Por JEFFREY D. SACHS
Sin duda, desde terminó la Segunda Guerra Mundial, el multilateralismo funcionó principalmente a través del sistema de Naciones Unidas. Con sus 193 estados miembros, la ONU ofrece una lugar único e indispensable para crear e implementar leyes internacionales. Aunque la ONU frecuentemente se ve perjudicada por el unilateralismo de Estados Unidos y otras grandes potencias, sigue siendo fundamental para la supervivencia mundial. Su magro presupuesto básico anual, de USD 3000 millones, es probablemente una décima parte de lo que debiera ser, y sufre problemas crónicos de financiamiento. De todas formas, se las arregla para aportar gigantescas e indispensables contribuciones a la paz, los derechos humanos y el desarrollo sostenible.
Pero también el G20 ha logrado adueñarse de un papel fundamental: representa a las 20 mayores economías y permite solucionar problemas de manera más rápida y flexible. Cuando la ONU otorga a cada uno de sus miembros 10 minutos para que hablen sobre un tema, los comentarios llevan 32 horas; la misma ronda de opiniones en el G20 demora apenas poco más de 3. Y aunque las decisiones del G20 no tienen la fuerza de una ley internacional, pueden apoyar —y lo hacen— a los procesos correspondientes en la ONU (como los relacionados con el cambio climático y las finanzas para el desarrollo).
Otro foro es el G7, creado en 1975 para reunir a las economías del mundo con mayores ingresos. En 1998, recomendé duplicar el tamaño del grupo (para ese entonces se había convertido en el G8, con la adición de Rusia) para incluir a ocho de las principales economías en desarrollo. Un G16, sostuve, «no buscaría regir el mundo, sino establecer parámetros para un diálogo renovado y honesto» entre los países desarrollados y aquellos en vías de desarrollo.
Poco tiempo más tarde se creó el G20 para desempeñar ese papel. Surgió inicialmente en 1999 como un encuentro de ministros de finanzas y evolucionó para convertirse en un encuentro de jefes de Estado y gobierno en respuesta a la crisis financiera de 2008. Desde entonces, el G7 es cada vez menos representativo e incapaz de tomar acciones decididas (lo que me llevó a argumentar a principios de este año que se lo debiera eliminar por completo).
El G20 actual incluye a 19 gobiernos nacionales y a la Unión Europea (como Francia, Alemania e Italia son miembros del G20 en la UE, están, de hecho, doblemente representados). La inclusión de la UE en el grupo fue un golpe maestro, debido a que la UE coordina las políticas económicas de sus 27 estados miembros, la Comisión Europea, su brazo ejecutivo, puede hablar en forma creíble en nombre del bloque sobre temas económicos que afectan al mundo. Además, el proceso del G20 fortalece a su vez los esfuerzos internos de coordinación de la UE, lo que redunda en última instancia en beneficio de sus 27 miembros. El G20 representa entonces a 43 países (27 miembros de la UE y 16 países ajenos a ella) con apenas 20 líderes.
Aunque esos 43 países solo constituyen el 22 % de los miembros de la ONU (en términos de cantidad) incluyen, de todas formas, aproximadamente al 63 % de la población del mundo y al 87 % del producto bruto. Si bien los 43 países con representación en las negociaciones del G20 no hablan por los otros 150 estados miembros de la ONU, constituyen una parte suficiente de la población y la actividad económica mundiales como para significar una base sólida para deliberar sobre los desafíos globales.
Pero, debido a que excluye a casi toda África, el grupo dista mucho de representar a ese continente y a los países con bajos ingresos del mundo. Los 55 países de la UA (más de un cuarto de los miembros de la ONU) albergan a 1400 millones de personas (el 17,5 % del total mundial) y generan USD 2,6 billones en términos de producto anual a los tipos de cambio de mercado (casi el 3 % del PBI del mundo). En total, África tiene en la actualidad aproximadamente la misma población que China o la India, y una economía que ocuparía el octavo puesto —justo detrás de Francia y por encima de Italia— en una clasificación de países. La participación de África en la población y el producto mundiales aumentará en los próximos años.
El único miembro africano del G20, Sudáfrica, tiene la 39.° mayor economía del mundo, la más pequeña entre los estados miembros del G20. Los PBI de Nigeria y Egipto son en realidad mayores que el de Sudáfrica, pero de todas maneras no llegan a estar entre los primeros 20 del mundo. Por ello, los líderes africanos, con excepción de los de Sudáfrica, solo han sido invitados al G20 en calidad de observadores. La representación tan limitada de África limita drásticamente sus opiniones en las deliberaciones del G20 sobre temas económicos mundiales, no solo en las cumbres anuales del Grupo, sino también en las reuniones ministeriales y técnicas que tienen lugar durante el año.
La clave para la eficacia del G20 es que logra una cobertura muy elevada y representativa de la población mundial y su economía con una cantidad de líderes lo suficientemente modesta como para permitir deliberaciones y decisiones rápidas y flexibles. Incluir a la UA satisfaría ambos criterios: aumentaría en gran medida la representación sentando solo un miembro más a la mesa. De pronto el grupo pasaría a representar a 54 países más, 1300 millones de personas adicionales y USD 2,3 billones de producto adicional, sumando solo 10 minutos a una ronda de discusión de todos sus miembros.
Además, incluir a la UA en un G21 tendría el mismo efecto para impulsar a África que la participación de la UE en el G20 tiene en Europa: fortalecería la coordinación y la coherencia de las políticas entre las 55 economías africanas.
El G20 debe enfrentar múltiples desafíos urgentes este año y se beneficiaría enormemente si suma de inmediato a la UA como miembro. Entre las prioridades clave estarían la cobertura universal con vacunas para evitar más muertes por la COVID-19 y la difusión de nuevas variantes; la introducción de nuevas medidas para mitigar los daños económicos a largo plazo infligidos por la pandemia; y garantizar compromisos de descarbonización para mediados de siglo de todos los países y regiones a fin de evitar un desastre climático.
Como el G20 es un foro tan importante, sin dudas otros aspirantes a miembros golpearán a sus puertas. El grupo tendrá que lograr un equilibrio entre los beneficios de una mayor representación y los de una membresía más pequeña y ágil. En el caso de la UA, la decisión es obvia. Un nuevo G21 podría entonces pedir a otros postulantes que busquen su representación a través de delegaciones regionales similares —como la ASEAN para los 661 millones de personas en esos 10 países del sudeste asiático, o una agrupación similar para Latinoamérica—.
Este año el G20 está en las muy capaces manos del primer ministro italiano Mario Draghi. Italia puede usar su presidencia para crear un legado perdurable. Si invita a la UA a unírsele en la próxima cumbre en Roma a fines de octubre podría contribuir de manera significativa a un mundo más próspero, inclusivo y sostenible.
Traducción al español por Ant-Translation.
JEFFREY D. SACHS University Professor at Columbia University, is Director of the Center for Sustainable Development at Columbia University and President of the UN Sustainable Development Solutions Network. He has served as adviser to three UN Secretaries-General, and currently serves as an SDG Advocate under Secretary-General António Guterres. His books include The End of Poverty, Common Wealth, The Age of Sustainable Development, Building the New American Economy, A New Foreign Policy: Beyond American Exceptionalism, and, most recently, The Ages of Globalization.
No hay comentarios:
Publicar un comentario