Los suelos cubanos sufren el impacto de intensas sequías o han sido afectados por los efectos de una tradición centenaria de monocultivo basada en la caña de azúcar, principal industria de la isla hasta inicios de la década de los 2000.
ECONOMÍA Luis Brizuela 24 marzo, 2022
El productor Juan Miguel Fleitas (I), Andrés Fuentes (C), del Instituto de Suelos, y Jorge Luis Gutiérrez, jefe de producción agrícola de la Unidad Básica 26 de Julio, extienden los brazos en la finca Victoria 1, en el municipio de Guanabacoa, en La Habana, para mostrar los diferentes niveles que tenía el terreno de la finca Victoria 1. La aplicación de técnicas como las zanjas de absorción y la acumulación de materia orgánica han reducido al mínimo este y otros problemas de erosión.
Foto: Jorge Luis Baños/IPS
La Habana, 24 mar.- Del paisaje yermo de hace una década queda apenas el recuerdo en la finca del productor cubano Juan Miguel Fleitas, quien atribuye la transformación al trabajo constante y la aplicación de técnicas de manejo sostenible y conservación de suelos.
“El terreno estaba deteriorado. Arábamos sin tener en cuenta los desniveles del terreno. Cuando llovía la capa vegetal se iba al río. Lo que se sembraba se daba con muy mala calidad”, recordó Fleitas, quien ha seguido la tradición familiar en su finca Victoria 1, en el municipio de Guanabacoa, uno de los 15 que conforman La Habana.
En sus 29 hectáreas, la finca sobresale hoy por la producción de tubérculos, hortalizas y frutas, además de la cría de animales que sustentan las necesidades alimenticias de sus seis trabajadores y garantiza aportes a su Unión Básica de Producción Cooperativa (UBPC) 26 de Julio, a la que pertenece.
En Cuba, un país de gobierno socialista y economía mayormente centralizada, las UBPC gestionan tanto propiedades privadas como tierras estatales entregadas en usufructo.
En la Victoria 1 se gestó y comenzó a extenderse desde 2010 el Polígono nacional para lo conservación y mejoramiento de los suelos, agua y bosques, que en sus más de 1000 hectáreas impulsa un proyecto demostrativo conducido por el estatal Instituto de Suelos (IS).
Esa experiencia se ha extendido a casi la totalidad de los 168 municipios del país para “dar una respuesta efectiva al cambio climático y servir como referencia para la aplicación a gran escala de técnicas”, a fin de proteger el importante recurso natural, explicó a IPS el investigador Andrés Fuentes, especialista del IS, durante una visita a la finca.
Fuentes integró el grupo de expertos que en 2010 “propusieron aplicar al suelo abonos verdes y materia orgánica elaborada a partir de (las excretas de) nuestros propios animales”, señaló Fleitas a IPS.
Mencionó que comenzó a utilizar también cercas vivas, erigió muros de contención para frenar los arrastres de las precipitaciones o canalizó zanjas de absorción.
Construidas siguiendo las ondulaciones del terreno, dichas zanjas ayudan a escurrir las aguas de lluvia y evitar el arrastre de la capa vegetal. Al rellenarse con materia orgánica, el agua infiltrada lleva consigo el abono y fertiliza los niveles inferiores del campo.
Gracias a estas y otras técnicas “hemos triplicado los rendimientos en cultivos como la yuca, boniato, plátano y frutales. Decían que aquí no se daba el café, y hoy obtenemos con 2000 plantas de 900 a 1000 kilogramos del grano en apenas media hectárea”, apuntó Fleitas.
Enfatizó que “si no protegemos el suelo no tendremos comida”.
Arbustos de guayaba recién sembrados en la finca Victoria 1, que integra el Polígono nacional para lo conservación y mejoramiento de los suelos, agua y bosques, en el municipio de Guanabacoa, en la capital cubana. La aplicación de buenas prácticas en un terreno muy degradado hace más de una década, permitió recuperar la capa vegetal y fertilidad de un terreno donde hoy se obtienen variedades de frutas.
Factores adversos
Es una idea que parece cobrar cada vez más relevancia en un país eminentemente agrícola como Cuba cuyos suelos “tienden a una degradación natural causada por fenómenos como la acidez, la alcalinización o la compactación debido al uso de la maquinaria para la siembra o cosecha”, analizó Dagoberto Rodríguez, director de Suelos y Fertilizantes del Ministerio de la Agricultura.
Debido a su posición geográfica, este pequeño estado insular caribeño es especialmente vulnerable a las lluvias de los ciclones tropicales, “que pueden concentrar la mitad de la precipitación media anual en apenas 48 horas”, recordó Rodríguez en diálogo con IPS.
Asimismo, los suelos cubanos sufren el impacto de intensas sequías o han sido afectados por los efectos de una tradición centenaria de monocultivo basada en la caña de azúcar, principal industria de la isla hasta inicios de la década de los 2000.
La crisis económica iniciada en los años 90 y la falta de financiamiento ha obligado al país a disminuir las importaciones de fertilizantes químicos e incentivar el incremento paulatino de las prácticas agroecológicas y métodos de conservación.
Tal conjunción de factores, “obliga a actuar constantemente en materia de mejoramiento y conservación de los suelos”, argumentó Rodríguez.
Con una superficie de 109 884 kilómetros cuadrados (10 988 400 hectáreas), el archipiélago cubano posee más de seis millones de hectáreas con potencial agrícola, de las cuales apenas se cultivan la mitad.
Pero los datos oficiales también indican que casi 77 % de los suelos se caracterizan por su poca productividad, a partir de la existencia de uno o más factores adversos como la erosión, salinidad, acidez, mal drenaje, baja fertilidad y contenido de materia orgánica o escasa retención de humedad, entre los principales.
Desde 2001, el Ministerio de la Agricultura desarrolla el Programa nacional de mejoramiento y conservación de suelos.
Más recientemente, en enero, entró en vigor un paquete normativo donde sobresale el decreto ley 50 del Consejo de Estado, que estableció la “Política sobre la conservación, mejoramiento y manejo sostenible de los suelos y el uso de los fertilizantes”.
Integrada por una veintena de principios, “Cuba dispone por primera vez de una norma de alto rango que traza una política y desarrolla reglamentos que jerarquizan la gestión y gobernanza de los suelos”, sostuvo Rodríguez.
Significó que “el objetivo supremo de la política es detener y revertir los procesos de erosión en la isla”.
De acuerdo con el directivo, la norma establece “actuar sobre el que viola lo establecido, pero también estímulos y bonificaciones hacia aquellos productores que actúan positivamente sobre el recurso”.
Al respecto, destacó el incentivo con créditos bancarios o el acceso a más favorables pólizas de seguro “para quienes demuestren que están haciendo ese manejo sostenible… algo que se modela con apoyo de proyectos internacionales y podríamos implementar el año que viene, una vez listos los mecanismos de certificación”, adelantó.
Leonardo Cardosa (D), productor de la finca 1221, Mirta Salgado, experta forestal de esa explotación, y Andrés Fuentes, especialista del Instituto de Suelos, en el Polígono nacional para lo conservación y mejoramiento de los suelos, agua y bosques, en el municipio de Guanabacoa, uno de los que conforman la capital de Cuba.
Soberanía alimentaria y cambio climático
En julio de 2020, el gobierno aprobó el Plan de Soberanía Alimentaria y Educación Nutricional, mientras para abril debe darse el visto bueno a la Ley de igual nombre, enfocadas en disminuir la dependencia de las importaciones de alimentos.
Mecanismos propios de la centralizada economía de la isla, combinados con la descapitalización del sector agrícola y dificultades en el acceso a insumos debido al persistente embargo del gobierno de Estados Unidos, influyen en los bajos rendimientos agrícolas o pérdidas de porcentajes significativos de cosechas.
Ello obliga a importar de 60 % a 70 % de los alimentos que consume este país de 11,2 millones de habitantes.
Rodríguez consideró que la Política sobre la conservación, mejoramiento y manejo sostenible de los suelos y el uso de los fertilizantes conecta con el plan de soberanía alimentaria.
La norma, precisó, dicta preservar los suelos con categoría I y II –los más productivos- para cultivos y producciones agropecuarias, mientras regula el uso de fertilizantes, al igual que la aplicación de bioproductos.
Además, focaliza al productor, “buscando que las medidas para proteger el suelo se originen desde la finca, como unidad básica para un manejo sostenible de ese recurso”.
Informes internacionales corroboran que la deforestación, la urbanización, la contaminación, la salinización, la erosión acelerada y los incendios, unido a la ausencia de manejos sostenibles, son responsables por la pérdida anual de grandes extensiones de suelo fértil en el mundo.
Científicos pronostican que el nivel medio del mar aumentará en 0,29 metros para 2050 y 0,95 metros para 2100, debido al cambio climático.
Para Cuba, además de ver parte de su territorio bajo las aguas, el aumento de las temperaturas supondría un reforzamiento de los factores limitantes del suelo como la salinidad, la acidez o la pérdida del potencial productivo.
Por ello el plan del Estado cubano de enfrentamiento al cambio climático, más conocido como Tarea Vida, vigente desde 2017, también incluye acciones de mitigación de vulnerabilidades de los suelos.
Desde esa fecha se aplicaron los principios del manejo sostenible de tierras en más de 2525 hectáreas, mientras un millón de hectáreas agrícolas recibieron algún tipo de beneficio, muestran estadísticas oficiales.
El Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta 2030 se ha propuesto, entre otras metas, incrementar la superficie boscosa hasta 33 % y mejorar 65 % de los suelos del área agrícola.
Pese a demostrarse la viabilidad y necesidad de un adecuado manejo y conservación de los suelos, todavía muchos campesinos en la isla se muestran reticentes a extender tales prácticas, lo cual demuestra que “el reto mayor está en lograr cambiar la mentalidad de productores agrícolas”, reconoció Fuentes.
ED: EG
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