No es solamente falta de exigencia, ni de control, ni de voluntad por hacerlo mejor. Nuestra economía socialista padece de ineficiencia congénita y, además, crónica. Según Wikipedia “el término congénito hace alusión a cualquier rasgo o identidad presente en el nacimiento adquirido durante el desarrollo intrauterino” y la economía socialista cubana se formó en el “útero” de la Revolución y por las decisiones de los propios cubanos de aquella época.
Pero eso sucedió entre 1960 y 1962, hace ya casi seis décadas, y si bien algunos de los actuales miembros del Gobierno Cubano ya habían nacido, casi ninguno de ellos, que yo recuerde, participó del diseño y establecimiento de las nuevas relaciones sociales de producción y de vida que desde entonces imperan en Cuba. Y de la misma manera en que para quienes vivían en ese país antes de 1959 la realidad económica era objetivamente así, tal cual era, para los cubanos de hoy, incluyendo a los miembros del Gobierno, la realidad del sistema económico vigente aparece tan objetiva e inevitable como les parecía el capitalista a quienes vivían en Cuba antes de 1959.
Cuando los Ministros de las ramas productivas de la economía nacional informan del resultado de su gestión a los Diputados de la Asamblea Nacional del Poder Popular, la explicación de los incumplimientos de los planes es siempre la limitación de los recursos materiales y financieros disponibles, más los efectos negativos de huracanes, cuando ha sido el caso. Nunca se ponen en duda las reglas que se han seguido para la administración de los medios de producción ni el uso adecuado de los demás recursos recibidos para producir, como razón de los resultados obtenidos. Esas reglas establecidas por los propios cubanos bajo las cuales opera la economía socialista cubana desde su nacimiento, jamás se ponen en duda. Si eso fuera el caso, nada nos impediría corregir lo ya establecido por nuestros predecesores, de ser ello necesario. Pero exigiría no solamente haber detectado sus manifestaciones sino, además, sus verdaderas causas.
A principio de los años ochenta del pasado siglo, durante una visita a la Misión Comercial Soviética en La Habana, uno de sus funcionarios me dijo que ese año había llegado a 100.000 el número de tractores que se habían exportado desde su país hacia Cuba. En algo más de veinte años la URSS había abastecido de tractores a Cuba, a razón de un tractor por kilómetro cuadrado de extensión territorial, cien hectáreas o 7,5 caballerías. Recordé en aquel momento que una vez había leído que la cantidad total de tractores en la República Popular China, al inicio de los años cincuenta, había sido de unas 50.000 unidades, para un país de 9,5 millones de kilómetros cuadrados.
Quizás esa comparación permita tener una idea más concreta de la significación de lo acontecido. En Cuba, a la par que utilizamos los tractores para labores agrícolas, la manera de organizar su utilización y su mantenimiento permitió un resultado adicional:transformarlos eficiente y rápidamente en chatarra, actividad que se pudo mantener durante esos veinte años gracias al suministro de los soviéticos.
No sé cuántos camiones se han comprado durante los 60 años de Revolución, ni cuantos autobuses o locomotoras y vagones de ferrocarril. Una vez tuvimos una flota de grandes barcos fábrica que pescaban en los océanos del mundo, de los cuales solo quedan sus imágenes en la memoria. Recuerdo que recibíamos anualmente de la URSS 13 millones de toneladas de petróleo y que ahora debemos resolver nuestros problemas con algo más de 8. Todo ello me hace sospechar que nuestra ineficiencia en economía no ha sido por falta de recursos productivos ni por el bloqueo norteamericano, sin desconsiderarlo, ni por incapacidad técnica para poder utilizar nuevas tecnologías por parte de una fuerza de trabajo cuyo 12 % tiene ya nivel universitario.
Por consiguiente, no está en los recursos materiales disponibles ni en el conocimiento técnico necesario para su funcionamiento la causa de la ineficiencia generalizada de la economía estatal cubana (la no privada, que es ampliamente dominante) sino en la particular manera de como los propios cubanos han organizado en el pasado su administración y las reglas que presiden las necesarias y objetivas relaciones operativas entre las entidades que la conforman. La explicación de por qué se actúa correctamente en un aspecto de la realidad productiva, como es la tecnológica, e incorrectamente en la realidad económica establecida, radica sencillamente en que en lo tecnológico rigen, y no queda más remedio que respetarlas, las leyes naturales objetivas y comprobadas de la física, la química, la biología, etc., mientras que en lo que se refiere a las relaciones operativas vinculantes entre esas tecnologías hemos impuesto la vigencia de reglas de comportamiento definidas por nosotros mismos sobre la base de copiarlas y de inventarlas, reglas que hemos llegado a considerar como inherentes a la organización socialista de la economía nacional, modalidad de existencia que es el objetivo perseguido desde hace ya casi sesenta años.
A las tecnologías instaladas en Cuba las hemos hecho operar sobre la base de relaciones económicas de nuestra propia creación que, entre ellas, no han respetado adecuadamente las necesarias vinculaciones que exige su propia naturaleza. Para hacer harina hace falta moler trigo; las industrias que procesan alimentos requieren de abastecimientos que provienen de la agricultura; para soldar hace falta gas; para que funcione un camión hace falta combustible y para ello, a su vez, hace falta saber destilar petróleo... y así sucesivamente en determinadas cantidades y calidades para cada objetivo, dictado esto por las características de cada tecnología. Si no se respetan las vinculaciones en la cantidad y la calidad exigidas por la tecnología, esta no podrá operar como fue diseñada. Funcionará ineficientemente.
Al inicio de la Revolución a nadie se le ocurría discutir sobre cómo se generaba la electricidad, sobre tecnología azucarera o sobre los fundamentos del funcionamiento de los motores a explosión interna. En cambio fue intensa la discusión sobre qué leyes económicas, de haberlas, regían en una economía socialista como la que se quería construir, y cuáles no. Producto de esa discusión se tomaron varias decisiones trascendentales que conformaron la creación del régimen económico socialista vigente en Cuba.(1) Entre ellas hay que señalar varias que por su trascendencia explican en buena medida la ineficiencia del sistema económico socialista cubano.
Al estatizar las empresas más importantes en el país, hubo que determinar una manera de organizar su administración, desde ahora por el Estado, su nuevo propietario formal. Ante la existencia generalizada de varias empresas para realizar una misma y determinada función, se las sustituyó por una sola empresa monopólica estatal, encargada de realizar esa función productiva, eliminando así el supuesto derroche de recursos que significaba el competir entre ellas para lograr una misma función social, pero perdiendo de esa manera nada menos que la alternativa de encontrar lo necesario para producir en otras empresas cuando el abastecedor habitual no estaba en condiciones de cumplir esa función. En consecuencia, si el monopolio estatal fallaba, todas las empresas dependientes en el país se quedaban sin abastecimiento en ese momento y el fallo de una repercutía inevitablemente en el fallo de todas las que de ella dependían. Se eliminó la posibilidad de suministros alternativos.
Muy difícil habría sido que en aquellos primeros años de la Revolución, entre 1960 y 1962, tuviéramos conocimiento de un teorema de la cibernética económica que llegamos a conocer mucho después, gracias al libro del economista Oskar Lange: “Introducción a la economía cibernética”, recién aparecido en 1969. Este libro explica cómo es posible construir máquinas infalibles con elementos falibles, sobre la base de elementos en circuitos en paralelo, de manera que si hay una cierta probabilidad de que falle un elemento, el que fallen dos es mucho menor y el que fallen tres es casi imposible. Más aún, era difícil que pensáramos en aquellos términos por entonces, si se considera que la cibernética fue oficialmente catalogada en la URSS como una “pseudociencia burguesa” en la época de Stalin y que, para nosotros, socialismo era lo que existía en aquel país.
Después de haber estatizado prácticamente toda la economía nacional al sistema de mercado por el cual cada empresa productora recibía por retroalimentación las informaciones sobre como los eventuales compradores de sus productos o servicios evaluaban su oferta --si lo que hacía era bueno, regular o malo, caro o barato, si en cantidades suficientes o no, y si ganaba o no en su actividad, y las empresas corregían su quehacer en virtud de esas informaciones-- se sustituyó ese procedimiento por la elaboración de un plan anual para cada empresa en el cual todo lo que se debía hacer y cómo debía hacerse estaba ya predicho --de quien abastecerse y en qué cantidades y a quienes entregar las producciones--. Si lo que acontecía en la realidad divergía de lo considerado en el plan de la empresa, está ya no disponía de libertad alguna para rectificar su comportamiento y ni siquiera de alternativa para ello, como ya se explicó, a menos de que fuera autorizada para intentar hacerlo por una instancia burocrática ministerial superior. Porque detrás de la discusión sobre la vigencia de la ley del valor en el socialismo, que ocurrió en Cuba en los años sesenta del pasado siglo, lo que en verdad se discutió fue si en el socialismo regía o no el sistema de mercado y si este era reemplazable por la planificación nacional, que fue la conclusión alcanzada e implementada, avalada por cerca de 40 años de experiencia económica soviética y extendida en su momento a las llamadas democracias populares de Europa.
A principio de los años sesenta del pasado siglo no se había siquiera concebido lo que se denominó posteriormente la Teoría del Caos, según la cual muy pequeñas diferencias en las magnitudes de los elementos de un sistema logran en su operatoria un resultado final inesperado y significativamente diferente a lo predicho. Por el contrario, se confiaba totalmente en el determinismo del algebra lineal mediante la cual Marx había ideado su esquema de la reproducción ampliada de la producción de una sociedad y que, al menos teóricamente, permitiría lograr un cálculo anticipado de la actividad económica nacional y sectorial, en la medida en que se tuviera el control por el Estado de todos los medios de producción, condición básica de una economía socialista. De ser así, ¿para qué entonces utilizar la solución espontánea y “post factum” del mercado, inherente al capitalismo?
Se prescindió totalmente del sistema de información objetivo de cómo socialmente se evaluaba el funcionamiento de una empresa, mediante las informaciones que le llegaban del mercado por retroalimentación, y en cambio se consideró que era perfectamente posible calcular con un año de anticipación producciones y necesidades sociales compatibles, mediante balances calculados por una burocracia que iba desde la Junta Central de Planificación hasta cada empresa individual, pasando por las de los ministerios, ahora propietarios y administradores de los medios de producción.
No obstante, la economía socialista cubana heredó su dependencia del mercado internacional en donde vendía lo que exportaba y compraba lo que importaba; un mercado que no podía controlar el equivalente a un 40% de su PIB. Por ser de tanta trascendencia esa dependencia, se promulgó al inicio de la Revolución el monopolio estatal sobre el comercio exterior, tanto de las exportaciones como de las importaciones, las cuales quedaron bajo la responsabilidad del Ministerio para el Comercio Exterior, que creó para ello empresas especializadas. Lo que se pensó que era una “puerta corta-fuegos” necesaria para proteger el buen uso social de las divisas convertibles del país, se transformó en un muro infranqueable para la comunicación de las eventuales empresas productoras cubanas de productos y servicios exportables con potenciales clientes en el exterior. Asimismo las importadoras también fueron virtuales monopolios, por lo que un error en su proceder implicaba que ese error se comunicara a todas las empresas internas dependientes de la fuente de abastecimiento necesaria para su producción, en un efecto tipo “dominó”. (2)
A lo largo de los años la explicación reiterada del por qué no se cumplían los planes de producción y entrega de las empresas fue y sigue siendo el no haber dispuesto de los recursos planificados que, según el plan, debieron haber sido recibidos en tiempo, forma y cantidad, entre ellos materias primas, las piezas de repuesto para la reparación y mantenimiento de los equipos y la maquinaria productiva, así como todo lo necesario para poder hacer las inversiones planificadas.
En estos casi sesenta años de economía socialista a la cubana, se han elaborado criticas del método empleado en Cuba para planificar la acción de la economía nacional, sin llegar a discutir verdaderamente su fundamentación teórica ni las características de la organización. Tampoco se ha discutido la manera de vincularse las entidades económicas estatales, para su administración, identificando la propiedad con la forma de administrarlas, —dos aspectos íntimamente vinculados, es cierto, pero que constituyen problemáticas diferentes, a pesar de contar con el tratamiento de la cuestión por el propio Marx, al analizar la existencia de las sociedades anónimas y de los “capitalistas de dinero”—.
Al constituirse las empresas por acciones, sus propietarios devienen únicamente en "capitalistas de dinero", toda vez que no actúan directamente en la administración de la empresa. Para ello, los capitalistas propietarios eligen una Junta Directiva que los representa a los efectos de contratar el personal dirigente y los trabajadores, y administrarla bajo el constante control de los resultados obtenidos, según lo expresan los balances periódicos de activo y pasivo, y de ingresos y costos de producción que miden la evolución del capital dinero invertido por los accionistas.
En el caso de Cuba, para administrar las 2300 empresas estatales existe jurídicamente una sola Junta de Accionistas nombrada por el pueblo cubano, su propietario en última instancia, conformada por los más de seiscientos miembros de la Asamblea Nacional del Poder Popular, la que a su vez delega su poder en un Consejo de Estado de algunas decenas de miembros que, a su vez, lo delega en Ministros, cada uno encargado de un sector de actividad. En esas condiciones es muy difícil, para no decir imposible, que cada uno de los diputados de la Asamblea tenga conocimientos adecuados para evaluar el informe de cada Ministro sobre cada una de las 2300 empresas estatales que administra y que por tanto haya un control efectivo de las empresas estatales por sus dueños, la población cubana, que tampoco lo tendrá sobre las nuevas asociaciones de empresas que se dicen administrativamente independientes de los Ministerios, a los cuales, así y todo, siguen todavía adscritas.
¡Qué lejos están aún los propietarios de las empresas estatales, los trabajadores que conforman al pueblo de Cuba, de un verdadero y estrecho control sobre sus empresas!
Plan y mercado se corresponden, por una parte a la visión a escala de la sociedad en su conjunto, y por la otra a la visión concreta a escala de la problemática de la empresa; la primera por parte de funcionarios que expresan la visión del propietario formal, el Estado; la otra por parte de quienes trabajan en la empresa y de la cual dependen, en virtud de lo cual podrían conformar una Junta Directiva a partes iguales, en tanto que máximo poder de decisión en cada empresa. Esa podría ser la adecuada solución del problema de la administración de las empresas estatales, para que toda empresa pueda tener capacidad y posibilidad de reacción cuando así lo exijan las condiciones reales, para lo cual además de independencia debería poder tener también alternativas de solución, ya sea en el mercado interno o en el externo. En síntesis, libertad de establecer sus propios canales de abastecimiento y de venta de sus productos y servicios y planificar sobre la base de lo que cada empresa considera lo que más le conviene hacer, y no imponiéndole desde arriba el objetivo a lograr y cómo lograrlo.
Al dejar Raúl su cargo de Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, marcó objetivamente el momento de un cambio de etapa en la Revolución Cubana, un inevitable y necesario ajuste de cuentas con el pasado que conlleva corregir la organización y el sistema de funcionamiento de la economía cubana sobre lo cual, al parecer, todos están de acuerdo en principio.
Las consignas son ser eficiente y ser rentable.(3) Ahí están los 311 Lineamientos, el Nuevo Modelo Económico y Social, ambos aprobados al máximo nivel, y el Proyecto de Nueva Constitución Nacional. Pero hay que llegar a acuerdos concretos sobre el qué hacer e implementarlos, y es ahí en donde el pasado quisiera mantenerse vigente, no únicamente por simples actitudes conservadoras sino porque tiene a su haber el mérito de habernos permitido llegar hasta el presente, a pesar de todo tipo de vientos y de mareas en contra.
El socialismo cubano tiene defectos, pero funcionó con ellos y es natural que, para algunos, a la hora del cambio acuda a sus mentes el viejo dicho de que “en la duda abstente” o el de que “más vale conocido que por conocer”. Pero hay que decir también que de ese argumento se valen quienes, por ser el producto de prácticas económicas anteriores en las cuales fueron formados, se interrogan sobre su rol futuro en un contexto operativo diferente, en el cual economía socialista no signifique básicamente autorizar y controlar usando el poder del Estado sino permitir hacer todo lo que no esté prohibido por dos tipos de actores económicos: los que conformen el sector económico estatal y los del sector económico privado —finalmente considerados también estos últimos como socialmente necesarios y por tanto legítimos participantes de la economía socialista cubana—.
¿Cómo se van a integrar los componentes de ambos sectores? Por una parte, dejando a la iniciativa privada, tanto nacional como a la del capital extranjero, la responsabilidad de atender necesidades sociales a las que el Estado ya no tendrá que dedicar recursos para así poder concentrarse en las que defina como de su responsabilidad —ante todo aquellas que expresan el humanismo ya vigente en Cuba y al cual los cubanos han dicho que no están dispuestos a renunciar—. Por otro lado “bombeando” una parte de los ingresos generados en sector privado hacia el estatal, mediante la tributación, a los efectos de que coadyuven al financiamiento de lo que es concretamente el humanismo cubano.
No creo en eso de enemigos internos o de una quinta columna enemiga infiltrada. Creo simplemente en la inevitable lucha de lo viejo contra lo nuevo y, en términos filosóficos, en lo que decía Hegel: que todo lo real es racional (sólo mientras sea necesario, como agregó Engels). Al menos parte de los inventos del pasado —y subrayo inventos— en cuya creación confieso que participé, pese a mi ignorancia, cumplieron su fin en su momento, para bien y para mal, y entiendo que ahora deben ser cambiados por ya ser innecesarios y negativos.
Charles Romeo
La Habana, enero del 2019
---------------------------------------------------------------
(1) Pareciera que se ha olvidado el pasado, ya remoto, de los años sesenta y setenta cuando se procedió a definir las características estructurales y operativas de la economía socialista cubana, no solamente con muy poca experiencia en la materia sino en un mundo que ha cambiado sustancialmente en los últimos sesenta años, un plazo de tiempo que sin duda se puede catalogar de histórico, y que la gran mayoría de los actuales dirigentes no conocieron, salvo como infantes y jóvenes que recién empezaban su vida. Para ellos la realidad económica y social siempre habría sido así. En una imagen, sucede lo que en un cuento le aconteció al niño que para no perderse en el bosque dejo un rastro de migas de pan que fueron comidas por los pájaros, por lo que no podía encontrar el camino de regreso. Se perdió el vínculo del presente con el pasado en que se originó.
(2) Sin embargo, hay que reconocer que una manera muy propia de considerar el denominado mercado internacional socialista por parte de los revolucionarios cubanos llevó a que se establecieran en la práctica términos de intercambio comerciales muy favorables para el azúcar cubano con las importaciones desde los entonces existentes países socialistas.
(3) Para poder medir la rentabilidad como indicador económico de eficiencia en la economía cubana, habrá que resolver la cuestión de la doble moneda que en el fondo es determinar un correcto tipo de cambio con el dólar y por su intermedio con las demás divisas, que se ha mantenido oficialmente desde 1959 de uno por uno. Tema complejo que forma parte del reordenamiento necesario.
Si el componente importado del PIB cubano es de un 40% y si hipotéticamente el valor de esas importaciones se distribuyera de manera homogénea en toda la producción nacional al actual tipo de cambio oficial para las importaciones estatales de 1 peso cup igual a 1 dólar, buscando saber cuál es una correcta equivalencia entre los valores de un peso y de un dólar, un alza en el tipo de cambio de 1 a 2 pesos por dólar, o sea del 100%, conllevaría un alza general de precios internos de un 40%, si fuera de 1 a 3, del 200%, seríadel 80% y si se considerara que la tasa de cambio del peso cuc de 25 por 1 dólar es “realista”, el impacto en el nivel general de precios internos seria del 25 X 0,40 = 10 veces, o sea del 1000%, lo que exigiría elevar también en 1000% los salarios para que los trabajadores no perdieran su capacidad de compra.
No hay que tenerle miedo a los números. Ahí no está el problema. En Chile el tipo de cambio es del orden de casi 700 pesos chilenos por 1 dólar y el salario mínimo es de algunos cientos de miles de pesos y así y todo el peso chileno es una de las monedas más fuertes de América Latina, no por el aspecto numérico si no que por la estabilidad del tipo de cambio peso/dólar. Y los chilenos si saben qué valor tiene un peso, no así el cubano que únicamente sabe que puede comprar con un peso dentro de Cuba. Fuera del país para comprar debe transformar sus pesos cup en peso cuc a la tasa de cambio de 25 cup por 1 cuc y con esa moneda adquirir en el mercado “libre” de la calle algo más que 1 dólar porque, milagro de la economía cubana, en este país 1 dólar se cambia por menos de 1 cuc, entre 92 y 95 centavos. ¡Francamente digno de un surrealismo económico!
Esa es la “bomba económica-social” que conlleva el denominado tema de la eliminación de la doble moneda en Cuba para que los precios y los registros monetarios contables logren algún día indicar verdaderamente los valores que representan y así poder saber con certeza si una actividad es o no es verdaderamente rentable, vale decir económicamente eficiente
No hay comentarios:
Publicar un comentario