Los amantes de las series antiguas de televisión tal vez recuerden un episodio clásico de La dimensión desconocida titulado Es una buena vida. Trataba de un pueblo aterrorizado por un niño de 6 años que, por alguna razón, tenía misteriosos superpoderes, además de una completa inmadurez emocional. Todo el mundo vivía con un miedo constante, empeorado por la necesidad de fingir que todo iba bien. Después de todo, cualquier insinuación de descontento podía provocar una terrible represalia.
Pues ahora ya saben ustedes cómo debe de ser el trabajar para el Gobierno de Trump. De hecho, se parece un poco a cómo es vivir en el Estados Unidos de Trump. ¿Qué ha provocado esta cadena de asociaciones? A lo mejor les sorprende la respuesta: ha sido el “plan” fiscal publicado el miércoles por el Gobierno. La razón por la que uso comillas es que el documento de una sola página que la Casa Blanca ha hecho circular esta semana no guarda semejanza alguna con lo que normalmente entendemos cuando hablamos de plan fiscal. Es cierto que menciona unos cuantos tipos impositivos, pero no dice nada de los umbrales de renta a los que se aplican dichos tipos.
Por otra parte, el documento decía algo de eliminar algunas desgravaciones fiscales, pero sin especificar cuáles. Por ejemplo, ¿se mantendrá la desgravación para los planes de jubilación? La respuesta, según la Casa Blanca, era sí, o tal vez no, o de nuevo sí, dependiendo de a quién se le preguntase y cuándo se le preguntase. De modo que si buscaban ustedes un documento que pudiesen utilizar para calcular, aunque fuese de manera aproximada, cuánto acabará pagando una persona concreta, mala suerte. Está claro que la Casa Blanca propone enormes desgravaciones fiscales para las grandes empresas y los ricos, especialmente grandes para los que pueden eludir los impuestos personales habituales canalizando sus ingresos hacia actividades privilegiadas en materia tributaria: personas llamadas, por ejemplo, Donald Trump. De modo que Trump tiene intención de disparar enormemente el déficit, principalmente en beneficio propio; pero eso es prácticamente todo lo que sabemos.
¿Por qué entonces ha publicado la Casa Blanca un documento tan bochornoso? ¿Por qué ha accedido el Departamento del Tesoro a participar en esta payasada? Por desgracia, conocemos la respuesta. Todas las informaciones procedentes de la Casa Blanca transmiten la impresión de que Trump es como un niño temperamental, al que los detalles le aburren y que se frustra con facilidad cuando las cosas no van como él quiere; ser un buen miembro del personal significa por lo visto encontrar maneras de hacer que se sienta bien y apartar su mente de cosas que parecen darle una mala imagen.
Si dice que quiere algo, por ridículo que sea, uno contesta, “¡Sí, Señor Presidente!; como mucho, intenta minimizar daños. En estos momentos, según todos los testigos, el niño-hombre en jefe está de mal humor por la posibilidad de que las noticias sobre sus primeros 100 días concluyan que no ha conseguido mucho, si es que ha conseguido algo (porque no lo ha hecho). De modo que la semana pasada anunció la inminente publicación de algo que podía llamar un plan fiscal.
Según The New York Times, esto dejó “sin palabras” al personal del Tesoro, que no tenía ni mucho menos un plan listo. Pero nadie se atrevió a decirle que era imposible. En vez de eso, publicaron… algo, que nadie sabe con seguridad qué es. Y la ausencia de un verdadero plan fiscal no es lo único que el círculo más cercano parece no atreverse a decirle.
Evidentemente, nadie se ha atrevido aún a decirle a Trump que lo de acusar al ex presidente Barak Obama de haber realizado escuchas telefónicas de su campaña fue absurdo y vil; en cambio, los funcionarios del Gobierno se pasaron semanas intentando encontrar algo, lo que fuera, que diese contenido a la acusación. O piensen en la atención sanitaria. El intento de revocar y sustituir el Obamacare fracasó estrepitosamente, por muy buenas razones. Después de tanto protestar, los republicanos no lograron dar con una idea mejor. Por el contrario, todas sus propuestas conducirían a una pérdida masiva de cobertura y a un enorme aumento de los gastos para los más vulnerables.
No se debate la rebaja fiscal ni nada, solo van y vienen trozos de papel cuyo objetivo es mitigar las papeletas del jefe
Está claro que Trump y compañía deberían dejar el tema y pasar a otra cosa. Pero eso exigiría cierta madurez, una cualidad imposible de encontrar en esta Casa Blanca. Así que siguen en ello, con propuestas que todos aquellos a quienes conozco llamarían Trumpcare zombi 2.0, 3.0 y así sucesivamente. Y no quiero ni siquiera pensar en la política exterior. En el frente interno, tranquilizar el frágil ego del presidente con proclamas aparentemente enérgicas pero incoherentes puede ser relativamente inocuo; en el plano internacional, es una buena forma de caer en una crisis diplomática, o incluso en una guerra.
En cualquier caso, me gustaría rogarles algo a mis compañeros de los medios de comunicación: no finjáis que esto es normal. No actuemos como si eso que se publicó el miércoles, fuese lo que fuese, se pareciese, por ejemplo, a la rebaja fiscal implantada en 2001 por Bush. Yo me opuse firmemente a esa rebaja, pero al menos era comprensible.
No finjamos que estamos manteniendo un verdadero debate sobre, pongamos, cómo afectarán al crecimiento los cambios en el impuesto sobre sociedades. No, lo que estamos viendo aquí no es política; son trozos de papel cuyo objetivo es mitigar las pataletas del jefe. Por desgracia, puede que su terapia nos toque pagarla a todos.
PAUL KRUGMAN ES NOBEL DE ECONOMÍA
©THE NEW YORK TIMES COMPANY, 2017
TRADUCCIÓN DE NEWS CLIPS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario