PAUL KRUGMAN
18 ENE 2019 - 16:04 CET
El gobernador demócrata de California, Gavin Newsom. MIKE BLAKE REUTERS
Oficialmente, gran parte de la administración pública federal sufrió un cierre el mes pasado. En aspectos importantes, sin embargo, se paralizó casi dos años antes, cuando Donald Trump fue investido como presidente. Al fin y al cabo, se supone que los políticos intentan conseguir un cargo para hacer cosas, para atajar problemas reales y aplicar soluciones. Pero ni Trump, que malgasta su energía inventando crisis en la frontera, ni los republicanos que controlaron el Congreso durante dos años han hecho nada de eso. Su único gran logro legislativo ha sido una rebaja fiscal que ha disparado el déficit sin hacer, que se sepa, nada que mejore las perspectivas de crecimiento de la economía a largo plazo.
Por otra parte, no hay señales del plan de infraestructuras que Trump prometió emprender. Y tras muchos años denunciando el Obamacare y prometiendo proporcionar un sustituto mucho mejor, resulta que los republicanos no tienen ni idea de cómo hacerlo y, en concreto, no tienen ningún plan para proteger a los estadounidenses con afecciones previas.
¿Por qué son incapaces de gobernar los republicanos? No es solo que su partido profese una ideología que afirma que el Gobierno siempre es el problema, nunca la solución. Es que, además, se han privado sistemáticamente de la capacidad de analizar políticas y aprender de la evidencia, porque una reflexión profunda podría llevar a alguien a cuestionar la doctrina recibida. Y los republicanos siguen controlando el Senado y la Casa Blanca. De modo que cuando acabe el cierre de la administración pública (si es que acaba), faltarán al menos dos años para tener en Washington a un Gobierno verdaderamente capaz de gobernar, o al que le interese siquiera hacerlo. Pero no todo está paralizado. Porque Estados Unidos tiene un sistema federal, y las elecciones de 2018 han allanado el camino para una oleada de gobernanza real –de esfuerzos reales por resolver problemas reales– en los planos estatal y local.
Hasta hace poco, los republicanos habían impuesto un cierre virtual de las administraciones públicas estatales. Casi la mitad de la población vivía en Estados con “trifectas” republicanas, es decir, control de ambas cámaras y gobernador republicanos. Los demócratas tenían un control comparable en California, y prácticamente en ningún otro sitio.
Pero las elecciones han transformado el panorama. Nueva Jersey y Washington se volvieron completamente demócratas en 2017, y otros seis Estados, como Nueva York, lo hicieron en noviembre. En este momento, más de un tercio de los estadounidenses vive bajo pleno control demócrata.
Estas mayorías recientemente empoderadas están tomando rápidamente medidas para empezar a gobernar otra vez. Y la experiencia de los Estados que ya han tenido “trifectas” demócratas da a entender que podrían conseguir muchas cosas.
Piensen en la experiencia de California, donde los demócratas se hicieron con el control pleno en 2011. Los conservadores arremetieron contra las subidas de impuestos, gastos y salario mínimo establecidas por Jerry Brown y declararon que el Estado estaba cometiendo un suicidio económico. El hecho es que la economía experimentó una expansión, mientras que la aplicación entusiasta en el Estado de la reforma sanitaria redujo el porcentaje de población no asegurada del 18% en 2011 a solo un 7% en 2017, una reducción que casi duplica la del total de Estados Unidos.
O fíjense en Nueva Jersey, donde los demócratas asumieron el control el año pasado y lo han empleado para aplicar una serie de medidas —como la reimplantación de la exigencia de que los ciudadanos adquieran un seguro sanitario— que revirtieron muchos de los esfuerzos del Gobierno de Trump por sabotear la sanidad. El resultado ha sido una drástica caída de las primas sanitarias, que se encuentran ahora entre las más bajas del país.
Ahora que el control demócrata se ha extendido, podemos esperar ver más activismo de este tipo.
Gavin Newsom, el nuevo gobernador de California, ha propuesto medidas adicionales en el ámbito de la sanidad, entre ellas la obligatoriedad del seguro médico en todo el Estado como ha hecho Nueva Jersey y un aumento de las subvenciones a las clases medias. El gobernador de Washington propone crear una opción pública, un seguro estatal al que puedan afiliarse los residentes. Y el alcalde de Nueva York propone medidas que, según afirma, garantizarán la cobertura a todos los neoyorquinos, incluidos los inmigrantes ilegales.
Y la sanidad no es el único frente para nuevas acciones. Newsom, por ejemplo, propone también un importante aumento del gasto en educación y en accesibilidad de la vivienda. Esto último es muy importante: la enorme subida de los precios inmobiliarios es uno de los mayores problemas de una California por lo demás increíblemente próspera.
Ahora bien, seamos claros: no todas las nuevas propuestas políticas de los demócratas se llevarán realmente a la práctica, y no todas las que entren en vigor cumplirán las expectativas. La perfección no existe, ni en la política ni en la vida, y si los líderes nunca experimentan fracasos y contratiempos es que no asumen suficientes riesgos. Lo importante, sin embargo, es que los políticos estatales y locales que acaban de llegar al poder parecen dispuestos a asumir riesgos y probar cosas nuevas en un esfuerzo por lograr avances frente a los problemas del país. Y esa es una señal muy esperanzadora para Estados Unidos, porque su ejemplo puede resultar contagioso.
Como es sabido, el juez Louis Brandeis describió los Estados como los laboratorios de la democracia; ahora mismo son los lugares en los que vemos qué sucede cuando las autoridades elegidas intentan hacer aquello para lo que las eligieron, y gobiernan de hecho. Si tenemos suerte, es posible que dentro de dos años esa actitud se restablezca en la capital del país.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2018. Traducción de News Clips.
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