Donald Trump saluda a trabajadores de una fábrica de Carrier en Indianapolis (EE UU) EVAN VUCCI AP
¿Alguien se acuerda todavía del acuerdo con Carrier? Allá por el mes de diciembre, el presidente electo Donald Trump anunció a bombo y platillo que había llegado a un acuerdo con el fabricante de aparatos de aire acondicionado para mantener 1.100 puestos de trabajo en Estados Unidos, en lugar de trasladarlos a México. Y los medios de comunicación alabaron la hazaña durante días.
En realidad, el número de puestos afectados se acercaba más a los 700, pero ¿qué importan los números? Cada día laborable, se despide a unos 75.000 trabajadores estadounidenses, así que unos cuantos centenares aquí o allá apenas alteran el panorama general.
Independientemente de lo que Trump consiguiese o no con Carrier, la verdadera pregunta era si tomaría medidas que supusiesen una diferencia a largo plazo.
Hasta ahora, no lo ha hecho; ni siquiera tenemos el vago esbozo de una auténtica política laboral trumpista. Y las empresas y los inversores parecen haber decidido que el acuerdo con Carrier era solo un espectáculo sin sustancia; que a pesar de toda su retórica proteccionista, Trump es un perro poco mordedor. Tras una breve pausa, se ha reanudado el traslado continuo de fábricas a México, mientras el peso mexicano, cuyo valor es un barómetro de las expectativas sobre la política comercial estadounidense, ha recuperado casi todo lo que había perdido después de noviembre.
En otras palabras, los espectáculos que acaparan uno o dos telediarios no sustituyen a las políticas reales y coherentes. De hecho, puede que su principal efecto a largo plazo sea malgastar la credibilidad de un gobierno. Y esto nos lleva al ataque con misiles en Siria de la semana pasada.
El ataque transformó al instante la cobertura informativa sobre el Gobierno de Trump. De repente, las noticias sobre luchas internas y mal funcionamiento se han sustituido por titulares triunfales sobre la dureza del presidente y grabaciones de lanzamientos de misiles Tomahawk.
Pero, aparte de su influencia sobre las noticias del momento, ¿qué ha conseguido el ataque en realidad? Unas cuantas horas después, aviones de guerra sirios despegaban del mismo aeródromo y se reanudaban las incursiones aéreas sobre la ciudad donde el uso de gas venenoso provocó la intervención de Trump. No cabe duda de que las fuerzas de Assad han sufrido algunas pérdidas reales, pero no hay razón para pensar que una única intervención vaya a tener algún impacto en el curso de la guerra civil siria.
De hecho, si la actuación de la semana pasada ha sido todo, es muy posible que el resultado final sea reforzar el régimen de Assad —¡mirad, han plantado cara a una superpotencia!— y debilitar la credibilidad estadounidense. Para conseguir un resultado duradero, Trump tendría que intervenir de manera ininterrumpida en Siria.
¿Haciendo qué?, se preguntarán ustedes. Bueno, esa es la gran pregunta, y la falta de buenas respuestas a esa pregunta es el motivo por el que el presidente Barack Obama decidió no empezar algo que nadie sabía cómo terminar.
Entonces, ¿qué conclusión hemos sacado del ataque de Siria y sus consecuencias?
No, no hemos descubierto que Trump es un dirigente eficaz. Ordenar al Ejército estadounidense que dispare algunos misiles es fácil. Lo difícil es hacerlo de tal manera que, en efecto, beneficie a los intereses de Estados Unidos, y no hemos visto el menor indicio de que Trump y sus asesores hayan resuelto esa parte.
De hecho, lo que sabemos sobre el proceso de toma de decisiones dista mucho de resultar tranquilizador. Tan solo unos días antes del ataque, el Gobierno de Trump parecía dar a entender que no tenía interés en un cambio de régimen en Siria.
¿Qué ha cambiado? Las imágenes de las víctimas del gas venenoso eran espantosas, pero hace años que Siria es una increíble historia de horror. ¿Está Trump basándose en las noticias de la televisión para tomar decisiones sobre seguridad nacional que afectan a vidas humanas?
Una cosa está clara: la reacción de los medios al ataque de Siria ha puesto de manifiesto que muchos expertos y medios informativos no han aprendido nada de los errores del pasado.
Puede que a Trump le guste afirmar que los medios no son justos con él, pero lo cierto es que han hecho lo imposible por ponerse de su parte. Quieren parecer imparciales, incluso cuando no hay ninguna imparcialidad; estaban desesperados por hallar excusas para hacer caso omiso de las sospechosas circunstancias de su elección y de su imprevisible comportamiento en el cargo, y por empezar a tratarlo como a un presidente normal.
Tal vez recuerden que, hace un mes y medio, distintos expertos afirmaron con entusiasmo que Trump se había "convertido en el presidente de Estados Unidos" ese día porque había conseguido leer un discurso en un teleprompter (apuntador visual) sin salirse del guion. Acto seguido, empezó a tuitear otra vez.
Sería de esperar que esa experiencia hubiese servido de lección. Pero no: Estados Unidos ha disparado algunos misiles, y Trump ha vuelto a "convertirse en presidente". Dejando a un lado todo lo demás, piensen en los incentivos que esto genera. Ahora, el Gobierno de Trump sabe que siempre puede desviar la atención de las noticias sobre sus escándalos y fracasos bombardeando a alguien.
Así que aquí tienen una pista: el verdadero liderazgo supone idear y aplicar políticas a largo plazo que hagan del mundo un lugar mejor. Puede que los trucos publicitarios generen una cobertura informativa favorable durante unos cuantos días, pero acaban debilitando a Estados Unidos, no fortaleciéndolo, porque muestran al mundo que tenemos un Gobierno incapaz de terminar lo que empieza.
¿Y ha visto alguien algún indicio, cualquier señal, de que Trump esté preparado para ser un verdadero líder en ese sentido? Yo no.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2017.
Traducción de News Clips.
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