Por: Oscar Figueredo Reinaldo, Yunier Javier Sifonte Díaz, Edilberto Carmona Tamayo, Lissett Izquierdo Ferrer, Lisandra Fariñas Acosta, Ania Terrero
Luis Alberto Orta tiene 27 años y todavía sonríe como aquel niño que llegó hasta la EIDE Mártires de Barbados para formarse como luchador. Entonces no podía saber que en 2021 se convertiría en campeón olímpico, ni imaginar cuántas pasiones levantaría entre los habitantes de La Güinera, el barrio habanero tildado de “marginal” que lo vio jugar trompos y bolas, empinar papalotes, fajarse en la calle.
Acostumbrado a vencer retos, para él las batallas son una constante. Hoy prefiere no responder demasiado cuando uno le pregunta qué le aporta a él un barrio como el suyo. “Para mí siempre fue un lugar normal, a pesar de su mala fama. En todo caso, vivir ahí me dio más fuerzas para ir adelante y ayudar a mi familia”.
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Hablar de marginalidad, en cualquier escenario y circunstancia, resulta muy controvertido, empezando porque no hay consenso en los estudios sociales acerca de su concepto.
En primer lugar, explica la doctora en Ciencias Sociológicas, María Isabel Domínguez, marginalidad quiere decir “al margen” y eso entraña varias dificultades: en qué consiste la integración que marca esos márgenes; desde dónde se define qué es lo integrado y qué es margen y, por último, las personas que se sitúan en esos márgenes, generalmente están incluidas en algunos aspectos y excluidas de otros, lo cual complejiza definir marginal respecto a qué.
La denominación de marginalidad surgió en Europa y cobró fuerza en la segunda mitad del siglo XX en América Latina para dar cuenta del surgimiento de grandes contingentes de población que migraban del campo a la ciudad en busca de una integración al proceso de industrialización, cuya debilidad no fue capaz de absorberlos y dio lugar a asentamientos periféricos, de viviendas precarias y a poblaciones desocupadas u ocupadas en un sector informal, sin acceso a los principales servicios sociales (educación y salud).
Por otra parte, ha sido común simplificar marginalidad únicamente con pobreza y exclusión, que aunque están relacionados, no son similares, “porque aun cuando por lo general hay insuficiencias de carácter económico, hay un peso significativo de elementos culturales en su conformación”, precisa la coordinadora del Grupo de Estudio sobre Juventudes del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS).
De ahí que las maneras de identificar grupos en condiciones de marginalidad son variadas y los distintos enfoques potencian unas u otras:
- contextos urbanos periféricos y precarios
- desinserción o formas precarias de inserción en el mercado de trabajo
- sectores sociales desventajados en el entorno rural
- falta de participación activa
- conflictos culturales
- bajo grado de proximidad a los valores centrales del sistema social
La marginalidad, resume Aníbal Quijano1, es una forma de estar en el sistema social, pero ocupando una posición de escasa relevancia.
Ernel Gonzales Mastrapa, decano de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología, añade que este fenómeno puede estar presente en cualquier lugar, incluso en aquellos donde estén cubiertos todos los servicios a nivel de comunidad.
No solo aparece en la periferia, sino también en zonas céntricas, sintetiza el doctor en Sociología. En los años ochenta, un estudio del Grupo de Desarrollo Integral de la ciudad de La Habana incorporó ese análisis. En aquel entonces, en determinados municipios centrales de la capital más de 30 000 personas vivían en las azoteas, en un cuarto, en condiciones precarias, a veces sin baño, sin agua.
Otros estudiosos2 del tema también agregan al debate la relación de marginalidad con integración social, o sea, con justicia social, participación y cohesión nacional.
A juicio de María Isabel Domínguez, cuando la realidad se ve sometida a cambios intensos (ya sea de prosperidad o retroceso), se rompe el equilibrio logrado entre sociedad e individuo, y las experiencias individuales se apartan de las expectativas que se habían conformado al influjo de las normas sociales.
“Quienes no alcanzan las metas aspiradas y legitimadas son marginados y, a la vez, se automarginan. En lo económico y lo social comienzan a buscar alternativas de supervivencia y en lo cultural desarrollan sus propios códigos de comunicación y objetos simbólicos”, explica.
Un asunto no menos importante es la necesidad de utilizar responsablemente todos estos conceptos, ante el peligro de las estigmatizaciones, considera la Dra. Elaine Morales Chuco, quien nació y vivió 45 años de su vida en uno de los barrios más estigmatizados del municipio habanero de San Miguel del Padrón.
“Cuando llegamos a calificar a personas como marginales por una apariencia física, ahí entran los prejuicios que tienen que ver con los géneros, colores de la piel, identidades sexuales, con las ciudades, con las discapacidades”, afirma la experta del Instituto de Investigaciones Culturales Juan Marinello.
Pero esto no significa huir del término. “Muchas veces, desde las políticas, les decimos barrios complejos, vulnerables, en desventaja, cambiándole el nombre, como mismo ha pasado con la mendicidad y la prostitución. Estamos dados a cambiar los términos de las cosas por el temor a definir lo que son y la gravedad de que estén dentro de nuestra sociedad.
“No estamos diciendo que son marginales o marginados para reproducir esa desventaja, sino para trabajar en la diferencia, de lo contrario estamos ocultando una realidad y aplazando una situación social que puede ser grave y realmente agresiva para la reproducción de los valores del socialismo que aboga por la integración y la participación equitativa”, enfatiza Morales Chuco.
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Mucho de consagración hay detrás de la medalla olímpica de Orta. “En mi casa éramos pobres y no podía tener los implementos necesarios, pero mi mamá siempre hizo lo que pudo para que no entrenara descalzo. Compraba tenis a nuestro alcance y así resolvía. Con la alimentación, yo comía lo que ella llevaba a la mesa. A veces debía ir a los gimnasios más alejados u otros que aparecen cuando no eres 'de la guara' y ella me acompañaba sin protestar. Todo eso lo hacía mientras cuidaba a mis hermanas, así que le estoy más que agradecido”.
Cuando Luis creció y entró a las preselecciones nacionales la vida no le cambió demasiado. Mientras otros despertaban más tarde, él tenía que salir casi de madrugada para llegar en tiempo a los entrenamientos. Si el transporte no le daba tregua en las mañanas, cualquiera puede imaginar lo que significaba el regreso luego de cumplir las sesiones de preparación y descansar en el mismo gimnasio. Pero nadie dijo que el camino sería sencillo.
Hablemos de la marginalidad en Cuba
Analizar el fenómeno de la marginalidad en Cuba pone al descubierto la carencia de datos oficiales actualizados sobre el tema. Según un informe publicado en octubre de este año por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, apenas el 0.1% de la población cubana se encuentra en situación de pobreza multidimensional extrema, medición que identifica carencias a nivel de los hogares y las personas en los ámbitos de la salud, la educación y el nivel de vida.
No obstante, razona la socióloga María del Carmen Zabala*, personas beneficiarias del régimen de asistencia social, si no tienen los ingresos suficientes para cubrir necesidades básicas, se podría estimar que están en esas condiciones. Igual sucede con aquellas que solicitan subsidios para reparar su vivienda o que viven en ciudadelas o barrios insalubres.
Pero, ¿qué situaciones llevan a que aparezca la marginalidad en Cuba? Los entrevistados coinciden en señalar los factores socioeconómicos desencadenados por la crisis de la década de los años noventa, que –puntualiza María Isabel Domínguez– paralizó las corrientes de integración que se encaminaban a eliminar las condiciones de la marginalidad tradicional (económica, residencial, racial).
“Se produjo un proceso de movilidad social descendente en la esfera del empleo y los ingresos y, con ello, de marginación de muchos de los que habían logrado insertarse en las diferentes esferas”, comenta y acentúa la peculiaridad existente en la Isla, con “procesos de marginación parcial”, debido a la garantía de acceso a servicios básicos gratuitos.
Aunque, aclara Elaine Morales Chuco, el acceso a la salud, educación, asistencia y seguridad social, sin distinción, no quiere decir que, por debajo de esa uniformidad, haya una gran heterogeneidad que se ha ido agravando a raíz de la crisis económica.
De acuerdo con María Isabel Domínguez, a raíz del Periodo especial la familia continúa enfrentando el problema de la vivienda y las dificultades para satisfacer las necesidades básicas de sus miembros. “La educación sufrió un proceso de deterioro y de diferenciación territorial y social, ha restringido su influencia educativa y dejó de funcionar como pasaporte al empleo; los ingresos por el trabajo perdieron su condición de satisfacer las necesidades básicas y se incrementó el papel de la economía informal como fuente de ingresos”.
Paralelamente –continúa–, se incrementaron las migraciones internas y externas de personas que buscan mejorar sus condiciones de vida.
Estos procesos se expresan en un sinnúmero de direcciones que constituyen tendencias de marginalización o desintegración social, “la no continuidad de estudios, la desvinculación laboral, el crecimiento de la pobreza en las zonas periurbanas, el éxodo del campo a la ciudad, el surgimiento o ampliación de barrios insalubres, el aumento de la delincuencia y la violencia, y oleadas migratorias hacia el exterior del país”.
Estos fenómenos tienen una dimensión espiritual y ética también de considerable magnitud. “La incertidumbre ante el futuro que ha prevalecido a lo largo de estos años de crisis ha potenciado las actitudes presentistas y hedonistas que lesionan la cohesión social encaminada al logro de metas colectivas a largo plazo. El entramado social se debilita y con él la solidaridad social. Crecen el individualismo y la competencia”, sostiene la especialista del CIPS.
Para la socióloga María del Carmen Zabala, desde la actualización del modelo económico se han producido cambios en las maneras en que el Estado provee bienestar a la población.
“El mercado adquiere mayor significación, donde se satisfacen necesidades importantes de las personas y sus hogares. Paralelamente, se le ha otorgado una mayor responsabilidad a las familias en la satisfacción de esas necesidades. La eliminación de subsidios y gratuidades hace que en algunos segmentos de la población se sientan más esas exigencias, y que puedan estar en situación de vulnerabilidad”, señala.
A eso habría que añadirle, apunta María Isabel Domínguez, el agravamiento de las condiciones económicas en el último periodo por la combinación del recrudecimiento del bloqueo y la pandemia de la covid-19, además de los efectos negativos en esas condiciones del reordenamiento monetario, con el aumento de los precios y la inflación.
“Los sucesos del 11 de julio y algunos de los comportamientos sociales que allí se expresaron hicieron visibles esas condiciones de vulnerabilidad en que viven sectores de la población, y cómo el malestar de no sentirse integrados puede traducirse en demandas políticas, pero la marginalidad y la desintegración social no contribuyen a un cambio social transformador, sino a un deterioro estructural y espiritual”, opina la experta.
Además de esos factores económicos, influyen cuestiones subjetivas, familiares. “Hay un proceso donde las diferentes causas que inciden en la marginalidad interactúan y hacen que el fenómeno tenga manifestaciones de producción y reproducción”, explica María del Carmen Zabala y pone un ejemplo.
“Las familias que viven en condiciones de pobreza y marginalidad, son aquellas que a lo largo de las generaciones han tenido estas situaciones, incluso algunas de ellas en las primeras décadas del triunfo de la Revolución participaron de procesos de movilidad social ascendentes, en busca de lograr niveles de instrucción superiores y un vínculo al empleo formal.
“Sin embargo, pasadas varias décadas, estos cambios no se concretaron, manteniendo estilos de vidas en los que se ha constatado la inexistencia de un nivel de participación social efectiva que les permita transformar sus condiciones de vida o colocar sus demandas en los canales sociales adecuados”.
En su opinión, el emparejamiento y la maternidad temprana están entre los elementos que más pueden contribuir a la situación de pobreza.
¿Cómo evitar que la marginalidad se entronice y se reproduzca?
Una opinión compartida por los expertos es la necesidad de fortalecer los procesos de integración social, así como impulsar políticas con atención a las desigualdades sociales y una mayor sensibilidad a la diferencia y a lo diverso, "pero no desde prácticas asistencialistas, sino con énfasis en los procesos de participación efectiva de todos los grupos e individuos en el funcionamiento de la vida social”, subraya María Isabel Domínguez.
“En circunstancias como las actuales, en que el proyecto social de la Revolución se ve obligado a redefinir qué es lo esencial y posible en términos de justicia social y aceptar desigualdades indeseadas en etapas precedentes, necesariamente hay que ampliar las condiciones para elevar los niveles de participación, que garanticen integración social a todos los grupos, brinde posibilidades reales de formar parte de las decisiones y así fortalecer el consenso y la cohesión”.
María del Carmen Zabala considera que la prevención y la atención social requieren un vuelco importante, porque los problemas demandan la atención de un personal especializado. Hay menos trabajadores sociales de los que formamos y no todos tienen la mejor preparación en estos momentos.
Pero, más allá de la labor de los trabajadores sociales –agrega el decano de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología–, se requiere del apoyo de todos los factores y todas las profesiones.
Otro tema esencial lo expone Elaine Morales Chuco. “La identidad de una localidad y las políticas públicas de una localidad –considera– no pueden estar sometidas al liderazgo, el cual es importante, pero si el impulso, la fuerza y la movilización dependen nada más que de una persona, entonces cuando sale el líder se pueden debilitar las estructuras que impulsaban la transformación local y eso también lo hemos visto a nivel de provincia”.
“La transformación tiene que ser más sobre la base de la participación popular, donde ese poder sea más amplio para que realmente haya una participación más profunda y efectiva”.
¿Qué se hace desde el Gobierno?
¿Existe en Cuba alguna normativa para el tratamiento a personas y comunidades marginales? Ante esa pregunta, Rita Machín Reyes, subdirectora de la dirección de Prevención Social del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, comenta que la marginalidad es uno de los temas que, desde la prevención y el trabajo social, le atañen al país, “de manera tal que se pudieran dedicar políticas y acciones para rescatar e integrar a la sociedad a estas personas que, de alguna manera, se autoexcluyen o son excluidas por una situación determinada, en un contexto determinado”.
En agosto de este año –agrega la especialista– se aprobaron tres políticas para la atención a las personas que están en situación de vulnerabilidad, o sea, de “incapacidad para poder lidiar con los problemas que se le presentan y que no tienen los resortes necesarios para salir de manera espontánea, por sí solas, de esa situación, y que necesitan de la ayuda del Estado y la sociedad”.
Si bien en el texto de esas decisiones no aparece la palabra marginalidad, “porque consideramos que no debiera ser ese el término para su tratamiento” –dice Machín Reye–, “sí están incluidas todas aquellas personas, barrios y comunidades que se pudieran considerar marginales”.
De acuerdo con la entrevistada, las políticas surgieron a partir de una reunión con el presidente del país, en la que indicó pensar en nuevas medidas para seguir atendiendo a las personas y reducir las situaciones de vulnerabilidad.
El objetivo de lo aprobado –añadió– es transformar la labor que se realiza en los barrios y comunidades en la atención a estas personas, en particular por parte de los trabajadores sociales, cuyos principios fundacionales se busca rescatar ahora.
Machín Reyes, quien proviene de aquel programa creado en 2000 por Fidel, recuerda que llegaron a ser casi 42 000 trabajadores, número que luego se redujo drásticamente. Hoy no superan los 7 000.
El diagnóstico realizado para crear las tres políticas mostró la necesidad de diseñar un técnico superior en trabajo social. Esa carrera debe comenzar en abril de 2022, e incluirá, en la variante de curso por encuentros, para su habilitación, a quienes ejercen actualmente como trabajadores sociales.
“En Cuba no existe una carrera de trabajo social, los que hoy se desempeñan como tal tienen duodécimo grado y provienen de varias formaciones, sin todo el conocimiento y las herramientas necesarias para ejercer esa labor”.
Una de las políticas (Acuerdo 9151 del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros) está orientada a constituir grupos de prevención en cada uno de los barrios, a nivel de consejo popular. Hasta ahora, solo estaban a nivel de provincia y municipio, y son los consejos populares el espacio donde ocurren las transformaciones sociales.
Se establece que en un consejo popular podrá haber tantos grupos de prevención como la situación lo requiera. El trabajador social sería el coordinador de este grupo, integrado por representantes de organismos y organizaciones que están en la comunidad y que también deben trabajar de manera conjunta para la solución de los problemas que allí existan, subraya Machín Reyes.
También se incluirían representantes de Educación, Cultura, Salud, los CDR y la FMC, delegados del Poder Popular, así como los líderes informales, o sea, “personas que se sabe pueden ayudar a compulsar la participación de la población en la solución de los problemas”.
En esas tareas –resume Machín Reyes–, la labor de los trabajadores sociales deberá ser distinta, no solo caracterizar el problema, sino diseñar las acciones para poder transformar la situación del hogar, en conjunto con la familia.
“No solo se debe llegar al cambio de infraestructura que hace falta en la comunidad, como arreglar una calle o una vivienda, sino a la transformación de la mentalidad de las personas. Que todos se impliquen en los cambios”.
Otra medida aprobada es la posibilidad de ampliar y diversificar los servicios para las personas que están en situación de vulnerabilidad, más allá de los definidos en la Ley 105 (prestaciones monetarias temporales, los asistentes sociales a domicilio, el servicio para madres con hijos que padecen discapacidad severa, entre otros).
Por ejemplo, los Gobiernos podrán entregar utensilios y activos a aquellas personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad para que puedan abrir negocios.
“A una madre soltera con tres hijos que padecen de discapacidad, que por estar al cuidado de estos no puede incorporarse a trabajar, pero le gusta coser, se le puede entregar una máquina de coser. De esta forma ella comenzaría a tener ingresos y dejaría de ser dependiente de la asistencia social, al tiempo que se crea un nuevo servicio para la comunidad”.
Por otra parte, está la pretensión de diversificar los servicios del asistente social a domicilio, de manera que no solo brinde su ayuda en un hogar por cuatro u ocho horas, sino que también pueda atender a varias personas en horarios determinados: comprar los productos en la bodega y los medicamentos en la farmacia, limpiar la casa...
Un concepto novedoso en las recientes políticas son las “prestaciones monetarias condicionadas”, a las que pueden acceder, por ejemplo, aquellos jóvenes y adultos que “a veces se autoexcluyen, y no hacen nada por salir de su situación de marginalidad y es mucho más fácil tener una prestación monetaria temporal que le va a solventar, en cierta medida, algunos de sus problemas”, opina la especialista del MTSS.
A partir de ahora, “esa prestación monetaria se debe entregar de manera condicionada a exigencias que se le harán al núcleo familiar para que cambie, para que pueda salir de su problemática y no sea dependiente eterno de esa prestación”.
Sigamos con el mismo ejemplo: aquella madre soltera con tres hijos puede beneficiarse de una prestación monetaria, con la condición de que sus hijos vayan al círculo infantil y ella se incorpore al trabajo. Para estas gestiones, contaría con la ayuda del grupo de prevención, y así, en un periodo de siete meses, dejaría de depender de la asistencia estatal.
Otro cambio aprobado, agrega Machín Reyes, tiene que ver con la entrega de recursos a las familias en situaciones de vulnerabilidad. Anteriormente estos productos solo se podían obtener en las dependencias de Comercio Interior, y ahora se permite su compra a las formas de gestión no estatales.
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El regreso de Orta con su medalla de oro olímpica al cuello fue una fiesta popular. Significó la vuelta del ejemplo, la consagración del niño que por muchos años jugó en las mismas calles que ahora le sirven de escenario para sus respuestas.
“Volver como campeón fue muy bonito, porque la gente pudo ver que en estos barrios también hay personas buenas. Para todo se necesita disciplina, sacrificio y trabajo. No importa el lugar, sino la voluntad para lograr los sueños”.
(Continuará)
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