SINE DIE 2021
SEGUNDA
SERIE # 41
AGOSTO
12 de 2021
Juan M Ferran
Oliva
En el entorno del primer tercio del siglo XIX
apareció lo que Marx denominó economía
vulgar[2], limitada a describir las apariencias externas de los procesos
económicos. Eludía la interpretación de la plusvalía como forma de explotación
y justificaba un supuesto reparto equitativo del nuevo valor creado entre el trabajo,
la tierra y el capital. Además afirmaba
que la superproducción era imposible
porqué los productos se valían recíprocamente de los mercados y toda oferta generaba su demanda. Las
crisis se explicaban por las imprudencias institucionales que interfieren el
rejuego armónico y rompían el equilibrio en un mundo panglosiano que no puede ser mejor.
La concepción del valor-trabajo pareció
demasiado áspera a los economistas que
en 1870 diseñaron un sucedáneo edulcorado que presumiblemente serviría
de revelación a todos los secretos de la ciencia económica.
Dicen los ingleses que la esperanza no sirve
para una comida pero da un buen desayuno. La teoría de la utilidad marginal -como se le llamó- se convirtió en un fruto
esperanzador que avivó el apetito de los estudiosos y sobre su base
-deliciosamente subjetiva- se construyó la abigarrada estructura de la economía
política neo clásica. Su éxito se debe, más que a aspectos ideológicos, a
sus posibilidades de aplicación práctica.
Varios economistas, trabajando
independientemente, siguieron este hilo conductor que los llevó a idénticas
conclusiones, aunque se apoyaron en disciplinas dispares. El grupo de Viena
tomó la sicología como soporte. De los trabajos de Walras y Jevons surgió la
Escuela Matemática[3],
también llamada de Lausana en honor al primero de estos autores. Junto con
Pareto dieron los toques finales a la obra del equilibrio general
Los teóricos ingleses, en un medio más maduro
que los vieneses, se dieron cuenta de que no debían desestimar la herencia
clásica y construyeron un edificio teórico utilizándola como base, pero
aplicando como contrafuertes a las formulaciones marginalistas debidamente depuradas y decoradas con un aparato
matemático más discreto que el
walrasiano. Alfred Marshall fue el
arquitecto de esta obra con la que nació la Escuela
Neoclásica. Las ideas de este profesor de Cambridge tuvieron una resonancia
extraordinaria y su obra Principios de Economía,
publicada en 1890, se convirtió en una biblia. A ello contribuyó su amplitud
enciclopédica y su acercamiento a la
praxis económica. Esto último se convirtió en una tónica cada vez más acusada
en sus continuadores, apremiados por la necesidad de hallar soluciones a
problemas concretos .
En los primeros años del siglo XX la teoría fue afinada en distintos países. Todo
fue paz y armonía hasta 1927. Entonces se inició un motín. El norteamericano
Chamberlin y la señora Robinson, inglesa, renunciaron a la ficción de la
competencia pura y perfecta y elaboraron, por separado, la teoría de la
competencia monopólica.
Poco más tarde surgió una apostasía aún mayor
cuando Keynes abogó por la intervención estatal en la economía. En la práctica
ya F.D. Roosevelt había hecho algo semejante con su New Deal. En las ciencias sociales la teoría suele rezagarse
respecto a la práctica pero resulta útil como interpretación. Marshall se estremecería
en su tumba al ver rodar por tierra su modelo ideal. En lugar del equilibrio y el enfoque
microeconómico, Keynes fijó su colimador en los problemas de la renta nacional,
la ocupación general, el ahorro, el consumo y las inversiones. Hizo trizas al
dogma de Say. También planteó que las contradicciones internas del sistema hacen
indispensable la intervención estatal. ¡Algunos lo consideraron comunista! Se acerca a Marx cuando afirma que simpatiza
con la doctrina preclásica de que todo es producido por el trabajo, pero
regresa a Marshall al referirse a la esfera microeconómica con la intervención
de la oferta y la demanda como principio
universal de la vida económica. En consecuencia puso en manos de los economistas
el macro análisis funcional e incorporó categorías como la eficacia marginal del capital y la preferencia por la liquidez.
Pero el keynesianismo desató al duende de la
inflación y ello propició el contraataque de los neoclásicos más puros. Milton
Friedman desempolvó la teoría cuantitativa del dinero[4], apoyándola en sus estudios empíricos sobre la
inflación y retomó los medicamentos del liberalismo económico para enfrentarlos
a la terapéutica de Keynes. Creó el monetarismo en el marco de la llamada
Escuela de Chicago. Es la esencia del actual neoliberalismo.
Poco antes de 1940, resaltaron las ideas sobre
la madurez económica vinculadas al estancamiento de aquellos años. Más tarde el travieso Galbraith afirmó que
los economistas no se habían percatado de que
afrontaban la sociedad de la abundancia,
que contrastaba con el contexto de escasez sobre el que habitualmente habían
razonado; fue la teoría de la opulencia. Poco antes de los años '50 se
descubrió que existen países subdesarrollados -término acuñado en esa época - y
comenzaron a aparecer modelos de crecimiento.
Las distintas corrientes dieron un avance
notable en el plano metodológico. A medida que se alejaban de la teoría
abstracta y se acercaban a la investigación empírica, más elementos
cognoscitivos ofrecían. Se apoyaron en
la matemática[5] , la estadística, la lógica, la sociología, la teoría de la
información y el análisis de sistemas y otras. Se desarrolló, además, la
economía aplicada y especializada y surgieron nuevas disciplinas derivadas.
Pareciera que los problemas relativos al valor
quedaron resueltos entre 1870 y 1890 y que las debilidades de la economía
neoclásica se superaron en 1930. Esta última afirmación se acerca a la verdad
pero no faltaron los disidentes.
Los
marxistas continuaban pensando que la teoría de la plusvalía es la correcta.
Pero también encaminaron sus
investigaciones hacía temas concretos. Después de 1917 su tarea principal se
concentró en la búsqueda de una economía viable para el socialismo y en la
elaboración de la teoría correspondiente. Afrontaron una gran desventaja pues
trabajaron sobre un modelo en gestación. Sus antagonistas pudieron actuar sobre
un environment maduro. Ello explica
el atraso observado en lo referente al herramental analítico de los primeros.
Los prejuicios constituyeron un lastre
importante no superado totalmente aún[6]. Muchos seguidores de las
corrientes neoclásicas pecan de acientíficos al desconocer supinamente a Marx.
Pero el otro cuarto se alquila y no pocos marxistas incurrieron en el
error de desperdiciar instrumentos o
teorías valederas cuyo único pecado es proceder del lado opuesto de la cerca[7].
Durante el siglo XIX el debate sobre la
Economía Política se centró en las cuestiones esenciales de la ciencia. En el siguiente siglo se orientó hacía los
aspectos funcionales. En este segundo tiempo, según Schumpeter las
ideas fundamentalmente nuevas han brillado casi totalmente por su ausencia. La
escena ideológica del pasado desapareció para dar paso a la teoría aplicada.
No es probable, al menos por el momento, que
se reanude la gran batalla. Los beligerantes continúan las hostilidades en una guerra de trincheras. Detrás de ellas
se aplican a sus problemas particulares y sólo alguna escaramuza ocasional les
recuerda que aún son antagonistas. Primun
vivere, deinde philosophare.
La ciencia económica continúa esperando una
respuesta única acerca de sus fundamentos. El ansiado socialismo aún no cuaja. Esfumado
el dogma, lo intentan Estados de todo tipo, Cuba entre ellos. En realidad lo perseguido
es un modelo sustentable,
soberano y que tenga al ser humano como objetivo. El que vamos perfilando en
Cuba tiene una diferencia de 180º con
aquel con el que hasta 1990 pretendíamos construir el socialismo de corte
soviético.
Por el momento los economistas de ambos campos, enfrascados
en tareas más inmediatas, parecen seguir el consejo del irónico Oscar Wilde y
no dejan para mañana lo que pueden hacer pasado mañana.
Fin
[1] En particular Martín de
Azpilicueta (1493-1586), Luis de Alcalá (1490-1549) y Luis de
Molina (1535-1600)
[2] Iniciada y preconizada por el francés Juan Bautista Say.
[3] hubo varias tentativas de matematizar la economía, como los trabajos
estadísticos de William Petty en el siglo XVII. En el primer cuarto del XIX
Antoine Augustin Cournot explicó la conducta de los consumidores mediante el
cálculo diferencial. John Bates Clark descubrió independientemente el concepto
de utilidad marginal. No puede terminarse esta relación sin mencionar al
ucraniano Yevgueni Y. Slutsky, autor del teorema homónimo que en 1915 describió la conducta del consumidor ante
variaciones de precios.
[4] Desarrollada por el norteamericano Irving Fisher. Tuvo su antecedente
en el mencionado Martin de Azpilicueta en Salamanca durante el siglo XV.
[5] El francés A.Cournot se
anticipó a la Escuela de Lausana y a Marshall. En sus Recherches sur les
principes mathematiques de la theorie des richesses
publicada en 1838, introdujo las funciones de oferta y demanda y mostró la
formación de precios en condiciones de monopolio, duopolio y competencia
perfecta. Mediante el cálculo superior demostró que el monopolista maximiza su
ganancia cuando su costo marginal iguala al precio marginal. Fué el verdadero padre de la economía
matemática.
[6] Oskar Lange, polaco, considera que la escuela neoclásica y Walras
ayudaron a una comprensión mayor de los aspectos prácticos. Por el contrario,
estima que la contribución de la
escuela austríaca y Pareto al entendimiento de los procesos económicos es nula.
[7] Kantorovich, el
descubridor de la programación lineal en la URSS -año 1939- no fué recibido con
el mismo entusiasmo con que unos pocos años más tarde Dantzing,
independientemente, también la descubrió en Estados Unidos. Era la época los
métodos matemáticos eran mirados con recelo por su regusto capitalista.
Leontief, que adquirió experiencia con
los balances de economía en la URSS donde ya en 1925 publicó algo al respecto,
desarrolló su matriz de insumo producto en Occidente. Después de 1960 los economistas marxistas
iniciaron un aggiornamento para incorporar estas aplicaciones prácticas a su
arsenal y desarrollar las propias.
Comentario de la Dra. en Ciencias Económicas. Martha L. Bayón Sosa. Estimado Juan M Ferranio, aprecio su glosa y lo felicito por el esfuerzo de síntesis. Durante años impartí la asignatura Historia de las Doctrinas - Historia del Pensamiento-Historia del Pensamiento Económico - Historia de la Teoría Económica. Siempre, trate de desplegar el método de Marx, convencida de que el enfoque crítico-dialéctico-anti dogmático es la única manera de ejercitar la ciencia. La crítica está en todos los escritos de Marx, de hecho, su obra cumbre tiene como título completo: “El Capital. Crítica de la Economía Política”. La crítica marxista se caracteriza por recurrir a un comportamiento inmanente analítico-reflexivo, a asimilar-rechazar, a apreciar lo positivo y lo negativo, como dos caras de la misma moneda, que constituyen una unidad dialéctica; es decir, “…la intelección positiva de lo existente, lo cual incluye, al propio tiempo, la inteligencia de su negación” (El Capital, T.I). El valor de esta materia radica en el ejercicio del criterio, en iluminar el pensamiento, a través del conocimiento de diferentes enfoques sobre problemas económicos, que la mayoría de las veces se han repetido a través del tiempo, y el discernimiento de sus soluciones, procesos que pueden servir de base a nuevos proyectos. El valor de esta materia es registrado por autores como Krugman y Stiglitz (premios Nobel de Economía), quienes, no siendo marxistas, reconocen su importancia. Desdichadamente, dicha disciplina ocupa cada vez menos lugar en la maya curricular del economista cubano, relegada por otras materias.
ResponderEliminarDra muchas gracias por su opinión, la cual se la hice llegar al profesor Ferran. Recuerdo con agrado la asignatura que menciona, 1980, me la impartio Rolando Ruiz Valiente un excelente profesor. Por cierto busque y encontre un articulo suyo compartido , " El Control Interno y las Pymes" el cual leere y eventualmente publicare en estos tiempos de Pymes que se respiran en Cuba. Saludos
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