Por: Ariel Terrero
Zona Especial de Desarrollo Mariel. Foto tomada del sitio oficial.
El capital extranjero entra a Cuba con una cachaza que contradice las urgencias de nuestra economía. Contradice incluso la voluntad política expresa de asumir esas inversiones no como transfusión de socorro médico, sino como pulmón, componente lógico del modelo económico en desarrollo.
En un gesto concreto, el Parlamento convocó en abril del 2014 a una sesión extraordinaria, a fin de aprobar una Ley de Inversión Extranjera que respondía a una postura política novedosa en Cuba. La reacción posterior, sin embargo, no ha revelado todo el dinamismo que podía esperarse de aquella prisa legislativa y que le urge a la economía cubana para tomar impulso. La intención aparece con más nitidez en la letra –legislación, política afín y documentos del VI Congreso del Partido– que en el desempeño de estos años.
Aunque se han firmado inversiones foráneas prometedoras en ámbitos como el energético, el turismo y la minería, el monto del capital pactado todavía es bajo. En el Plan Nacional de la Economía del presente año las compañías extranjeras apenas asumen un 6,5 % de toda la actividad inversionista prevista, ligeramente superior a 7 mil 800 millones de dólares, a juzgar por datos preliminares informados por el ministro de Economía, Ricardo Cabrisas, al cierre del primer semestre.
Las firmas extranjeras habrán financiado, en tal caso, unos 510 millones de dólares de inversión este año, monto aún muy alejado del ideal de 2 mil millones o 2 mil 500 millones estimado por el gobierno como participación foránea necesaria para que la economía cubana crezca a un buen paso.
La experiencia de otros países indica, además, que cualquier sueño de desarrollo necesita de inversiones equivalentes al 20 % del producto interno bruto (PIB) o más, entre las nacionales y las extranjeras. En Cuba esa tasa todavía oscila en torno al 10 % del PIB.
Cabrisas envío una señal alentadora en julio pasado cuando informó a los diputados que en los primeros seis meses del 2017 el gobierno dio luz verde a 11 nuevos proyectos de inversión extranjera directa y a reinversiones en otros dos negocios en marcha. El financiamiento total acordado para su ejecución en los próximos años pasa de 1 mil 346 millones de dólares. Similar cantidad había pactado el país con empresas foráneas en los dos años y medio previos, desde que entró en vigor la Ley 118 de Inversión Extranjera. Aunque ganan velocidad, todavía los capitales externos entran con lentitud.
¿Por qué no despegan con saldo más tangible? Entre los obstáculos, el bloqueo económico de Estados Unidos a Cuba amenaza con adquirir cualidad casi eterna, a juzgar por el retroceso que imprime el presidente Donald Trump a la normalización de relaciones entre ambos países. Desconocer los costos del bloqueo sería ingenuo, si no hipócrita, como dijo una vez el expresidente ecuatoriano y economista Rafael Correa. Pero los negocios con firmas extranjeras alcanzaron en Cuba una clara expansión a fines de los años 90, con récord de empresas mixtas y contratos de inversión en el 2002, cuando la persecución financiera y comercial de EE.UU. era igual de sañuda que en el presente. Por más que sean costosas, existen maneras de sortear las trampas y tropelías de Washington.
Igual o más atención merecen otros obstáculos, internos, que dilatan los trámites de cualquier inversión. A pesar de disposiciones legales para reducir los plazos de negociación, persisten enredos burocráticos que se entrelazan con deformaciones del entorno bancario y financiero nacional, como la nociva dualidad monetaria y cambiaria; pueden retardar las gestiones y desmotivar no solo a los empresarios extranjeros. Las empresas cubanas muchas veces carecen de conocimiento, entrenamiento y motivación suficiente para enredarse en asuntos que pueden implicar más responsabilidad que beneficio inmediato para la organización empresarial y sus trabajadores.
Las facilidades tributarias a los inversores, otras iniciativas proactivas como la Zona Especial de Desarrollo Mariel, y la creación de condiciones logísticas y de infraestructura, confirman el compromiso cubano con esta alternativa y prometen atenuar el efecto de los bloqueos externos e internos.
Dudas, temores al fantasma del mercado y sordas resistencias internas se adivinan en la dilatación de las negociaciones y en trabas a los empresarios extranjeros para contratar personal y servicios cubanos. La “mentalidad obsoleta llena de prejuicios contra la inversión foránea”, criticada por el General de Ejército Raúl Castro, perderá calado a medida que las inversiones foráneas confirmen su mérito como sostén clave –no mero complemento– de sectores fundamentales para el desarrollo.
La senda socialista que algunos temieran perder por la alianza con capital extranjero corre riesgo real de fracaso si Cuba no construye, y administra soberanamente, vías para un desarrollo económico que otorgue puntal a los valores morales y de justicia social que le son inherentes al sistema. Sin prosperidad, el socialismo será siempre una utopía.
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