Es la disminución del valor oficial de una moneda por decisión de la autoridad pública. Entraña un cambio en la relación de valor que ella mantiene con otra u otras monedas que le sirven de referencia o, para decirlo en otras palabras, una modificación de la paridad cambiaria.
Por tanto, la devaluación significa disminución de la capacidad adquisitiva del signo monetario, tanto con relación a otras monedas como a los bienes y servicios que se ofrecen en el mercado.
Sus efectos son beneficiosos para las exportaciones de un país, ya que ellas reciben divisas de mayor valor con relación a la moneda local, y encarecen las importaciones, puesto que se requiere más cantidad de dinero que antes para pagar las compras al exterior. Por eso, cuando un país tiene problemas de balanza de pagos, la devaluación se usa, entre otras medidas económicas, para restablecer el equilibrio por la vía de alentar las exportaciones y desalentar las importaciones.
La devaluación difiere de la desvalorización monetaria, puesto que ésta es una depreciación de facto y no deseada de la moneda, a causa de diversos factores de la economía, mientras que aquélla se origina en una resolución voluntaria de la autoridad pública que decreta la reducción del valor en oro de la moneda y, por tanto, de su paridad de cambio con las demás monedas.
La operación contraria a la devaluación es la revaluación monetaria, que consiste en la decisión de la autoridad estatal de subir el valor de la moneda nacional en relación con las monedas de otros países y modificar, por tanto, la paridad cambiaria con ellas.
Las primeras operaciones devaluatorias se efectuaron bien entrado el siglo XX. Francia la hizo en 1926, Inglaterra en 1931, los Estados Unidos en 1933. Desde entonces la devaluación devino en un instrumento de manejo macroeconómico, aunque sus efectos son muy negativos sobre el nivel de precios y, consiguientemente, sobre la situación económica de la gente pobre que, con sus ingresos fijos, no tiene medios de defenderse. En los últimos años ella ha formado parte del repertorio de “recetas” del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de los organismos multilaterales de crédito para los países del >tercer mundo.
Hay básicamente tres clases de devaluación: una que persigue estabilizar la economía, al consagrar una desvalorización ya producida en la unidad monetaria, y que busca el crecimiento de la producción sobre bases más sólidas; otra de carácter “defensivo” que sirve para proteger los intereses de un país ante la devaluación decretada por otro con el cual mantiene intercambios comerciales; y una tercera, que es la devaluación “ofensiva”, destinada a fomentar las exportaciones y ampliar sus mercados mediante el establecimiento de nuevas relaciones de precios.
El sistema económico y monetario mundial de la postguerra, que se estableció en la Conferencia Monetaria y Financiera de Bretton Woods en julio de 1944, implantó un estricto control de los desplazamientos internacionales del capital financiero y una alta rigidez cambiaria. Algunos economistas atribuyen a esos controles las elevadas tasas de crecimiento económico, productividad y empleo que se dieron en el mundo en aquella época. En cambio, en la era de la globalización, la absoluta libertad de movimiento de los capitales por los mercados financieros del planeta llevó a la “flotación” de las monedas y a la acentuada volatilidad de los tipos de cambio. Lo cual indujo a las instituciones financieras y bancarias y a las empresas productivas a movilizar sus capitales, diversificar sus inversiones y comprar activos financieros de diversa clase en distintos países para defenderse de los riesgos del cambio. Es decir, les indujo a especular. Canadá, Alemania y Suiza en 1973, Estados Unidos en 1974, Inglaterra en 1979, el Japón en 1980, Francia e Italia en 1990 suprimieron todas las restricciones a la movilización internacional de capitales. El sistema fue copiado por los países latinoamericanos bajo la presión del Fondo Monetario Internacional (FMI). Los países de Asia resistieron por más tiempo. Pero, de todas maneras, el sistema desembocó en una economía internacional de especulación.
En esa línea de acción, los especuladores compran divisas cuando están baratas para venderlas cuando están caras. Muchas de esas transacciones tienen cortísimos plazos: en instantes, horas o días se hacen movimientos cambiarios de ida y vuelta. Y los Estados resultan impotentes para controlar ese flujo de capitales “desregulados”, con sus bruscos cambios de dirección y oscilaciones caóticas en las cotizaciones. Se trasladan de la Bolsa de Tokio a la de Frankfurt, o de la Bolsa de Londres a la de Sao Paulo miles de millones de dólares en un instante. En el ciberespacio se mueven capitales varias veces superiores al monto de las transacciones de la economía real y forman las llamadas “burbujas financieras”.
Aunque no compartimos las tesis del monetarismo, que exageran la influencia de la moneda y de la política monetaria en el curso de la economía de los países, no podemos dejar de reconocer que la firmeza cambiaria contribuye a estabilizarla. Una baja pronunciada de su divisa significa para un país, desde la perspectiva macroeconómica, la disminución de sus importaciones frente al aumento de sus exportaciones por la vía del encarecimiento de los bienes y servicios extranjeros, pero además determina la elevación de los costes de producción de las empresas que trabajan con materias primas e insumos importados, con la consiguiente pérdida de <competitividad del país en esas ramas industriales. Y, desde el punto de vista microeconómico, el deterioro cambiario implica la reducción del poder de compra de la gente porque los alimentos y artículos que vienen del exterior cuestan más. Recuerdo que en la crisis de Indonesia (1997-1998), en que la moneda nacional —la rupiah— perdió el 50% de su valor, millones de personas cayeron en la penuria puesto que el arroz importado que consumían masivamente subió de precio. Algo parecido ocurrió en Ecuador cuando el gobierno demócrata-cristiano decidió a comienzos del año 2000 devaluar la moneda nacional —el sucre— en cinco veces, como paso previo para ir hacia la dolarización: hubo un empobrecimiento repentino y general de la población, que vio drásticamente mermado su poder de compra. En cambio, el alza de la cotización de la moneda nacional produce el fenómeno contrario: se abaratan las importaciones y se encarecen las exportaciones. Todo lo cual demuestra los efectos que las fluctuaciones de la moneda —vía devaluación o desvalorización o vía revaluación o revalorización— tienen para la economía de un país.
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