Alejandro Nadal, La Jornada
En septiembre de 2008, el senador Sherrod Brown recibió una llamada del secretario del Tesoro, Hank Paulson, y de Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal. Brown no era un gran jerarca del Senado, por eso se necesitaba su voz para lanzar una idea descabellada. Paulson y Bernanke fueron al grano: Necesitamos 700 mil millones de dólares, y los necesitamos en tres días. Además, le dijeron, el plan que tenían entre manos requería que Paulson tuviera la capacidad de gastar ese dinero como quisiera, sin supervisión alguna y sin tener que rendir cuentas ante alguna corte o tribunal judicial.
Así comenzó el proceso de chantaje, intimidación y mentiras que culminaría con el programa de rescate de activos con problemas, el tristemente célebre TARP (Troubled Asset Recovery Program). El 18 de septiembre de 2008, a las 11 de la mañana, Paulson sentenció a un grupo de senadores: Si el congreso no hace lo que estamos pidiendo, más de 5 millones de millones de dólares de riqueza desparecerán en menos de 24 horas. O sea, se avecina una hecatombe y ustedes cargarán con la responsabilidad si no hacen lo que les decimos.
¿Para qué quería el dinero Paulson? El crédito interbancario se había congelado y el sistema de pagos amenazaba con detenerse. Comprando los activos defectuosos que los bancos tenían en sus libros, Paulson pensaba que se podría reactivar la confianza entre bancos (y, dicho sea de paso, beneficiar a algunos de sus viejos amigos).
El chantaje y la intimidación no fueron suficientes y Paulson tuvo que endulzar el paquete para lograr su aprobación. En octubre de 2008 logró que el congreso aprobara su ley de emergencia para la estabilización económica. El artículo 109 estipulaba que el Departamento del Tesoro podría introducir cambios en los créditos otorgados para evitar desahucios. Pero la promesa de ayudar a los deudores fue sólo un truco para conseguir votos (sirviendo de escudo a muchos congresistas que necesitaban mostrar un compromiso con sus bases electorales). A los pocos meses de aprobada la nueva ley, el artículo 109 era ya letra muerta.
El TARP se convirtió rápidamente en un programa de inyección de recursos para los bancos y algunas grandes compañías. Y a los bancos beneficiarios del TARP ni siquiera se les exigió dar cuentas de lo que habían hecho con los recursos recibidos. Por si eso fuera poco, a los bancos no se les condicionó la ayuda a que reactivaran el crédito hacia la actividad productiva y los consumidores, lo que la retórica del TARP había prometido. Al final de cuentas, los bancos comenzaron a usar esos recursos como quisieron.
Se dice con frecuencia que el TARP ayudó a mitigar los peores efectos de la crisis y le imprimió mayor estabilidad al sistema bancario en Estados Unidos. La realidad es distinta: los grandes bancos (JP Morgan, Bank of America, Citigroup, Goldman Sachs) se hicieron más grandes y la volatilidad e inestabilidad no han disminuido.
Pero TARP no podía continuar por mucho tiempo. El congelamiento del crédito interbancario era un problema más grande y no se podía resolver con un simple rescate puntual de activos defectuosos. Y, por otra parte, el TARP no permitía inyectarle recursos al sistema bancario sombra. Así que desde noviembre de 2008 el TARP fue siendo remplazado por otro mecanismo: una nueva modalidad de intervención de la Reserva Federal. Para finales de 2008, la Reserva Federal ya había comprado más de 600 mil millones de dólares de créditos hipotecarios a los bancos con más problemas.
La Reserva Federal ya había arrancado la política monetaria flexible que desembocaría en tasas de interés cercanas a cero, el régimen ZIRP (Zero Interest Rate Policy). Así que sin poder manipular más la tasa de interés de referencia para el crédito interbancario, la Fed decidió manipular la cantidad de dinero que se inyecta en la economía. Y lo hizo a través de un programa de flexibilidad cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés) que funcionaría a través de dos canales, comprando activos (de mala calidad) de los bancos y adquiriendo bonos del Tesoro. El objetivo de comprarle activos a los bancos era quitarles presión para que incrementaran el crédito a la producción y el consumo. El propósito de adquirir bonos del Tesoro era reducir el rendimiento de dichos bonos y, por ende, eliminar el incentivo que tenían los bancos para adquirirlos (en lugar de prestar más recursos a la economía real). Pero la realidad es que los bancos no se pusieron a prestar al público en general y, en cambio, se dedicaron a prestarle al gobierno y a especular en el mercado mundial. El resultado es que uno de los motores más importantes de la economía global es la especulación en el mercado de divisas que recibió un gigantesco estímulo a través de la política monetaria. Como nunca hubo una verdadera reforma regulatoria del sistema bancario y financiero, la flexibilidad monetaria ha llevado a un mundo más incierto. Y hoy que se acerca el fin del mundo ZIRP, se prepara la tercera gran mutación de la crisis mundial.
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