Sergio P. Páramo | 6 febrero, 2019 | Opinión |
Puede resultar un poco desconcertante recibir un regalo en forma de libro titulado “Alienación y aceleración” junto a una navaja suiza y unas breves instrucciones indicando: “usar de manera combinada”. Por si no os ha pasado nunca algo semejante, voy a desmenuzar con vosotros parte del contenido del libro en las sucesivas líneas.
Su autor, el sociólogo Hartmut Rosa, sostiene que la época en que vivimos, denominada “modernidad tardía”, está asociada con un incremento tal de la vida nerviosa y de la velocidad del cambio de las experiencias sociales, que el desarrollo de nuevas formas de moralidad y solidaridad ya no son posibles. Sus tesis beben, por lo tanto, de autores clásicos como Marx, Durkheim o Weber, este último, por cierto, quien ya identificó la pérdida de tiempo como “el más mortal de los pecados”, en su famosa caracterización de la ética protestante como una “estructura moral de rigurosa disciplina temporal”.
La aceleración que vivimos proviene de los espectaculares cambios tecnológicos y sociales que hemos experimentado, provocando una especie de “contracción del presente”, así como de los extremados cambios en los ritmos de vida, generadores de nuevas modalidades de “hambre de tiempo”. En este contexto se define la aceleración como un “incremento del número de episodios de acción o experiencias por unidad de tiempo”.
En su opinión existen una serie de motores que producen la aceleración social. En primer lugar, la competencia, con las leyes de ganancia típicas de la sociedad capitalista considerando el “ahorro de tiempo” uno de los principales factores de ventaja competitiva, o con la constatación de que “hay que bailar más y más rápido, simplemente para poderse quedar en el mismo sitio” (“el competidor nunca duerme”).
En segundo lugar, la promesa de eternidad, en el sentido de que si nos tomamos la mitad de tiempo para realizar una acción, duplicamos la suma de la experiencia y en consecuencia de la vida de nuestro periodo vital. Siguiendo esta línea, podríamos vivir multiplicidades o hasta infinidad de vidas, dentro de un solo periodo vital, lógica que nos aboca a un voraz apetito por la vida que en lugar de ser satisfecho se frustra cada vez a mayor escala.
Y en tercer lugar el ciclo de la aceleración; no hay libertad para detenerse a descansar, parar la carrera y consolidar la posición. No hay punto de equilibrio, los avances tecnológicos no simplifican, multiplican las posibilidades y quedarse quieto con todo ese nuevo y permanente potencial equivale a quedarse atrás.
Con estos antecedentes, el autor incluye en el análisis los campos de la comunicación, la formación de opinión y la política, para sugerir que el conjunto de informaciones, razonamientos o decisiones no pueden ser ponderados adecuadamente a efectos de establecer, por ejemplo, escalas de bondad, ya que para poder hacerlo, no solo individualmente, sino colectivamente, se requeriría de una cantidad de tiempo inexistente (de hecho, cada vez se requiere tomar más decisiones en menos tiempo). En su opinión ya no es posible encontrar “la fuerza del mejor argumento”. El futuro político ha pasado a construirse a base de instintos, metáforas o imágenes sugerentes. O del aplomo de un líder y no de la exposición profunda y compleja de sus argumentos, lo que nos lleva a una era de volatilidad en la que la palabra se ha vuelto demasiado lenta para la velocidad del mundo.
Continuará con una segunda parte centrada en el totalitarismo y la alienación.
Nota: “Todo lo sólido se desvanece en el aire” es una expresión empleada por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista para aludir a los cambios significativos de la trama temporal
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