Cincuenta centrales –dos más que en 2014– trabajarán los 148 días de la próxima zafra / Foto: Roberto Ruiz.
26 septiembre, 2016
Dicen algunos historiadores que el azúcar entró a Cuba por Puerto Güincho, en Nuevitas, Camagüey, procedente de la vecina isla de La Española. Llegó para quedarse, incluso a pesar de nosotros mismos.
Dentro de un mes o un poco más comenzará en el país nuevamente la zafra azucarera. Nuestra industria del azúcar (todavía hoy solo del grano de azúcar y algunos derivados de las mieles) en algún momento deberá convertirse en nuestra industria de la “caña de azúcar”, cuando por fin se le aproveche todo su potencial a la gramínea.
La caña, como planta, es quizás, una de las más grandes oportunidades que tiene el archipiélago para fomentar, a partir de ella, o tomándola como destino, un proceso de transformación productiva que nos ayude en los propósitos de lograr un país próspero. Lograrlo dependerá de muchos factores, pero sobre todo de que cambien muchas “cabezas acomodadas” en una manera de pensar y en los modos de hacer en esta industria.
Cuba tiene con el azúcar una relación de amor y de odio, de entusiasmo y frustración, una percepción casi fetichista del producto. Toda nuestra historia, nuestra cultura y una buena parte del imaginario cubano han girado en torno al guarapo, la raspadura, el “melao”, el aguardiente y, por supuesto, el azúcar.
Todavía hoy, con poco más de 50 centrales en activo, la industria de la caña constituye el sistema industrial mejor distribuido del país, con la red de producción de energía renovable más poderosa, genera una parte importante del empleo en Cuba y sostiene, directamente e indirectamente, a muchas familias cubanas.
Un poco de historia
Para el siglo XIX, el azúcar constituía uno de los bienes más importantes de la producción y de la exportación mundial y Cuba aportaba, a mediados del siglo XIX casi el 30% de la producción global y probablemente un por ciento mayor de la exportaciones. En términos modernos, teníamos un posicionamiento estratégico de indiscutible ventaja, pero con un modo de producir azúcar, que lejos de permitirnos aprovechar esas ventajas para avanzar en el desarrollo, abrió la senda del subdesarrollo que aun hoy padecemos.
Algunos hitos de la historia azucarera de Cuba señalados por varios académicos cubanos se sintetizan en el recuadro que sigue. Solo debo subrayar que la producción azucarera es una de las claves para entender la relación que tuvo nuestro país con Estados Unidos incluso desde antes de ser una república:
El primer ingenio en levantarse en la Isla se construyó en 1595 por Vicente Santa María, en la actual provincia de la Habana.
En 1740 se crea la Real Compañía de Comercio de la Habana que asumió el monopolio del comercio exterior y de comercio de esclavos negros, y estimuló la producción azucarera.
Desde finales del siglo XVIII importantes adelantes tecnológicos fueron asimilados por la industria: la máquina de vapor (1769), el trapiche de hierro con mazas horizontales, el evaporador de Rillieux, el tacho al vacío, la centrífuga y el ferrocarril.
A mediados del siglo XIX Cuba se convierte en la “azucarera” del mundo.
En 1892 se alcanza por primera vez un millón de toneladas (1 006 538 t.)
La reorganización de la industria a principios de siglo se produce de la mano de los capitales norteamericanos que representaban el 23,1 % del total de inversiones.
En 1913 la producción alcanza por primera vez los 2 millones de toneladas.
En 1926 se inaugura la primera refinería de azúcar de Cuba en el antiguo central Hershey (Camilo Cienfuegos). Una innovación tecnológica en el proceso de filtrado (filtración con carbón) le permitió producir azúcar de la mejor calidad del mundo.
En 1934 se nos impone otro Tratado de Reciprocidad Comercial que benefició aún más la penetración norteamericana y creó el sistema de cuotas para la exportación de azúcar.
En 1939 se crea la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) que acordó crear la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros (FNTA).
En 1940 la presencia norteamericana es decisiva en la industria: les pertenecía el 52,4% de la capacidad industrial instalada en el país y el 58,2% de las tierras.
En 1946 se libró la batalla del diferencial azucarero, para compartir parte del incremento del precio del azúcar en beneficio de los trabajadores del azúcar, si se incrementaban los precios de productos importados.
Desde mediado de los años 30 capitales nacionales se expanden en la producción azucarera.
En 1952 se alcanza un producción de mas de 7 millones de toneladas de azúcar.
En 1959 las exportaciones a Estados Unidos representaban el 60,4% del total de los ingresos por exportación de azúcar y los empresarios norteamericanos eran propietarios de 34 ingenios, 34% de la capacidad de molida nacional y del 47% de la tierra.
El “capital nacional” fue creciendo dentro de la industria. Se consolidó lo que nuestros historiadores han denominado la sacarocracia cubana.
El latifundio extensivo, apoyado en el trabajo manual, el sistema de colonos y aparceros, el bajo nivel técnico, eran la base de la producción azucarera. El 1,4% de las fincas controlaba el 47% de las tierras. Para 1958 el rendimiento agrícola era de 40.4 t/ha. Funcionaban 161 centrales.
En 1959, existían 161 centrales azucareros, con una capacidad de producción de azúcar cercana a los 7,5 millones de toneladas de azúcar.
La suspensión de la cuota azucarera por parte del Gobierno de Estados Unidos y la aparición de un nuevo mercado, marcan otra parte de la historia contemporánea de la industria azucarera y de Cuba. Un convenio con la URSS, firmado en los primeros años de la década de 1960 volvió ubicar el azúcar como el sector decisivo para alcanzar nuestro desarrollo. La “Zafra de los 10 millones” no logrados nos obligó a repensarlo todo, no sólo la producción azucarera.
Insumos garantizados, precios preferenciales, inversiones cuantiosas, hicieron que todavía en los años 80 las exportaciones cubanas de azúcar tuvieran un peso de entre el 25 y el 30% de las exportaciones mundiales del producto. Su papel como generador de cadenas productivas que tenían al sector como destino final fue indiscutible, así como su rol como fuente generadora de ingresos para desarrollar otros sectores. Fueron años en los que, bajo aquellas condiciones, alejadas de la competencia internacional, se alcanzaron producciones de 7 millones de toneladas de azúcar. Pero, como sabemos, todo cambió con la desaparición del campo socialista.
Foto: Juventud Rebelde
Una combinación de factores dentro de los cuales está la pérdida de condiciones ventajosas, la disminución abrupta de las inversiones en el sector y la decisión de no permitir inversiones extranjeras en el mismo dañaron de forma significativa las condiciones, en la industria y en la agricultura cañera. Además, la evolución negativa de los precios internacionales y el mantenimiento de incentivos insuficientes a los productores, multiplicaron el impacto negativo sobre la producción.
Todo ello condujo a la decisión de redimensionar el sector azucarero, proceso que abarcó dos etapas. En la primera la cantidad de centrales se redujo de 156 a 85, en la segunda etapa, a partir del 2005, los centrales quedaron en 61. El impacto social de este proceso, a pesar de las medidas tomadas para reducirlo, fue dramático. El impacto en términos productivos y de pérdida de la “cultura de producción azucarera” aun lo estamos sufriendo.
Paradójicamente, mientras Cuba reducía su capacidad de producción azucarera, los precios mundiales del azúcar, a partir del 2005 experimentaron mejoras sustanciales y otros países, como Brasil, con una industria mucho más poderosa, moderna y flexible, pudieron aprovechar ese comportamiento.
Si asumiéramos que con la capacidad instalada en los centrales existentes desde el año 2005 era posible producir 3,5 millones de toneladas de azúcar y exportar 2,5 millones, entonces, los ingresos dejados de percibir en el país en todos estos 10 años son notables.
Pongamos sólo los años del 2008 al 2014, asumiendo un precio promedio de 434 dólares la tonelada (utilizando la base de precios del banco mundial), esos 2 millones de toneladas dejados de exportar significan 6 070 millones dejados de ganar. Una oportunidad pérdida que el mercado mundial de azúcar nos estaba regalando y que no se supo aprovechar.
Hoy que el mundo demanda una producción energética limpia, que el país necesita importar combustibles, que los autos que ruedan por nuestras calles compiten en capacidad de contaminación con las peores industrias del mundo, mirar hacia la industria de la caña de azúcar como una oportunidad y una fortaleza es obligatorio. Aunque, aclaro, no es retroceder hacia el pasado y pretender que el azúcar vuelva a ser lo que fue.
Por suerte la imagen de la industria de la caña como productor importante de energía ya es un hecho y está incorporada en la visión del cambio de matriz energética cubana. La construcción de 25 plantas bioeléctricas con una potencia de 950 MW, hasta el 2030, lo demuestra. La mayoría será con capital extranjero, aunque lamentablemente hasta hoy apenas se conocen dos de esas inversiones con algún avance y el resto se supone esté en negociaciones o por negociar.
Si pensáramos en los ejes estratégicos que sirven de base al futuro plan de desarrollo hasta el año 2030, podríamos comprobar que el sector podría contribuir mucho mejor de lo que lo hace hoy a la transformación productiva con ganancias de productividad y complejidad tecnológica, generar ingresos por exportaciones, fomentar el empleo a escala local, utilizar mejor el conocimiento creado en el sector e internalizar aquel otro generado fuera del mismo, mejorar la equidad a escala local y contribuir a la sostenibilidad ambiental, no sólo porque puede contribuir a la generación de energía eléctrica, sino porque pudiéramos introducir automóviles y vehículos de transportación masiva donde el alcohol pudiera ser el combustible principal.
Sin embargo, a pesar de todo, el volumen de producción de azúcar sigue estando más cerca del siglo XIX que del siglo XXI. Los rendimientos de caña por hectárea nos hacen viajar hasta la década de los pasados años cincuenta en el mejor de los casos, y el precio que se le paga a los productores de la materia prima, a pesar de su incremento hace unos años, no alcanza a competir con el de otros productos que pueden cosecharse en la misma hectárea de tierra.
A ello habría que agregar el costo de perder el potencial humano del sector, ya sea porque emigra hacia otros sectores o porque encuentra empleo en el mismo sector, pero en otros países.
Construir la nueva industria de la caña de azúcar, es quizás de las más viejas aspiraciones. La industria de la caña puede producir Energía, Alcohol, CO2, Levaduras (Torula Forrajera y Saccharomyces, que nos permitiría sustituir la importación de alimento para pienso) Tableros y composites de Bagazo (ahora que necesitamos tanta madera para el desarrollo del turismo) Sorbitol, Bioestimulantes, Productos químicos industriales, Furfural y Alcohol Furfurílico, Biofertilizantes, azospirillum, azotobacter y rizobium, compost, residuales líquidos, Herbicidas, Medicamentos de uso humano y animal, y bases para alimentos humanos.
Para diversificarnos de esa manera no se pueden repetir los modos y maneras en que hemos producido algunos de estos productos. Toca innovar pues no se pueden esperar resultados diferentes haciéndolo todo siempre igual. Se debe lograr que desde el productor de la materia prima, los científicos, los trabajadores de las industrias, y claro está sus familias, sientan que trabajar en esta industria contribuye a esa prosperidad del país y de cada uno de ellos. Se dice fácil, pero en todos estos años apenas se ha conseguido.
Quizás alguien se extrañe de esta elegía a la industria de la caña de azúcar, quizás alguien piense que es a destiempo, quizás haya quién, atrapado en un pasado reciente o lejano siga pensando que el azúcar ha sido nuestra maldición. Yo prefiero verlo como una bendición, que nos permitiría combinar ventajas naturales, conocimiento creado (el que aún sobrevive) con oportunidades que estas nuevas condiciones de la economía y la tecnología están creando. Nuestra maldición en todo caso es que, todavía hoy, muchas veces continuamos actuando como si viviéramos décadas atrás.
Durante mucho tiempo, el pitazo del central anunciaba la terminación de unos de los flagelos peores que vivió nuestro pueblo: el tiempo muerto. Ojalá que algún día, más temprano que tarde, el pitazo del central anuncie la llegada de tiempos nuevos para esta industria.
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