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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

viernes, 15 de septiembre de 2017

El papel de la cultura en los procesos económicos

Por ARMANDO HART DÁVALOS

En los inicios del siglo XXI tiene lugar la más profunda crisis moral en la historia de la llamada civilización occidental, la cual amenaza con desencadenar un proceso irreversible hacia la destrucción de la vida sobre la Tierra. Los cubanos nos sentimos en el deber de contribuir, junto a todos los pueblos del mundo, a salvar para nuestros descendientes la inmensa riqueza que la historia natural y social ha venido forjando durante millones de años y que se ve hoy amenazada de muerte.

Si todos los seres inteligentes del mundo, independientemente de sus ideologías sociales, políticas, filosóficas o religiosas fuéramos capaces de asumir, como deber sagrado de conciencia, emprender acciones tendentes a conservar y enriquecer la inmensa herencia cultural recibida, habríamos cumplido con la más importante obligación que nos impone nuestra condición humana. Con esto lograremos la más elevada suma de felicidad personal que puede concebirse no solo para los más de seis mil millones de personas que habitamos el planeta, sino también para las generaciones venideras.

En la Europa actual se habla de renovar el pensamiento moderno desde sus fundamentos primigenios. Esto fue lo que hizo el Apóstol cubano en el siglo XIX, modernizarlo y proyectarlo en beneficio de todos los desposeídos del mundo. Es la única renovación posible.

Este compromiso lo sostenemos porque hemos recibido las enseñanzas de Martí y la cultura cubana de dos siglos en la cual hizo síntesis lo mejor de la cultura espiritual de la civilización nacida en el Mediterráneo hace más de dos mil años y que a finales del siglo XVIII y principios del XIX llegó a nuestro país a través de las ideas de la Ilustración y la Modernidad.

La idea del equilibrio es muy antigua en la historia del pensamiento filosófico e incluso religioso. Martí la asume, como toda su cosmovisión, con fundamentos que integran todos los órdenes de la realidad en tanto ley matriz esencial que rige tanto para la naturaleza, el espíritu, el arte, la ciencia, la economía, las relaciones sociales y la política. Y como esta síntesis solo es posible alcanzarla a escala social con una cultura volcada hacia la acción, José Martí la llevó al terreno de la educación y la política práctica.

En carta a Manuel Mercado de 18 de mayo de 1895, la cual quedó inconclusa por su muerte el día 19, señala que todo lo que ha hecho y haría sería para “(…) impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.

En el Manifiesto de Montecristi que firmara junto al general Máximo Gómez en marzo de 1895 se expresan ideas esenciales al respecto que mantienen una vigencia sorprendente en el mundo de hoy:

“La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo”.

Hay quienes pueden pensar que se trata de una utopía irrealizable en nuestra época puesto que las oligarquías norteamericanas alientan el terrorismo, especialmente el de Estado, y la guerra criminal contra los pueblos de menor capacidad defensiva, pero precisamente por eso es más necesario que nunca estudiar las sabias advertencias de nuestro Apóstol, que llevan implícito, por su realismo, un mensaje al pueblo norteamericano. Así, refiriéndose a la contienda del pueblo cubano por su independencia señalaba que se hacía también para “salvar el honor” de la gran república del norte que “en el desarrollo de su territorio -por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles-hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores”.

Es la visión martiana que deseamos llegue a todos los pueblos del mundo y en especial a la patria de Lincoln y de Emerson -a quienes tanto admiró nuestro Apóstol- una fórmula para Estados Unidos, el hemisferio occidental y el mundo actual.

Hay una expresión del Apóstol a la que es necesario extraer todas las consecuencias que encierra: “Ser culto es el único modo de ser libre”.

Hoy se ha convertido en una apremiante necesidad definir qué es la cultura, porque es tal la fragmentación y dispersión que la larga evolución intelectual de la civilización occidental ha creado sobre la expresión culturaque para descubrir su verdadera naturaleza es indispensable ir a la génesis antropológica y al análisis de su evolución histórica y exaltar el concepto que la define como una segunda naturaleza, la creada por el hombre.

Las más importantes investigaciones de las disciplinas psicológicas, de la antropología y las ciencias del hombre han subrayado que el valor primigenio esencial de la cultura es la justicia. Esta verdad se puede comprobar con el rigor del método científico más elevado que la civilización moderna ha exaltado a primer plano. La historia del mundo viene a confirmar también que allí donde avanzó la cultura, progresó la justicia, y a la inversa, donde retrocedió aquella, se limitó la cultura.

El lenguaje, el trabajo y la justicia son los primeros acontecimientos de carácter cultural; surgen de esta manera las primeras ideas éticas y jurídicas necesarias para la justicia y la convivencia humana.

La tragedia se halla en que el hombre junto a la facultad de asociarse de manera consciente, que lo distingue del conjunto del reino animal, arrastra, a la vez, de sus ancestros prehistóricos a la fiera que según Martí todos llevamos dentro y que se manifiesta en la expropiación del trabajo de otros hombres y en la división entre explotados y explotadores. Pero Martí también señalaba que los hombres somos seres admirables porque podemos ponerle riendas a la fiera.

Las riendas son parte esencial de lo que llamamos cultura, que ha alcanzado los más altos niveles de creación espiritual con las limitaciones propias de cada tiempo histórico y del nivel de las fuerzas productivas.

En los dos últimos siglos, a partir de un impetuoso desarrollo económico, el capitalismo promovió la especialización del conocimiento en determinadas ramas, lo que trajo aparejado el aislamiento y la división del conocimiento en compartimentos estancos y fragmentando los componentes de la cultura.

Los exégetas conservadores de la postmodernidad han acabado por pervertir las coordenadas que enlazan cultura, ética y desarrollo económico-social. El único modo que tiene la humanidad de evitar una catástrofe ecológica y social es saneando esta relación. Hoy se requieren con urgencia la integridad y la justicia, la cual se expresa en la cultura cubana como la más alta aspiración.

En la historia espiritual de occidente se plantearon de forma antagónica dos corrientes esenciales de su mejor tradición: una es la evolución del pensar científico y filosófico que concluye en su más alta escala en el pensamiento racional y dialéctico; y la segunda, la tradición del pensamiento utópico que tiene raíces asentadas en las ingenuas ideas religiosas de las primeras etapas de la historia humana y que en la civilización occidental se nutrió inicialmente, y en su ulterior evolución, de lo que conocemos por cristianismo.

Ambas líneas, necesarias para el desarrollo y estabilidad de las civilizaciones, han venido siendo desvirtuadas y tergiversadas a lo largo de la historia por la confusión, la torpeza y las ambiciones de los hombres. Unas veces cayendo en el materialismo vulgar y otras en el intento de situarse fuera de la naturaleza ignorando sus potencialidades creativas. Martí, en versos de profundo alcance filosófico señaló: Todo es hermoso y constante,/Todo es música y razón,/Y todo, como el diamante,/Antes que luz es carbón.

En nuestros días se habla de una llamada postmodernidad. A estas alturas de la historia existen dos formas de concebir un tiempo posterior a la Edad Moderna.
  • Una sería el caos postmoderno presente en la dramática realidad de hoy que amenaza con destruir la civilización que llamaron occidental e incluso a toda la humanidad. El proceso de fragmentación que el capitalismo y el imperialismo generaron ha llegado ya al extremo de formular en la literatura y en la educación la tesis de que la historia no tiene ya más coherencia que la cronología de los hechos. Están más atrás no solo ya de Hegel sino de Herodoto, síntoma inequívoco de su decadencia intelectual.
  • Otra consiste en coronar la edad de la razón con principios éticos e iniciar la verdadera historia del hombre. Todo lo anteriormente creado quedará como prehistoria. Es la única forma racional de asumir un tiempo posterior a la modernidad.
Para llegar a la victoria definitiva de la razón es imprescindible desarrollar la facultad de asociarse con los demás hombres hacia fines que correspondan a intereses materiales y espirituales comunes. A ello se arriba orgánicamente con eso que llamamos amor y que es, con toda evidencia, fuerza real y objetiva de la vida y de la historia. Si no se alcanza tal comprensión y no se asume como dialéctica la relación entre las voluntades individuales y sociales (no pueden existir una sin la otra) la civilización moderna no podrá superar la grave situación que atraviesa, como ya señalamos.

Para enfrentar el drama hay que hacer un poco de historia. En la génesis de la civilización, la cultura se proyectó en tres planos esenciales: el lenguaje, en tanto trasmisión del mensaje, la ética y el derecho. Es imprescindible que la trasmisión del mensaje se ajuste a la verdad. Saben ustedes cómo se tergiversan por los medios de comunicación la trasmisión de los mensajes. Aquí vale recordar lo expresado por José Martí acerca de las consecuencias de faltar a la verdad. Decía el Apóstol: “(…) el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella”.

De la ética dijo el ilustre maestro cubano José de la Luz y Caballero, que la justicia es el sol del mundo moral. La tradición ética cubana ha sido fuerza decisiva que nos ha permitido llegar aquí. La confirmación de su valor práctico está en la victoria y permanencia de nuestra Revolución, nacida el 10 de octubre de 1868 y que hoy continúa.

Acerca del derecho, José Martí subrayó “(…) la imposibilidad absoluta de un progreso, sin que antes se determinen de un modo fijo la legislación política y civil, en armonía con las cuales el progreso necesario se ha de hacer”. Expresó, además, que con leyes vacilantes e inciertas, incierta y vacilante ha de ser forzosamente la situación del país que rijan. Postuló, asimismo, que “El derecho mismo, ejercitado por gentes incultas, se parece al crimen”.

Es indispensable que el derecho y la ética respondan a los intereses de todos los hombres y mujeres nacidos o por nacer. Dígase hombre y se han dicho todos los derechos. El Benemérito de las Américas, don Benito Juárez, definió la paz como el respeto al derecho ajeno.

Hoy hablan de globalización y lo que hacen es fragmentar, dividir al mundo. Hay crímenes por doquier, se extiende socialmente la podredumbre, la corrupción, el latrocinio y todo género de atropellos de carácter ético. La dificultad mayor está en la necesidad de combatir el hambre, la miseria y el dolor humano frente a la acción egoísta de grupos privilegiados que están creando hoy el caos como parte del proceso de decadencia de la civilización occidental.

El equilibrio en el seno de nuestras sociedades no puede abordarse sin enfrentar el dolor humano. Las limitaciones actuales, bien evidentes, del sistema social dominante están en que ha olvidado una parte fundamental de la realidad: el dolor humano. No hay realidad más importante y extendida en el orden social que la angustia y la miseria que está viviendo la inmensa mayoría de la población del globo y que mientras no se supere conducirá inexorablemente a desequilibrios sociales. Para hacerlo, es necesario promover la unidad de todos nuestros pueblos en su conjunto y en el seno de cada uno de ellos.

Para enfrentar estos retos se necesita estudiar el papel que se le asigna a la educación, a la política culta y a las relaciones entre cultura y economía. Sobre la educación, el Apóstol nos habló de la necesidad de desarrollar la inteligencia a partir de la instrucción y de la formación de sentimientos de solidaridad humana. La política la concebía como un arte, la definió de esta forma:

La política es el arte de inventar un recurso a cada nuevo recurso de los contrarios, de convertir los reveses en fortuna; de adecuarse al momento presente, sin que la adecuación cueste el sacrificio, o la merma del ideal que se persigue; de cejar para tomar empuje; de caer sobre el enemigo, antes de que tenga sus ejércitos en fila, y su batalla preparada.

Esta idea es el aporte más original de Martí a la historia de las ideas políticas y se resume en el principio de superar radicalmente el divide y vencerás de la tradición conservadora y reaccionaria, y establecer el postulado de unir para vencer. La historia de nuestro país permite comprobar que esta concepción acerca de cómo hacer política está en el nervio central de la evolución cubana durante dos siglos. Ella la expresan, en grado superior, José Martí y Fidel Castro. Pienso, en particular, que esta es la enseñanza principal que los cubanos deseamos se extraiga de años transcurridos desde el 26 de julio de 1953 hasta nuestros días. Unir para vencer es la clave de la política martiana que la generación del Centenario, bajo la dirección de Fidel Castro, exaltó al plano más alto durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI.

La unidad de los pueblos tanto en lo interno de las naciones como a escala internacional, nos lleva a un tema esencial: la ética. En los enfrentamientos sociales y económicos están presentes como telón de fondo las exigencias morales. El combate a la corrupción y a la degradación moral es la más inmediata exigencia que debe señalársele a la política práctica. Ética y justicia social relacionadas estrechamente constituyen la clave esencial para alcanzar el equilibrio. Esto sólo -como decíamos- es factible con la cohesión popular.

En primer lugar, es indispensable analizar la importancia determinante de la cultura en la historia económica del hombre en el pasado, en el presente, y sobre todo hacia el porvenir. Ha llegado el momento de asumir, en todo su alcance, que la cultura constituye el factor y el motor más importante en el desarrollo de la economía y de la sociedad. Para ello se impone realizar estudios económicos concretos que ayuden a demostrar el papel dinámico de la cultura en la historia. Es la única forma de encontrar las vías para un nuevo pensamiento filosófico y de acción política a tono con los problemas del mundo actual.

En el tejido de relaciones sociales que se establecen en los procesos económicos está presente la cultura y se enriquece a partir de ella. Tenemos que asumir estas verdades para empezar a entender el laberinto infinito de metodologías, números, estadísticas y los esquemas sobre la determinación del valor de la mercancía que nos ha venido imponiendo el sistema capitalista. Pero para orientarnos en tan compleja madeja resulta obligado, para comenzar, una reflexión teórica, de otra forma no se lograrán las más profundas y consecuentes soluciones prácticas. La práctica a que aspiramos está muy por encima de los esquemas impuestos.

Ha sido bastante común subrayar el papel preponderante de la base respecto a la superestructura y, por tanto, de las fuerzas productivas sobre las relaciones de producción, descuidando el análisis del factor subjetivo en su influencia recíproca con los llamados elementos objetivos y su papel en el desarrollo tanto de las relaciones de producción como de las propias fuerzas productivas. Sin embargo, está demostrado que el soporte subjetivo juega un enorme papel con su influencia sobre el medio que lo rodea y en particular sobre la economía. Solo que ese factor no ha sido suficientemente estudiado, por una u otra razón, y quienes lo han hecho en alguna medida, ha sido desde la perspectiva de cómo extraer más zumo a ese componente de la producción que es la fuerza de trabajo. Esto para explotarla más y distorsionar su inmenso y decisivo valor. Lo original de la situación que hoy se nos presenta es que cada día se hace más necesario el factor subjetivo precisamente por el avance de los conocimientos técnicos y del progreso general del conocimiento. 

El papel de la cultura, entendido por supuesto en su sentido más vasto y enriquecedor, que cubre el campo del conocimiento, es basamento principal en la acción y reacción del hombre en su actividad económica, social y política. Hay que procurar un lenguaje nuevo para describir los problemas que se remiten a los orígenes de la historia de la civilización y encontrar sus caminos de solución.

 Es necesario hallar nuevos caminos a estos desafíos, es necesario hallar nuevas categorías filosóficas que permitan comprender, en las realidades del siglo XXI, cómo se comportan las luchas entre explotadores y explotados. Las que vienen del pasado, que tienen nuestro infinito respeto, deben servirnos como punto de referencia, pero a la largo del siglo XX los fenómenos se expresan de una manera diferente a la del XIX. Las tres categorías filosóficas que proponemos se estudien frente a la realidad de nuestro tiempo son: identidad, civilización y universalidad.

Dejemos atrás los viejos esquemas, aunque valiosos como punto de referencia, y abordemos los problemas de hoy y hacia el mañana sobre el fundamento de estas tres categorías. Es preciso defender la identidad de cada nación, pueblo y colectividad humana y exaltar el derecho de todas ellas a alcanzar una civilización material y espiritual superior y garantizar que el principio de universalidad se comprenda como complejo de identidades, de modo tal que la lesión a cualquiera de ellas afecta el carácter universal del conjunto.

No hay conflicto económico, social o político del mundo actual, ya sea en la paz como en la guerra, que no pase por el derecho de los pueblos a su identidad, a alcanzar una civilización más alta y a las necesidades que nos impone la universalización de la riqueza. Estúdiese, a la luz de lo anterior, el papel de República Dominicana, de Cuba, las Antillas y nuestra América, y se llegará a la conclusión que tenemos la fuente necesaria de ideas y cultura para plantearnos, con el rigor de la ciencia y las exigencias de lo académico, las tareas políticas más importantes.

Fidel Castro expresó que existía el peligro de que las convulsiones económicas y sociales lleguen y no exista un programa para enfrentarlas. La gravísima situación de muchos países lo confirma. Se revela, por ejemplo, en la dramática realidad actual de Argentina. Para elaborar estos programas es necesario estudiar, sin traba ideológica alguna, las mejores ideas expuestas por las grandes personalidades de la historia universal sobre estos temas sin exclusiones.

Los grandes humanistas de la historia han hecho aportes con su inmenso saber a la ciencia, a la educación, la cultura y a la política. Hoy resulta indispensable hacer una selección de todos los pensamientos sin encasillamientos ni dogmatismos. El equilibrio del mundo sólo es posible lograrlo con métodos, formas y propósitos bien diferentes a los de antaño. Veamos:

Si tras Waterloo se alcanzó determinada estabilidad profundamente reaccionaria entre los estados de Europa en lo que se llamó Santa Alianza, y si de manera similar ocurrió en 1917 con la Liga de las Naciones, y después de la Segunda Guerra Mundial con la creación de las Naciones Unidas, hoy no puede alcanzarse con solo un acuerdo entre estados. Hay que buscar el equilibrio ente las naciones, las colectividades humanas, los grupos étnicos y sociales.

Tras el fin de la llamada bipolaridad se abrió una grieta en toda la civilización occidental. De hecho, la bipolaridad facilitaba al sistema imperialista mejor dominio de sus intereses. Hoy ya hemos entrado en el caos, acentuado con las acciones militares realizadas en contra de la voluntad de todos los pueblos del mundo expresada en múltiples maneras y formas. Hay que hablar de esto a profundidad.

Lenin, a principios del pasado siglo, calificaba al imperialismo como fase superior de capitalismo. Hoy es necesario investigar al imperialismo en su etapa senil, como señalan diversos economistas, entre ellos, el argentino Jorge Bernstein, en un artículo cuya lectura recomiendo. En mi opinión, ya Estados Unidos no es un imperialismo en la forma en que describió Lenin, porque ha perdido peso económico para ello. Han vuelto a las viejas formas de dominación imperial precapitalistas, están como en los tiempos de la conquista de América. Obviamente, están desmontando todo el andamiaje creado en el orden institucional por la humanidad, buscan por la fuerza lo que no pueden encontrar por la vía de las formas económicas. Son los modernos Hernán Cortés, Pizarro y tantos otros bien conocidos en América.

¿Se podrá consolidar un nuevo orden colonial como ocurrió en el siglo XV? Pienso que no, pero el asunto merece una profunda reflexión porque creo que esto acabará repercutiendo en el seno de los Estados Unidos, país integrado por emigrantes que discrimina a todos los que no son blancos sajones.

Al pueblo norteamericano hay que dirigirse y hacerlo como apuntaba Martí, subrayándole que en el desarrollo de su territorio podría alcanzar más segura grandeza que en sus aspiraciones de dominación extranjera. Hay que apoyarse en la mejor tradición jurídica y ética de la civilización occidental, lo que implica, en los tiempos actuales, asumir una posición revolucionaria, porque solo puede hacerse orientando la misma en beneficio de los pobres y explotados del mundo.

Los principios contenidos en la Carta de las Naciones Unidas y su sistema de instituciones, han entrado en profunda crisis. Las oligarquías norteamericanas han violentado las bases jurídicas de la civilización moderna, es decir, la más alta creación del derecho internacional. Desde hace años venimos denunciando esta situación. No obstante, nuestras banderas siguen siendo la defensa de la autoridad de las Naciones Unidas, la ampliación del poder de la Asamblea General, el principio de autodeterminación de los estados y de la plenitud de la soberanía nacional, el respeto a la identidad cultural de cada pueblo y la más amplia libertad de intercambio y comercio de modo que ningún país por capricho o por veleidades de su política doméstica pueda imponer legislaciones punitivas a otros. Son cuestiones a concretar en la cultura ética que debe predominar en el concierto de naciones y sociedades.

En el plano de las teorías jurídicas y políticas de la civilización occidental estas posiciones son irrebatibles. En el terreno económico no podemos aceptar que se nos arrebaten los recursos nacionales por potencias o países extranjeros. Cualesquiera sean los criterios que tenemos sobre el socialismo o el capitalismo, hay un principio irrenunciable: la defensa de la soberanía nacional y de los intereses económicos de cada país.

Damos la voz de alerta de que ha llegado la hora de una reflexión política y académica sobre estos temas cardinales. Por ahí hay que empezar para entendernos. Con el pensamiento de José Martí podemos llegar a programas inspirados en estos principios.

Lo original en el Apóstol cubano está en que asumió el inmenso saber universal, lo volcó hacia la acción política, lo expresó en planos más altos y creativos de la literatura y los orientó a favor del equilibrio del mundo sobre el fundamento de la justicia, y en primer lugar de los pobres, que son quienes más sufren. Recordemos: Con los pobres de la tierra/ Quiero yo mi suerte echar: Y como la justicia constituye la categoría principal de la cultura el pensamiento de Martí trasciende su tiempo y se convierte en guía esencial para alcanzar el equilibrio del mundo en el siglo XXI.

Quienes con torpeza y maldad y desde una religiosidad profundamente reaccionaria hablan de un eje del mal, los invitamos a que estudien la historia de Cuba en su lucha contra el colonialismo español primero y contra el imperialismo después, y aprenderán, de manera detallada y profunda, que la maldad de los regímenes despóticos se identificaba con su estupidez. Hay que responderles a estos modernos inquisidores con el refranero popular: Dios ciega a quien quiere perder.

El problema se ha hecho cada vez más agudo precisamente por el dominio que ejercen las minorías poseedoras de los grandes medios de producción, de las nuevas tecnologías y en especial de los instrumentos de difusión y promoción de ideas a escala nunca vista antes.

No rechazamos estos avances, combatimos la forma inmoral con que se emplean. Sabemos, como hemos dicho, los peligros y los obstáculos, pero no hay más alternativa: o los hombres y las mujeres del siglo XXI toman el camino del amor y la inteligencia, o todo estará perdido. La alternativa es bien evidente: si los intereses oligárquicos no tienen la cultura para entender y facilitar soluciones los pueblos las encontraran sin contar con ellos. El cambio es inevitable, puede ser más o menos dramático, pero la historia muestra que cuando los poderosos se aferran torpemente a los intereses creados, acaban perdiéndolo todo. Los pueblos van a decir, en definitiva, la última palabra

Pocas veces en la historia se ha puesto tan a prueba la fuerza de la moral y la verdad para combatir el crimen. Optimista por naturaleza y por revolucionario, tengo la convicción de que acabará siendo derrotada la mentira y que resultarán victoriosos la inteligencia y el amor.

Recordemos un pensamiento de Fidel Castro: El gran caudal hacia el futuro de la mente humana consiste en el enorme potencial de inteligencia genéticamente recibido que no somos capaces de utilizar. Aspiramos a exaltar a los planos más altos la inteligencia y a relacionarla, como señaló Martí, con la bondad para el logro de la felicidad. Lo hacemos sobre el fundamento de estimular el espíritu asociativo en el que el Apóstol veía el secreto de lo humano.

Proclamamos, como él lo hizo en el poemario dedicado a su hijo, nuestra fe el mejoramiento humano, en la vida futura y en la utilidad de la virtud.

En el mundo de estos días, se pueden comprobar de muy diversas maneras las situaciones descritas. Nada lo evidencia tanto como la acción criminal que la más alta oligarquía imperialista lleva a cabo en el Oriente Medio. Nunca, o pocas veces ha quedado tan al descubierto que los intereses económicos más egoístas de los grupos privilegiados tratan de imponerle al mundo la guerra. Ya se puede apreciar en forma descarnada. Se han quitado todos los ropajes porque carecen de la cultura para vestirse, andan desnudos por el mundo, desnudos de cultura.

También se están revelando muchas de estas afirmaciones en la forma inculta y criminal con que operan los reaccionarios contra la República Bolivariana de Venezuela.

Enlazar el pensamiento martiano con los grandes movimientos de masas que se vienen desarrollando en el mundo debe ser propósito de todos aquellos que hayan entendido la esencia del pensamiento del Héroe Nacional cubano.

El reto consiste en cómo promover las ideas martianas sobre tan complejísima cuestión y, desde luego, cómo fundamentarlas.

Defendamos la inmensa creación forjada por la evolución natural que nos elevó a la condición humana y la riqueza cultural que el hombre ha creado durante milenios de historia, como compromiso de honor con nuestros más ilustres antecesores, con la humanidad de hoy y de la que formarán parte nuestros hijos y descendientes, hagámoslo tomando como bandera la fórmula del amor triunfante que postuló el Apóstol de Cuba y América, y así asumiremos el más honroso papel que puede ejercer el hombre sobre la Tierra.

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