MILÁN – La estrategia de China para el crecimiento económico ha sido un trabajo en curso desde que Deng Xiaoping lanzó la “reforma y apertura” del país en 1978. Si bien los últimos 40 años de reforma han estado muy lejos de no tener errores, el gobierno ha manifestado un deseo de adaptarse, así como una capacidad para surfear transiciones complejas, respaldado por un debate saludable de las políticas internas. ¿Pero cómo es probable que evolucione el modelo de desarrollo de China en el futuro, cuando las condiciones externas plantean nuevos desafíos para el crecimiento económico?
Una característica definitoria de las cuatro décadas de reforma de China ha sido la evolución del papel del estado en la economía, sobre el cual todavía existe un desacuerdo doméstico significativo. Algunos sostienen que el estado –y, por extensión, el Partido Comunista Chino (PCC)- debe conservar un papel prominente, para defender la estabilidad social necesaria para sustentar el desarrollo económico. Otros arguyen que fomentar la innovación necesaria para alcanzar un estatus de altos ingresos requiere que el estado no sea tanto un participante del mercado y sí un referí, regulador y árbitro de las prioridades económicas y sociales.
Sin duda, el estado ha sido integral para el desarrollo de China, no sólo al invertir en áreas como la infraestructura y la tecnología, sino también al servir de respaldo en el desarrollo de mercados incipientes e instituciones del sector privado. La participación estatal también es necesaria para ayudar a gestionar la desigualdad y garantizar que los patrones de crecimiento sean inclusivos, algo que no se puede esperar que los mercados hagan por sí solos.
Es más, el estado chino ha resuelto problemas de coordinación que no son manejados de manera fácil o eficiente por los mercados descentralizados, particularmente en los países en desarrollo, donde las instituciones de mercado y las capacidades administrativas pueden estar en etapas diferentes de desarrollo. En sus planes quinquenales, el gobierno de China establece prioridades y expectativas claras que ayudan a garantizar que se produzcan políticas e inversiones complementarias de forma simultánea o que estén debidamente aplicadas.
Quienes proponen darles a los mercados y al sector privado un papel “decisivo” en la economía en general no cuestionan estos puntos. Más bien, hacen hincapié en que la innovación, el crecimiento de la productividad y el crecimiento general han estado impulsados principalmente por la expansión del sector privado. Un mercado vibrante de ideas es una parte esencial de este modelo. La creciente presencia del PCC en empresas privadas, la intervención económica intensa y una creciente preferencia por la ortodoxia podrían plantear una amenaza para el dinamismo y el crecimiento.
La falta de claridad sobre el papel del estado en las empresas privadas ya está dificultando la inversión de multinacionales chinas en el exterior, especialmente en industrias que involucran a la seguridad nacional y la informática, un sector que está creciendo rápidamente en tanto las economías del mundo se trasladan a soportes digitales. Si China pasa a un modelo en el que el estado es dueño de los activos en sectores clave, esos sectores podrían tener un desempeño por debajo del esperado debido a una falta de competencia y experimentación, que resultan en estancamiento.
Vale la pena observar que China nunca adoptó el modelo del valor para el accionista de la gobernanza corporativa que tanto ha prevalecido en Occidente, aunque Occidente hoy quizás avance hacia un modelo de múltiples interesados. En cambio, las autoridades chinas ven a las corporaciones (y a los mercados financieros) como instrumentos para alcanzar objetivos económicos y sociales.
En un sentido, por lo tanto, China ha tenido una suerte de modelo de múltiples interesados todo el tiempo. En tanto la gobernanza ambiental, social y corporativa se afiance en Occidente, los modelos chino y occidental pueden comenzar a converger, con la diferencia clave de que, en China, el PCC y el estado representan a los interesados que no son dueños, o al interés público.
Los roles relativos del estado y del mercado en la economía de China todavía tienen que ser decididos de manera definitiva. Los detalles del modelo probablemente serán determinados por consideraciones pragmáticas y correcciones del curso. Pero es claro que lograr los objetivos tecnológicos de las autoridades, tal como están delineados en el plan “Hecho en China 2025”, requerirá un sector privado dinámico y relativamente libre, así como un apoyo significativo del estado traducido en una creciente inversión en educación avanzada e investigación científica.
Los esfuerzos liderados por el estado de China para fomentar la innovación han generado tensiones con sus socios económicos, especialmente Estados Unidos. Pero China puede tomar medidas para tranquilizar a sus críticos, especialmente si se compromete a respetar la propiedad intelectual, eliminar barreras no arancelarias para el comercio transfronterizo y (especialmente) la inversión y eliminar los requerimientos de empresas conjuntas para las inversiones transfronterizas privadas, de manera que la transferencia de tecnología no sea forzada.
Los mayores desafíos tienen que ver con el papel del estado como el nexo de la tecnología y la seguridad nacional. Las empresas privadas chinas que invierten en el exterior deben indicar creíblemente que su interés es exclusivamente comercial y que no pretenden implementar otras agendas, como la seguridad nacional. Un compromiso del estado chino de aislar a las multinacionales privadas del país de esas agendas ya sería un gran avance. No se puede esperar que ningún gobierno renuncie al uso de herramientas informáticas en espionaje, pero los gobiernos pueden evitar involucrar al sector privado.
En cambio, las empresas estatales de China (SOE por su sigla en inglés) tal vez sigan enfrentando barreas más altas para aligerar los procesos de revisión de la inversión extranjera. Las SOE chinas pueden recibir subsidios difíciles de detectar, un acceso privilegiado a capital de bajo costo y protección de la competencia en el país. En términos más esenciales, cuando el gobierno es el accionista controlador, el reto de separar creíblemente los intereses comerciales de los objetivos estatales parece insalvable.
Los obstáculos para la inversión transfronteriza en Internet también son elevados y factibles de persistir. Aquí también las diferencias importantes en materia de regulación (inclusive el papel del estado con respecto al contenido y al acceso a los datos) serán difíciles, si no imposibles, de superar.
La convergencia con el modelo occidental en evolución es poco probable en el corto plazo. Las tensiones entre China y Occidente, especialmente con respecto al papel del estado en el mercado, persistirán. Pero el camino de desarrollo orientado hacia el mercado sin duda ayudará a reducir estas tensiones. Introducir una claridad mucho mayor sobre la división de responsabilidades entre el estado y el mercado eliminaría un obstáculo importante para un mayor progreso.
MICHAEL SPENCE a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Advisory Board Co-Chair of the Asia Global Institute in Hong Kong, and Chair of the World Economic Forum Global Agenda Council on New Growth Models. He was the chairman of the independent Commission on Growth and Development, an international body that from 2006-2010 analyzed opportunities for global economic growth, and is the author of The Next Convergence – The Future of Economic Growth in a Multispeed World.
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