Foto: Tomada de ACN
No hay dudas de que los ingenieros civiles y arquitectos cubanos tienen hoy los conocimientos para diseñar y construir obras con toda la seguridad necesaria. Sin embargo, a menudo algunos contratistas y personas sin la calificación requerida incurren en errores que incrementan la vulnerabilidad de las edificaciones.
Este mismo problema puede surgir cuando a los constructores se les exige, además, cumplir plazos o introducir modificaciones incompatibles con la seguridad de la obra. Encima, es un hecho que se han perdido algunas buenas prácticas constructivas que el impacto de los efectos del cambio climático y el aumento en la frecuencia de fenómenos climatológicos extremos nos están obligando a rescatar de manera impostergable.
Si nos referimos al abasto de agua, vale traer a colación un ejemplo que nos llega desde el cono sur. En algunas ciudades de Argentina es obligatorio construir sistemas de captación de agua en los edificios, con lo cual no solo se enfrenta la sequía, sino que se dispone de volúmenes adicionales de ese recurso para las labores de limpieza y jardinería, o durante la fase de recuperación de los huracanes.
En Cuba existía una gran experiencia al respecto, pues durante la etapa colonial se levantaron fortalezas y casas con eficientes sistemas de captación de agua de lluvia. Definitivamente, esta es una tradición que debe rescatarse y generalizarse, pues en tiempos de inundación o sequía extrema se interrumpe el abastecimiento de agua potable por varios días, aunque no debe olvidarse que el agua de lluvia no se puede beber sin tratamiento previo.
Foto: Tomada de Granma
Las experiencias de estos años han demostrado que las edificaciones situadas en las zonas inundables, ya sea por el mar como por las aguas pluviales, deben estar diseñadas de manera que los sistemas de abastecimiento de agua potable, gas y electricidad no estén localizados en los niveles que se inundan; es decir, ni en sótanos ni en los primeros pisos. Los diseños de casas seguras no pueden colocar los sistemas vitales en los pisos potencialmente inundables y dejarlos solo para elementos de fácil evacuación.
En cuanto a la actividad sísmica, hace algunas décadas ya Santiago de Cuba introdujo la tecnología constructiva de edificios tipo Tashken (Gran Panel Soviético), muy resistentes a los temblores de tierra. Desgraciadamente, modificaciones introducidas por los habitantes redujeron su resistencia y los volvieron más vulnerables. De ellos sería provechoso replicar, por ejemplo, el diseño de los cuartos de baño, los cuales contaban con gran resistencia para que sirvieran de refugio en la propia casa.
Respecto al techado, hay cubiertas que decididamente no soportan los vientos fuertes sostenidos y en rachas, como ha demostrado la experiencia de estos años. En respuesta a este problema se han establecido sistemas que aumentan su resistencia, pero en la práctica muy pocas veces se aplican, sobre todo cuando se trata de restablecer la habitabilidad de las casas en breve tiempo.
En muchos lugares del país existía la práctica de construir las casas sobre pilotes cuando se levantaban en el entorno del cauce de un río, o cercanas a la costa, para así evitar que fueran afectadas por las inundaciones. En contraste, las construcciones realizadas en las últimas décadas se apartaron de esta experiencia y fueron colocadas directamente sobre el terreno, donde han sido inundadas y hasta destruidas durante las crecidas de ríos y las penetraciones del mar. Resultaría muy sensato retomar este sistema, como han hecho otros países, donde las casas ubicadas en zonas con peligro de inundación, oleaje extremo y penetraciones del mar están adecuadas para reducir su vulnerabilidad ante tales eventos. Sería necesario generalizar en Cuba el uso de estos modelos.
En las zonas costeras donde se han construido malecones, como La Habana, se ha planificado establecer una serie de modificaciones y obras secundarias para reducir la fuerza del mar que penetra durante los eventos de oleaje extremo. Poner en práctica esa experiencia y adaptarla a todas las localidades con situaciones semejantes resultaría muy ventajoso.
Muchas carreteras construidas dentro de la zona de peligro por inundación y oleaje, tanto en las costas como en el valle de los ríos, han sido reiteradamente afectadas por efecto de la erosión y el oleaje, que es capaz de arrancar grandes trozos del cimiento hormigonado. Esto nos demuestra que es necesario proteger los tramos que están amenazados, construyendo contenes y otras obras que impidan que las olas destruyan la carretera.
Las poblaciones y caseríos situados en las costas rocosas están sometidos al peligro del oleaje fuerte (extremo) que arrastra consigo bloques de rocas y pedazos de estructuras de hasta más de 15 toneladas, con una enorme fuerza destructiva. Para reducir esta amenaza se deberían construir rompeolas que reduzcan la energía del oleaje, sembrar uvas caletas y alejar las casas de la zona de peligro. Hay personas que colocaron muros frente al mar para evitar el oleaje, y a la primera marejada intensa estos fueron convertidos en fragmentos que golpearon el interior de la propiedad. Un simple muro no es un rompeolas.
Los campesinos tenían la costumbre de construir cerca de sus bohíos un “vara en tierra”, resistente a los vientos huracanados, que les servía de refugio para las personas y algunos animales domésticos. Tal costumbre se debería recuperar en los campos cubanos.
Foto: Tomada de OnCuba
En las zonas urbanas sería recomendable evitar la construcción de edificios con extensos ventanales, que requieren ser recubiertos con tableros de protección ante el peligro del viento, y que un terremoto puede fracturar y convertirlos en una cascada de enorme navajas al precipitarse desde lo alto. No todos los cristales “resistentes al impacto”, pueden resistir el golpear reiterado de objetos a gran velocidad.
Hay lugares donde las casas tienden a agrietarse, con fracturas en el piso, paredes y techo, como ocurre en Fontanar, en el entorno de la ciudad de Camagüey, en Río Cauto y Vado del Yeso, y en la carretera Tunas-Bayamo. En estos casos los cimientos fueron colocados sobre suelos arcillosos y areno-arcillosos, que se expanden ante la humedad y se encojen en época de sequía. La solución de este problema está en diseñar un cimiento adecuado que aísle la casa de los desplazamientos verticales del substrato.
Durante los terremotos, al paso de las ondas sísmicas, los suelos areno-arcillosos húmedos tienden a perder coherencia y fluir en estado plástico-líquido, provocando severos daños en los edificios, caminos y puentes. Este proceso se llama licuefacción o licuación. Existe la tecnología para evitar que esto suceda, de manera que es primordial conocer en qué tipo de substrato se edifican las obras antes de diseñarlas. Por lo general, aquellos edificios construidos con características sismo-resistentes, sobre roca sólida, soportan mejor los eventos sísmicos.
Sumamente importante es el papel del Instituto de Planificación Física a la hora de autorizar y controlar el proceso constructivo. Lo mejor es estar bien informado antes de tomar decisiones constructivas, ya sea para ejecutar obras nuevas como para la reconstrucción de las que han sido afectadas. Se necesita disponer de un banco de soluciones a ponerse en práctica cada vez que se planifique una obra de cualquier tipo. Estos modelos de construcciones seguras deben ser accesibles para todo ciudadano que necesite consultarlo, no solo por Internet, sino también en centros de documentación y bibliotecas. Además, hay que comunicar reiteradamente a la población cuál es la localización de dichos documentos.
Diseño: Dariagna Steyners (Dary Steyners)
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