2019, por ejemplo, la decisión del gobierno de la India de aumentar el «arancel de nación más favorecida» a las nueces, en respuesta al arancel bilateral estadounidense al acero indio, tomó por sorpresa a los exportadores de nueces chilenos (incluso resultó afectado un cargamento chileno que ya navegaba hacia la India).
Ante la posibilidad de un entorno internacional desfavorable para América Latina (por las divergencias en la recuperación pospandemia y el mantenimiento de las fricciones comerciales entre Estados Unidos y China), los funcionarios latinoamericanos deben fijarse tres prioridades.
En primer lugar, los países de América Latina deben mantenerse atentos y navegar con cuidado las tensiones sinoestadounidenses en una variedad de temas que van del comercio internacional y la inversión a la tecnología 5G y las vacunas contra la COVID‑19. Dada la gran heterogeneidad de la región (sobre todo entre el norte y el sur), la única regla general al momento de elegir entre Estados Unidos y China (algo que para muchos es una falsa antinomia) debe ser priorizar las metas y estrategias nacionales de desarrollo.
En segundo lugar, América Latina tiene que diversificar sus exportaciones, comenzando en el nivel nacional. Una mayor apertura comercial (con el mundo e intrarregional) reducirá la dependencia respecto de mercados individuales, trátese de Estados Unidos o de China. A pesar del difundido proteccionismo (agravado por los controles a las exportaciones causados por la pandemia), América Latina puede tener un papel constructivo en el fortalecimiento de la cooperación comercial internacional. Chile, por ejemplo, que ha suscrito 30 tratados comerciales con más de 65 países, es un adalid regional y mundial del libre comercio.
Finalmente, la región debe explorar formas de mejorar su competitividad exportadora en el largo plazo. Una disminución de barreras arancelarias y no arancelarias (lo cual incluye mejoras regulatorias y de infraestructura) y el aprovechamiento de las oportunidades creadas por la Cuarta Revolución Industrial serán fundamentales para reducir el costo de las exportaciones. Medidas eficaces que promuevan y faciliten el comercio internacional no sólo ayudarán a mitigar el impacto indirecto de la guerra comercial, sino que también favorecerán la diversificación de exportaciones y el desarrollo. Estas medidas deben complementarse con políticas internas de apoyo que aseguren los beneficios distributivos del comercio internacional.
Las tensiones sinoestadounidenses seguirán por bastante tiempo, y América Latina no podrá aislarse totalmente de sus repercusiones. Pero prestando atención a las enseñanzas de los últimos tres años, los gobiernos y las empresas de la región pueden mejorar sus probabilidades de éxito en los próximos tres años y más allá.
FELIPE LARRAÍN, a former minister of finance of Chile (2010-14 and 2018-19), is Professor of Economics at Universidad Católica de Chile and a member of the Lancet COVID-19 Commission, the United Nations Leadership Council for Sustainable Development, and the Atlantic Council’s Adrienne Arsht Latin America Center’s Advisory Council.
PEPE ZHANG, Associate Director of the Atlantic Council’s Adrienne Arsht Latin America Center, is co-author of China-LAC Trade: Four Scenarios in 2035 and LAC 2025: Three Post-COVID Scenarios.
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