La desigualdad es el motivo de muchos de los males de la política estadounidense, pero hay otras causas igual de profundas
El candidato a las primarias demócratas Bernie Sanders en un mitin en Iowa. MARK KAUZLARICH REUTERS
Cada vez que uno piensa que la retórica política en Estados Unidos ya no puede empeorar, lo hace. El combate de las primarias republicanas se ha transformado en una competición para llegar a lo más bajo y ha logrado algo que a lo mejor nos parecía imposible: que George W. Bush parezca un dechado de tolerancia y habilidad política. ¿Pero de dónde sale toda esta bajeza?
Bueno, hay cierto debate al respecto (y es un debate que se sitúa en el centro de la lucha demócrata). Como mucha gente, he descrito la competición entre Hillary Clinton y Bernie Sanders como una discusión entre dos teorías contrapuestas sobre el cambio, y lo es. Pero tras esa discusión se oculta una disputa más profunda sobre lo que va mal en Estados Unidos, lo que nos ha llevado a la situación en la que nos encontramos.
Simplificándolo un poco —aunque solo un poco, en mi opinión— la postura de Sanders es que el dinero es la fuente de todos los males. O, más concretamente, que la influencia corruptora del dinero a espuertas, el del 1% más rico y la élite corporativa, es, en general, el origen de la mala baba política que vemos a nuestro alrededor.
La postura de Clinton, por otro lado, parece ser que el dinero es la raíz de algunos males, puede que de muchos, pero no lo explica todo. Aparte de eso, el racismo, el sexismo y otras formas de prejuicio son fuerzas poderosas por sí solas. Puede que la diferencia no parezca muy grande (ambos candidatos se oponen a los prejuicios, ambos quieren reducir la desigualdad económica), pero tiene importancia en cuanto a la estrategia política.
Como supondrán, en este debate estoy en el bando de los males diversos. La oligarquía es un problema muy real, y yo ya escribía sobre el pernicioso auge del 1% cuando muchos de los actuales seguidores de Sanders aún iban al colegio. Pero es importante entender el modo en que los oligarcas de Estados Unidos se han vuelto tan poderosos.
Porque no han llegado a donde están solo comprando influencias (lo que no significa que no haya mucho tráfico de influencias por ahí). Esencialmente, el auge de la extrema derecha estadounidense ha sido el auge de una coalición, una alianza entre una élite, que pide impuestos bajos y liberalización, y una base de votantes movidos por el miedo al cambio social y, sobre todo, por la hostilidad hacia ya saben quién.
“El auge de la extrema derecha estadounidense ha sido el auge de una coalición entre una élite, que pide impuestos bajos y liberalización, y una base de votantes movidos por el miedo al cambio social”
Sí, ha existido un plan concertado y exitoso de los multimillonarios para empujar a Estados Unidos hacia la derecha. No se trata de una teoría de la conspiración; es simplemente historia, documentada con detalle en un revelador libro que acaba de publicar Jane Mayer: Dark Money [Dinero oscuro]. Pero el plan no habría llegado tan lejos, ni mucho menos, si la Ley de Derechos Civiles no hubiese tenido las repercusiones que tuvo y si, como consecuencia, los votantes blancos sureños no se hubiesen pasado al Partido Republicano.
Hasta hace poco, se podía argumentar que, independientemente de las motivaciones de los votantes conservadores, los oligarcas seguían teniendo claramente el control. Los mensajes racistas encubiertos, la demagogia sobre el aborto y demás se ponían en funcionamiento durante los años de elecciones y, acto seguido, se volvían a guardar mientras el Partido Republicano se centraba en su verdadero objetivo: facilitar las actividades de la banca en la sombra y reducir los tipos impositivos más altos.
Pero, en esta era de Trump, ya no es exactamente así. El 1% no tiene problemas con la inmigración, que le aporta mano de obra barata; no quiere enfrentamientos relacionados con el aborto; pero las bases no se están dejando guiar como antes.
En cualquier caso, sin embargo, para los progresistas la pregunta es qué dice todo esto acerca de la estrategia política. Si la fealdad de la política estadounidense solo tiene que ver, o casi exclusivamente, con la influencia de las grandes fortunas, entonces los votantes de clase trabajadora que apoyan a la derecha son víctimas de una falsa conciencia social. Y tal vez —tal vez— sea posible que un candidato que predique el populismo económico rompa con esa falsa conciencia y, de ese modo, logre una reestructuración revolucionaria del panorama político defendiendo con la convicción suficiente que está de parte de la clase trabajadora. Algunos militantes van más allá y piden a los demócratas que dejen de hablar de cualquier asunto social que no sea la desigualdad, aunque Sanders no ha llegado a ese punto.
Por otro lado, si las divisiones de la política estadounidense tienen que ver con algo más que el dinero, si son el reflejo de unos prejuicios muy arraigados que los progresistas no son capaces de templar, esa expectativa de un cambio radical es una ingenuidad. Y creo que así es.
Eso no significa que sea imposible avanzar hacia unos objetivos progresistas; Estados Unidos se va volviendo más diverso y tolerante con el tiempo. Fíjense, por ejemplo, en la rapidez con que la oposición al matrimonio homosexual ha pasado de ser una bandera electoral para la derecha a un lastre.
Pero siguen existiendo muchos prejuicios reales por ahí, y probablemente los suficientes para que una revolución política proveniente de la izquierda sea inviable. Va a ser más bien un arduo trabajo, en el mejor de los casos.
¿Es esta una visión inaceptablemente deprimente? No en mi opinión. Al fin y al cabo, uno de los motivos por los que la derecha ha enloquecido tanto es que los años de Obama han estado, de hecho, marcados por distintas victorias progresistas importantes, aunque incompletas, en los ámbitos de la sanidad pública, los impuestos, la reforma financiera y el medio ambiente. ¿Y acaso no hay algo noble, o incluso inspirador, en luchar por las buenas causas, año tras año, y mejorar las cosas poco a poco?
Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.
© The New York Times Company, 2016.
Traducción de News Clips.
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