LA HABANA. La economía sigue marcando el ritmo de algunos de los debates más intensos en la vida del país. Desde 2016 el crecimiento económico se ha moderado notablemente: La tasa de incremento del PIB pasó de 2,7 por ciento anual en 2010-2015, a 1,5 por ciento entre 2016 y 2018. En 2019 no se espera sobrepase el 1 por ciento (la CEPAL estima un 0,5%).
Las causas inmediatas se reconocen en el colapso económico de Venezuela, las nuevas sanciones de Estados Unidos, la ruptura económica con Brasil, y bajas cotizaciones para algunos productos de exportación, y por qué no, el escaso éxito de la “actualización” para dinamizar la economía.
El primer semestre de 2019 comenzó marcado por la peor escasez de bienes básicos desde el fin de la etapa más aguda de la crisis de principios de los noventa. Incluso, el propio gobierno advirtió que la situación podría empeorar en los meses siguientes. La baja disponibilidad de combustible ha afectado el transporte público en varias provincias.
El bajo crecimiento no es nuevo en el panorama cubano. Lo cierto es que Cuba no crece lo que debe en las “vacas gordas”, y no solo eso, sino que ahora lo hace con mayor desigualdad. Los escasos períodos de bonanza han estado, como norma, asociados a apoyos externos de dudosa sostenibilidad. Uno de los problemas latentes es la escasez crónica de divisas, que redunda en ciclos de impagos de los compromisos internacionales. Ello significa que la Isla transfiere sistemáticamente a sus socios extranjeros las consecuencias de su escaso éxito económico.
Cuba no se financia en los mercados internacionales como otros países similares, en parte por las sanciones de Estados Unidos, pero también por su peculiar sistema económico. Si bien la Isla ha logrado recabar una atención desproporcionada de países como Venezuela, China, Rusia o la Unión Europea, esto tiene que ver más con geopolítica o posicionamiento estratégico que con su dimensión económica. El problema con esto es que casi siempre estos arreglos son vulnerables al ciclo político, o son insostenibles en el tiempo. Un muy buen ejemplo es el bajo perfil de la inversión china en la Isla, en medio de excelentes vínculos comerciales y políticos.
Lo cierto es que la respuesta de Cuba siempre ha quedado por debajo de las expectativas. A pesar de que la deuda exterior fue reconocida como una prioridad a partir de 2010 como parte de una estrategia más amplia para regresar a los mercados externos, menos de siete años después se ha repetido un episodio similar. Pocos cuestionan el interés de las autoridades cubanas en cumplir sus obligaciones, las dudas recaen en su estrategia para alcanzar un proyecto viable.
Según las propias autoridades desde 2010 solo se concretaron los cambios más sencillos contenidos en los Lineamientos. La restructuración del empleo es quizá la transformación más importante. El Estado aligeró sus plantillas desde 2010. En este lapso, 1 millón 200 mil trabajadores dejaron de ser empleados públicos. Al mismo tiempo, la población en edad laboral aumentó en cerca de 300 mil personas. Ese millón y medio (cifra gruesa) encontró empleo en el sector no estatal, la informalidad o la emigración. No resulta raro que se haya instalado una narrativa acerca de la creciente desigualdad, el delito económico o los nuevos empleos como el contrabando de productos o las importaciones.
A pesar de que se insiste en la “crisis demográfica”, lo cierto es que la Isla tiene más población en edad laboral en este momento que nunca antes en su historia. El problema radica en el aprovechamiento de esa fuerza de trabajo. La proporción de personas en edad laboral con un empleo formal se ha reducido sistemáticamente desde 2011, pasando de un 76 a un 64 por ciento. Hay múltiples factores explicativos, pero uno muy importante es la inversión. Aunque los volúmenes de inversión han crecido, se mantienen muy deprimidos.
Al mismo tiempo, poco se ha hecho para mejorar la asignación de los escasos recursos existentes, desde la planificación central rígida hasta la distorsión de precios y tipos de cambio. El auge inmobiliario muestra que una vez que se ponen en orden las reglas y los incentivos, se movilizan importantes cantidades de recursos. El sistema bancario marcha rezagado en su función de canalizar los recursos temporalmente libres hacia los sectores en expansión. Habría que buscar las causas por las que los individuos mantienen ingentes cantidades de dinero fuera de los bancos domésticos, y la escasa propensión de estos a apoyar el surgimiento y expansión de pequeños negocios, por citar un ejemplo. Se apuesta por la inversión extranjera, dejando en un segundo plano el uso de los recursos internos. El capital foráneo, sin un planteamiento estratégico dentro del modelo de desarrollo, solo producirá un descalce en divisas aún mayor en el futuro. Los cambios en las empresas estatales han sido mínimos, y no han redundado en un marco que permita administrarlas comercialmente, o traído recursos frescos.
Una restructuración a medias, como la que viene teniendo lugar, ya se ha ensayado en otros países con modelos similares (de planificación central, como la URSS de la perestroika). Las perspectivas no son halagüeñas, y Cuba lo confirma. No se logra aumentar la productividad y se acumulan peligrosos desequilibrios macroeconómicos. La deuda pública ha crecido a la sombra de préstamos baratos de los bancos estatales al Estado, en parte para cubrir la enorme ineficiencia del aparato empresarial estatal. A la escasez crónica de productos se suma el deterioro visible de la cotización del peso convertible en el mercado informal.
Frente a este escenario, las últimas decisiones en política económica son, como mínimo, tardías y de escaso impacto. La transferencia exitosa de factores hacia sectores viables requiere por lo menos de tres condiciones. En primer lugar, el sistema requiere dotarse de información para detectar las actividades y unidades moribundas. En ese sentido, una reforma monetario-cambiaria profunda es imprescindible. En segundo lugar, tienen que crearse los mecanismos para hacer posibles que los factores móviles (trabajo y una parte del capital) se desplacen hacia los nuevos sectores. Este proceso no está exento de fricciones, dado que se requiere tiempo y recursos para liquidar las empresas inviables y crear los nuevos puestos de trabajo. En esa línea, los límites a la expansión del sector no estatal actúan como retardatarios. Ya el cuentapropismo cumplió esa función para el sector público, aunque lamentablemente solo en sectores con escasas perspectivas de mejora. Por último, la reestructuración necesita de recursos de inversión para hacer posible la emergencia de nuevos sectores. Esos recursos hay que procurarlos no solo en la inversión extranjera o el crédito externo, sino en el ahorro doméstico. Una parte vendría de un sector público más liviano, y de las ganancias de productividad de empresas dirigidas por juntas de gobierno independientes. En todo caso, un sector financiero moderno es parte de la solución.
Ese es un camino posible para Cuba, que permitiría utilizar más plenamente las capacidades endógenas del país, haciéndolo menos dependiente de la tormentosa geopolítica mundial. Pero solo sería una opción real a través de un cambio de paradigma. Las medidas recientes no apuntan a esa dirección.
¿A dónde vamos? Pues… no muy lejos.
Progreso Semanal/ Weekly autoriza la reproducción total o parcial de los artículos de nuestros periodistas siempre y cuando se identifique la fuente original y el autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario