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Oct 26 · 38 min read
Por José Ernesto Nováez Guerrero
Las tesis del revisionismo pueden parecer, más de 120 años después de publicado el libro de Eduard Bernstein, como antiguallas sin valor para la reflexión marxista actual. Sin embargo, una mirada más cercana permite reconocer la presencia de muchas de estas ideas en algunos de los desarrollos marxistas y seudomarxistas de los siglos XX y XXI.
Bernstein fue la primera figura teórica importante del movimiento socialdemócrata de la II Internacional en someter a una crítica sistemática muchas de las premisas de la obra de Marx. Sus ideas eran la expresión de un espíritu que ya estaba en el movimiento socialdemócrata de la época y por esta razón tuvieron un fuerte impacto en el desarrollo de dicho movimiento. No por gusto las mentes más lúcidas de la II Internacional arremetieron de inmediato contra las tesis revisionistas.
Si leemos con cuidado algunas de las variantes del desarrollo del marxismo contemporáneo veremos emerger, con asombro, las proposiciones de Bernstein y algunas de las dudas razonables que este pionero de usar a Marx contra Marx sembrara en su momento.
Como muchas de estas ideas han sido separadas de su origen y aparecen como verdades comúnmente aceptadas, su influencia ha resultado mucho mayor.
El objetivo de este trabajo es exponer, con la mayor claridad y síntesis posibles, las principales ideas de Eduard Bernstein y las críticas que en su momento le hicieran Karl Kautsky, Rosa Luxemburgo y Vladimir Ilich Lenin.
Los planteamientos revisionistas
Como se ha expuesto hasta ahora, el revisionismo como actitud teórica no surge de la nada, sino que se nutre de los procesos que se habían dado en la II Internacional y particularmente en el SPD alemán como principal partido del movimiento. La política social de Bismarck y la presencia creciente de la socialdemocracia en el Parlamento, no solo en Alemania, llevaron a amplios sectores socialistas de la época a considerar factible una política de reformas.
Ya desde principios de la década del noventa del siglo XIX algunas secciones del SPD del sur de Alemania comenzaron a asumir, en forma abierta, actitudes reformistas. Primero, aceptaron votar en los Parlamentos locales a favor de los presupuestos regionales, algo que iba en contra de la actitud histórica del SPD de votar contra todos los presupuestos del Estado burgués. También en 1894 Vollmar, un alemán del sur, cuestionó en el Congreso de Erfurt la idea de la creciente proletarización del campo y propuso una política agraria conciliatoria para el partido.[1]
Eduard Bernstein, el padre teórico del revisionismo, había sido hasta ese momento, junto con Kautsky, uno de los grandes nombres del SPD y, por extensión, del marxismo europeo. Peter Nettl caracteriza a Bernstein de la siguiente manera:
Bernstein era una figura distinguida en el partido alemán: se le estimaba particularmente por su buen carácter y su temperamento simpático y poco afecto a los excesos. Durante algún tiempo había sido secretario de Engels y siempre había permanecido estrechamente vinculado a éste. Había compartido el exilio en Suiza con muchos dirigentes alemanes importantes, entre ellos Kautsky, del cual era amigo personal. A continuación, se había trasladado de Suiza a Londres, donde permaneció (…). Durante su estancia en Inglaterra desarrolló una considerable simpatía por las actitudes inglesas. De hecho, Bernstein no regresó a Alemania hasta 1901. Sus opiniones, por consiguiente, eran consideradas fundamentalmente como el producto de una mente bien conocida y respetada. Sus pares aceptaban sin reservas el derecho de Bernstein a hablar sobre todos aquellos asuntos con autoridad.[2]
Sus años de residencia en Inglaterra acercaron a Bernstein al reformismo de los sindicatos ingleses. Esto, sumado a la relativa estabilidad y auge del capitalismo europeo en la segunda mitad de la década del noventa del siglo XIX lo llevaron a iniciar, en 1897, la revisión de cuestiones claves de la teoría de Marx en una serie de artículos publicados en Die Neue Zeit (DNZ), revista dirigida por Kautsky y principal órgano teórico del marxismo europeo. Esta serie de artículos se tituló Problemas del socialismo y fueron la base de su libro de 1899 Los problemas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, el cual alcanzó de inmediato amplia difusión, logrando tiradas de varias decenas de miles de ejemplares, algo significativo para un libro de teoría supuestamente marxista.
En los artículos de 1897, Bernstein muestra algunas tendencias que luego ampliará en el libro. Es el caso de la polémica con otros autores como forma de desarrollar sus ideas por contraposición y el uso excesivo de datos y tablas económicas que, en apariencia, contribuyen a fundamentar sus tesis.[3]
Bernstein también hace énfasis en la necesidad de las reformas como vía de ir preparando en el seno de la sociedad capitalista las condiciones para una nueva sociedad.
Enfatiza en las transformaciones que se estaban dando en el seno de la socialdemocracia, donde las preocupaciones teóricas eran sustituidas cada vez más por preocupaciones de índole práctica.[4]
En estos artículos Bernstein cuestiona la que considera como una de las premisas claves de la socialdemocracia: la convicción de que la realización total del socialismo vendría como resultado de un gran derrumbe general del sistema capitalista.
Las transformaciones económicas verificadas en la sociedad capitalista alejan, a juicio de este autor, de forma casi irreversible el anunciado derrumbe. Bernstein añade con entusiasmo: «(…) estoy firmemente convencido de que nuestra generación vivirá muchos logros socialistas si no patentados, si en los hechos».[5] Y a continuación apunta la famosa sentencia que devendría en síntesis de todo su proyecto político y teórico:
Reconozco abiertamente que para mí tiene muy poco sentido e interés lo que comúnmente se entiende como «meta del socialismo». Sea lo que fuere, esta meta no significa nada para mí y en cambio el movimiento lo es todo. Y por tal entiendo tanto el movimiento general de la sociedad, es decir el progreso social, como la agitación política y económica y la organización que conduce a este progreso.[6]
A la socialdemocracia le corresponde entonces una tarea de educación del proletariado para que sea capaz de aprovechar los espacios democráticos existentes en la sociedad y usarlos de tal forma que, mediante las reformas, lleven a una democratización mayor del Estado.
A pesar de la negación evidente — en muchas de las tesis explícitas en estos trabajos — de premisas claves para la socialdemocracia de la época y para el marxismo, los planteamientos de Bernstein pasaron prácticamente sin repercusiones por las páginas de DNZ. Algunos jóvenes en las filas del partido protestaron y se generó un cierto debate, pero en general no hubo pronunciamientos de la élite del SPD.
La aparición del libro de Bernstein dos años después ya fue algo más difícil de ignorar, sobre todo porque Parvus y la entonces poco conocida socialdemócrata polaca Rosa Luxemburgo enfilaron con decisión los cañones contra lo que consideraban era un problema capital para el partido y obligaron a la dirigencia a posicionarse.
En su libro, Bernstein reafirma muchas de las tesis aparecidas en los artículos del 97 y agrega otras. En general, y a pesar de que Bernstein muchas veces invoca citas de Marx y sobre todo de Engels para reforzar sus posiciones, el libro va a significar un alejamiento decisivo de todas las posturas del marxismo revolucionario.
Bernstein divide su libro en cuatro capítulos y una sección final. El primer capítulo está dedicado a los principios fundamentales del socialismo marxista, el segundo al marxismo y la dialéctica hegeliana, el tercero al desarrollo económico en la sociedad moderna, el cuarto a las tareas y posibilidades de la socialdemocracia. La sección final es un balance titulado «Objetivo final y movimiento. Kant contra can´t».[7] Los dos primeros capítulos pretenden ser más filosóficos, mientras que tercero y cuarto van más al análisis de la realidad económica contemporánea. La última sección es un balance de la obra con la intención de darle al socialismo un sentido ético de inspiración kantiana.
Bernstein establece una relación entre la concepción materialista de la historia, que entiende en sentido determinista, y la necesidad histórica. Para él ser materialista «significa ante todo reducir cada acontecimiento a los movimientos necesarios de la materia».[8] Esta concepción del materialismo está sin dudas influida por el determinismo de corte kautskyano, a través de cuya interpretación del marxismo es como parece entender Bernstein la obra de Marx.[9]
Para Bernstein transferir esta concepción del materialismo a la historia implica sostener a priori la necesidad de todos los hechos históricos. Esto lo lleva a afirmar que el materialista es «un calvinista sin Dios».[10] Es claro no solo que Bernstein en su concepción del materialismo no va mucho más allá de Kautsky, sino que además para él este es el núcleo de la concepción materialista de la historia que Marx y Engels defendieron durante toda su vida.
Sin embargo, para emprender su programa de crítica y reformas, Bernstein se apoya en la afirmación de una supuesta flexibilización que verifican en el desarrollo de su teoría Marx y Engels,[11] sobre todo en lo referente a la relación de dicha teoría con las relaciones económicas e ideológicas. El resultado último de esta flexibilización sería el reconocimiento, principalmente por Engels, de que el desarrollo capitalista había seguido derroteros un tanto diferentes de los que habían anticipado. Entonces para Bernstein «(…) el desarrollo ulterior y el perfeccionamiento de la teoría marxista deben empezar por su crítica».[12]
Esta crítica comprende, desde luego, a la dialéctica hegeliana, que junto al materialismo es una de las bases filosóficas de la obra de Marx y Engels. Bernstein considera a la dialéctica como elemento que confunde la adecuada capacidad de comprensión de la realidad en el marxismo. «El `sí, no y no, sí´, en lugar de `sí, sí y no, no´, la confluencia recíproca de los opuestos, el trastrocamiento de la cantidad en calidad y todas las demás linduras dialécticas, fueron los obstáculos permanentes que le impidieron [a Marx] darse perfecta cuenta del alcance de las transformaciones que el conocimiento había encontrado.»[13]
El énfasis de la dialéctica hegeliana en la contradicción es, para Bernstein, el factor decisivo que lleva a Marx y Engels a elaborar una doctrina totalmente afín con el blanquismo. Para un pacifista como Bernstein, escribiendo en su tranquilo retiro inglés, el blanquismo era la encarnación del culto al poder creador de la violencia revolucionaria, de la expropiación revolucionaria.[14]
El marxismo implica entonces, para él, un compromiso entre dos tendencias dentro del movimiento socialista: una reformista y utópica que aspira a la toma del poder por vía pacífica y otra revolucionaria que incluye la vía violenta, privilegiando sobre todo esta última como vía para la transformación de la sociedad moderna.[15] Y sintetizando su actitud ante la dialéctica, añade:
Siempre que veamos a la doctrina que parte de la economía como base del desarrollo social rendirse ante la teoría que exalta el culto de la violencia, podemos estar seguros de que nos encontramos ante una tesis hegeliana. Podrá tratarse de una analogía únicamente, pero entonces será peor. El gran fraude de la dialéctica hegeliana consiste en que nunca se equivoca del todo. No se contradice precisamente porque para ella todas las cosas tienen en sí mismas su propia contradicción.[16]
Bernstein pasa entonces a cuestionarse la teoría marxiana del valor. Para él la teoría del valor trabajo es desorientadora. Esta teoría podría darnos un indicador de la justicia o injusticia en la distribución del trabajo, considera, pero no más allá. La prueba de su insuficiencia, según el autor, se puede encontrar en el hecho de que muchas veces los trabajadores de la llamada «aristocracia del trabajo» se hallan precisamente en los sectores de la producción donde la tasa de plusvalía es más alta, mientras que los trabajadores peor pagados se encuentra en las ramas donde esa tasa es más baja.[17] Y añade: «No se puede basar científicamente el socialismo o el comunismo en el solo hecho de que el trabajador asalariado no reciba todo el valor del producto de su trabajo».[18]
Derrumbar la teoría del valor de Marx, en tanto piedra de toque del marxismo, es indispensable para el desarrollo de una de las tesis centrales de Bernstein: cuestionar la premisa marxista de la concentración de la riqueza en un número cada vez menor de capitalistas. Apelando a una serie de estadísticas sobre las sociedades por acciones en la Inglaterra de su época, pretende demostrar que, por el contrario, el capitalismo se socializa, involucrando a un volumen creciente de individuos de las clases inferiores.
Para él, las estadísticas demuestran con claridad cómo ha ido mejorando el nivel adquisitivo de una parte creciente de la población en los más importantes Estados industriales de Europa: Inglaterra, Francia y Prusia. En esto ve síntomas de una normalización de la situación capitalista y de la estabilidad futura del sistema.
Aunque estas estadísticas no tienen un carácter probatorio para todas las conclusiones que Bernstein extrae de ellas, como se encargará de demostrar Kautsky en su réplica, lo que puedan contener de cierto es resultado, en parte, de las políticas sociales aplicadas primero en la Alemania de Bismarck y luego extendidas a otros países europeos, y del proceso de tercerización de los costos del desarrollo que empiezan a darse con el modelo neocolonial y el nuevo flujo colonial de finales del siglo XIX. Bernstein, en un alarde eufemístico, denomina a este proceso de ampliación aparente de la clase capitalista «articulación social de las clases»:
Si la quiebra de la sociedad moderna depende de la desaparición de los elementos que están entre el vértice y la base de la pirámide social, y si está condicionado a la absorción de estos elementos intermedios por parte de los extremos superior e inferior, entonces en Inglaterra, Alemania y Francia la quiebra no está tan cerca de la realización como lo estuvo en cualquier otro período anterior del siglo XIX.[19]
Para este autor, el crédito, las cooperativas de consumo y los cárteles actúan como elementos estabilizadores, que atenúan las contradicciones del sistema, en lo fundamental las de índole social, que eran las que más afectaban al joven sistema capitalista a finales del siglo XIX en Europa. Confunde, con entusiasmo, el periodo de auge económico que se vive en la región a partir de la segunda mitad de la década del noventa, con una etapa de esplendor ininterrumpido donde el capitalismo, en virtud de los mecanismos económicos que ha creado y de las estructuras de la democracia burguesa, ha alejado de sí el fantasma de la crisis general.
Para Bernstein la democracia es la negación del dominio de clase. Es lógico entonces que para él términos como el de dictadura de clase sean recaídas en el atavismo político de una época donde no existían los medios para conquistar las leyes que garantizaran los crecientes derechos de la clase trabajadora.
En su afán de eliminar todas las implicaciones revolucionarias del socialismo y convertir a los socialdemócratas en buenos e integrados burgueses, Bernstein llega incluso a afirmar que el socialismo es heredero legítimo del liberalismo. El socialismo sería algo así como un liberalismo organizador, que pone orden en las dinámicas internas del capital.[20]
Puesto que el socialismo ya no es el resultado inevitable de las contradicciones insolubles del sistema capitalista, cuya profundización lleva al colapso de dicho sistema, entonces el socialismo va a ser preferible solo por razones éticas. El sustento de la lucha y aspiraciones socialistas ya no será científico, sino moral. Por tanto, es preciso pasar la obra de Marx y Engels por el tamiz de la crítica kantiana, para definir «con un rigor convincente qué cosa, de la obra de nuestros grandes precursores, merece y está destinada a sobrevivir, y qué cosa en cambio puede y debe morir».[21]
Así, el libro de Bernstein constituye el desmontaje de las premisas teórico-filosóficas fundamentales de la obra de Marx y Engels y su sustitución por una teoría vacua y una práctica real oportunista, para la cual el objetivo final del socialismo no es nada.
1. Las principales réplicas a Bernstein
El libro de Bernstein generó un encendido debate en el seno del partido. Las posiciones intransigentes de varios líderes teóricos, en particular de Plejánov,[22] y la decidida hostilidad de jóvenes líderes como Rosa y Lenin, forzaron finalmente al SPD a tomar una actitud ante el revisionismo.
Entre la profusión de artículos y libros que se publicaron en los años de la polémica revisionista, tres destacan por encima de los demás: el de Kautsky por ser la respuesta del teórico más importante y conocido de la II Internacional; el de Rosa por ser el ataque mejor organizado metodológicamente — así lo reconoció incluso el propio Bernstein — y el que con mayor acierto desmonta las implicaciones oportunistas de las tesis del revisionismo; y el de Lenin que se da en la polémica con una expresión concreta del revisionismo — el economicismo ruso — , en debate con la cual el líder bolchevique extrae un grupo de conclusiones prácticas para la lucha revolucionaria y para extirpar los elementos oportunistas y vacilantes del seno del partido.
a) Kautsky
Kautsky desde la introducción de su libro Bernstein y el programa socialdemócrata. Una anticrítica (La doctrina socialista) — publicado por primera vez en 1899 — cuestiona la gama tan amplia de temas que toca Bernstein en su obra, muchos de los cuales quedan sin solución y carecen, en general, de un planteamiento serio. Kautsky divide su libro en tres partes. En la primera critica el método de Bernstein, en la segunda el programa que se desprende de sus tesis teóricas y en la tercera las tácticas propuestas por este. Todo el tiempo contrapone los planteamientos errados de Bernstein con las actitudes correctas de la socialdemocracia, en especial la alemana. Para él las tesis de Bernstein son algo ajeno al marxismo y al mundo de la II Internacional.[23]
Ante el cuestionamiento de Bernstein respecto al determinismo en la obra de Marx y Engels, la respuesta de Kautsky es reivindicar dicho determinismo. De esta forma afirma que:
Bernstein confunde dos cuestiones que deben estar rigurosamente separadas: por una parte, la de la concepción que Marx y Engels tenían del proceso histórico, y por otra, la de la exactitud de esta concepción. Afirma que Marx y Engels no han sido deterministas en historia más que al principio y que no lo fueron más tarde, y, por consiguiente, que la concepción determinista de la historia es falsa y sin valor científico. Aunque las premisas fueran justas, negaría yo absolutamente esta conclusión.[24]
Para Kautsky defender el determinismo en la teoría marxista era defender su particular interpretación del marxismo, que él había convertido en hegemónica en el seno de la II Internacional. Por eso ante los intentos de relativización de Bernstein se muestra más determinista aún. Afirma que «El gran mérito de Marx y de Engels consiste en haber hecho entrar, con más éxito que sus antecesores, los hechos históricos en el dominio de los hechos necesarios, elevando así la historia a la categoría de ciencia»,[25] y en la página siguiente añade: «Mientras Bernstein no presente mejores pruebas, declararemos que está en el error más completo cuando pretende que la concepción marxista de la historia no es determinista.»[26]
Respecto al supuesto dualismo que Bernstein atribuye al marxismo entre el elemento evolucionista pacífico y el elemento demagógico terrorista, Kautsky apunta el empeño de Bernstein de superar el segundo, que no es otra cosa que el intento de extirpar del marxismo el espíritu revolucionario y la dialéctica.
Niega, asimismo, el intento de reducir la noción marxista del valor a una mera construcción ideológica. Afirma el carácter concreto del valor dentro de la producción capitalista, independiente de Marx y que incluso se había estudiado y apuntado antes que este lo hiciera. Lo que es de naturaleza ideológica, añade, es la teoría del valor, el intento de explicar la relación que existe entre el proceso de producción del valor y otros hechos de la vida económica.[27]
Respecto a lo que Bernstein denomina como teoría del derrumbe, Kautsky apunta: «Marx y Engels no han formulado una teoría especial del derrumbe. La palabra es de Bernstein, así como la expresión de teoría de la miseria creciente pertenece a los adversarios del marxismo».[28]
Para Marx y Engels, según Kautsky, determinismo no implica fatalismo. En ninguna parte de sus obras ni en ningún documento del partido se afirma el derrumbe del sistema como única vía para el acceso del proletariado al poder. Se describen solo las contradicciones que el modo de producción capitalista genera y se funda la necesidad del socialismo sobre la madurez y el poder creciente del proletariado.
De ser cierto lo que sostiene Bernstein respecto al aumento del número de propietarios y de la pequeña industria, las contradicciones del sistema quedarían, sin dudas, muy atenuadas. De ahí que Kautsky se apoye en una amplia serie de estadísticas y gráficos que demuestran el carácter insuficiente y limitado de las que manejó Bernstein para su análisis. De manera meticulosa va punto por punto de los que plantea Bernstein demostrando que no se verifican los procesos de la forma y en la magnitud que este sostiene, pero se limita solo a esto, sin sacar todas las implicaciones ideológicas y prácticas de dichos planteamientos. A diferencia de Rosa, a Kautsky solo le interesaba mostrar que Bernstein estaba equivocado en sus conclusiones y su interpretación del marxismo.[29]
Kautsky está oponiendo de forma constante al relativismo y cuestionamiento de Bernstein un determinismo ligeramente matizado. Todos los pronósticos de Marx son inevitables, lo que pueden darse en un periodo más o menos prolongado de tiempo.
Ante la afirmación de Bernstein de que el partido socialista para llegar al poder debía convertirse en un partido popular, Kautsky hace una defensa del carácter de clase del partido, que no puede incluir elementos de todos los espectros sin perder su esencia proletaria. Con convicción afirma:
Si el proletariado se organiza en partido político autónomo, consciente de la lucha de clase que ha de sostener, su fin debe ser la supresión de la propiedad individual de los medios de producción capitalista y la supresión de la forma de producción individual capitalista; no debe considerarse que el socialismo ha de perfeccionarse, sino que debe vencer al liberalismo; no puede contentarse con ser un partido que se limite a las reformas democrático-socialista; debe ser el partido de la revolución social.[30]
Y a renglón seguido atenúa el aliento revolucionario de la afirmación anterior:
No se trata aquí, naturalmente, de revolución en el sentido que la policía da a esta palabra, es decir, de insurrección a mano armada (…). Un partido político sería insensato si se decidiera en principio por la insurrección, cuando estuvieran a su disposición otros medios más seguros y menos terribles. En este sentido, el partido socialista no ha sido jamás, en principio, revolucionario. Es revolucionario únicamente en el sentido de que es consciente, de que no podrá emplear el poder político, el día en que lo consiga, sino para destruir la forma de producción sobre la que descansa hoy el orden social.[31]
Para Kautsky, entonces, el carácter revolucionario del SPD viene dado de manera exclusiva por la claridad en sus objetivos de transformación social, pero nunca en el sentido de la insurrección armada.
Esta renuncia a la lucha armada, sumada a la convicción fatalista del carácter inevitable de la revolución social, convirtieron al SPD de una organización que debía preparar la revolución a una que debía esperar pacientemente a que la misma dinámica del capitalismo le pusiera la conducción de la sociedad en las manos. Un partido así, aunque rechazara en forma explícita las tesis teóricas de Bernstein, bien podía entenderse con las implicaciones prácticas de estas. Así, el marxismo ortodoxo de Kautsky, lejos de preparar al partido para la transformación del orden social, lo dejaba inerme ante posibles coyunturas revolucionarias y ante las propias desviaciones que podía incubar en su seno.
La respuesta del principal teórico del SPD a Eduard Bernstein está marcada por un rechazo formal de los planteamientos de este. Kautsky no llega al sentido último de las tesis revisionistas e, incluso, no se puede evitar tener la sensación mientras se lee de que Kautsky no estaba en pleno desacuerdo con todo lo postulado por Bernstein. Su atenuación del carácter revolucionario del partido así lo demuestra.
b) Rosa Luxemburgo
La crítica de Rosa, como hemos apuntado, es la más cabal de cuantas recibió el libro de Bernstein. No por agotar todos los problemas que aquel plantea, sino por ser la más incisiva y la que llega a la raíz del problema revisionista. Desde el prólogo de su libro ¿Reforma social o revolución? — publicado originalmente en 1899 — Rosa deja claro que para la socialdemocracia las reformas sociales son solo el medio, mientras que la revolución social es el fin. Es Bernstein quien contrapone estas dos nociones creando una contradicción falsa. De ahí que Rosa afirme tajante sobre él: «Toda su teoría se reduce, en la práctica, al consejo de abandonar la revolución social, el fin último de la socialdemocracia, y convertir las reformas sociales, de medio de la lucha de clases en fin de la misma».[32]
Para Rosa es impensable la renuncia al fin último, ya que este es el que diferencia al partido revolucionario de cualquier otro partido reformista burgués. Así, el debate entre revolución o reforma en el sentido bersteniano se convierte para el partido en un debate sobre ser o no ser.[33] Lo que se jugaba el partido en el debate con el revisionismo, y aquí Rosa fue preclara, era la existencia misma de la socialdemocracia como movimiento. Rosa considera que la base social del revisionismo dentro del partido está en los elementos pequeñoburgueses que se habían unido a él. El debate en torno a reforma o revolución, al movimiento o al fin, es en el fondo el debate en torno al carácter pequeñoburgués o proletario del movimiento. La teoría de Bernstein, según Rosa, no cuestiona la rapidez del desarrollo capitalista, sino la dinámica misma de este desarrollo, con lo que se cuestiona o niega la posibilidad de un fin último socialista.
Para Rosa la justificación científica del socialismo descansa sobre tres consecuencias del desarrollo capitalista: la anarquía creciente de la economía capitalista, la progresiva socialización del proceso de producción y la organización y la conciencia de clase crecientes del proletariado.[34]
Al negar que el desarrollo capitalista se encamine rumbo a una crisis general, Bernstein niega la primera de estas consecuencias. Su tesis de la progresiva ampliación de la clase capitalista y de la mejoría progresiva de la situación de la clase obrera gracias a las reformas ponen en cuestionamiento las contradicciones entre las dos clases antagónicas de la sociedad capitalista; con lo cual se pone en duda la segunda consecuencia. Solo queda en pie la conciencia de clase creciente del proletariado, pero ya esta conciencia aparece matizada y no necesariamente como algo contrapuesto al capitalismo. Rosa concluye: «En pocas palabras, lo que aquí tenemos es una justificación del programa socialista a través de la `razón pura´, es decir, una explicación idealista del socialismo, que elimina la necesidad objetiva del mismo como resultado del desarrollo material de la sociedad».[35]
Las propuestas prácticas del revisionismo, entonces, no hacen más que mitigar las contradicciones internas del capitalismo.
Rosa pasa entonces a la crítica de los que Bernstein considera como los medios principales de adaptación del capitalismo moderno: el crédito y los cárteles empresariales.
El crédito es una poderosa herramienta. Al ser la fusión de muchos capitales privados, el crédito permite a la clase capitalista disponer del dinero de otros, pero «lejos de ser un instrumento de eliminación o atenuación de las crisis, es un factor especialmente poderoso para la formación de las mismas».[36] Dejan a su suerte a la producción en el momento en que más apoyo necesita.
Y no puede ser de otra forma, ya que la función específica del crédito, como señala Rosa, es flexibilizar al máximo posible los mecanismos que regulan el funcionamiento de las fuerzas capitalistas, reduciéndose drásticamente las posibilidades de evitar o controlar las crisis. Es absurdo por tanto señalar al crédito como medio de adaptación del capitalismo.
Respecto a los cárteles empresariales, Rosa sostiene que solo serían un medio de regulación de la anarquía capitalista si se inclinasen hacia una forma socializada de la producción. Pero como su objetivo es apropiarse totalmente de una determinada rama de la producción en detrimento de la competencia e, incluso, de los precios comerciales, no pueden de ninguna forma actuar como mecanismos reguladores. Al final las propias contradicciones internas y el carácter limitado del mercado mundial acaban determinando la fractura de estos cárteles. Rosa señala: «En general, consideradas como manifestaciones del modo de producción capitalista, las alianzas empresariales deben ser vistas como una fase del desarrollo capitalista. No son, en esencia, más que un medio del modo de producción capitalista para contener la fatal caída de la tasa de beneficios en ciertas ramas».[37]
Entonces, como formas transitorias de la economía capitalista, como fases, los cárteles y los trust no solo son incapaces de regular la economía, sino que al final acaban actuando como catalizadores de las contradicciones y reforzando la anarquía misma del proceso de producción.
Para entender el problema de las crisis dentro del sistema capitalista es necesario entender la naturaleza de estas crisis. Las crisis de 1825, 1847, 1857 y 1873 fueron resultado de periodo previos de gran crecimiento de la economía capitalista lo que la llevó, cada vez, a desbordar los límites de las capacidades existentes en el mercado. La solución a estas crisis fue siempre, como apuntaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista publicado en 1848, la búsqueda de nuevos mercados y el desarrollo de los ya existentes. Por tanto, todas las crisis que vivió el sistema capitalista en el siglo XIX eran resultado de su crecimiento, no de su contracción.
Como resultado de ello, apunta Rosa, «nos encontramos en una fase en que las crisis ya no son el producto del ascenso del capitalismo, pero todavía tampoco son el producto de su decadencia».[38]
Habiendo rebatido los supuestos medios de regulación de la producción capitalista que proponía Bernstein, Rosa pasa a criticar los supuestos medios para la implantación gradual del socialismo: los sindicatos, las reformas sociales y la democratización paulatina del Estado.
Para Rosa la función más importante de los sindicatos es proporcionarle a los trabajadores una herramienta para realizar la ley capitalista del salario, que no es otra cosa que la venta de su fuerza de trabajo a precios de mercado. Permite al proletario aprovecharse de las coyunturas del mercado, pero no tienen ninguna capacidad para incidir sobre las coyunturas mismas: «Los sindicatos, por tanto, no pueden abolir la ley capitalista del salario. En las circunstancias más favorables pueden reducir la explotación capitalista hasta los límites `normales´ de un momento dado, pero no pueden eliminarla, ni siquiera gradualmente.»[39]
La batalla de los sindicatos se reduce, entonces, al aumento de los salarios y la disminución de la jornada laboral; o sea, a regular la explotación de los trabajadores acorde con las condiciones que establece el mercado en un momento dado. Por eso, para Rosa, el trabajo de los sindicatos es un trabajo de Sísifo, imagen esta que le trajo significativos disgustos con los líderes sindicales del SPD y de la II Internacional en general.[40]
Respecto a las reformas, su límite está determinado por el carácter del Estado. Rosa señala:
El Estado actual no es la «sociedad» que representa a la «clase obrera ascendente», sino el representante de la sociedad capitalista, es decir, es un Estado de clase. Por este motivo, las reformas sociales que el Estado acomete no son medidas de «control social» (…), sino medidas de control de la organización de clase del capital sobre el proceso de producción capitalista. Es decir, las «reformas sociales» encontrarán sus límites naturales en el interés del capital.[41]
En lo referente a la democratización creciente del Estado, Rosa apunta que lo que se considera como «control social» sobre las dinámicas del capital, no tiene en absoluto ninguna autoridad sobre el derecho de propiedad. Este «control social» entonces, lejos de limitar la propiedad, contribuye a protegerla. O dicho en otras palabras: «no es una amenaza a la explotación capitalista, sino simplemente una regulación de la misma».[42]
Toda la institucionalidad creada por el Estado capitalista, aunque pueda ser democrática en apariencia, en esencia está al servicio de la clase dominante. De ahí que el parlamento resulte inútil como herramienta para ejercer las reformas conducentes al socialismo. Y Rosa añade: «(…) en cuanto la democracia muestra una tendencia a negar su carácter de clase y a convertirse en un instrumento de los intereses reales de las masas populares, la burguesía y sus representantes en el aparato del Estado sacrifican las formas democráticas».[43]
El parlamentarismo no es, entonces, una forma socialista que va modificando poco a poco la sociedad capitalista, sino que es una forma específica del Estado burgués, que contribuye a madurar y agudizar sus contradicciones. Rosa concluye:
Las relaciones de producción capitalistas se aproximan cada vez más a las socialistas. Pero sus relaciones políticas y jurídicas, en cambio, levantan un muro infranqueable entre la sociedad capitalista y la socialista. Ni las reformas sociales ni la democracia debilitan dicho muro, sino que lo hacen más recio y más alto. Sólo el martillazo de la revolución, es decir, la conquista del poder político por el proletariado, podrá derribarlo.[44]
El socialismo es resultado de la lucha de la clase obrera por sus derechos y de la agudización de las contradicciones al interior del modo de producción capitalista. La única forma de superar estas contradicciones es mediante la revolución social. Al negar, como hace Bernstein, la agudización de las contradicciones y la necesidad de una revolución, se reduce de hecho el movimiento obrero a mero sindicalismo y reformismo. Lo que en última instancia acaba «llevando al abandono del punto de vista de clase».[45]
Al apelar a supuestos mecanismos regulatorios que sirven de base para detener e incluso revertir el proceso de agudización de las contradicciones del sistema, algo que es consustancial a la propia dinámica de desarrollo de este, la teoría de Bernstein acaba negando de hecho el propio desarrollo capitalista, con lo cual se sentencia a sí misma. Rosa apunta: «En conjunto, la teoría revisionista se puede caracterizar así: una teoría del estancamiento del movimiento socialista basada en una teoría del estancamiento capitalista propia de la economía vulgar».[46]
Para Rosa el que Bernstein considere despectivamente la teoría del valor marxista lo único que prueba es la incapacidad de este autor para comprenderla. La teoría del valor es la clave para entender toda la doctrina económica marxista. En resumen: «sin comprender la naturaleza de la mercancía y la de su intercambio, toda la economía capitalista y sus interrelaciones resultan un misterio».[47]
La clave para desentrañar el misterio de la economía capitalista, apunta Rosa, radica en estudiarla desde una perspectiva histórica, en comprender el carácter transitorio de este orden económico y el paso inevitable hacia un orden superior. Al no ser capaz de colocarse en otra perspectiva que no sea la del capitalista individual, que confunde los fenómenos con las esencias, y partir, por tanto, de una concepción vulgar de la economía, Bernstein resulta incapaz de comprender de manera efectiva la economía marxista.
La subversión que realiza Bernstein al interior de la teoría marxista lo obliga a sustentar sus presupuestos teóricos sobre una base idealista. Rosa lo caracteriza así: «Para Bernstein, la distribución justa que propone no será consecuencia de la necesidad económica, sino del libre albedrío del hombre; o más precisamente, dado que la voluntad misma no es más que un instrumento, será consecuencia de la comprensión de la justicia, en resumen, de la idea de justicia».[48]
Esta vuelta a un socialismo moral, como señala Rosa, es un retroceso en lo que a la teoría marxista respecta. Esa idea de justicia era la base del socialismo propugnado por el sastre Weitling, al cual Marx y Engels criticaron duramente en su momento, a pesar de la admiración y reconocimiento que Weitling como persona les merecía. El revisionismo es, entonces, el regreso a formas socialistas premarxistas.
La clave política del revisionismo de Bernstein está en la confianza en la progresiva ampliación de la democracia. Ante estas ilusiones, Rosa contesta que en primer lugar se basan en los logros alcanzados en un periodo relativamente corto de tiempo: los últimos 25–30 años del siglo XIX. En segundo lugar, solo dando una visión de conjunto al sistema capitalista, se gana una dimensión real de la significación de esta democracia dentro de las estructuras estatales existentes. Así, Rosa observa que existe una tendencia militarista ascendente en todas las sociedades burguesas de su época, con lo cual es lógico decir que la democracia se encuentra en un proceso descendente.
Para ella las instituciones democráticas, que habían jugado un papel importante en el ascenso y consolidación de los pequeños estados y la unificación de los grandes países modernos (Alemania, Italia), ya habían agotado su rol histórico, por lo que se encontraban en franco proceso de declive. La burguesía liberal, que una vez se había valido de esta herramienta para consolidarse, ahora lo percibía como una limitación a su ejercicio del poder.
Por tanto, el único sostén real de la democracia en su época, para Rosa, radicaba en la clase trabajadora. Por tanto, usando su afortunada frase, «la suerte del movimiento socialista no depende de la democracia burguesa, sino que es la suerte de la democracia la que depende del movimiento socialista».[49] El que desee una democracia fuerte debe luchar por un movimiento obrero fuerte. Y añade: «quien abandona la lucha por el socialismo abandona también el movimiento obrero y la democracia».[50]
La teoría de Bernstein deja a la lucha política práctica sin sustento y conduce a la desaparición del movimiento socialista por el abandono de su objetivo último, concluye Rosa.
Para Bernstein, como ya apuntábamos, la reforma era un método de progresión lento y la revolución una evolución rápida. Rosa niega esta afirmación. No son la reforma y la revolución dos métodos de progreso histórico que puedan elegirse con libertad en el mostrador de la historia, sino que son métodos distintos, condicionados en su uso por el desarrollo de la sociedad de clases y sus contradicciones. La revolución es la creadora del orden político y social donde las reformas actúan y estas solo pueden moverse en el medio creado por la última revolución. Las reformas carecen de potencial creador, su carácter es fundamentalmente regulatorio.
Por lo tanto, quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en contraposición a la conquista del poder político y a la revolución social no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua.[51]
No hay, para Rosa, forma de construir el socialismo que excluya la toma del poder político por parte del proletariado. Para este último la democracia funciona como una forma de ganar conciencia de sus intereses de clase y de sus tareas históricas: «En una palabra, no es que la democracia sea imprescindible porque haga innecesaria la conquista del poder político por el proletariado, sino porque convierte esa conquista del poder tanto en una necesidad como en una posibilidad».[52]
Al abandonar la tesis del hundimiento del capitalismo, Bernstein abandona la doctrina socialista y renuncia a la posibilidad de la lucha de clases. Toda su teoría es una serie de renuncias eslabonadas, que llevan al resultado final de aceptar lo existente como satisfactorio. Toda la teoría de Bernstein es la aceptación tácita del orden burgués y la búsqueda de claves que lleven a mejorarlo, nunca a superarlo.
Para Rosa todo el libro de Bernstein servía para dotar de una base teórica al oportunismo que había ido ganando espacio en el SPD. Sin embargo, al igual que Kautsky, Rosa veía el problema como algo limitado que, de atajarse a tiempo, no traería mayores contratiempos. El marxismo era para ella la clave teórica capaz de explicar las bases sociales de este movimiento y comprender el papel que jugaba en el desarrollo ascendente del proletariado.
La cercanía a toda la dinámica de la II Internacional y al SPD en particular impidió a Rosa, que era uno de los espíritus más lúcidos del movimiento socialista de la época, comprender la magnitud del oportunismo que crecía incontrolado en las entrañas del movimiento socialdemócrata de la época.
c) Lenin
La crítica de Lenin al revisionismo va a revestir el carácter de crítica a una manifestación política concreta de esta vertiente: el economicismo,[53] que en los años finales del siglo XIX y principios del siglo XX había ganado mucha fuerza en el movimiento socialista, particularmente en el ruso. El ataque de Lenin en esta etapa se estructurará en torno al ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento, publicado originalmente en 1902.
Siguiendo a Bernstein, los revisionistas rusos declaraban por todos los medios la teoría de la atenuación de las contradicciones sociales, proclamando que es absurda la idea de la revolución social y de la dictadura del proletariado, reduciendo el movimiento obrero y la lucha de clases a un tradeunionismo estrecho y a la lucha «realista» por pequeñas y graduales reformas.[54]
El viraje oportunista en la teoría se reflejaba en el viraje práctico de una parte de la socialdemocracia hacia el economicismo. Estos demandaban que los obreros se ocuparan de la lucha económica y los marxistas se unieran a los liberales en una lucha política común.
Ante esta manifestación abierta de oportunismo, Lenin postula con claridad cuáles debían ser los deberes de los enemigos del oportunismo.[55] En primer lugar, debían ocuparse de que se reanudara el trabajo teórico, esto resultaba vital para el crecimiento del movimiento. En segundo lugar, era preciso emprender una lucha activa contra la «crítica» legal, o sea contra los marxistas «legales» que gozaban de cierto reconocimiento por parte del Estado. Esta «crítica» legal era para Lenin un elemento corruptor del movimiento obrero y revolucionario. Por último, había que combatir vigorosamente toda dispersión del movimiento práctico, defendiendo en especial el programa y la táctica del partido socialdemócrata ruso.
Y para dejar clara su concepción en lo referente a la importancia de la teoría para un movimiento revolucionario vigoroso, afirma: «Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario».[56]
La batalla de Lenin contra el oportunismo va ser, también, la batalla contra la concepción espontaneísta que este defendía, con especial fuerza en el caso ruso. Según esta concepción se debía respetar el carácter espontáneo que adquirían las reivindicaciones y las luchas del movimiento obrero, sin querer imponerle un rumbo desde el exterior. A esta afirmación Lenin responde: «La historia de todos los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc».[57]
Para trascender esta conciencia y remontarse a una lucha en verdad transformadora y emancipatoria, el movimiento obrero necesita una perspectiva mucho más amplia, de carácter científico. Y esta perspectiva es precisamente la que le aporta al movimiento obrero el socialismo científico.
Para Lenin la antinomia planteada era clara: o ideología burguesa o ideología socialista. La humanidad no había creado una tercera forma ideológica. Enfrentar estas manifestaciones parciales u oportunistas de la conciencia obrera o de la conciencia socialdemócrata era enfrentar las formas de la ideología burguesa.
Lenin no estaba interesado solo en atacar las implicaciones de la teoría de Bernstein, sino que le preocupa también extraer premisas prácticas para la articulación de un movimiento revolucionario efectivo. Para elevarse efectivamente por encima de la conciencia tradeunionista el movimiento obrero necesitaba del concurso de «revolucionarios profesionales». Estos se destacan del seno del mismo movimiento por sus cualidades. Una organización política revolucionaria se diferencia de una organización de la clase obrera. La organización política revolucionaria precisa estar formada por revolucionarios profesionales, sin diferencias por extracción social y con el mayor grado de clandestinidad posible.[58]
La clara diferencia que establece Lenin entre socialdemocracia y tradeunionismo le permite combatir las consecuencias prácticas del revisionismo en su variante economicista, que tendían a llevar a la socialdemocracia rusa cada vez más por la senda de las reformas.
La realidad política rusa posterior a la revolución de 1905 y las propias contradicciones internas de la fracción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, obligarán a Lenin a volver con posterioridad sobre el problema del revisionismo. Lo hará de manera particular con Materialismo y empiriocriticismo, obra publicada en 1908. En ella Lenin se enfrenta a una serie de teóricos dentro de su fracción que pretendían revisar la teoría marxista, en especial su sustento filosófico, a la luz de la «nueva física» postulada por los físicos alemanes Mach y Avenarius, de ahí que esta corriente se conozca también como machismo o empiriocriticismo. Esta corriente, como se encargará de demostrar Lenin, implicaba una unión ecléctica de Kant con Hume y de Hume a Berkeley. El resultado final era el agnosticismo, la negación del materialismo y la dialéctica y una actitud elitista, divorciada por completo de las masas.[59]
2. Algunas consideraciones finales sobre el revisionismo
Luego de la revolución de 1905 en Rusia, las preocupaciones de muchos de los líderes teóricos y prácticos de la II Internacional derivaron hacia otros temas de la actualidad política. Aun cuando el revisionismo había sido negado en sucesivos congresos y sus principales figuras relegadas a un plano secundario, sus ideas permanecieron alentando la práctica oportunista que poco a poco se fue apoderando de los principales partidos de la Internacional.
El debate sobre el revisionismo fue el más importante de todos los que sacudieron a la II Internacional. El problema con las tesis de Bernstein es que reflejaban un espíritu que había ido ganando fuerza en el movimiento socialista. El reformismo y los pactos que implicaba ya eran una actitud común para los sindicatos asociados a los partidos socialdemócratas y para muchos de los líderes de estos partidos. La teoría marxista en el seno de la II Internacional era patrimonio de unos pocos teóricos. La mayor parte de los líderes eran hombres prácticos que de inmediato se identificaron con Bernstein, ya que este decía lo que ellos hacían.
Nettl proporciona un ejemplo del pragmatismo que acompañó este proceso:
Hombres como Auer, el secretario del partido, deploraban la ventilación en público de lo que en buena medida eran cuestiones de conciencia individual. Le escribió a Bernstein: «Mi querido Ede: Uno no toma formalmente la decisión de hacer las cosas que usted sugiere, uno no dice esas cosas, uno sencillamente las hace». Y Bernstein, que era esencialmente una persona práctica, supo entender; incluso consideró que podía votar en favor de futuras resoluciones que condenaban específicamente el revisionismo. Todo lo que hacía falta era añadir «un grano de sal a su voto».[60]
A pesar de la formidable embestida de Rosa y aunque el revisionismo fue condenado en sucesivos congresos, los revisionistas no fueron expulsados del partido. Permanecieron dentro de él, como un cáncer.
El problema con el revisionismo, como apunta Hanz Heinz Holz, es que «(…) mina la praxis revolucionaria al cambiar la teoría revolucionaria; la praxis reformista degenera, en el mejor de los casos, en acciones puntuales, de manera oportunista, convirtiéndose en todo caso en estrategia auxiliar de la política del capitalismo. (…) Es que los revisionistas no llegaron al partido desde fuera sino que, al principio, eran buenos comunistas, y hasta líderes desde el punto de vista teórico, Bernstein y Kautsky son ejemplos de ello.»[61]
Lenin apunta:
El complemento natural de las tendencias económicas y políticas del revisionismo era su actitud ante la meta final del movimiento socialista. «El objetivo final no es nada; el movimiento lo es todo»: esta frase proverbial de Bernstein expresa la esencia del revisionismo mejor que muchas largas disertaciones. Determinar el comportamiento de un caso para otro, adaptarse a los acontecimientos del día, a los virajes de las minucias políticas, olvidar los intereses cardinales del proletariado y los rasgos fundamentales de todo el régimen capitalista, de toda la evolución del capitalismo, sacrificar estos intereses cardinales en aras de las ventajas reales o supuestas del momento: esa es la política revisionista. Y de la misma esencia de esta política se deduce, con toda evidencia, que puede adoptar formas infinitamente diversas y que cada problema un poco «nuevo», cada viraje un poco inesperado e imprevisto de los acontecimientos (…), provocará siempre, inevitablemente, esta o la otra variedad de revisionismo.[62]
Las diversas actitudes de las figuras involucradas en el debate evidencian también la contradicción entre los viejos líderes y la joven generación que iba emergiendo en el seno de la socialdemocracia europea.
Kautsky, amigo personal de Bernstein y líder teórico de la II Internacional, ejemplifica la moderación típica del SPD conservador y temeroso que había emergido luego de los duros años de persecución por las leyes antisocialistas de Bismarck. Esta moderación, que en buena medida era compartida por todos los líderes y partidos importantes de la II Internacional, fue la que determinó, a la larga, su fracaso como movimiento.
Preocupado solo por la pureza de la teoría, Kautsky fue incapaz de intuir los riesgos profundos que implicaba el revisionismo. Su respuesta a Bernstein, que fue escrita en buena medida bajo el acicate de Rosa Luxemburgo, es la típica respuesta sosegada del burgués que, desde la calma de su estudio, compara cifras y tablas para demostrar las insuficiencias en el análisis de su adversario. Esta actitud concuerda con un hombre que, llevando totalmente las riendas en el plano teórico, nunca se implicó en la actividad práctica del partido y jamás cuestionó ninguna de las decisiones de los líderes, ni siquiera los polémicos acuerdos con los líderes sindicales en 1905–1906 o la votación de los créditos de guerra en 1914.
Rosa y Lenin, por el contrario, vieron con claridad el peligro y lo atacaron con especial virulencia y efectividad. Inmersos ambos en la lucha política práctica y provenientes de países donde la efervescencia revolucionaria iba en ascenso (Polonia y Rusia) no podían dejar de percibir los riesgos de una teoría francamente desmovilizadora.
A diferencia de Bernstein, que había leído a Marx y Engels pasados por la interpretación kautskyana, Rosa y Lenin sí habían estudiado las obras de estos con cuidado y, aunque aún les faltaba mucho por pulir en su formación marxista a finales del siglo XIX, ambos habían comprendido el núcleo revolucionario de esta tradición. No es casual que después del fiasco de 1914, ambos pasaran progresivamente a radicalizar sus posturas, constituyéndose en líderes claves del movimiento comunista revolucionario.
El revisionismo evidenció las profundas desviaciones prácticas y teóricas que se venían gestando en el seno del SPD y la II Internacional y la incapacidad de la codificación kautskyana del marxismo para dar respuesta a esta desviación. Se verificaba entonces una fractura que las revoluciones rusas de 1905 y 1917 y la I Guerra Mundial habrían de profundizar. Luego de 1918, la socialdemocracia alemana, cada vez más despojada de la mistificación seudomarxista en que se había refugiado, derivó hacia una clara política reformista de la cual surgió la moderna socialdemocracia europea. Se desentendió por completo del marxismo revolucionario. Baste solo un hecho: cuando Rosa Luxemburgo fue asesinada, el SPD era el partido que gobernaba en Alemania. Ellos contribuyeron activamente a tender un manto de silencio e impunidad sobre este y otros muchos asesinatos.
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Notas:
[1] Cfr. J. P. Nettl. Rosa Luxemburgo. Ediciones Era: México D.F., 1974. pp. 111–112.
[2] Nettl. Op. cit. pp. 128–129.
[3] Kautsky se dedica a refutar a Bernstein usando su mismo método y señala el carácter insuficiente de muchas de las gráficas de Bernstein para sustentar algunas de sus tesis.
[4] Cfr. artículo «La lucha de la socialdemocracia y la revolución de la sociedad». En Bernstein, Eduard. Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Siglo XXI Editores: México D.F., 1982. p. 53.
[5] Cfr. Eduard Bernstein. Op. cit. p. 74 (La cursiva en el original).
[6] Cfr. Eduard Bernstein. Op. cit. p. 75 (El subrayado es mío. JENG).
[7] Aquí Bernstein juega con la expresión inglesa de imposibilidad.
[8] Cfr. Bernstein. Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Siglo XXI Editores: México D.F., 1982. Op. cit. p. 114.
[9] Para profundizar en la interpretación kautskyana del marxismo y su peso en la época, Cfr. Monserrat Galceran Huguet. La invención del marxismo. Iepala Editorial: Madrid, s.f.
[10] Cfr. Bernstein. Op. cit. p. 114.
[11] Bernstein hace referencia principalmente a Engels. Para él, el prólogo escrito en 1895 por este autor al libro de Marx Las luchas de clases en Francia implica un reconocimiento del fracaso de la vieja estrategia socialdemócrata y el reconocimiento de la factibilidad de la vía democrático electoral como la principal en la lucha por el socialismo. También se apoya en algunas referencias aisladas extraídas de cartas de Engels, en lo fundamental cartas de la vejez. A Marx solo hace referencia muy puntualmente.
[12] Cfr. Bernstein. Op. cit. p. 126. (En cursiva en el original.)
[13] Cfr. Bernstein. Op. cit. p. 131.
[14] Cfr. Bernstein. Op. cit. p. 134.
[15] Cfr. Bernstein. Op. cit. p. 136.
[16] Cfr. Bernstein. Op. cit. p. 140.
[17] Cfr. Bernstein. Op. cit. pp. 148–149. Esta tesis de Bernstein no soporta la lectura del tomo I de El Capital. Basta con hojear los capítulos dedicados a las plusvalías absoluta y relativa.
[18] Ídem.
[19] Cfr. Bernstein. Op. cit. p. 168. Esta es la conclusión lógica de todos los datos que ha ido manejando y que en su opinión evidencian una tendencia leve al aumento de la gran industria, pero que en muchos sectores por el contrario aumenta la pequeña producción. Por supuesto, Bernstein trabaja con datos puramente cuantitativos y descuida el por ciento de la producción nacional que se corresponde con la gran industria y el que se corresponde con la pequeña y mediana.
[20] Cfr. Bernstein. Op. cit. p. 225. Bernstein equipara similitudes superficiales sin tocar la diferencia fundamental: el liberalismo es la ideología de la producción capitalista, con todas las implicaciones de esta, el socialismo es la negación de este modo de explotación.
[21] Cfr. Bernstein. Op. cit. p. 274.
[22] Plejánov veía el revisionismo como un problema fundamentalmente de índole filosófica y desdeñaba las implicaciones políticas que le daban los alemanes.
[23] Convendría apuntar aquí que esta actitud no es exclusiva de Kautsky. Rosa, aunque no ve el revisionismo como algo tan externo a la II Internacional y al SPD, insiste en considerarlo como una desviación minoritaria que hay que atajar a tiempo. Incluso Lenin, que tan cáustico sería luego con la II Internacional, se plantea el problema de la misma forma. Quizás las razones para explicar este fenómeno radiquen en la profunda implicación de estos tres autores con todo el movimiento marxista de la Internacional, del que ellos mismos eran parte importante. Es más fácil ver la desviación en individuos concretos que descubrirla en todo un movimiento.
[24] Cfr. Kautsky, Karl. Bernstein y el programa socialdemócrata. Una anticrítica (La doctrina socialista). Alejandría Proletaria: Valencia. 2018. p. 8.
[25] Cfr. Kautsky. Op. cit. p. 10.
[26] Cfr. Kautsky. Op. cit. p. 11.
[27] Cfr. Kautsky. Op. cit. p. 31.
[28] Cfr. Kautsky. Op. cit. p. 36.
[29] Para más detalles de la argumentación de Kautsky en lo referente al crecimiento de la clase de propietarios, de la pequeña industria, etcétera, cfr. Kautsky. Op. cit. pp. 42 y ss., 53 y ss., 67 y ss., 73 y ss.
[30] Cfr. Kautsky. Op. cit. p. 142. (Las cursivas en el original)
[31] Ídem.
[32] Cfr. Luxemburgo, Rosa. ¿Reforma social o revolución? Fundación Federico Engels: Madrid, 2008. p. 23.
[33] Ídem.
[34] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. pp. 28–29.
[35] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. pp. 30–31.
[36] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. pp. 31–32.
[37] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. pp. 33–34.
[38] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. p. 38.
[39] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. p. 42.
[40] Rosa vuelve en la segunda parte del libro a la carga contra los sindicatos y las cooperativas, dos importantes herramientas para Bernstein. Es aquí donde lanza la famosa acusación del trabajo de los sindicatos como un trabajo de Sísifo (pp. 72–73). Como la esencia de la postura de Rosa sobre los sindicatos ya la hemos expuesto y, por cuestiones de espacio no nos detendremos en su crítica de las cooperativas, remitimos al lector a las páginas 69 y siguientes de la obra referenciada para ver en extenso las ideas de Rosa sobre estos temas.
[41] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. p. 45. (Las cursivas en el original)
[42] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. p. 47.
[43] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. pp. 51–52.
[44] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. p. 53. (Las cursivas en el original)
[45] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. p. 56.
[46] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. p. 60. (Las cursivas en el original)
[47] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. p. 68.
[48] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. p. 74.
[49] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. pp. 79–80.
[50] Ídem.
[51] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. p. 82. (Las cursivas en el original)
[52] Cfr. Luxemburgo. Op. cit. pp. 85–86. (Las cursivas en el original)
[53] «¿Qué era el `economicismo´? Se trataba de una corriente dentro de la izquierda rusa, y del mismo Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, inspirada en las tesis revisionistas formuladas, en 1899, por Eduard Bernstein en Las Premisas del Socialismo y las Tareas de la Socialdemocracia. `Economistas´ era pues el nombre que los marxistas rusos reservaban para los revisionistas.», en Atilio Boron. Actualidad del ¿Qué hacer? En «¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento» de V. I. Lenin. Ciencias Sociales: La Habana, 2005. p. 25.
[54] Cfr. Vladimir Ilich Lenin. ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento. Proyecto Espartaco. Disponible en http://www.espartaco.cjb.net, 2001. p. 9. Lenin también se ocupa del revisionismo desde una perspectiva más teórica en el artículo V. I. Lenin. Marxismo y revisionismo. Obras Escogidas Tomo I, Editorial Progreso, 1961. pp. 66–73.
[55] Lenin identifica indistintamente oportunismo y revisionismo.
[56] Cfr. Lenin. Op. cit. p. 13.
[57] Cfr. Lenin op. cit. p.24
[58] Cfr. Lenin op. cit. p.73–75
[59] Para más detalles confrontar Lenin, V.I. Materialismo y empiriocriticismo. Notas críticas sobre una filosofía reaccionaria. Editorial Progreso: Moscú, 1979 y el ensayo de Ilienkov.
[60] P. Nettl. Op. cit. p. 136.
[61] Hanz Heinz Holz. Observaciones sobre el fenómeno del revisionismo. Revista Marx Ahora, número 37 La Habana, Cuba, 2014. p. 141.
[62] V. I. Lenin. Marxismo y revisionismo. Obras Escogidas Tomo I, Editorial Progreso: Moscú, 1961. pp. 69–70. Para Lenin el núcleo del revisionismo estaba en la mentalidad pequeñoburguesa que era traída al seno de la socialdemocracia por las capas de la pequeña burguesía arruinada que, continuamente, se ven arrojadas a las filas del proletariado.
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