Cada vez se torna más evidente la necesidad de acelerar la entrada de capital extranjero en la economía cubana, a fin de levantar la actividad inversionista en general y conseguir entonces un despegue sólido del crecimiento económico
Autor: Ariel Terrero | internet@granma.cu
Cada vez se torna más evidente la necesidad de acelerar la entrada de capital extranjero en la economía cubana, a fin de levantar la actividad inversionista en general y conseguir entonces un despegue sólido del crecimiento económico. Mientras no se cierre ese ciclo, le faltarán puntales al desarrollo en su versión cubana: el socialismo próspero y sostenible.
En Cuba ha ganado consenso la tesis de captar inversiones extranjeras entre 2 000 millones y 2 500 millones de dólares cada año. Esa inyección daría una tasa de inversiones superior al 20 % del Producto Interno Bruto (PIB), nivel aceptado como mínimo necesario para que la economía suba al menos un 5 o 6 %. Solo cuando alcance esos rangos de crecimiento de manera sostenida, el país podría entrar en la senda del desarrollo.
La evolución más reciente de la economía cubana confirma por lamentable contraste la lógica de estas ecuaciones.
Según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), la tasa de inversiones oscila en torno al 10 % del PIB desde hace años. Coincidentemente, la economía ha avanzado poco y este año decreció por primera vez en más de dos décadas. Aunque limitar las causas del pobre crecimiento a la débil actividad inversionista conduciría al pecado de la imprecisión y a otros riesgos de mayor gravedad, las coincidencias son señales que merecen atención.
Pese al giro que experimentó en años recientes la política de inversiones extranjeras, cuando el gobierno les confirió importancia estratégica —antes las entendía apenas como complemento de la economía—, esta es una alternativa de lenta expansión. Desde la aprobación de la Ley 118, de Inversión Extranjera, en marzo del 2014, han recibido luz verde 83 proyectos con capital externo, con un valor total por ejecutar de 1 300 millones de dólares.
Los informes presentados en la pasada sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular indican que la inversión foránea asume solo el 6,5 % del plan inversionista del país en el 2017. Todavía es muy bajo, como reconoció el ministro de Economía, Ricardo Cabrisas. A juzgar por datos parciales, la captación anual anda en el orden de unos pocos cientos de millones de dólares, lejos del monto que precisa Cuba para hablar de desarrollo.
La adopción de beneficios tributarios, la cartera de oportunidades, la simplificación de trámites y la renegociación de deudas con otros países para ganar credibilidad financiera internacional, entre las medidas para atraer inversionistas, no han resultado suficientes. Una economía demasiado centralizada todavía —visible en los escalones para aprobar una asociación con capital extranjero—, baja eficiencia en la planificación, poco hábito de las empresas para maniobrar en mercados externos, dualidad monetaria y cambiaria y otros conflictos estructurales pendientes de solución, retardan la iniciativa empresarial y ministerial frente a hombres de negocios de otros países.
La punta de lanza en la nueva estrategia inversionista, la Zona Especial de Desarrollo Mariel (ZEDM), aunque ha mostrado aceleración este año, todavía necesita crecer más. Desde su inicio en el 2013, ha incorporado 19 proyectos de compañías extranjeras, mixtas y cubanas, 11 de los cuales entraron al ruedo después de noviembre del 2015.
No es solo cuestión de cifras, ni de consensos para multiplicar las inversiones. Esta política busca más que sumas de financiamiento externo. Apunta también a objetivos en torno a los cuales se encona la pelea comercial en el mundo: la adquisición de tecnologías de avanzada y el acceso a mercados. Vital para ampliar las exportaciones y los ingresos de Cuba, reoxigenar la industria y desatar tecnologías como las fuentes renovables de energía, es un camino imprescindible para el desarrollo y, a la vez, muy espinoso. El bloqueo económico de Estados Unidos agrega obstáculos.
La política de inversiones extranjeras requiere de prudencia pero de mayor diligencia también. Los controles para evitar la plaga de la corrupción no pueden convertirse en un freno. La intervención de formas de gestión no estatales en la asociación con capital foráneo es una alternativa que comienza a cavilarse y debiera ampliarse en la misma medida en que ganan espacio las cooperativas y empresas privadas en el modelo económico cubano.
Tendrán que repensarse en ese momento la manera en que participan de los beneficios los trabajadores de empresas estatales asociados con inversiones extranjeras, para no aumentar sus desventajas frente a las formas no estatales. La participación real de esos trabajadores puede garantizar controles más efectivos y claves de desarrollo socialista que no se miden solo con cifras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario