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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

jueves, 29 de noviembre de 2018

Y contra la concentración de la riqueza también

Por Michel E. Torres Corona


Texto relacionado: Contra la concentración de la propiedad

El siglo XXI solo ha visto una agudización de la concentración de la riqueza en el mundo. El informe Una economía al servicio del 1% de la ONG Oxfam nos señalaba que desde 2010, la riqueza de la mitad más pobre de la población se había reducido en un billón de dólares (una caída del 38%), mientras que la riqueza de las 62 personas más acaudaladas del planeta aumentó en más de 500.000 millones de dólares, hasta alcanzar la cifra de 1,76 billones de dólares.
Poco importaba que la población mundial hubiera crecido en cerca de 400 millones de personas durante el mismo período. Los pobres eran más pobres, los ricos eran más ricos.

Winnie Byanyima, directora ejecutiva de Oxfam Internacional, afirmó en ese entonces: “Simplemente no podemos aceptar que la mitad más pobre de la población mundial posea la misma riqueza que un puñado de personas ricas que cabrían sin problemas en un autobús”.

Para 2017, Oxfam dio una valoración mucho más funesta. Solo un año después de publicado el informe al que aludíamos anteriormente, publica Una economía para el 99%, donde se denuncia que tan sólo ocho personas (ocho hombres en realidad) poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, 3.600 millones de personas.

Aunque se limita generalmente a llamar a un mínimo de preocupación por los gobiernos en materia tributaria, Oxfam va más lejos en este informe. Declara que grandes empresas y los más ricos logran eludir y evadir el pago de impuestos, pero que a su vez esta casta plutocrática potencia la devaluación salarial y utiliza su poder para influir en políticas públicas, alimentando así la grave crisis de desigualdad.

A este paso, el mundo vería a su primer “billonario” en tan sólo 25 años. Esta persona necesitaría derrochar un millón de dólares al día durante 2.738 años para gastar toda su fortuna.

El informe se atreve a planteamientos mucho más radicales y demanda incluso un cambio fundamental en el modelo económico de manera que beneficie a todas las personas y no sólo a una élite selecta. Pero claro, no se etiqueta ese cambio: Oxfam y cualquier otra organización sabe que declararle la guerra abierta al capitalismo puede ser peligroso. Y en eso falla. En no ir a la causa original de todos estos problemas y solo tratar de lidiar con las consecuencias.

Incluso para un adalid del liberalismo económico como Adam Smith, teórico brillante al que le debemos la tan llevada y traída argucia tras “la mano invisible del mercado”, la misma noción del gobierno y el Estado estaba asociada a un problema de propiedad y de clases. Claro, Adam Smith no habló de clases ni de ese tipo de antagonismos, pero sí se refirió a ricos y pobres.

En sus Lecciones sobre jurisprudencia, Smith nos dice: “Hasta cuando exista la propiedad no puede existir un gobierno, porque su fin último es proteger la riqueza y defender al rico del pobre”. Incluso con sus limitantes, Smith logró atisbar el peligro de la desigualdad y la concentración de la riqueza (y de la propiedad, valga agregar): “Donde quiera que haya una gran propiedad, hay una gran inequidad. Por cada hombre rico deben existir al menos cinco pobres, y la abundancia de unos pocos supone la indigencia de muchos.”

Economistas capitalistas también coinciden con estos criterios. No es únicamente una preocupación de los “comunistas trasnochados” que aún vagamos por el mundo. Especialistas como Joseph Stiglitz y Thomas Piketty denuncian la desigualdad considerable en materia de educación y la existencia de una fiscalidad cada vez menos progresiva. Muchas veces, sus análisis se circunscriben al fuerte impacto que las políticas públicas tienen en las inequidades sociales, aunque está clara la raigambre económica de estos males.

Nuestro modelo, nuestro sistema y nuestro Estado socialista no pueden estar a espaldas de las problemáticas sociales en materia de desigualdad que la concentración de la riqueza provoca.

Una sociedad que se intenta erigir como alternativa al capitalismo revuelto y brutal debe limitar la concentración de riquezas, porque “(…) en ese proceso de concentración alguien (muchos) pierde y el socialismo debe ser una sociedad sin perdedores y para ello resulta esencial el papel del Estado y sus políticas como redistribuidores de la riqueza creada por todos los actores económicos, incluyendo los de propiedad privada (…)”[1].

Desde la aprobación de los Lineamientos, pasando por la discusión y aprobación de la Conceptualización y las bases del Plan Económica hasta 2030, y desembocando en el actual proceso constituyente, el tema de la concentración de la riqueza y la preservación de la equidad y la justicia social han sido ejes fundamentales de la polémica.

Al respecto, el intelectual Enrique Ubieta nos dice: “Una sociedad no crece en proporción a la cantidad de ricos que posee, sino a la cantidad de riqueza producida por todos (y a su distribución justa, sin paternalismos)”. Y es que la riqueza es resultado del trabajo, y a los trabajadores y a la sociedad en su conjunto debe ir el goce de esa riqueza. Si se produce socialmente, se disfruta socialmente.

No se trata de prohibir a Fulano el pelotero o a Mengano el agricultor que “acumulen” riquezas. Si el dinero que perciben es fruto de su trabajo, y no procede de la explotación de mano de obra ajena, no hay más barrera que el simple tributo. Pero no podemos vindicar ni muchos legalizar el hecho de que una élite disfrute de lujos pagados con el sudor de la masa trabajadora.

Las políticas públicas deben apuntar a frenar la concentración de riqueza, no solo incrementando los impuestos (en escala progresiva) tanto a las grandes fortunas como a las rentas más altas, sino favoreciendo a las empresas que operan en beneficio de sus trabajadores y de la sociedad en su conjunto. El ejemplo de las cooperativas en Cuba, donde sus “dirigentes” no pueden cobrar más de tres veces el salario o utilidades de un socio cualquiera, puede ser una solución válida para otros tipos de propiedades y negocios.

El Estado socialista es el instrumento de poder en manos de la clase trabajadora. No es un árbitro que dulcemente llama a la cooperación; es un arma para expropiar a los expropiadores, borrar inequidades, afianzar objetivamente los ideales de justicia social que han acompañado a toda la historia revolucionaria en Cuba.

Son ilustrativas las palabras del psicólogo Manuel Calviño, cuando expresó: “(…) no habrá justicia social sin soberanía, pero no habrá soberanía sin justicia social. Sin justicia social reaparecerán (reaparecen ya) los anexionistas, reaparecerán los sumisos, conscientes o no, reaparecerán los mercenarios del vivir bien (…)”.

Como dijo Martí, “el arca de nuestra alianza” es la de los trabajadores, y no podemos supeditar nuestro modelo a la noción de la limosna de unos dadivosos millonarios, encumbrados miembros de la emergente y perniciosa burguesía nacional. Esa caridad no es más que propina del remordimiento (como dijera el escrito y humorista conocido como Sofocleto).

Para los que puedan acusarnos de alarmistas, solo les indico la situación actual de El Salvador y Haití. Países pobres, subdesarrollados, y en cambio habitan en ellos un selecto grupo de millonarios que concentran toda la riqueza nacional en sus manos.

No hay mejor conclusión para este artículo que la enunciada por el intelectual Luis Toledo Sande:

“No pensemos que la justicia es fácil de construir. Fácil de construir es la injusticia. Si queríamos millonarios, si queríamos injusticia, no había que hacer ninguna revolución en Cuba. Bastaba dejarla suelta del 58 para acá, y habría seguido el camino del capitalismo. Pero ese es el camino contra el cual nos pusimos, contra el cual se puso la mayoría del pueblo cubano, con Fidel a la cabeza. Si no cuidamos el rumbo escogido, podemos perder lo más grande que ha logrado el pueblo cubano: la Revolución, con su sentido de equidad, con su sentido de honradez, y si la honradez se ha resquebrajado por aquí o por allá, pongámonos todos en función de salvarla. Eso será salvar la Revolución.”


[1] https://lapupilainsomne.wordpress.com/2018/08/02/nueva-constitucion-cubana-por-una-sociedad-sin-perdedores-por-iroel-sanchez/

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