El pasado mes de marzo, al visitar el Centro de Control de Enfermedades en Atlanta, al aludirse a las cifras de enfermos y fallecidos por la influenza en Estados Unidos, Donald Trump dijo ignorar que tan alto número de personas murieran a causa de esa enfermedad. No obstante, un diario recordó que la biógrafa del presidente, Gwenda Blair, en el libro: “Los Trump: Tres Generaciones
de Constructores y un Presidente ", contó que en 1918, Friedrich Trump, el abuelo materno murió a causa de la llamada “gripe española”.
Poco después, el presidente le contó al periodista Bob Woodward que conocía la peligrosidad del Nuevo Coronavirus, causante de COVID-19, aunque, lo cual, minimizó. Al respecto, Trump realizó comentarios superficiales y frívolos como: “…Prácticamente la hemos parado…” “…Un día desaparecerá, como un milagro…”. De ese modo, conscientemente, engañó al pueblo norteamericano y a todo el mundo.
Aunque más tarde, según contó también a Woodward, se desmintió al afirmar que: “… “Simplemente respiras y te contagias…” “…Es más mortal que una gripe intensa…” En su cantinflesco galimatías, el presidente admitió que le restó importancia: “Siempre quise restarle importancia. Todavía me gusta restarle importancia porque no quiero crear pánico…”
Nadie se explica de dónde el mandatario puede haber sacado la peregrina idea que lo llevó a recomendar tratamientos mediante luz ultravioleta, combinada con inyecciones de desinfectantes para curar la enfermedad. A ello se añaden las ambigüedades sobre el uso de mascarillas sanitarias y la irresponsable convocatoria de mítines políticos masivos sin distanciamiento ni medidas de protección.
El sinuoso, ambiguo y peligroso comportamiento de Donald Trump, seguido por gobernadores y alcaldes republicanos que siguen sus consignas y millones de partidarios que confían en él, tiene impactos que, en conjunto, favorecen más a la propagación del mal que a su contención.
En respuesta a la interrogante de si el presidente ignoraba las peculiares causas de la muerte de su abuelo, su biógrafa, Gwenda Blair respondió que: “…Trump no es un estudiante de historia. Solo está mirando hacia el futuro. No tiene espejo retrovisor y eso significa que aprende poco y recordó el cliché acerca de que las personas que no aprenden de la historia están obligadas a repetirla…” En términos más generales, reflexionó sobre su actitud negativa ante el aprendizaje.
Según se afirma, al presidente no le interesa la historia, aunque tampoco es capaz de atalayar al futuro para percibir la vigencia de grandes problemas globales. Con el retrovisor empañado y sin luz larga, es difícil conducir una nave de las dimensiones de los Estados Unidos que fueron grandes sin Donald Trump y, gane o pierda, lo serán, no por él sino a su pesar. Allá nos vemos.
18/09/2020
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El presente artículo fue publicado por el diario ¡Por Esto! Al
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