Pedro Monreal González, Cuba Posible
Marzo 20, 2017
Foto: Theodor Hensolt / Flickr
Dos recientes artículos de los reconocidos economistas Emily Morris y José Luis Rodríguez afirman que “Cuba enfrenta un desafío no una crisis”.
Se trata de una interesante aseveración pues, desde hace un cuarto de siglo, el término “crisis” y sus sucedáneos se han instalado en el lenguaje popular cubano: “período especial”, “crisis del transporte”, “crisis de los balseros”, “tensa situación económica”, “crisis de la vivienda”, y “crisis energética”, por citar solamente algunos ejemplos.
Los datos más recientes del Producto Interno Bruto (PIB) revelaron una contracción económica de -0,9 por ciento en 2016, como colofón de un prolongado período iniciado en 2010, en el que la economía cubana registró un anémico crecimiento promedio anual de 2,15 por ciento. Si le hacemos caso a los datos de la realidad, hasta que no se anuncien otras cifras mejores, la economía cubana se encuentra hoy en crisis, al menos entendida como fase de decrecimiento económico.
Hay quienes consideran que solamente se trata de una recesión coyuntural, pero parece existir un acuerdo relativamente extendido entre los economistas respecto a que la falta de vigor de la economía cubana no es meramente un fenómeno de corto plazo. Cuando el crecimiento económico de un país renquea de manera sostenida, lo razonable es pensar que existen problemas profundos, relativamente inamovibles y que no se auto-corrigen, como pudieran ser la carencia de infraestructura adecuada, la descapitalización de la planta y del equipamiento productivo, insuficiente ahorro e inversión, limitadas oportunidades de empleo atractivo, bajos salarios, una inserción internacional inestable, distorsiones monetarias y de tasa de cambio, y escasa innovación. Todo lo anterior es parte de la realidad nacional.
Tomados de conjunto, esos problemas conforman el tipo de situación a la que usualmente los economistas asocian con una crisis estructural.
Sin embargo, los dos recientes artículos mencionados sugieren que cuando se habla de crisis, se está utilizando el vocablo erróneo para describir la situación económica actual. O sea, que en Cuba no habría una crisis sino algo distinto, a lo que se le ha llamado un desafío. Cabría hacerse entonces la siguiente pregunta: ¿tenemos en Cuba una crisis sin un relato preciso?
Conceptos económicos y términos que no lo son
La pregunta es importante pues sin un buen diagnóstico de los problemas, especialmente de la gravedad de sus causas, es ilusorio asumir que puedan diseñarse políticas efectivas para superarlos. No es lo mismo plantearse políticas para resolver una crisis, que proponer medidas para enfrentar un desafío.
Lo primero se relaciona con un concepto (crisis) que ocupa un lugar reconocido en las teorías que explican el funcionamiento de los sistemas económicos. La crisis es un concepto que facilita entender una relación de causa y efecto y que, por tanto, permite ir a la raíz de los problemas. En cambio, desafío es un término usado con alguna frecuencia para describir manifestaciones de los problemas económicos, pero no es un concepto de las ciencias económicas. No tiene poder explicativo en el marco de la Economía. No forma parte del aparato conceptual de ninguna teoría económica importante.
Vale aclarar que las afirmaciones que tanto Emily Moris como José Luis Rodríguez hacen acerca de que Cuba enfrenta un desafío y no una crisis, aparecen en el marco de dos excelentes análisis económicos con los que concuerdo, excepto con la manera en que se descarta la relevancia del concepto de crisis en el contexto actual del país.
En el caso de Morris, la única mención conjunta a la crisis y al desafío se encuentra en el subtítulo del texto, pero después no se argumenta por qué se considera que el concepto de crisis no es relevante. En realidad, el término de reemplazo que se utiliza (desafío) solamente aparece una segunda vez en el párrafo inicial y no se hace en contrapunteo con el concepto de crisis. La inferencia que pudiera hacer el lector es que lo que ocurre en Cuba no alcanza la gravedad de una crisis, sino que se queda al nivel de “desafíos económicos serios”, porque se afirma que el sistema económico habría demostrado tener poder de recuperación.
Llamo la atención acerca de que el término que utiliza Morris en el artículo original en inglés (resilient) ha sido traducido al español como “resistente”, una traducción literal que es lingüísticamente aceptable, pero que le concede un significado distinto al que le dan los economistas al término de “resilient”, que se utiliza para referirse a sistemas que tienen poder de recuperación, que es precisamente la característica que destaca Morris.
Coincido plenamente con la autora en que el sistema económico en Cuba ha mostrado poder de recuperación, pero ello no implica que no se trate de un sistema que atraviesa una crisis. De hecho, Emily Morris no niega que el sistema haya experimentado una crisis, pues utiliza el concepto para caracterizar la situación que existió en la década de los 90, aunque queda claro que la autora no utiliza el concepto para identificar la situación actual.
Por otra parte, la idea de que Cuba no enfrenta una crisis emerge en el trabajo de Rodríguez casi al final del texto, en forma de una referencia explícita a la noción expresada por Morris, que es utilizada por Rodríguez para resumir su criterio de que el gobierno cubano se enfrenta al importante desafío de pasar de mecanismos de regulación económica de naturaleza fundamentalmente administrativa, a mecanismos de regulación basados en instrumentos económicos. Efectivamente, se trata de un desafío crucial, pero el autor no proporciona una explicación acerca de por qué el concepto de crisis no es relevante para entender lo que ocurre en la economía cubana. Al igual que en el caso de Morris, el término desafío solamente se menciona una vez en el texto.
No se trata de hacer ahora una discusión teórica, pues no es ese el propósito de este breve comentario. A nivel práctico, la utilización del término desafío pudiera tener el efecto de trivializar, más que de aclarar, aspectos esenciales que deben ser considerados en el debate actual sobre “la actualización” y en el diseño de sus políticas. A la hora de tomar decisiones concretas que afectan a la gente, ¿qué avance explicativo se gana con reemplazar conceptos científicos por términos que no lo son?
La crisis como cualidad de un sistema y no como el comodín de un discurso
Pudiera contra-argumentarse que el desafío que existe hoy en Cuba en materia de regulación es precisamente parte de la respuesta a la crisis. Es un desafío que no puede ser explicado por fuera de la crisis. No nos referimos necesariamente aquí a la existencia de una crisis “terminal”. Un sistema puede ser profundamente perturbado por una crisis que no es “terminal”.
A pesar de que la crisis se explica de diversas maneras y de que el concepto tiene distintos pesos relativos en diversas teorías económicas, en general estas asumen la crisis como una cualidad del sistema económico, como algo que es generado por el propio funcionamiento de un sistema económico, cuando se dan ciertas condiciones.
La utilización más intensiva de mecanismos de mercado y la diversificación de las formas de propiedad no es simplemente algo que pone a “prueba” la capacidad de los gestores de políticas públicas del país. Es, sobre todo, la respuesta a las fallas de un sistema económico que ha entrado en crisis porque la planificación altamente centralizada en que se había basado, dejó de ser funcional. No se limita a ser una cuestión de gestión, sino que consiste en la modificación de pilares del funcionamiento del sistema económico, incluyendo cambios en las relaciones sociales de producción que rebasan la esfera de la gestión de políticas públicas y empresariales.
Esa es la posición del Partido Comunista de Cuba (PCC), que ha propuesto -especialmente a partir de “los Lineamientos”- modificar componentes importantes de la estructura económica, como la propiedad, y transformar instituciones que -como el mercado y el plan- regulan la producción, la distribución y el consumo.
El sistema entró en crisis hace más de 25 años y ha experimentado sucesivas adaptaciones que han permitido vencer diversos problemas pero que no han logrado superar la crisis. La decisión del VII Congreso del PCC (abril de 2016) de utilizar más intensivamente los mecanismos de mercado y la empresa privada parece indicar con suficiente claridad, aunque no se haya aceptado explícitamente, el reconocimiento de la existencia de una crisis estructural cuya solución necesita transformaciones adicionales del sistema. Llamarle a eso un desafío, pudiera conducir a eludir una discusión más sustancial de los problemas económicos del país. Tendría el efecto de dejar en la superficie lo que debería ser un análisis más profundo.
Si la crisis es el elefante, hablemos entonces del elefante
En uno de sus más conocidos libros, No pienses en un elefante, George Lakoff –uno de los más destacados expertos contemporáneos de lingüística cognitiva aplicada a la política- comenta: “lo primero que hago es darles a los estudiantes un ejercicio. El ejercicio es: no pienses en un elefante. Hagas lo que hagas, no pienses en un elefante. No he encontrado todavía un estudiante capaz de hacerlo. Toda palabra, como elefante, evoca un marco, que puede ser una imagen o bien otro tipo de conocimiento… Cuando negamos un marco, evocamos el marco… Esto nos proporciona un principio básico del enmarcado para cuando hay que discutir con el adversario: no utilices su lenguaje. Su lenguaje elige un marco, pero no será el marco que tú quieres”.
Lo que expresaré a continuación no se refiere específicamente a los artículos de Morris y de Rodríguez. Esos textos lo que han motivado es una reflexión más general sobre la manera en que pudiera estar funcionando el lenguaje con el que se hace el debate económico en Cuba, una polémica que es esencialmente política, no técnica, y en la que no solamente participan los economistas.
Cuando se nos propone que no pensemos en la crisis, a pesar de que existe abundante evidencia de que hay una crisis, lo que pudiera estar sugiriéndose es que el debate económico sobre Cuba habría que hacerlo de todas maneras en un lenguaje que, por razones no explícitas, no encaja con una visión de que tal crisis exista, o quizás pudiera reflejar la opinión de que, aunque existiera una crisis, no sería políticamente conveniente aceptar su existencia.
Cuando se nos dice que lo que existe es un desafío, pero no una crisis, pudiera estarse poniendo en práctica el principio básico mencionado por Lakoff respecto al enmarcado de un debate: no utilizar el lenguaje del “adversario” con el que se espera hacer el debate.
Bastaría con mencionar una vez el concepto de crisis en un debate sobre economía cubana para que muchos economistas siguieran utilizando el concepto en el contexto del debate. Por el contrario, sería suficiente reemplazar el concepto de crisis por un término insustancial, como desafío, para intentar desorientar –quizás con ciertas probabilidades de éxito- a los economistas. Se trataría de una discusión en la que se habría privado a los economistas de la posibilidad de debatir utilizando un lenguaje apoyado en conceptos. Sería como quitarle el agua al pez.
La respuesta de quienes pensamos que existe una crisis en Cuba, y que entender sus raíces es crucial para ofrecer soluciones prácticas, debería comenzar por rechazar un enmarcado del lenguaje del debate que utilice términos imprecisos.
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