Por: Arantxa Tirado /
CELAG , TeleSur
Cuban President Raul
Castro. | Foto: Reuters
Publicado 29 enero 2018 (Hace 2 horas 39 minutos)
A diferencia de lo que se suele publicar en la mayoría de los medios occidentales, en Cuba existen visiones distintas sobre el enfoque económico (y político) que requiere la isla.
Cuba se encamina a
un nuevo proceso electoral, a través del que renovará a más de la mitad de sus
diputados en la Asamblea Nacional del Poder Popular (Asamblea Nacional) el
próximo 11 de marzo. Ellos serán los encargados de nombrar al nuevo presidente
cubano y, por tanto, presidente del Consejo de Estado y jefe de Gobierno, que
ya no será Raúl Castro. Éste había anunciado desde el VI y VII Congreso del
Partido Comunista de Cuba (PCC) la “conveniencia de limitar a dos términos de
cinco años el ejercicio de los principales cargos de la nación”.[1] En su caso,
el plazo se cumple cuando se constituya la nueva Asamblea Nacional el 19 de
abril.
Está por verse si
el nuevo presidente será elegido entre los diputados que todavía provienen de
la dirigencia histórica (conformada por quienes protagonizaron los primeros
años de la Revolución), José Ramón Machado Ventura o Ramiro Valdés, o aquellos
cuadros pertenecientes a las generaciones más jóvenes, entre los que destaca el
actual vicepresidente Miguel Díaz-Canel. Aunque todo apunta a que la balanza se
decante hacia una renovación generacional del liderazgo, las apuestas todavía
están abiertas.
Mientras las
asambleas municipales eligen a sus candidatos a diputados de la Asamblea
Nacional,[2] el conjunto del país enfrenta al reto de la actualización del
modelo económico y social del socialismo cubano aplicando los Lineamientos de
la Política Económica y Social del Partido y la Revolución para el período 2016-2021[3]
aprobados en su versión actualizada en el VII Congreso del PCC de abril de
2016, y por la Asamblea Nacional en julio de ese mismo año. Cabe mencionar, no
obstante, que el debate sobre los lineamientos viene de tiempo atrás, pues su
primera versión fue aprobada en el VI Congreso de 2011.[4]
Esta implementación
se hace en medio de un debate sobre cuál es el rumbo que ha de tomar el país en
su línea de perfeccionar el socialismo. A diferencia de lo que se suele
publicar en la mayoría de los medios occidentales, en Cuba existen visiones
distintas sobre el enfoque económico (y político) que requiere la isla.
Visiones que, grosso modo, se podrían resumir en estatistas, economicistas y
autogestionarias.[5] Seguramente las tres estarán representadas en la nueva
Asamblea Nacional y podrían entrar en pugna.
Asimismo, como su
propia dirigencia reconoce, los problemas en la actualización del modelo “han
sido más complejos de lo que pensamos”.[6] Ésta se debe hacer en un
contexto económico difícil, con numerosas tensiones, algunas de ellas fruto de
factores exógenos (como el bloqueo, el paso del huracán Irma, la sequía o el
impacto de los vaivenes económicos internacionales en la isla, en concreto en
el sector de los hidrocarburos);[7] y otras, producto de factores endógenos que
tienen que ver con las características particulares de la economía cubana.
Desafíos que
suponen la conjugación de una política económica más eficiente para el
desarrollo del país, que no agrave las desigualdades existentes en la sociedad
cubana desde la introducción de medidas de atracción de divisas, iniciadas
durante el Período Especial que padeció Cuba después del colapso de la Unión
Soviética (de 1989 en adelante). De hecho, poner fin a la doble moneda es uno
de los propósitos de la dirigencia cubana en el mediano y largo plazo. En
palabras de Raúl Castro el pasado 21 de diciembre de 2017, en su alocución ante
la Asamblea Nacional clausurando el X Período Ordinario de Sesiones de la VIII
Legislatura: “…la dualidad monetaria y cambiaria (…) favorece la injusta
pirámide invertida, donde a mayor responsabilidad se recibe una menor
retribución y no todos los ciudadanos aptos se sienten motivados a trabajar
legalmente, al tiempo que se desestimula la promoción de cargos superiores de
los mejores y más capacitados trabajadores y cuadros, algunos de los cuales
emigran al sector no estatal”.[8] La idea de fondo es conseguir, además, que el
trabajo se convierta la primera fuente de ingresos de la población.[9]
Otro de los
elementos críticos es poder satisfacer la creciente demanda de consumo de los
cubanos y cubanas,[10] tanto de aquellos que tienen acceso a mayores ingresos
por contar con familiares en el exterior, ser cuentapropistas o pertenecer a
alguna de las nuevas cooperativas no agropecuarias creadas. Pero también existe
el reto de garantizar dicho consumo a los sectores más vulnerables de la
sociedad cubana, que son los pensionistas y trabajadores estatales, cuyos
ingresos son muy inferiores a los que pueden recibir los cubanos con acceso al turismo
o las divisas. Equilibrar las disparidades y armonizar la convivencia de las
nuevas fórmulas económicas no estatales con las estatales, forma parte del
centro de las preocupaciones del Gobierno cubano.
La implicación de
los jóvenes en la vida política cubana, la generación conocida como la del
Período Especial, [11] es otro de los retos de la actual dirigencia.
Proporcionar horizontes vitales atractivos a estos jóvenes, bombardeados cada
vez más por los estilos de vida del capitalismo, para garantizar que se queden
en la isla y no emigren, parece un elemento importante para la continuación del
socialismo cubano. De hecho, las agencias de inteligencia estadounidenses son
muy conscientes de la importancia de seducir a estos sectores para usarlos como
caballo de Troya con los que provocar un cambio de sistema desde adentro. Por
eso, llevan años tratando de atraerlos con distintos programas financiados por
la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). Uno de
ellos fue el conocido como ZunZuneo.[12] El reciente anuncio del Departamento
de Estado de crear un Grupo de Trabajo de Internet para Cuba se encuentra en
esa misma línea.[13]
De telón de fondo,
sin duda, planea el deterioro de las relaciones bilaterales entre EE. UU. y
Cuba con la llegada de Donald Trump a la Presidencia de EE. UU. Con la
reversión de lo avanzado desde diciembre de 2014, las posibilidades económicas
que se abrían con la “normalización” de relaciones entre ambos países, en
términos de comerciar con empresas estadounidenses ahorrando costos y duración
de transporte, o en términos de atraer turismo estadounidense, se han frustrado
para la parte cubana. Pero también para buena parte del establishment económico
estadounidense interesado en comerciar con la isla.[14]
No obstante este
revés, que seguramente perjudica más a EE. UU. que a Cuba, la isla sigue
apostando por la diversificación de sus vínculos económicos internacionales, e
incrementó su número de visitantes en 11,9 % en 2017.[15] Además de proseguir
en su labor de atraer inversión extranjera en proyectos clave como la Zona
Especial de Desarrollo Mariel,[16] pues aquélla está destinada a jugar “un
papel fundamental en el desarrollo económico del país”, según los establecido
en el Plan de la Economía 2018.[17] En lo que tiene que ver con América Latina
y el Caribe, al asedio al principal aliado político (y segundo socio
comercial, detrás de China[18]) de la República de Cuba, la Venezuela
bolivariana, pone a Cuba en una situación vulnerable, a pesar de lo cual Raúl
Castro ratificó “la cooperación con el Gobierno y el pueblo venezolanos, aun
bajo las circunstancias más adversas”.[19]
El socialismo
cubano enfrenta, en definitiva, el reto de adaptarse al entorno geopolítico de
un sistema internacional muy distinto al que le dio surgimiento durante los
años de bipolaridad de la Guerra Fría. Una labor en la que las nuevas
generaciones nacidas ya bajo la Revolución van a tener un papel determinante,
todavía bajo la atenta mirada de la dirigencia histórica. A partir del 19 de
abril sabremos si la página que se escribe será de continuidad o de ruptura.
** Publicado originalmente en CELAG
Referencias:
No hay comentarios:
Publicar un comentario