J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration
BERKELEY – Los paraísos fiscales están concebidos para ser secretos y opacos. Toda la razón de su existencia es la de ocultar la riqueza escondida en ellos y un nuevo libro de Gabriel Zucman, TheHidden Wealth of Nations: The Scourge of Tax Havens (“La riqueza oculta de las naciones. El azote de los paraísos fiscales”), revela, como nunca, la magnitud de su papel en la economía mundial.
Zucman examina las discrepancias en las cuentas internacionales para ofrecer las cifras más precisas y fiables que probablemente podamos obtener sobre la cantidad de dinero almacenado en los paraísos fiscales. Calcula que el ocho por ciento de la riqueza financiera del mundo –unos 7.600 billones de dólares- está oculta en lugares como Suiza, las islas Bermudas, las islas Caimán, Singapur y Luxemburgo. Representa más riqueza que la poseída por la mitad más pobre de los 7.400 millones de personas del mundo.
Esa cifra tiene consecuencias importantes, pues representa un dinero que debería estar en la base imponible tributaria. Si los países ricos de Europa y de Norteamérica no pueden gravar eficazmente a los ricos, tienen pocas posibilidades de preservar la democracia social y contrarrestar el pronunciado aumento de la desigualdad que ha afectado recientemente a sus economías. Asimismo, las economías en ascenso abrigan pocas esperanzas de crear sistemas tributarios progresivos, si no pueden encontrar la riqueza de sus plutócratas.
Desde luego, Zucman se basa en el supuesto no demostrado de que se pueden encontrar datos importantes en lo que se suele clasificar como “errores y omisiones”, pero hay razones poderosas para creer que sus cifras no van descaminadas. El banco central de Suiza ha informado de que tan sólo en los bancos suizos los extranjeros guardan 2,4 billones de dólares y, aunque Suiza puede ser el paraíso fiscal más antiguo del mundo, no es el lugar más ventajoso para aparcar el dinero propio.
Una razón por la que los paraísos fiscales son difíciles de eliminar es la de que no todos los funcionarios de los Estados los consideran necesariamente del mismo modo. En todos los países en que la corrupción es endémica –Rusia, China y gran parte de Oriente Medio, pongamos por caso–, muchos funcionarios pueden considerar que los paraísos fiscales no son un problema en materia de ingresos, sino una parte atractiva de su empleo.
Incluso en los Estados Unidos ha habido con demasiada frecuencia políticas concebidas deliberadamente para permitir –en lugar de desalentar– la elusión fiscal mediante los paraísos fiscales. Uno de los ex altos cargos del gobierno del Presidente George W. Bush lo expresó así: “En última instancia, se trata de una cuestión de libertad”. La consiguiente imposición laxa del cumplimiento de la ley explica una gran parte de la reducción de un tercio del alcance efectivo del impuesto de sociedades en los Estados Unidos desde finales del decenio de 1990.
Al examinar los paraísos fiscales, está de moda decir que nada se puede hacer al respecto. Se considera demasiado importante la soberanía nacional para dejarla subordinada a una legislación tributaria internacional y se considera que los plutócratas actuales tienen ascendiente sobre los políticos y los funcionarios. Hace más de un siglo, el entonces Gobernador de Nueva Jersey, Woodrow Wilson, convenció a los legisladores de ese Estado para que éste dejara de ser un paraíso para el impuesto de sociedades. En cuanto así fue, las grandes empresas de los Estados Unidos trasladaron sus sedes legales al contiguo Estado de Delaware.
Pero lo que no dicen quienes dicen que una política internacional coordinada es imposible es que dicha política siempre parece imposible, hasta que de repente cambia la situación y todo encaja en su lugar. Se pueden eliminar los paraísos fiscales; lo único que se necesita es cerrar los resquicios legales que permiten la elusión fiscal y establecer mecanismos de imposición del cumplimiento de la ley gracias a los cuales el riesgo resulte demasiado fuerte para que valga la pena la evasión fiscal ilegal.
El primer paso debería ser una mayor transparencia. Como se suele decir: “La luz del sol es el mejor desinfectante”. Por su parte, Zucman es partidario de un único registro mundial: una base de datos de acceso público en la que se detalle la propiedad de los instrumentos financieros.
El segundo paso sería el de cambiar en el impuesto de sociedades los beneficios notificados como obtenidos en un país por las ventas hechas y los salarios pagados en dicho país. Como señala Zucman, una gran empresa puede trasladar su sede legal y utilizar mecanismos como la fijación de precios de transferencia para cambiar su base imponible, pero trasladar a los empleados fuera de las fronteras nacionales es más difícil y tampoco se puede trasladar a los clientes.
Para que podamos luchar alguna vez eficazmente contra la desigualdad, una fiscalidad de verdad progresiva tendrá que formar parte de la combinación de políticas, pero, a no ser que eliminemos los paraísos fiscales ahora, es probable que descubramos que carecemos de capacidad para aplicarla.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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