Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

sábado, 20 de junio de 2020

Tulsa y los muchos pecados del racismo

Seguimos manchados por nuestro pecado original, pero es posible que estemos, por fin, en la senda de la redención



Un manifestante sostiene una imagen con el rostro de George Floyd, el afroamericano asesinado por un policía blanco en Nueva York.JUSTIN LANE / EFE

Cuando los encargados de la campaña electoral de Donald Trump programaron un mitin en Tulsa, Oklahoma, para el 19 de junio, enviaron lo que parecía una señal de aprobación a los supremacistas blancos. Porque el 19 de junio es Juneteenth, el día en el que los afroamericanos celebran el final de la esclavitud. Y Tulsa fue el lugar en el que se produjo la masacre racista de 1921, uno de los incidentes más mortíferos en la larga y violenta ofensiva para denegarles a los negros los frutos de la libertad que con tanto esfuerzo se habían ganado.

Ahora se afirma que los responsables de la campaña de Trump no entendieron la importancia de la fecha, pero yo no me lo creo ni por un momento. El presidente, a regañadientes, retrasó el mitin un día, pero fue sin duda porque tanto a él como a su círculo más cercano les sorprendió la fuerza de la reacción, al igual que les había sorprendido el apoyo ciudadano a las protestas del movimiento Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan).

Pero hablemos de Tulsa, y de cómo encaja en la historia del racismo en Estados Unidos. Joe Biden ha declarado que la esclavitud es el “pecado original” de Estados Unidos. Y, por supuesto, tiene razón. Sin embargo, es importante entender que el pecado no cesó cuando la esclavitud fue abolida. Si Estados Unidos hubiera tratado a los antiguos esclavos y sus descendientes como verdaderos ciudadanos, con plena protección jurídica, es probable que el legado de la esclavitud se hubiera borrado poco a poco.

Los esclavos liberados empezaron de cero, pero sin duda con el tiempo muchos de ellos habrían logrado ascender, adquiriendo propiedades, educando a sus hijos y convirtiéndose en miembros de pleno derecho de la sociedad. Lo cierto es que eso empezó a ocurrir durante los 12 años de la Reconstrucción, cuando los negros se beneficiaron brevemente de algo parecido a la igualdad de derechos.

Pero el corrupto pacto político que puso fin a la Reconstrucción dio el poder a los supremacistas blancos del sur, que sistemáticamente suprimían los beneficios que obtenían los negros. Los afroamericanos que conseguían adquirir alguna propiedad veían con demasiada frecuencia cómo les era expropiada, bien mediante subterfugios legales o a punta de pistola. Y la naciente clase media negra fue de hecho sometida a un reinado del terror. Y aquí es donde encaja Tulsa. En 1921, la ciudad de Oklahoma era el centro de un boom petrolero, un lugar al que los ciudadanos emigraban en busca de oportunidades. Contaba con una considerable clase media negra, asentada principalmente en el barrio de Greenwood, conocido en general como el “Wall Street negro”.

Y ese fue el barrio destruido por las multitudes blancas que saquearon las tiendas y las casas de los negros, matando probablemente a centenares de ellos. Naturalmente, la policía no hizo nada por proteger a los esclavos negros; por el contrario, se unió a los saqueadores. Como es comprensible, la violencia contra los afroamericanos que lograban alcanzar cierto éxito económico desincentivó la iniciativa individual. Por ejemplo, la economista Lisa Cook ha demostrado que el número de negros que obtenían patentes, que se disparó en las décadas posteriores a la Guerra Civil, se desplomó ante la creciente violencia blanca.

La represión violenta ayudó a impulsar la Gran Migración, el movimiento de millones de negros desde el sur hacia las ciudades del norte, que empezó cinco años antes de la masacre de Tulsa y continuó hasta aproximadamente 1970. Incluso en las ciudades del norte, a los negros se les negaban a menudo las oportunidades de movilidad ascendente. Pero la discriminación y la represión eran menos severas que en el sur. Y era de esperar que la terrible historia de represión contra los negros llegara a su fin cuando la Ley de los Derechos Civiles, aprobada un siglo después de la emancipación, puso punto final a la discriminación abierta.

Por desgracia, las ciudades del norte se convirtieron para muchos afroestadounidenses en una trampa socioeconómica. Las oportunidades que atraían a los emigrantes fueron desapareciendo a medida que los trabajos industriales se trasladaban, primero, a las afueras de las ciudades y, después, al extranjero. Chicago, por ejemplo, perdió el 60% de sus puestos de trabajo en las fábricas entre 1967 y 1987.

Y cuando la pérdida de oportunidades económicas condujo, como hace habitualmente, a la disfunción social —familias rotas y desesperación— hubo demasiados blancos dispuestos a culpar a las víctimas. El problema, afirmaban muchos, radicaba en la cultura negra, o como insinuaban algunos, en la inferioridad racial.

Ese racismo implícito no era solo de boquilla; alimentó la oposición a los programas públicos que pudieran ayudar a los afroamericanos, como el Obamacare. Si se preguntan por qué la red de seguridad social en Estados Unidos es mucho más débil que la de otros países avanzados, se reduce esencialmente a una sola palabra: racismo.

Es curioso, por cierto, que no se oyera a tanta gente culpando de manera comparable a las víctimas unas décadas más tarde, cuando los blancos residentes en el interior de los Estados del este experimentaron una pérdida de oportunidades y un aumento de la disfunción social, puesto de relieve por el aumento de los fallecimientos por suicidio, alcohol y opiáceos.

Por tanto, como ya he dicho, si bien la esclavitud fue el pecado original de Estados Unidos, su funesto legado fue perpetuado por otros pecados, algunos de los cuales perduran en la actualidad.

La buena noticia es que, a lo mejor, Estados Unidos está cambiando. El intento de Trump de recurrir al viejo guion racista ha provocado su hundimiento en los sondeos. Parece que su numerito de Tulsa está produciendo un efecto indeseado. Seguimos manchados por nuestro pecado original, pero es posible que estemos, por fin, en la senda de la redención.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times, 2020

Traducción de News Clips

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