NUEVA YORK – Facebook y algunos de sus aliados corporativos han decidido que el mundo realmente necesita otra criptomoneda, y que crearla es el mejor modo de usar los inmensos talentos que tienen a su disposición. Que Facebook piense así es muy revelador de lo que anda mal con el capitalismo estadounidense del siglo XXI.
En cierto sentido, es un momento curioso para lanzar una moneda alternativa. La queja principal contra las monedas tradicionales siempre había sido su inestabilidad: que la inflación acelerada e incierta les restaba utilidad como reservas de valor. Pero el dólar, el euro, el yen y el yuan han sido, todas ellas, notablemente estables. En cualquier caso, el problema actual no es la inflación, sino la deflación.
El mundo también hizo avances en lo referido a la transparencia financiera, al dificultar el uso del sistema bancario para el lavado de dinero y otras actividades ilícitas. Y la tecnología hizo posibles transacciones eficientes en las que el dinero de los clientes se transfiere a los vendedores en nanosegundos, con un excelente nivel de protección contra el fraude. Lo último que necesitamos es un nuevo vehículo para sostener actividades ilícitas y lavar sus ganancias (que es el destino casi seguro de otra criptomoneda).
El problema real con las monedas y sistemas financieros actuales, que sirven como medios de pago y reserva de valor, es la falta de competencia entre las empresas que controlan las transacciones, así como su desregulación. Esto lleva a que los consumidores (sobre todo en Estados Unidos) paguen por las transacciones mucho más de lo que deberían costar, llenándoles los bolsillos a Visa, Mastercard, American Express y los bancos, con decenas de miles de millones de dólares en “rentas” (ganancias excesivas) cada año. En Estados Unidos, la enmienda Durbin a la ley de reforma financiera Dodd‑Frank de 2010 limita hasta cierto punto el cobro de comisiones excesivas en las tarjetas de débito, pero en relación con las tarjetas de crédito, donde es un problema mucho mayor, no hizo nada.
Otros países, como Australia, lo hicieron mucho mejor; por ejemplo, prohibiendo a las emisoras de tarjetas de crédito el uso de cláusulas contractuales que limitan la competencia. En cambio, parece que la Suprema Corte de los Estados Unidos, en otra de sus decisiones por 5 contra 4, hizo la vista gorda ante los efectos anticompetitivos de esas cláusulas. Pero incluso si Estados Unidos decide tener un sistema financiero deficiente, no competitivo, Europa y el resto del mundo deben decir “no”. Defender la competencia no es antiestadounidense, como parece que insinuó Trump hace poco en su crítica a la comisaria de la Unión Europea para la competencia, Margrethe Vestager.
Podríamos preguntarnos: ¿cuál es el modelo de negocios de Facebook, y por qué hay tantos interesados en este nuevo proyecto? Tal vez quieran una tajada de la renta que sacan las plataformas de procesamiento de transacciones. Que piensen que una mayor competencia no diluirá las ganancias es prueba de la confianza del sector corporativo en su capacidad de ejercer poder de mercado, y en su poder político para asegurar que el Estado no intervenga para poner límites a esos excesos.
Ahora que la Suprema Corte de los Estados Unidos volvió a mostrarse decidida a debilitar la democracia estadounidense, puede que Facebook y sus amigos crean que no tienen nada que temer. Pero la autoridad regulatoria, cuyo mandato no sólo incluye el mantenimiento de la estabilidad, sino también la protección de la competencia en el sector financiero, debe intervenir. En el resto del mundo, en tanto, el dominio tecnológico estadounidense (con sus prácticas anticompetitivas) no genera tanto entusiasmo.
Supuestamente, el valor de la nueva moneda Libra se fijará en relación con una canasta internacional de monedas y contará con un 100% de respaldo, tal vez, en la forma de una cartera variada de títulos públicos. Eso explica otra posible fuente de ganancias: al no pagar interés por los “depósitos” en monedas tradicionales que se cambien por Libra, Facebook puede obtener una ganancia de arbitraje a partir de los intereses que reciba de esos “depósitos”. Pero ¿por qué alguien depositaría dinero en Facebook sin recibir intereses a cambio, pudiendo invertir con más seguridad en una letra del Tesoro de los Estados Unidos, o en un fondo del mercado de divisas? (El registro de ganancias y pérdidas de capital por cada transacción, al convertirse entre Libra y las monedas locales, y los impuestos parecen ser un impedimento importante, a menos que Facebook crea que puede hacer caso omiso de nuestro sistema tributario, así como ha hecho con las inquietudes por la privacidad y la competencia.)
Hay dos respuestas obvias a la pregunta por el modelo de negocios: una es que quienes se dedican a prácticas ilícitas (y el actual presidente de los Estados Unidos puede ser uno de ellos) están dispuestos a pagar una buena suma por mantener ocultas esas actividades (corrupción, evasión fiscal, narcotráfico, terrorismo). Pero después de hacer tantos avances para impedir el uso del sistema financiero como herramienta del delito, ¿por qué alguien (y mucho menos el Estado o las autoridades de regulación financiera) validaría una herramienta de esas características, sólo porque lleva el rótulo de “tecnológica”?
Si este es el modelo de negocios de Libra, los gobiernos deberían detenerlo de inmediato. Como mínimo, Libra tendría que estar sujeta a las mismas normas de transparencia que se aplican al resto del sector financiero. Pero entonces, ya no sería una criptomoneda.
También existe la posibilidad de explotar los datos derivados de las transacciones con Libra, como cualquiera de los datos que caen en poder de Facebook; esto reforzaría su poder de mercado y sus ganancias, y debilitaría todavía más nuestra seguridad y privacidad. Tal vez Facebook (o Libra) prometan que no lo harán, pero ¿quién va a creerles?
Y queda la cuestión más amplia de la confianza. Todas las monedas se basan en tener la seguridad de que el fruto del trabajo “depositado” en ellas será rescatable en cualquier momento. El sector bancario privado tiene un largo historial de no ser confiable en este sentido, lo cual hizo necesarias nuevas regulaciones prudenciales.
Pero en unos pocos años, Facebook se ganó un nivel de desconfianza que al sector bancario le llevó mucho más tiempo conseguir. Una y otra vez, la dirección de Facebook, puesta a elegir entre el dinero y honrar sus promesas, se quedó con el dinero. Y la creación de una nueva moneda es precisamente una cuestión de dinero. Sólo un insensato pondría su bienestar financiero en las manos de Facebook. Pero tal vez se trate de eso: con tantos datos personales sobre unos 2400 millones de usuarios activos al mes, ¿quién puede saber mejor que Facebook cuántos tontos nacen por minuto?
Traducción: Esteban Flamini
JOSEPH E. STIGLITZ, a Nobel laureate in economics, is University Professor at Columbia University and Chief Economist at the Roosevelt Institute. He is the author, most recently, of People, Power, and Profits: Progressive Capitalism for an Age of Discontent (W.W. Norton and Allen Lane).
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